09 agosto, 2016

Santa Teresa Benedicta de la Cruz


 

¡Oh!, Santa Teresa Benedicta de la Cruz, vos, sois
la hija del Dios de la vida, y su amada santa, que,
de nacimiento judía siendo, os abrazasteis de la Cruz
de Cristo, hasta convertiros en católica. Vos, que,
proveníais de profundas raíces ateas, escatimasteis
nunca esfuerzo alguno en la verdad, buscar. Y, la verdad,
se os presentó vistiendo la Orden de las Carmelitas
Descalzas. Siempre, resaltabais la unidad entre el
judaísmo y la fe católica de siempre, ambas unidas
al valor del sufrimiento. Servisteis en la la Cruz
Roja, como enfermera y decíais: “Ahora mi vida no me
pertenece. Todas mis energías están al servicio del
gran acontecimiento. Cuando termine la Guerra, si es
que vivo todavía, podré pensar de nuevo en mis asuntos
personales. Si los que están en las trincheras tienen
que sufrir calamidades, por qué he de ser yo una
privilegiada?”. “Ésta es la verdad”, exclamasteis,
después de leer a vuestra fundadora, Santa Teresa
de Jesús. Y, así la fenomenología, ante la gracia
se rindió para siempre. “Hay un estado de sosiego
en Dios, de total relajación de toda actividad
espiritual, en el que no se hacen planes ningunos,
no se toman decisiones de ninguna clase y, sobre
todo, no se actúa, sino que todo el porvenir se deja
a la voluntad de Dios, se abandona uno totalmente
al destino”. Y, vos, os entregasteis en cuerpo y
alma diciendo: “Seré Católica”. Y, lo fuiste. Y, os
bautizasteis para siempre. Y, entonces escribisteis:
“Mira hacia el Crucificado. Si estás unida a él,
como una novia en el fiel cumplimiento de tus santos
votos, es tu sangre y Su sangre preciosa las que
se derraman. Unida a Él, eres como el omnipresente.
Con la fuerza de la Cruz, puede estar en todos los
lugares de aflicción”. En “Ciencia de la Cruz”,
escribisteis que ella, es el camino interior seguro
de inmolación y victimazgo en imitación al Cordero
Inmolado. “Yo hablaba con el Salvador y le decía
que sabía que era su Cruz la que ahora había sido
puesta sobre el pueblo judío. La mayoría no lo
comprendían; mas aquellos que lo sabían, deberían
echarla de buena gana sobre sí en nombre de todos.
Al terminar el retiro, tenía la más firme persuasión
de que había sido oída por el Señor. Pero dónde
había de llevarme la Cruz, aún era desconocido
para mí”. “Yo sólo deseo que la muerte me encuentre
en un lugar apartado, lejos de todo trato con los
hombres, sin hermanos de hábito a quienes dirigir;
sin alegrías que me consuelen, y atormentada de toda
clase de penas y dolores. He querido que Dios me
pruebe como a sierva, después de que Él ha probado
en el trabajo la tenacidad de mi carácter; he querido
que me visite en la enfermedad, como me ha tentado
en la salud y la fuerza; he querido que me tentase
en el oprobio, como lo ha hecho con el buen nombre
que he tenido ante mis enemigos. Dígnate, Señor,
coronar con el martirio la cabeza de tu indigna sierva”.
Y, vos, os hicisteis mártir, para la salvación de
las almas, por la liberación de vuestro pueblo y por
la conversión de Alemania, repitiendo como vuestra
madre fundadora: “No me arrepiento de haberme entregado
al Amor”. “No se puede adquirir la ciencia de la Cruz
más que Sufriendo verdaderamente el peso de la cruz.
Desde el primer instante he tenido la convicción íntima
de ello y me he dicho desde el fondo de mi corazón:
Salve, Oh Cruz, mi única esperanza”. Y, así sucedió,
voló vuestra alma al cielo, para, coronada ser con
corona de luz, como premio a vuestra entrega de amor
increíble, fe, luz y esperanza. Co-patrona de toda Europa;
¡oh!, Santa Teresa de la Cruz, “viva mártir de Dios”.



© 2016 y Luis Ernesto Chacón Delgado
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9 de Agosto
Santa Teresa Benedicta de la Cruz
Virgen y Mártir


(Edith Stein) Ver también sus escritos: Cartas y documentos -Ed. Monte Carmelo – “El Misterio de la Navidad” -Edith Stein- “Cruz: única esperanza”

Judía de nacimiento, abraza la fe católica ya siendo profesora de universidad y reconocida filósofa. Entra en las Carmelitas descalzas y muere víctima de los nazis en Aushwitz. Canonizada por Juan Pablo II el 11 de Octubre, 1998 Consideró su conversión a la fe católica como una conversión también hacia una mas profunda identificación con su identidad judía. Su testimonio ilustra dos temas inseparables: La unidad entre el judaísmo y la fe católica y el valor del sufrimiento. “Sta. Edith Stein vio en el holocausto un aspecto del sufrimiento expiatorio… un valor redentivo para todo el mundo (y) un vínculo específico entre su sacrificio y la gracia especial necesaria para propiciar la conversión de los judíos” Salvation is from the Jews, de Roy Schoeman. La santa murió con un grupo compuesto casi enteramente de judíos bautizados. Nació el 12 de octubre de 1891, en la entonces ciudad alemana de Breslau (hoy Wroclaw-capital de la Silesia, que pasó a pertenecer a Polonia después de la Segunda Guerra Mundial).

Ella era la menor de los 11 hijos que tuvo el matrimonio Stein. Sus padres, Sigfred y Auguste, dedicados al comercio, eran judíos. Él murió antes de que Edith cumpliera los dos años, y su madre hubo de cargar con la dirección del comercio y la educación de sus hijos. Edith escribió de sí misma que de niña era muy sensible, dinámica, nerviosa e irascible, pero que a los siete años ya empezó en ella a madurar un temperamento reflexivo. Pronto se destacaría por su inteligencia y por su capacidad de estar abierta a los problemas que la rodean. En plena adolescencia deja la escuela y la religión porque no encuentra en ellas sentido para la vida. Surgen sus grandes dudas existenciales sobre el sentido de la vida del hombre en general, y se percata de la discriminación que sufre la mujer. Desde ahí inicia su búsqueda, motivada por un sólo principio: “estamos en el mundo para servir a la humanidad”.

Fue una brillante estudiante de fenomenología, en la Universidad de Gottiengen. Husserl la escoge antes que a Martín Heidegger (uno de los filósofos más importantes del siglo XX) para ser su asistente de cátedra. Como mujer, en la época de 1916 esto era un logro impresionante. Partiendo de una personalidad marcada fuertemente por la determinación, la tenacidad, terquedad y seguridad en sí misma, recibió el título de Filosofía de la Universidad de Friburgo. Siendo una mujer con una personalidad de alta tensión y fuertemente pasional, así como totalmente racionalista y atea, en el fondo mismo de su corazón, la semilla de la generosidad y servicio a la humanidad causaba un profundo cuestionamiento existencial. Fue así que decidió enlistarse en la Cruz Roja como enfermera durante la primera Guerra mundial. Sus palabras fueron: “ahora mi vida no me pertenece. Todas mis energías están al servicio del gran acontecimiento. Cuando termine la Guerra, si es que vivo todavía, podré pensar de nuevo en mis asuntos personales. Si los que están en las trincheras tienen que sufrir calamidades, porqué he de ser yo una privilegiada?” Todo esto revela la búsqueda de un alma buena, de un alma que en ese momento no conocía a Dios pero que, sin embargo, ante el sufrimiento ajeno, se hace solidaria.

En 1915 recibe la “medalla al valor”. Otras características humanas de su carácter brillaron en ese período: su amabilidad, paz, silencio, servicio y dominio de sí misma. Todo el mundo la quería. Dios ya estaba preparando su alma para un día reinar en ella.

El Momento de la Conversión

En el año 1921, tras la muerte de un amigo muy cercano, Edith decide acompañar a la viuda, Hedwig Conrad, que también es muy amiga suya. Edith pensaba que se iba a encontrar con una mujer totalmente desconsolada ante la pérdida de su esposo tan querido. La muerte le causaba siempre un impacto interior muy grande, porque le hacia sentir la urgencia de dar respuesta a los grandes interrogantes de la vida. En este momento de su vida, ya vivía interiormente una cierta kenósis, pues había experimentado el vacío de las aspiraciones de las ideas filosóficas. Éstas no eran capaces de llenar su alma, ni de calmar su deseo de una verdad más profunda, más completa. Reconocía que en ellas quedaban grandes vacíos y lagunas. Edith buscaba más. Fue por tanto de gran impacto para ella, encontrar que su amiga, no sólo no estaba desconsolada, sino que tenía una gran paz y gran fe en Dios. Viéndola, Edith deseaba conocer la fuente de esta paz y de esta fe.

Mientras estaba en casa de la viuda Conrad, Edith tiene acceso a leer la biografía de quien pasaría a ser su maestra de vida interior y su Madre Fundadora, Santa Teresa de Jesús. Una vez que lo comienza, Edith no pudo soltar el libro, sino que pasó toda la noche leyendo hasta terminarlo. Intelectual y lógica como era, leía y analizaba cada página hasta que finalmente su raciocinio se sometió a la gracia haciéndola pronunciar aquellas palabras desde su corazón femenino: “ésta es la verdad”. La fenomenóloga brillante quiere rendirse a la gracia, pero atraviesa crisis profundas. Crisis a las que su voluntad se resiste. Edith estudia incansablemente “los fenómenos” que se van sucediendo en su alma, se apasiona por “explicar” qué es lo que pasa sin lograrlo. Esto la lleva a tener un cansancio crónico pero que finalmente le muestra lo que es el poder de la gracia de Dios en el alma.

Ella misma escribe: “hay un estado de sosiego en Dios, de total relajación de toda actividad espiritual, en el que no se hacen planes ningunos, no se toman decisiones de ninguna clase y, sobre todo, no se actúa, sino que todo el porvenir se deja a la voluntad de Dios, se abandona uno totalmente al “destino”. Edith ha descubierto la verdad y se entrega: Seré Católica. Unos pocos meses más tarde, sin más, Edith entra en una Iglesia Católica, y después de la Santa Misa, busca al sacerdote en la sacristía y le comunica su deseo de ser bautizada. Ante el asombro del Padre y cuestionamiento de su preparación para recibir el sacramento y de ser iniciada en la Fe Católica, Edith responde simplemente: ‘Haga la prueba.” El día 1 de enero de 1922, Edith es bautizada Católica. Añade a su nombre el de Hedwig, en honor a su amiga quien fue instrumento en su conversión. Su bautismo es fuente de inmensas gracias.

Ella reconoce, admirablemente, que su inserción en el Cuerpo Místico de Cristo como Católica, lejos de robarle su identidad como Judía, más bien le da cumplimiento y un sentido más profundo. Al ser Católica se siente mas Judía; encuentra en Jesucristo el sentido de toda su fe y vida como Judía. Este doble aspecto, crea en Edith un corazón auténticamente reconciliador entre las dos religiones. Después de su bautismo emergió en ella, como fruto directo, la seguridad de su vocación a la vida religiosa. Ella misma escribía a su hermana Rosa en una ocasión: “Un cuerpo, pero mucho miembros. Un Espíritu, pero muchos dones. ¿Cuál es el lugar de cada uno? Ésta es la pregunta vocacional. La misma no puede ser contestada sólo en base de auto-examen y de un análisis de los posibles caminos. La solución debe ser pedida en la oración y en muchos casos debe ser buscada a través de la obediencia”. Es difícil a una mujer tan acostumbrada a la vida independiente y con la tenacidad de su carácter someterse a la obediencia. Pero en efecto, lo hizo.

Vida Apostólica

Edith deseaba entrar casi inmediatamente a la vida religiosa, pero el Padre que en ese momento la aconsejaba espiritualmente, reconociendo los dones extraordinarios que ella poseía, la disuade, considerando que aún tenía mucho bien que hacer por medio de sus actividades “en el mundo”. Así, Edith empieza un periodo de apostolado fecundo y de un alcance impresionante. Empieza a trabajar como maestra en la escuela de formación de maestras de las dominicas de Santa Magdalena. Aquí establece amistosas relaciones con varias profesoras y alumnas, amistades que durarán toda su vida. Además de sus clases, escribe, traduce, e imparte conferencias. Durante estos años realizó, además de otros trabajos menores, dos obras voluminosas: La traducción al alemán de las cartas y diarios del Cardenal Newman, y la traducción, en dos tomos, de las Cuestiones sobre la verdad de Santo Tomás de Aquino. Este se convertirá en base fundamental para sus obras filosóficas, escritas luego en el Carmelo. También durante esta época, da varias conferencias y programas radiales dentro y fuera de Alemania, siendo reconocida notablemente por sus colegas. Aún en medio de tanta actividad apostólica, Edith busca siempre que puede, sobre todo en Semana Santa, la soledad y la paz de la abadía benedictina de Beuron.

Su amor a la Liturgia de la Iglesia la lleva a pasar horas en la capilla y a celebrar las diferentes horas de oración junto con los benedictinos. Cuando más tarde debe escoger un nombre religioso, decide agregarse el nombre de Benedicta, en reconocimiento de las muchas gracias que recibió durante sus horas con la orden benedictina. En 1933, las situaciones políticas en Alemania van empeorando. El 1 de abril de 1933, el nuevo Gobierno nazi ordena a los profesores no-arios que abandonen “de forma espontánea”, sus profesiones. Aunque teme por la situación cada vez más precaria para los judíos, Edith y su director espiritual reconocen que, por esta eventualidad, no hay nada que ya le impida su entrada al Carmelo, lo cual ha sido su sueño mas constante durante los últimos 11 años. Y así, en el momento más fecundo de su profesión, Edith decide escuchar y acceder a la voz de su corazón, abrazando la vida religiosa.

La famosa y brillante conferencista católica renuncia al mundo y voluntariamente pasa a ser parte del anonimato por tanto tiempo anhelado. “¡Una verdadera locura!” ¿Cómo a alguien se le ocurre renunciar a la fama y al éxito de esa manera especialmente después de tanta lucha? Ella, que hubiera sido nombrada “Filósofa del siglo XX” si no se hubiese retirado… Pero Stein desapareció de la vida pública y la Orden del Carmelo abrió sus puertas a una de las grandes pensadoras de nuestra época. Su Familia En este momento, sería oportuno destacar lo que significa todo esto para la familia de Edith y sobre todo para su mamá. Más que su profesión, y más que su trabajo a favor de la mujer y sus derechos, fue la incomprensión de su mamá, lo que le causó un verdadero martirio interior a la santa. Para su madre, los actos de Edith constituían una traición familiar que no aceptaría jamás. Su madre, que nunca había comprendido su conversión al catolicismo, sufre un duro golpe con la nueva decisión de su hija más querida de entrar en la vida religiosa, y se niega a escuchar sus explicaciones. Edith abraza este profundo sufrimiento que traspasó su corazón, por seguir la voluntad de Dios, costara lo que costara.

Entrada al Convento de Colonia

El 15 de abril de 1934, toma el hábito carmelitano y cambia su nombre a Teresa Benedicta de la Cruz. Son muchos quienes traducen su nombre como Teresa “bendecida por la cruz”. Ella no ha tomado su nombre a la ligera; ha entendido bien que abrazar la vida religiosa no tiene otro fin que la entrega generosa del alma en la cruz, en unión con el Crucificado, para el bien de las almas. Ella escribe: “Mira hacia el Crucificado. Si estás unida a él, como una novia en el fiel cumplimiento de tus santos votos, es tu sangre y Su sangre preciosa las que se derraman. Unida a él, eres como el omnipresente. Con la fuerza de la Cruz, puede estar en todos los lugares de aflicción.” Y también: “Hay una vocación a sufrir con Cristo y por lo tanto a colaborar en su obra de redención. Si estamos unidos al Señor, entonces somos miembros del Cuerpo Místico de Cristo.

Todo sufrimiento llevado en unión con el Señor es un sufrimiento que da fruto porque forma parte de la gran obra de redención.” El 21 de abril de 1935, acabado el año de noviciado, hace su primera profesión religiosa y el 21 de abril de 1938, su profesión solemne. Es durante estos años que concluyó una de las más admirables y profundas de sus obras, no ya para brillar, sino para obedecer. Se trata de la gran obra titulada: “Ser Finito y Eterno”. En esta obra, Edith trata las preguntas mas existenciales del hombre; reconoce la sed infinita que posee el hombre de conocer la verdad y de experimentar su fruto, entendido desde la realidad de lo eterno y lo trascendental. Y así busca unir las dos fuentes que conducen al hombre al conocimiento de si mismo y de la verdad: la fe y la filosofía. Una vez mas, la situación de los judíos y de los que los acogen o apoyan empeora. Y ante la hostilidad creciente, sobre todo después de la famosa noche de los “Cristales Rotos” (entre el 9 y 10 de noviembre de 1938), Edith pide trasladarse del Carmelo de Colonia para evitar peligros a la comunidad. Es trasladada, –junto con su hermana Rosa, quien, después de la muerte de la mamá, se había convertido al Catolicismo como Edith y era una hermana lega de la comunidad- al Convento Carmelita de Holanda.

Es aquí donde Edith empieza a escribir, en 1941, su última y más ilustre obra: “La Ciencia de la Cruz”. Hecha por obediencia a sus superiores, más que una obra intelectual, es el fruto de su propio camino interior de inmolación y victimazgo en imitación al Cordero Inmolado. Teresa Benedicta de la Cruz ha deseado con todo su ser, dar respuesta a la vocación de la entrega total, hasta la Cruz. Entrega su propia vida a favor de los pecadores, y por la liberación de su pueblo, de la situación tan horrenda que viven bajo los nazis. El estar detrás de las puertas del Carmelo no ha acallado las voces del sufrimiento de su pueblo, ni del horror de la guerra. La Hermana Teresa está profundamente preocupada por la situación del pueblo judío en general, y ve en su entrega sacrificial la oportunidad de responder. Este deseo creciente del ofrecimiento de sí misma como víctima por su pueblo, por la conversión de Alemania y por la paz en el mundo, se hace cada vez más vivo. Su modo de apostolado se había transformado en el apostolado del sufrimiento. Ella escribe: “Yo hablaba (en una ocasión) con el Salvador y le decía que sabía que era su Cruz la que ahora había sido puesta sobre el pueblo judío. La mayoría no lo comprendían; mas aquellos que lo sabían, deberían echarla de buena gana sobre sí en nombre de todos. Al terminar el retiro, tenía la más firme persuasión de que había sido oída por el Señor. Pero dónde había de llevarme la Cruz, aún era desconocido para mí.” El pueblo sufría y la Hermana Teresa, por amor, desea sufrir con él. “El amor desea estar con el amado.”

Decidida en su vocación a la Cruz a favor de su pueblo y de los pecadores, la Hermana Teresa hace una petición por escrito a su Priora, pidiendo permiso para ofrecerse como víctima: “Querida Madre, permítame Vuestra Reverencia, el ofrecerme en holocausto al Corazón de Jesús para pedir la verdadera paz: que la potencia del Anticristo desaparezca sin necesidad de una nueva guerra mundial y que pueda ser instaurado un orden nuevo. Yo quiero hacerlo hoy porque ya es medianoche. Sé que no soy nada, pero Jesús lo quiere, y Él llamará aún a muchos más en estos días.” Como Católica, la Hermana Teresa, vive su realidad judía en plenitud. Es llamada a responder como respondió la Reina Ester a favor de su pueblo. Su función consiste en interceder con toda el alma y con una disposición total para conseguir lo que pide, incluso contando con la posible pérdida de la vida. Pero lo hace en total unión con el ofrecimiento del Divino Mesías. Quiere colaborar en lo que falta a la Pasión de Cristo.

Ella escribe: “Y es por eso que el Señor ha tomado mi vida por todos. Tengo que pensar continuamente en la Reina Ester que fue arrancada de su pueblo para interceder ante el rey por su pueblo. Yo soy una pobre e impotente pequeña Ester, pero el rey que me ha escogido es infinitamente grande y misericordioso. Esto es un gran consuelo.” En 1942 empiezan las deportaciones de judíos. Luteranos, calvinistas y católicos acuerdan leer el mismo día un texto conjunto de protesta en sus servicios religiosos. La Gestapo amenaza a todas las autoridades cristianas de Holanda con extender la orden de deportación a los judíos conversos a sus credos. Los calvinistas y los luteranos dan marcha atrás, pero Pío XII se mantiene firme. El texto de condena se lee en todas las iglesias católicas de Holanda. La venganza se cumple unos días mas tarde. Las SS invaden el convento del Carmelo de Echt y se llevan a dos monjas judías conversas: Edith y Rosa Stein. No era la primera vez que la Iglesia protestaba y sufría. Ya el día de la Pascua de 1939, la encíclica de Pío XI condenando duramente el nazismo, se había leído desde todos los púlpitos de Alemania. Muchos sacerdotes y católicos comprometidos habían sufrido graves consecuencias. Esta condena ocurrió antes que Francia e Inglaterra se decidieran contra Hitler. Esta vez las fuerzas Nazi de Ocupación, en retaliación por las declaraciones de los obispos católicos de Holanda en contra de las deportaciones de los judíos, declaran a todos los católicos-judíos “apartidas”. A la vista de los graves peligros que corren en Holanda, la comunidad del Carmelo comienza los trámites para que Edith y Rosa puedan emigrar a Suiza, pero los intentos no dan resultado.

El 2 de agosto del año 1942, miembros de la SS se presentan en el convento y apresan a la Hermana Teresa Benedicta de la Cruz y a su hermana Rosa para conducirlas al campo de concentración de Auschwitz. Al salir del convento, la Hermana Teresa cogió tranquilamente a su hermana de la mano y le dijo: “¡Ven, hagámoslo por nuestro pueblo!” Estas palabras eran eco de unas que había escrito mucho antes pero con la misma dedicación y determinación: “Yo sólo deseo que la muerte me encuentre en un lugar apartado, lejos de todo trato con los hombres, sin hermanos de hábito a quienes dirigir; sin alegrías que me consuelen, y atormentada de toda clase de penas y dolores. He querido que Dios me pruebe como a sierva, después de que Él ha probado en el trabajo la tenacidad de mi carácter; he querido que me visite en la enfermedad, como me ha tentado en la salud y la fuerza; he querido que me tentase en el oprobio, como lo ha hecho con el buen nombre que he tenido ante mis enemigos. Dígnate, Señor, coronar con el martirio la cabeza de tu indigna sierva.”

En la Cima de la Cruz
Al ser tomadas del Convento de Holanda, primero son trasladadas la Hermana Teresa y Rosa, al campo de concentración de Mersforrt.

A empujones y golpes de culata las metieron en barracones llenos de suciedad. Tenían que dormir sobre somieres de hierro sin colchón; a los servicios tenían que ir en grupo y las vigilaban mientras los utilizaban. Los hombres del SS se divertían colocando a las monjas contra la pared y apuntando hacia ellas los fusiles sin el seguro. En aquella horrible situación, una gran paz emanaba de Edith Stein. En la noche del 4 de agosto, obligaron de nuevo a los prisioneros a subir a los medios de transporte, llevándoles hacia el norte del país. Durante este traslado, eran muchos los que morían por las asfixia y otros se volvían locos por la desesperación. La caravana se detuvo en un lugar descampado, y entre bosques y prados, obligaron a las 1200 personas que llevaban a ir hacia el campo de Westerbork. Durante toda esta trayectoria horrenda, los prisioneros quedaban admirados ante la serenidad de Edith.

Algunos de los sobreviventes dan testimonio de la paz interior de la santa: “Las lamentaciones en el campamento, y el nerviosismo en los recién llegados, eran indescriptibles. Edith Stein iba de una parte a otra, entre las mujeres, consolando, ayudando, tranquilizando como un ángel. Muchas madres, a punto de enloquecer, no se habían ocupado de sus hijos durantes días. Edith se ocupaba inmediatamente de los pequeños, los lavaba, peinaba y les buscaba alimento.” Otro dice: “Había una monja que me llamó inmediatamente la atención y a la que jamás he podido olvidar, a pesar de los muchos episodios repugnantes de los que fui testigo allí. Aquella mujer, con una sonrisa que no era una simple máscara, iluminaba y daba calor. Yo tuve la certeza de que me hallaba ante una persona verdaderamente grande”.

En una conversación dijo ella: “El mundo está hecho de contradicciones; en último término nada quedará de estas contradicciones. Sólo el gran amor permanecerá. ¿Cómo podría ser de otra manera?” Y finalmente otro: “Tengo la impresión de que ella pensaba en el sufrimiento que preveía, no en su propio sufrimiento, –por eso estaba bastante tranquila, demasiado tranquila, diría yo–, sino en el sufrimiento que aguardaba a los demás. Cuando yo quiero imaginármela mentalmente sentada en el barracón, todo su porte externo despierta en mí la idea de una Pietá sin Cristo.” Después de varios tormentos y humillaciones indescriptibles, el 7 de agosto, apenas salido el sol, Edith y su hermana, junto con unos mil judíos, son trasladados una vez más. Su destino es Auschwitz. Llegan al campo de concentración el mismo 9 de agosto y los prisioneros son conducidos inmediatamente a la cámara de gas. Es ahí donde Edith encuentra la culminación de su ofrecimiento como Esposa de Cristo. Muere como mártir, ofreciéndose como holocausto para la salvación de las almas, por la liberación de su pueblo y por la conversión de Alemania.

Con la oración de un Padrenuestro en los labios, Edith da el sentido mas pleno a su vida, entregándose por todos, por amor… Sin duda podemos declarar que la vida de Teresa fue bendecida por la Cruz. Con su vida, la Hermana Teresa repite las palabras de su gran madre espiritual, Sta Teresa de Ávila: “No me arrepiento de haberme entregado al Amor.” Edith Stein fue canonizada como mártir en 1998 por el Papa Juan Pablo II, quien le dio el titulo de “mártir de amor”. En octubre de 1999, fue declarada co-patrona de Europa.

Su último testamento El telegrama que Edith había enviado a la Priora de Echt antes de ser llevada a Auschwitz, contenía esta declaración: “No se puede adquirir la ciencia de la Cruz más que sufriendo verdaderamente el peso de la cruz. Desde el primer instante he tenido la convicción íntima de ello y me he dicho desde el fondo de mi corazón: Salve, OH Cruz, mi única esperanza”.

Sta. Teresa Benedicta de la Cruz… Ruega por nosotros!

De los escritos espirituales de Santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein Weke, II. Band, Verborgenes Leben ‘Vida Escondida’ Freiburg-Basel-Wien 1987, S. 124-126) Ave Crux, spes unica “Te saludamos, Cruz santa, única esperanza nuestra” Así lo decimos en la Iglesia en el tiempo de Pasión, tiempo dedicado a la contemplación de los amargos sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo.

El mundo está en llamas: la lucha entre Cristo y el Anticristo ha comenzado abiertamente, por eso si te decides en favor de Cristo, ello puede acarrearte incluso el sacrificio de la vida. Contempla al Señor que ante ti cuelga del madero, porque ha sido obediente hasta la muerte de Cruz. Él vino al mundo no para hacer su voluntad, sino la del Padre. Si quieres ser la esposa del Crucificado debes renunciar totalmente a tu voluntad y no tener más aspiración que la de cumplir la voluntad de Dios.

Frente a ti el Redentor pende de la Cruz despojado y desnudo, porque ha escogido la pobreza. Quienquiera seguirlo debe renunciar a toda posesión terrena. Ponte delante del Señor que cuelga de la Cruz, con corazón quebrantado; Él ha vertido la sangre de su corazón con el fin de ganar el tuyo. Para poder imitarle en la santa castidad, tu corazón ha de vivir libre de toda aspiración terrena; Jesús crucificado debe ser el objeto de toda tu tendencia, de todo tu deseo, de todo tu pensamiento.

El mundo está en llamas: el incendio podría también propagarse a nuestra casa, pero por encima de todas las llamas se alza la cruz, incombustible. La cruz es el camino que conduce de la tierra al cielo. Quien se abraza a ella con fe, amor y esperanza se siente transportado a lo alto, hasta el seno de la Trinidad. El mundo está en llamas: ¿Deseas apagarlas? Contempla la cruz: del Corazón abierto brota la sangre del Redentor, sangre capaz de extinguir las mismas llamas del infierno. Mediante la fiel observancia de los votos, mantén tu corazón libre y abierto; entonces rebosarán sobre él los torrentes del amor divino, haciéndolo desbordar fecundamente hasta los confines de la tierra. Gracias al poder de la cruz puedes estar presente en todos los lugares del dolor a donde te lleve tu caridad compasiva, una caridad que dimana del Corazón Divino, y que te hace capaz de derramar en todas partes su preciosísima sangre para mitigar, salvar y redimir.

El Crucificado clava en ti los ojos interrogándote, interpelándote. ¿Quieres volver a pactar en serio con Él la alianza? Tú sólo tienes palabras de vida eterna. ¡Salve, Cruz, única esperanza! RESPONSORIO 1Co 1, 24b R. Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; * Pero para los llamados, judíos o griegos, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. V. El deseo de mi corazón y mi plegaria pidiendo su salvación suban hasta el Señor. * Pero para los llamados.

(http://www.corazones.org/santos/edith_stein.htm)

08 agosto, 2016

Santo Domingo de Guzmán







¡Oh!, Santo Domingo de Guzmán; vos, sois el hijo del Dios
de la vida, su amado santo y el asceta de Cristo, Señor
y Dios Nuestro, porque, con vuestra vida, vuestro amor y
entrega, os negasteis a vos mismo, para, en los más pobres
y desvalidos de vuestro tiempo crecer. Y, de aquél abrazo
con Francisco y sus estigmas, huellas de amor dejasteis:
“No puede ser que Cristo sufra hambre en los pobres, mientras
yo guarde en mi casa algo con lo cual podía socorrerlos”.
A menudo decíais vos. Vuestras armas para convertir: la
oración, la paciencia, la penitencia y horas incontables
para instruir a los ignorantes en religión eran. A vuestros
detractores os decíais: “Inútil es, tratar de convertir
a la gente con la violencia. La oración hace más efecto
que todas las armas guerreras. No crean que los oyentes
se van a conmover y a volver mejores porque nos ven muy
vestidos elegantemente. En cambio con la humildad sí se
ganan los corazones”. Fundasteis vuestra Comunidad de
predicadores, con diez y seis compañeros, a quienes
preparasteis y os enviasteis a predicar, y ella, un regalo
Dios fue, pues, a los pocos años de ponerla en marcha
vuestros conventos eran famosos y más de setenta, y
se hicieron conocidos las universidades de París y Bolonia.
Vos, disteis a vuestros religiosos normas que les han
hecho un inmenso bien por siglos: Primero contemplar, y
después enseñar. O sea: antes dedicar mucho tiempo y
muchos esfuerzos a estudiar y meditar las enseñanzas
de Jesucristo y de su Iglesia, y después sí, dedicarse a
predicar y catequizar con gran entusiasmo, propagando
las enseñanzas católicas todo el tiempo. Vos mismo, dabais
el ejemplo, donde quiera que llegabais. Cada año hacíais
varias cuaresmas ayunando a pan y agua. Y, dormíais sobre
duras tablas. Caminabais descalzo por caminos pedregosos
y por senderos cubiertos de nieve. Soportabais los más
terribles insultos sin responder ni una sola palabra.
Después de viaje, y empapado de agua, mientras los demás
se iban junto al fuego, vos os ibais a charlar con el Dios
de la vida. Cierto día, los enemigos os hicieron caminar
descalzos, por un sendero lleno de piedrecillas afiladas, y
vos exclamasteis: “la próxima predicación tendrá grandes
frutos, porque los hemos ganado con estos sufrimientos”.
Y, así fue. Sufríais muchas enfermedades, pero, seguíais
predicando y enseñando catecismo sin cansaros y, sin
desanimaros. La gente os veía siempre lleno de alegría y
de buen humor, gozoso y amable. Vuestros compañeros
decían de vos así: “De día nadie más comunicativo y alegre.
De noche, nadie más dedicado a la oración y a la meditación”.
Vuestros libros favoritos eran el Evangelio de San Mateo y
las Cartas de San Pablo. Poco antes de morir tuvieron que
prestaros un colchón porque no teníais. Mientras os rezaban
las oraciones por los agonizantes, y cuando os decían:
“Que todos los ángeles y santos salgan a recibirte”, vos,
dijisteis: “¡Qué hermoso, qué hermoso!” y expirasteis. Así,
voló vuestra alma al cielo, para recibir vuestro premio:
¡corona de luz! “Consagrado al Señor” eternamente, y, santo
fundador de los Padres Dominicos, que alumbran los rincones
de todo el orbe de la tierra. ¡San Francisco y Santo Domingo!
¡ Santo Domingo y San Francisco! Dos santos en uno, para el
reino eterno del Dios de la vida ¡Qué maravilla!¡Qué maravilla!
¡oh!, Santo Domingo de Guzmán, “viva predicación del Dios vivo”.


© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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8 de Agosto
Santo Domingo de Guzmán
Fundador de los Padres Dominicos
Año 1221


Domingo significa: “Consagrado al Señor”.
El fundador de los Padres Dominicos, que son ahora 6,800 en 680 casas en el mundo, nació en Caleruega, España, en 1171. Su madre, Juana de Aza, era una mujer admirable en virtudes y ha sido declarada Beata. Lo educó en la más estricta formación religiosa.

A los 14 años se fue a vivir con un tío sacerdote en Palencia en cuya casa trabajaba y estudiaba. La gente decía que en edad era un jovencito pero que en seriedad parecía un anciano. Su goce especial era leer libros religiosos, y hacer caridad a los pobres. Por aquel tiempo vino por la región una gran hambre y las gentes suplicaban alguna ayuda para sobrevivir. Domingo repartió en su casa todo lo que tenía y hasta el mobiliario. Luego, cuando ya no le quedaba nada más con qué ayudar a los hambrientos, vendió lo que más amaba y apreciaba, sus libros (que en ese tiempo eran copiados a mano y costosísimos y muy difíciles de conseguir) y con el precio de la venta ayudó a los menesterosos. A quienes lo criticaban por este desprendimiento, les decía: “No puede ser que Cristo sufra hambre en los pobres, mientras yo guarde en mi casa algo con lo cual podía socorrerlos”.

En un viaje que hizo, acompañando a su obispo por el sur de Francia, se dio cuenta de que los herejes habían invadido regiones enteras y estaban haciendo un gran mal a las almas. Y el método que los misioneros católicos estaban empleando era totalmente inadecuado. Los predicadores llegaban en carruajes elegantes, con ayudantes y secretarios, y se hospedaban en los mejores hoteles, y su vida no era ciertamente un modelo de la mejor santidad. Y así de esa manera las conversiones de herejes que conseguían, eran mínimas. Domingo se propuso un modo de misionar totalmente diferente.

Vio que a las gentes les impresionaba que el misionero fuera pobre como el pueblo. Que viviera una vida de verdadero buen ejemplo en todo. Y que se dedicara con todas sus energías a enseñarles la verdadera religión. Se consiguió un grupo de compañeros y con una vida de total pobreza, y con una santidad de conducta impresionante, empezaron a evangelizar con grandes éxitos apostólicos.

Sus armas para convertir eran la oración, la paciencia, la penitencia, y muchas horas dedicadas a instruir a los ignorantes en religión. Cuando algunos católicos trataron de acabar con los herejes por medio de las armas, o de atemorizarlos para que se convirtieran, les dijo: “Es inútil tratar de convertir a la gente con la violencia. La oración hace más efecto que todas las armas guerreras. No crean que los oyentes se van a conmover y a volver mejores por que nos ven muy elegantemente vestidos. En cambio con la humildad sí se ganan los corazones”.

Domingo llevaba ya diez años predicando al sur de Francia y convirtiendo herejes y enfervorizando católicos, y a su alrededor había reunido un grupo de predicadores que él mismo había ido organizando e instruyendo de la mejor manera posible. Entonces pensó en formar con ellos una comunidad de religiosos, y acompañado de su obispo consultó al Sumo Pontífice Inocencio III. Al principio el Pontífice estaba dudoso de si conceder o no el permiso para fundar la nueva comunidad religiosa. Pero dicen que en un sueño vio que el edificio de la Iglesia estaba ladeándose y con peligro de venirse abajo y que llegaban dos hombres, Santo Domingo y San Francisco, y le ponían el hombro y lo volvían a levantar. Después de esa visión ya el Papa no tuvo dudas en que sí debía aprobar las ideas de nuestro santo.

Y cuentan las antiguas tradiciones que Santo Domingo vio en sueños que la ira de Dios iba a enviar castigos sobre el mundo, pero que la Virgen Santísima señalaba a dos hombres que con sus obras iban a interceder ante Dios y lo calmaban. El uno era Domingo y el otro era un desconocido, vestido casi como un pordiosero. Y al día siguiente estando orando en el templo vio llegar al que vestía como un mendigo, y era nada menos que San Francisco de Asís. Nuestro santo lo abrazó y le dijo: “Los dos tenemos que trabajar muy unidos, para conseguir el Reino de Dios”. Y desde hace siglos ha existido la bella costumbre de que cada año, el día de la fiesta de San Francisco, los Padres dominicos van a los conventos de los franciscanos y celebran con ellos muy fraternalmente la fiesta, y el día de la fiesta de Santo Domingo, los padres franciscanos van a los conventos de los dominicos y hacen juntos una alegre celebración de buenos hermanos.

En agosto de 1216 fundó Santo Domingo su Comunidad de predicadores, con 16 compañeros que lo querían y le obedecían como al mejor de los padres. Ocho eran franceses, siete españoles y uno inglés. Los preparó de la mejor manera que le fue posible y los envió a predicar, y la nueva comunidad tuvo una bendición de Dios tan grande que a los pocos años ya los conventos de los dominicos eran más de setenta, y se hicieron famosos en las grandes universidades, especialmente en la de París y en la de Bolonia.

El gran fundador le dio a sus religiosos unas normas que les han hecho un bien inmenso por muchos siglos. Por ejemplo estas:

*Primero contemplar, y después enseñar. O sea: antes dedicar mucho tiempo y muchos esfuerzos a estudiar y meditar las enseñanzas de Jesucristo y de su Iglesia, y después sí dedicarse a predicar con todo el entusiasmo posible.

*Predicar siempre y en todas partes. Santo Domingo quiere que el oficio principalísimo de sus religiosos sea predicar, catequizar, tratar de propagar las enseñanzas católicas por todos los medios posibles. Y él mismo daba el ejemplo: donde quiera que llegaba empleaba la mayor parte de su tiempo en predicar y enseñar catecismo.

La experiencia le había demostrado que las almas se ganan con la caridad. Por eso todos los días pedía a Nuestro Señor la gracia de crecer en el amor hacia Dios y en la caridad hacia los demás y tener un gran deseo de salvar almas. Esto mismo recomendaba a sus discípulos que pidieran a Dios constantemente.

Los santos han dominado su cuerpo con unas mortificaciones que en muchos casos son más para admirar que para imitar. Recordemos algunas de las que hacía este hombre de Dios.
Cada año hacía varias cuaresmas, o sea, pasaba varias temporadas de a 40 días ayunando a pan y agua. Siempre dormía sobre duras tablas.

Caminaba descalzo por caminos irisados de piedras y por senderos cubiertos de nieve. No se colocaba nada en la cabeza ni para defenderse del sol, ni para guarecerse contra los aguaceros.
Soportaba los más terribles insultos sin responder ni una sola palabra.

Cuando llegaban de un viaje empapados por los terribles aguaceros mientras los demás se iban junto al fuego a calentarse un poco, el santo se iba al templo a rezar.

Un día en que por venganza los enemigos los hicieron caminar descalzos por un camino con demasiadas piedrecitas afiladas, el santo exclamaba: “la próxima predicación tendrá grandes frutos, porque los hemos ganado con estos sufrimientos”. Y así sucedió en verdad.

Sufría de muchas enfermedades, pero sin embargo seguía predicando y enseñando catecismo sin cansarse ni demostrar desánimo.

Era el hombre de la alegría, y del buen humor. La gente lo veía siempre con rostro alegre, gozoso y amable. Sus compañeros decían: “De día nadie más comunicativo y alegre. De noche, nadie más dedicado a la oración y a la meditación”. Pasaba noches enteras en oración. Era de pocas palabras cuando se hablaba de temas mundanos, pero cuando había que hablar de Nuestro Señor y de temas religiosos entonces sí que charlaba con verdadero entusiasmo.

Sus libros favoritos eran el Evangelio de San Mateo y las Cartas de San Pablo. Siempre los llevaba consigo para leerlos día por día y prácticamente se los sabía de memoria. A sus discípulos les recomendaba que no pasaran ningún día sin leer alguna página del Nuevo Testamento o del Antiguo.
Los que trataron con él afirmaban que estaban seguros de que este santo conservó siempre la inocencia bautismal y que no cometió jamás un pecado grave. Totalmente desgastado de tanto trabajar y sacrificarse por el Reino de Dios a principios de agosto del año 1221 se sintió falto de fuerzas, estando en Bolonia, la ciudad donde había vivido sus últimos años. Tuvieron que prestarle un colchón porque no tenía. Y el 6 de agosto de 1221, mientras le rezaban las oraciones por los agonizantes cuando le decían: “Que todos los ángeles y santos salgan a recibirte”, dijo: “¡Qué hermoso, qué hermoso!” y expiró.

A los 13 años de haber muerto, el Sumo Pontífice lo declaró santo y exclamó al proclamar el decreto de su canonización: “De la santidad de este hombre estoy tan seguro, como de la santidad de San Pedro y San Pablo”.

( http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Domingo_de_Guzmán.htm)

07 agosto, 2016

San Sixto Papa II, Mártir




¡Oh!, San Sixto Papa, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, que, mostrasteis
siempre, vuestro carácter de amor y de bondad.
Actuabais también como mediador de discordias
de la Iglesia de vuestro tiempo acertadamente,
y que, en práctica pusisteis la romana norma
de no re bautizar a los herejes e impíos. Con
el amor que os envolvía, los restos de San Pedro
y San Pablo, trasladasteis a su morada eterna.
Persecución y luego la muerte sufristeis, por
parte de los herejes, que, os obligaban a honores
rendir a paganos dioses. Así, un día, en que,
la liturgia celebrabais junto a vuestro pueblo
en un cementerio, capturado por una banda de
soldados y posteriormente decapitado sin juicio
sumario alguno fuisteis, junto a vuestros amados
diáconos Januarius, Vincentius, Magnus, Stephanus,
Felicissimus y Agapitus. Así, de cruenta manera,
vuestra santa vida terminó, volando vuestra alma
al cielo para coronada ser, con corona de luz,
como premio a vuestra fidelidad y entrega de amor.
“Cuando la espada,las pías entrañas de la Madre
traspasaba, aquí el obispo sepultado Sixto II
la doctrina enseñaba. Llegan de improviso soldados
y arrestan allí al sentado en cátedra, mientras
los fieles ofrecen sus cuellos a la guardia enviada.
Apenas el anciano supo que uno quiso arrebatarle
la palma del martirio, él mismo fue el primero
en ofrecerse y dar su cabeza a la espada, para que
así a ninguno pudiera herir una tan impaciente
rabia pagana. Cristo que distribuye los premios
de la vida, reconoció el mérito del anciano pastor,
defendiendo El mismo el resto de su grey”. Así,
en la pared derecha de la Cripta de los Papas, hasta
hoy se conservan, juntados, dos fragmentos originales
de un primer poema de San Dámaso, dedicado al
Papa Sixto II para celebrar su glorioso martirio;
¡oh!, San Sixto Papa, “vivo camino, verdad y vida”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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En la pared derecha de la Cripta de los Papas se conservan, juntados, dos fragmentos originales de un primer poema de San Dámaso, dedicado al Papa Sixto II para celebrar su glorioso martirio.
“Cuando la espada (persecución)
las pías entrañas de la Madre (Iglesia)
traspasaba, aquí el obispo sepultado (Sixto II)
la doctrina (las divinas Escrituras) enseñaba.
Llegan de improviso soldados y arrestan
allí al sentado en cátedra (la cátedra episcopal),
mientras los fieles ofrecen sus cuellos a la guardia enviada (es decir, intentan salvar al Papa a costa de su vida).
Apenas el anciano (obispo)
supo que uno quiso arrebatarle la palma (del martirio),
él mismo fue el primero en ofrecerse y dar su cabeza a la espada, para que así a ninguno pudiera herir una tan impaciente rabia (pagana).
Cristo que distribuye los premios de la vida, reconoció el mérito del pastor, defendiendo El mismo el resto de su grey”.
7 de Agosto

San Sixto II
Papa y mártir +258

Según el “Liber Pontificalis”, es de origen griego. Elegido el 31 de agosto, fue ordenado obispo de Roma el año 257.
De carácter bondadoso, solucionó las discordias que habían atormentado la Iglesia durante el reinado de Cornelio, Lucio y Esteban. Estableció la práctica romana de no re-bautizar a los herejes.
Efectuó la traslación de los restos de San Pedro y San Pablo. Durante el martirio de Cipriano empezó a pronunciarse la exclamación “Deo Grazias”.
Poco antes de su pontificado el emperador Valerio decretó un edicto que obligaba a los cristianos a participar en el culto nacional a los dioses paganos y les prohibía reunirse en los cementerios, amenazándolos con exilio o muerte. En agosto del 258 se recrudeció la persecución. Ver: Testimonio de S.Cipriano. Los obispos, sacerdotes y diáconos eran perseguidos a muerte.
Sixto II fue una de las primeras víctimas del edicto (“Xistum in cimiterio animadversum sciatis VIII. id. Augusti et cum eo diacones quattuor”—Cipriano, Ep. lxxx). Para escapar la vigilancia de las fuerzas imperiales, Sixto reunió a su pueblo el 6 de agosto en uno de los cementerios menos conocidos (Prætextatus), junto a la Vía Appia. Mientras celebraba la sagrada liturgia fue de repente arrestado por una banda de soldados y decapitado junto con cuatro de sus diáconos: Januarius, Vincentius, Magnus y Stephanus. Dos otros diáconos, Felicissimus y Agapitus fueron ejecutados el mismo día.
Murió el 6 de agosto, 258. Los cristianos transfirieron su cuerpo a la cripta papal en el cementerio de San Calixto.

06 agosto, 2016

La Transfiguración del Señor




 ¡Oh!, Transfiguración gloriosa del Señor. En aquel tiempo,
Vos, Dios de la Vida, os llevasteis a Pedro, Juan y Santiago,
y subisteis al monte a orar. Y, sucedió que, mientras orabais,
el aspecto de Vuestro rostro cambió, y Vuestros vestidos
tomaron una blancura fulgurante, y conversabais con Moisés
y Elías, ambos aparecían en gloria, y hablaban de Vuestra
partida que se cumpliría en Jerusalén. Pedro y sus compañeros
cargados estaban de sueño, pero permanecían despiertos, y
vieron Vuestra gloria y a los dos hombres que estaban con Vos.
Y os dijo Pedro:”Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a
hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra
para Elías”. Y vino una voz desde la nube, que decía: “Este
es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle”. Y, cuando la voz hubo
terminado, os encontrasteis solo. Ellos callaron y, por
aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
¡oh!, Divino Cristo Transfigurado, “Vivo Dios del Amor”.


© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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La Transfiguración
Lucas 9, 28-36

 La maravilla del amor de Dios lo vemos en su rostro transfigurado.

Por: Rafael Santos Varela
Fuente: Catholic.net


Del santo Evangelio según san Lucas 9, 28-36
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Y sucedió que, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías, sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle. Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.

Reflexión

No hay duda, todos somos capaces de distinguir la belleza de la creación, quedamos maravillados, deslumbrados ante un cielo estrellado, un atardecer.

De la misma manera nos impacta el testimonio de una buena obra, de un hombre santo, de un acto de heroísmo.

También es cierto que cuando algo sobrepasa nuestras capacidades quedamos atónitos, sin poder explicarlo o manifestarlo verbalmente, y, si lo hacemos, lo hacemos “más o menos”.

Sin embargo, el mundo se ha malacostumbrado a pedir milagros que pasen – según él- las líneas de lo meramente natural; quiere lo espectacular, quiere actos de magia, un atardecer o una noche estrellada ya no le dice nada.

Cuándo seremos capaces de saber que la maravilla del amor de Dios, su rostro transfigurado, se muestra en esas personas que saben decir siempre sí ante los retos actuales del cristianismo.

Ahora mismo debo hacerme la pregunta de si realmente contemplando lo maravilloso del rostro de Cristo, me puedo quedar con una actitud sólo de contemplación o de mero espectador, queriendo hacer “mi tiendita” para sentirme solamente “bien” y no ver lo que significa el contemplar el rostro de Cristo y querer el compromiso de llevarle a los demás.

(http://es.catholic.net/op/articulos/4997/la-transfiguracin.html)

05 agosto, 2016

Dedicación de la Basílica de Santa María




¡Oh!, Dedicación de la Basílica de Santa María,
alzada en el monte Esquilino, y que, Sixto III
Papa, al pueblo de Dios ofreció como recuerdo
del Concilio de Efeso, en el que, María Virgen,
saludada fue como Madre de Dios. Y, para alegría
nuestra se proclamó para siempre su Materna
Divinidad. “Santa María de las Nieves”, también
se llama, porque el sitio señalado quedó de modo
milagroso, con fuerte nevada en pleno verano,
para asombro de todos los hombres de entonces y
de hoy. Y, así, sois la iglesia más antigua Dedicada
en Occidente a Nuestra Señora, y uno de los templos
más visitados y admirados y de Mística llenos;
¡oh!; Viva Dedicación de la Basílica de Santa María.


© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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5 de Agosto
Dedicación de la Basílica de Santa María
Llamada También Santa María de las Nieves
Santa María La Mayor


Dedicación de la basílica de Santa María, en Roma, construida en el monte Esquilino, que el Papa Sixto III ofreció al pueblo de Dios como recuerdo del Concilio de Efeso, en el que la Virgen María fue saludada como Madre de Dios (c. 434).

Una vez que el Concilio de Éfeso, en el año 431, proclamó la maternidad divina de María, el Papa Sixto III erigió en Roma, sobre el monte Esquilino, una basílica dedicada a la Santa Madre de Dios. Recibe también el nombre de Santa María de las Nieves porque el sitio donde había de construirse quedó señalado de modo milagroso con una fuerte nevada en pleno verano.

Es la iglesia más antigua dedicada en Occidente a la Virgen María y uno de los templos más visitados de Roma y de toda la cristiandad.

(http://es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=450)

04 agosto, 2016

San Juan María Vianey





¡Oh!, San Juan María Vianey, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, conocido como “El Santo
Cura de Ars”. En vos, se ha cumplido lo que dijo San Pablo:
“Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo,
para confundir a los grandes”. Vos, campesino simple y
sencillo erais. Durante vuestra infancia la Revolución
Francesa estalló y sin tregua persiguió a la religión católica,
y, vos, y vuestra familia, asistíais de manera clandestina a
Misa, porque, pena de muerte había para los que practicaran
en público su religión. Vuestra primera comunión la hicisteis
a los trece años, a escondidas, en un pajar. Vos, deseabais
sacerdote ser, pero vuestro padre no, pues sus ovejas y
vuestro trabajo le interesaban más. Entonces, Napoléon os
reclutó para el ejército, pero por el camino, y, por entrar a
una iglesia a rezar, os perdisteis del grupo. Luego, volvisteis
a presentaros, pero en el viaje os enfermasteis y os llevaron
al hospital y cuando os repusisteis, los demás se habían ido.
Os ordenaron que fuerais por vuestra cuenta a alcanzar a
los otros, pero os encontrasteis con un hombre que os dijo:
“Sígame, que yo lo llevaré a donde debe ir”. Al llegar al
pueblo, os fuisteis a donde el alcalde y le contasteis vuestro
caso, pero el buen hombre, os escondió en su casa, y lo os
puso a dormir en un pajar, y así estuvisteis trabajando
un buen tiempo, cambiándoos de nombre. De pronto, Napoleón
un decreto dio, perdonando a los desertores y vos, pudisteis
volver a casa. Tratasteis de estudiar en el seminario pero,
vuestra memoria no os ayudaba: Los profesores exclamaban:
“Es muy buena persona, pero no sirve para estudiante no
no se le queda nada”. Y os echaron. Y, vos, os marchasteis hasta
hasta la tumba de San Francisco Regis, y le pedisteis ayuda
para poder estudiar. El Padre Balley, os acogió, se dispuso
hacer hasta lo imposible, para que vos fueseis sacerdote del Dios
Vivo. Un día el Obispo, preguntó por vos así: ¿El joven Vianey
es de buena conducta? Y respondió: “Es excelente persona.
Es un modelo de comportamiento. Es el seminarista menos
sabio, pero el más santo” “Pues si así es que sea ordenado
de sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que
tenga santidad, Dios suplirá lo demás”. Y así, ordenado
sacerdote fuisteis. Cuatro días después de vuestra ordenación,
San Juan Bosco nació. Los primeros tres años los pasasteis
como vice párroco del Padre Balley, vuestro amigo y admirador.
Unos sabiondos curas dijeron: “El Sr. Obispo lo ordenó
de sacerdote, pero ahora se va a encantar con él, porque ¿a
dónde lo va a enviar, para que haga un buen papel?”. Y os
enviaron a Ars. Vos, os propusisteis un método triple para
cambiar a vuestra feligresía: Rezar mucho, sacrificaros
lo más posible, y hablar fuerte y claro. ¿Qué en Ars casi
nadie iba a la Misa? Y, vos os dedicabais horas y más horas
a la oración ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué
el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos? Pues vos,
os dedicasteis a las más impresionantes penitencias para
convertirlos. Y, en este tiempo, solamente os alimentabais
cada día con unas pocas papas cocinadas. ¿Y, vuestros
sermones? Demoledores eran, pues los dirigís contra los vicios
de vuestros feligreses, y las trampas con las que el diablo
quería perderlos. Cuando vos, empezasteis a volveros famoso
las gentes os criticaban y, el Obispo un visitador envió a
que oyera vuestros sermones, y le diga que cualidades y
defectos tenían ellos. De regreso dio cuenta y el prelado
le preguntó: “¿Tienen algún defecto los sermones del Padre
Vianey? – Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son
muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero,
siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios,
la muerte, el juicio, el infierno y el cielo”. – ¿Y tienen
alguna cualidad estos sermones? – preguntó Monseñor-.
“Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven,
se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban
antes”. El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: “Por esa
última cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars
los otros tres defectos”. Estudiabais tres o más horas leyendo
y preparando vuestro sermón del domingo, luego escribíais.
Durante otras tres o más horas paseabais por el campo
recitándole vuestro sermón a los árboles y al ganado, para
tratar de aprenderlo. Después os arrodillabais por horas y
horas ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendando
al Señor lo que ibais a decir al pueblo. Y, sucedió muchas veces
que al empezar a predicar, os olvidabais todo lo que habíais
preparado, pero lo que le decíais al pueblo impresionantes
conversiones producía. El diablo os atacaba sin compasión
y os derribaba de la cama, y hasta trató de fuego prenderle
a vuestra habitación. Una vez os gritó: “¡Faldinegro odiado.
Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo
habría llevado al abismo!”. Pasabais doce horas diarias en el
confesionario durante el invierno y diez y seis en el verano.
A las doce de la noche os levantabais, luego hacíais sonar
la campana de la torre, abríais la iglesia y empezabais a
confesar. Poco después de las seis empezabais a los salmos
rezar y os preparabais para la Santa Misa. A las siete el
santo oficio celebrabais. En los últimos años el Obispo logró
que a las ocho de la mañana tomaseis una taza de leche.
De ocho a once confesabais mujeres. A las once dabais una clase
de catecismo. A las doce tomabais un ligero almuerzo. Os
bañabais, afeitabais, y os ibais de visitar a un instituto
para jóvenes pobres que vos costeabais con las limosnas.
De una y media hasta las seis seguíais confesando. Vuestros
consejos en la confesión eran muy breves. A muchos os leíais
los pecados en su pensamiento y les decíais los pecados
que se les habían quedado sin decir. Erais fuerte en combatir
la borrachera y otros vicios. En el confesionario sufríais mareos
y a ratos parecíais que os congelaríais de frío en el invierno, y
en el verano sudabais copiosamente. Decíais: “El confesionario
es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo”.
Pero, allí, ganasteis inumerables almas para el cielo eterno.
Por la noche leíais un rato, y a las ocho os acostabais,
para levantaros a las doce de la noche a seguir confesando.
Cuando llegasteis a Ars, solamente iba un hombre a Misa.
Cuando moristeis, solamente había un hombre en Ars que no
iba a misa y erais vos. Siempre os creíais un miserable
pecador. Jamás hablabais de vuestras obras o éxitos. A un
hombre que os insultó, le escribisteis una carta humildísima
perdón pidiéndole por todo, como si vos, hubieseis sido
quién hubiese ofendido al otro. El obispo os envió un distintivo
de canónigo, pero nunca os lo quisisteis poner. El gobierno
nacional os concedió una condecoración y tampoco os la
quisisteis poner. Decíais con humor: “Es el colmo: el gobierno
condecorando a un cobarde que desertó del ejército”. Y,
así, y luego de haber gastado en buena lid vuestra santa
vida, voló vuestra alma al cielo, para coronada ser con corona
del luz, como justo premio a vuestra entrega de amor y fe;
¡Oh!, San Juan María Vianey, “vivo Párroco del Dios de la Vida”.


© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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4 de Agosto
San Juan María Vianey
El Santo Cura de Ars
Párroco Año 1859



Santo Cura de Ars: Pide a Dios que nos envíe siempre buenos párrocos como tú.

Uno de los santos más populares en los últimos tiempos ha sido San Juan Vianey, llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo que dijo San Pablo: “Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir a los grandes”. Era un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público su religión. La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los sorprendían las autoridades.

Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además no era fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en guerra, Napoléon mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del grupo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás se habían ido. 

Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. “Sígame, que yo lo llevaré a donde debe ir”. Lo siguió y después de mucho caminar se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se encontraban totalmente lejos del batallón.

Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y Vianey pudo volver otra vez a su hogar.
Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: “Es muy buena persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada”. Y lo echaron. Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero adquirió valor para no dejarse desanimar por las dificultades.

El Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a Vianey. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba Pero su conducta era tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al sacerdocio.

Después de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado: negativa total a que fuera ordenado de sacerdote. Su gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio, que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr. Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianey es de buena conducta? – Ellos le repondieron: “Es excelente persona. Es un modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más santo” “Pues si así es – añadió el prelado – que sea ordenado de sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios suplirá lo demás”.

Y así el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran amigo y admirador.

Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: “El Sr. Obispo lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encantar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar, para que haga un buen papel?”. Y el 9 de febrero de 1818 fue envaido a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: “Las gentes de esta parroquia en lo único en que se diferecian de los ancianos, es en que … están bautizadas”. El pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí estará Juan Vianey de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo transformará todo.

El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes de su desarrapada parroquia:
-Rezar mucho.
-Sacrificarse lo más posible, y
-Hablar fuerte y duro.

¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos? Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas papas cocinadas.

Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el diablo quiere perderlos.

Cuando el Padre Vianey empieza a volverse famoso muchas gentes se dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones, y le diga que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve trayendo noticias malas y buenas. El prelado le pregunta: “¿Tienen algún defecto los sermones del Padre Vianey? – Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo”. – ¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones? – pregunta Monseñor-. “Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes”.

El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: “Por esa última cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos”. Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendándo al Señor lo que iba decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.
Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San Juan Vianey. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al ver cuantas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación . Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez le gritó: “Faldinegro odiado. Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo”.

Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jovenes dijeron que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianey. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los espantos diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor y decía: “Con el patas hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches”. Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.

Cuando concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: “Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para ese oficio”. Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que vale son las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que nos infla y nos llena de tonto orgullo.

Tenía que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes. Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianey. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había varios hoteles donde se hospedaban los que iban a confesarse.

A las 12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar los salmos de su devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la mañana se tomara una taza de leche.

De ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los oyentes. A las doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba con las limosnas que la gente había traido. Por la calle la gente lo rodeaba con gran veneración y le hacían consultas.

De una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la borrachera y otros vicios. En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: “El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo”. Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.

Por la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las doce de la noche y seguir confesando. Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.

En Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores. Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima pidiendole perdón por todo, como si el hubiera sido quién hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso colocar. Decía con humor: “Es el colmo: el gobierno condecorando a un cobarde que desertó del ejército”. Y Dios premió su humildad con admirables milagros. El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/juan_vianey_8_4.htm)