¡Oh!, Santa Teresa Benedicta de la Cruz, vos, sois
la hija del Dios de la vida, y su amada santa, que,
de nacimiento judía siendo, os abrazasteis de la Cruz
de Cristo, hasta convertiros en católica. Vos, que,
proveníais de profundas raíces ateas, escatimasteis
nunca esfuerzo alguno en la verdad, buscar. Y, la verdad,
se os presentó vistiendo la Orden de las Carmelitas
Descalzas. Siempre, resaltabais la unidad entre el
judaísmo y la fe católica de siempre, ambas unidas
al valor del sufrimiento. Servisteis en la la Cruz
Roja, como enfermera y decíais: “Ahora mi vida no me
pertenece. Todas mis energías están al servicio del
gran acontecimiento. Cuando termine la Guerra, si es
que vivo todavía, podré pensar de nuevo en mis asuntos
personales. Si los que están en las trincheras tienen
que sufrir calamidades, por qué he de ser yo una
privilegiada?”. “Ésta es la verdad”, exclamasteis,
después de leer a vuestra fundadora, Santa Teresa
de Jesús. Y, así la fenomenología, ante la gracia
se rindió para siempre. “Hay un estado de sosiego
en Dios, de total relajación de toda actividad
espiritual, en el que no se hacen planes ningunos,
no se toman decisiones de ninguna clase y, sobre
todo, no se actúa, sino que todo el porvenir se deja
a la voluntad de Dios, se abandona uno totalmente
al destino”. Y, vos, os entregasteis en cuerpo y
alma diciendo: “Seré Católica”. Y, lo fuiste. Y, os
bautizasteis para siempre. Y, entonces escribisteis:
“Mira hacia el Crucificado. Si estás unida a él,
como una novia en el fiel cumplimiento de tus santos
votos, es tu sangre y Su sangre preciosa las que
se derraman. Unida a Él, eres como el omnipresente.
Con la fuerza de la Cruz, puede estar en todos los
lugares de aflicción”. En “Ciencia de la Cruz”,
escribisteis que ella, es el camino interior seguro
de inmolación y victimazgo en imitación al Cordero
Inmolado. “Yo hablaba con el Salvador y le decía
que sabía que era su Cruz la que ahora había sido
puesta sobre el pueblo judío. La mayoría no lo
comprendían; mas aquellos que lo sabían, deberían
echarla de buena gana sobre sí en nombre de todos.
Al terminar el retiro, tenía la más firme persuasión
de que había sido oída por el Señor. Pero dónde
había de llevarme la Cruz, aún era desconocido
para mí”. “Yo sólo deseo que la muerte me encuentre
en un lugar apartado, lejos de todo trato con los
hombres, sin hermanos de hábito a quienes dirigir;
sin alegrías que me consuelen, y atormentada de toda
clase de penas y dolores. He querido que Dios me
pruebe como a sierva, después de que Él ha probado
en el trabajo la tenacidad de mi carácter; he querido
que me visite en la enfermedad, como me ha tentado
en la salud y la fuerza; he querido que me tentase
en el oprobio, como lo ha hecho con el buen nombre
que he tenido ante mis enemigos. Dígnate, Señor,
coronar con el martirio la cabeza de tu indigna sierva”.
Y, vos, os hicisteis mártir, para la salvación de
las almas, por la liberación de vuestro pueblo y por
la conversión de Alemania, repitiendo como vuestra
madre fundadora: “No me arrepiento de haberme entregado
al Amor”. “No se puede adquirir la ciencia de la Cruz
más que Sufriendo verdaderamente el peso de la cruz.
Desde el primer instante he tenido la convicción íntima
de ello y me he dicho desde el fondo de mi corazón:
Salve, Oh Cruz, mi única esperanza”. Y, así sucedió,
voló vuestra alma al cielo, para, coronada ser con
corona de luz, como premio a vuestra entrega de amor
increíble, fe, luz y esperanza. Co-patrona de toda Europa;
¡oh!, Santa Teresa de la Cruz, “viva mártir de Dios”.
© 2016 y Luis Ernesto Chacón Delgado
______________________________________
9 de Agosto
Santa Teresa Benedicta de la Cruz
Virgen y Mártir
(Edith Stein) Ver también sus escritos: Cartas y documentos -Ed. Monte Carmelo – “El Misterio de la Navidad” -Edith Stein- “Cruz: única esperanza”
Judía de nacimiento, abraza la fe católica ya siendo profesora de
universidad y reconocida filósofa. Entra en las Carmelitas descalzas y
muere víctima de los nazis en Aushwitz. Canonizada por Juan Pablo II el
11 de Octubre, 1998 Consideró su conversión a la fe católica como una
conversión también hacia una mas profunda identificación con su
identidad judía. Su testimonio ilustra dos temas inseparables: La unidad
entre el judaísmo y la fe católica y el valor del sufrimiento. “Sta.
Edith Stein vio en el holocausto un aspecto del sufrimiento expiatorio…
un valor redentivo para todo el mundo (y) un vínculo específico entre su
sacrificio y la gracia especial necesaria para propiciar la conversión
de los judíos” Salvation is from the Jews, de Roy Schoeman. La santa
murió con un grupo compuesto casi enteramente de judíos bautizados.
Nació el 12 de octubre de 1891, en la entonces ciudad alemana de Breslau
(hoy Wroclaw-capital de la Silesia, que pasó a pertenecer a Polonia
después de la Segunda Guerra Mundial).
Ella era la menor de los 11 hijos que tuvo el matrimonio Stein. Sus
padres, Sigfred y Auguste, dedicados al comercio, eran judíos. Él murió
antes de que Edith cumpliera los dos años, y su madre hubo de cargar con
la dirección del comercio y la educación de sus hijos. Edith escribió
de sí misma que de niña era muy sensible, dinámica, nerviosa e
irascible, pero que a los siete años ya empezó en ella a madurar un
temperamento reflexivo. Pronto se destacaría por su inteligencia y por
su capacidad de estar abierta a los problemas que la rodean. En plena
adolescencia deja la escuela y la religión porque no encuentra en ellas
sentido para la vida. Surgen sus grandes dudas existenciales sobre el
sentido de la vida del hombre en general, y se percata de la
discriminación que sufre la mujer. Desde ahí inicia su búsqueda,
motivada por un sólo principio: “estamos en el mundo para servir a la
humanidad”.
Fue una brillante estudiante de fenomenología, en la Universidad de
Gottiengen. Husserl la escoge antes que a Martín Heidegger (uno de los
filósofos más importantes del siglo XX) para ser su asistente de
cátedra. Como mujer, en la época de 1916 esto era un logro
impresionante. Partiendo de una personalidad marcada fuertemente por la
determinación, la tenacidad, terquedad y seguridad en sí misma, recibió
el título de Filosofía de la Universidad de Friburgo. Siendo una mujer
con una personalidad de alta tensión y fuertemente pasional, así como
totalmente racionalista y atea, en el fondo mismo de su corazón, la
semilla de la generosidad y servicio a la humanidad causaba un profundo
cuestionamiento existencial. Fue así que decidió enlistarse en la Cruz
Roja como enfermera durante la primera Guerra mundial. Sus palabras
fueron: “ahora mi vida no me pertenece. Todas mis energías están al
servicio del gran acontecimiento. Cuando termine la Guerra, si es que
vivo todavía, podré pensar de nuevo en mis asuntos personales. Si los
que están en las trincheras tienen que sufrir calamidades, porqué he de
ser yo una privilegiada?” Todo esto revela la búsqueda de un alma buena,
de un alma que en ese momento no conocía a Dios pero que, sin embargo,
ante el sufrimiento ajeno, se hace solidaria.
En 1915 recibe la “medalla al valor”. Otras características humanas
de su carácter brillaron en ese período: su amabilidad, paz, silencio,
servicio y dominio de sí misma. Todo el mundo la quería. Dios ya estaba
preparando su alma para un día reinar en ella.
El Momento de la Conversión
En el año 1921, tras la muerte de un amigo muy cercano, Edith decide
acompañar a la viuda, Hedwig Conrad, que también es muy amiga suya.
Edith pensaba que se iba a encontrar con una mujer totalmente
desconsolada ante la pérdida de su esposo tan querido. La muerte le
causaba siempre un impacto interior muy grande, porque le hacia sentir
la urgencia de dar respuesta a los grandes interrogantes de la vida. En
este momento de su vida, ya vivía interiormente una cierta kenósis, pues
había experimentado el vacío de las aspiraciones de las ideas
filosóficas. Éstas no eran capaces de llenar su alma, ni de calmar su
deseo de una verdad más profunda, más completa. Reconocía que en ellas
quedaban grandes vacíos y lagunas. Edith buscaba más. Fue por tanto de
gran impacto para ella, encontrar que su amiga, no sólo no estaba
desconsolada, sino que tenía una gran paz y gran fe en Dios. Viéndola,
Edith deseaba conocer la fuente de esta paz y de esta fe.
Mientras estaba en casa de la viuda Conrad, Edith tiene acceso a leer
la biografía de quien pasaría a ser su maestra de vida interior y su
Madre Fundadora, Santa Teresa de Jesús. Una vez que lo comienza, Edith
no pudo soltar el libro, sino que pasó toda la noche leyendo hasta
terminarlo. Intelectual y lógica como era, leía y analizaba cada página
hasta que finalmente su raciocinio se sometió a la gracia haciéndola
pronunciar aquellas palabras desde su corazón femenino: “ésta es la
verdad”. La fenomenóloga brillante quiere rendirse a la gracia, pero
atraviesa crisis profundas. Crisis a las que su voluntad se resiste.
Edith estudia incansablemente “los fenómenos” que se van sucediendo en
su alma, se apasiona por “explicar” qué es lo que pasa sin lograrlo.
Esto la lleva a tener un cansancio crónico pero que finalmente le
muestra lo que es el poder de la gracia de Dios en el alma.
Ella misma escribe: “hay un estado de sosiego en Dios, de total
relajación de toda actividad espiritual, en el que no se hacen planes
ningunos, no se toman decisiones de ninguna clase y, sobre todo, no se
actúa, sino que todo el porvenir se deja a la voluntad de Dios, se
abandona uno totalmente al “destino”. Edith ha descubierto la verdad y
se entrega: Seré Católica. Unos pocos meses más tarde, sin más, Edith
entra en una Iglesia Católica, y después de la Santa Misa, busca al
sacerdote en la sacristía y le comunica su deseo de ser bautizada. Ante
el asombro del Padre y cuestionamiento de su preparación para recibir el
sacramento y de ser iniciada en la Fe Católica, Edith responde
simplemente: ‘Haga la prueba.” El día 1 de enero de 1922, Edith es
bautizada Católica. Añade a su nombre el de Hedwig, en honor a su amiga
quien fue instrumento en su conversión. Su bautismo es fuente de
inmensas gracias.
Ella reconoce, admirablemente, que su inserción en el Cuerpo Místico
de Cristo como Católica, lejos de robarle su identidad como Judía, más
bien le da cumplimiento y un sentido más profundo. Al ser Católica se
siente mas Judía; encuentra en Jesucristo el sentido de toda su fe y
vida como Judía. Este doble aspecto, crea en Edith un corazón
auténticamente reconciliador entre las dos religiones. Después de su
bautismo emergió en ella, como fruto directo, la seguridad de su
vocación a la vida religiosa. Ella misma escribía a su hermana Rosa en
una ocasión: “Un cuerpo, pero mucho miembros. Un Espíritu, pero muchos
dones. ¿Cuál es el lugar de cada uno? Ésta es la pregunta vocacional. La
misma no puede ser contestada sólo en base de auto-examen y de un
análisis de los posibles caminos. La solución debe ser pedida en la
oración y en muchos casos debe ser buscada a través de la obediencia”.
Es difícil a una mujer tan acostumbrada a la vida independiente y con la
tenacidad de su carácter someterse a la obediencia. Pero en efecto, lo
hizo.
Vida Apostólica
Edith deseaba entrar casi inmediatamente a la vida religiosa, pero el
Padre que en ese momento la aconsejaba espiritualmente, reconociendo
los dones extraordinarios que ella poseía, la disuade, considerando que
aún tenía mucho bien que hacer por medio de sus actividades “en el
mundo”. Así, Edith empieza un periodo de apostolado fecundo y de un
alcance impresionante. Empieza a trabajar como maestra en la escuela de
formación de maestras de las dominicas de Santa Magdalena. Aquí
establece amistosas relaciones con varias profesoras y alumnas,
amistades que durarán toda su vida. Además de sus clases, escribe,
traduce, e imparte conferencias. Durante estos años realizó, además de
otros trabajos menores, dos obras voluminosas: La traducción al alemán
de las cartas y diarios del Cardenal Newman, y la traducción, en dos
tomos, de las Cuestiones sobre la verdad de Santo Tomás de Aquino. Este
se convertirá en base fundamental para sus obras filosóficas, escritas
luego en el Carmelo. También durante esta época, da varias conferencias y
programas radiales dentro y fuera de Alemania, siendo reconocida
notablemente por sus colegas. Aún en medio de tanta actividad
apostólica, Edith busca siempre que puede, sobre todo en Semana Santa,
la soledad y la paz de la abadía benedictina de Beuron.
Su amor a la Liturgia de la Iglesia la lleva a pasar horas en la
capilla y a celebrar las diferentes horas de oración junto con los
benedictinos. Cuando más tarde debe escoger un nombre religioso, decide
agregarse el nombre de Benedicta, en reconocimiento de las muchas
gracias que recibió durante sus horas con la orden benedictina. En 1933,
las situaciones políticas en Alemania van empeorando. El 1 de abril de
1933, el nuevo Gobierno nazi ordena a los profesores no-arios que
abandonen “de forma espontánea”, sus profesiones. Aunque teme por la
situación cada vez más precaria para los judíos, Edith y su director
espiritual reconocen que, por esta eventualidad, no hay nada que ya le
impida su entrada al Carmelo, lo cual ha sido su sueño mas constante
durante los últimos 11 años. Y así, en el momento más fecundo de su
profesión, Edith decide escuchar y acceder a la voz de su corazón,
abrazando la vida religiosa.
La famosa y brillante conferencista católica renuncia al mundo y
voluntariamente pasa a ser parte del anonimato por tanto tiempo
anhelado. “¡Una verdadera locura!” ¿Cómo a alguien se le ocurre
renunciar a la fama y al éxito de esa manera especialmente después de
tanta lucha? Ella, que hubiera sido nombrada “Filósofa del siglo XX” si
no se hubiese retirado… Pero Stein desapareció de la vida pública y la
Orden del Carmelo abrió sus puertas a una de las grandes pensadoras de
nuestra época. Su Familia En este momento, sería oportuno destacar lo
que significa todo esto para la familia de Edith y sobre todo para su
mamá. Más que su profesión, y más que su trabajo a favor de la mujer y
sus derechos, fue la incomprensión de su mamá, lo que le causó un
verdadero martirio interior a la santa. Para su madre, los actos de
Edith constituían una traición familiar que no aceptaría jamás. Su
madre, que nunca había comprendido su conversión al catolicismo, sufre
un duro golpe con la nueva decisión de su hija más querida de entrar en
la vida religiosa, y se niega a escuchar sus explicaciones. Edith abraza
este profundo sufrimiento que traspasó su corazón, por seguir la
voluntad de Dios, costara lo que costara.
Entrada al Convento de Colonia
El 15 de abril de 1934, toma el hábito carmelitano y cambia su nombre
a Teresa Benedicta de la Cruz. Son muchos quienes traducen su nombre
como Teresa “bendecida por la cruz”. Ella no ha tomado su nombre a la
ligera; ha entendido bien que abrazar la vida religiosa no tiene otro
fin que la entrega generosa del alma en la cruz, en unión con el
Crucificado, para el bien de las almas. Ella escribe: “Mira hacia el
Crucificado. Si estás unida a él, como una novia en el fiel cumplimiento
de tus santos votos, es tu sangre y Su sangre preciosa las que se
derraman. Unida a él, eres como el omnipresente. Con la fuerza de la
Cruz, puede estar en todos los lugares de aflicción.” Y también: “Hay
una vocación a sufrir con Cristo y por lo tanto a colaborar en su obra
de redención. Si estamos unidos al Señor, entonces somos miembros del
Cuerpo Místico de Cristo.
Todo sufrimiento llevado en unión con el Señor es un sufrimiento que
da fruto porque forma parte de la gran obra de redención.” El 21 de
abril de 1935, acabado el año de noviciado, hace su primera profesión
religiosa y el 21 de abril de 1938, su profesión solemne. Es durante
estos años que concluyó una de las más admirables y profundas de sus
obras, no ya para brillar, sino para obedecer. Se trata de la gran obra
titulada: “Ser Finito y Eterno”. En esta obra, Edith trata las preguntas
mas existenciales del hombre; reconoce la sed infinita que posee el
hombre de conocer la verdad y de experimentar su fruto, entendido desde
la realidad de lo eterno y lo trascendental. Y así busca unir las dos
fuentes que conducen al hombre al conocimiento de si mismo y de la
verdad: la fe y la filosofía. Una vez mas, la situación de los judíos y
de los que los acogen o apoyan empeora. Y ante la hostilidad creciente,
sobre todo después de la famosa noche de los “Cristales Rotos” (entre el
9 y 10 de noviembre de 1938), Edith pide trasladarse del Carmelo de
Colonia para evitar peligros a la comunidad. Es trasladada, –junto con
su hermana Rosa, quien, después de la muerte de la mamá, se había
convertido al Catolicismo como Edith y era una hermana lega de la
comunidad- al Convento Carmelita de Holanda.
Es aquí donde Edith empieza a escribir, en 1941, su última y más
ilustre obra: “La Ciencia de la Cruz”. Hecha por obediencia a sus
superiores, más que una obra intelectual, es el fruto de su propio
camino interior de inmolación y victimazgo en imitación al Cordero
Inmolado. Teresa Benedicta de la Cruz ha deseado con todo su ser, dar
respuesta a la vocación de la entrega total, hasta la Cruz. Entrega su
propia vida a favor de los pecadores, y por la liberación de su pueblo,
de la situación tan horrenda que viven bajo los nazis. El estar detrás
de las puertas del Carmelo no ha acallado las voces del sufrimiento de
su pueblo, ni del horror de la guerra. La Hermana Teresa está
profundamente preocupada por la situación del pueblo judío en general, y
ve en su entrega sacrificial la oportunidad de responder. Este deseo
creciente del ofrecimiento de sí misma como víctima por su pueblo, por
la conversión de Alemania y por la paz en el mundo, se hace cada vez más
vivo. Su modo de apostolado se había transformado en el apostolado del
sufrimiento. Ella escribe: “Yo hablaba (en una ocasión) con el Salvador y
le decía que sabía que era su Cruz la que ahora había sido puesta sobre
el pueblo judío. La mayoría no lo comprendían; mas aquellos que lo
sabían, deberían echarla de buena gana sobre sí en nombre de todos. Al
terminar el retiro, tenía la más firme persuasión de que había sido oída
por el Señor. Pero dónde había de llevarme la Cruz, aún era desconocido
para mí.” El pueblo sufría y la Hermana Teresa, por amor, desea sufrir
con él. “El amor desea estar con el amado.”
Decidida en su vocación a la Cruz a favor de su pueblo y de los
pecadores, la Hermana Teresa hace una petición por escrito a su Priora,
pidiendo permiso para ofrecerse como víctima: “Querida Madre, permítame
Vuestra Reverencia, el ofrecerme en holocausto al Corazón de Jesús para
pedir la verdadera paz: que la potencia del Anticristo desaparezca sin
necesidad de una nueva guerra mundial y que pueda ser instaurado un
orden nuevo. Yo quiero hacerlo hoy porque ya es medianoche. Sé que no
soy nada, pero Jesús lo quiere, y Él llamará aún a muchos más en estos
días.” Como Católica, la Hermana Teresa, vive su realidad judía en
plenitud. Es llamada a responder como respondió la Reina Ester a favor
de su pueblo. Su función consiste en interceder con toda el alma y con
una disposición total para conseguir lo que pide, incluso contando con
la posible pérdida de la vida. Pero lo hace en total unión con el
ofrecimiento del Divino Mesías. Quiere colaborar en lo que falta a la
Pasión de Cristo.
Ella escribe: “Y es por eso que el Señor ha tomado mi vida por todos.
Tengo que pensar continuamente en la Reina Ester que fue arrancada de
su pueblo para interceder ante el rey por su pueblo. Yo soy una pobre e
impotente pequeña Ester, pero el rey que me ha escogido es infinitamente
grande y misericordioso. Esto es un gran consuelo.” En 1942 empiezan
las deportaciones de judíos. Luteranos, calvinistas y católicos acuerdan
leer el mismo día un texto conjunto de protesta en sus servicios
religiosos. La Gestapo amenaza a todas las autoridades cristianas de
Holanda con extender la orden de deportación a los judíos conversos a
sus credos. Los calvinistas y los luteranos dan marcha atrás, pero Pío
XII se mantiene firme. El texto de condena se lee en todas las iglesias
católicas de Holanda. La venganza se cumple unos días mas tarde. Las SS
invaden el convento del Carmelo de Echt y se llevan a dos monjas judías
conversas: Edith y Rosa Stein. No era la primera vez que la Iglesia
protestaba y sufría. Ya el día de la Pascua de 1939, la encíclica de Pío
XI condenando duramente el nazismo, se había leído desde todos los
púlpitos de Alemania. Muchos sacerdotes y católicos comprometidos habían
sufrido graves consecuencias. Esta condena ocurrió antes que Francia e
Inglaterra se decidieran contra Hitler. Esta vez las fuerzas Nazi de
Ocupación, en retaliación por las declaraciones de los obispos católicos
de Holanda en contra de las deportaciones de los judíos, declaran a
todos los católicos-judíos “apartidas”. A la vista de los graves
peligros que corren en Holanda, la comunidad del Carmelo comienza los
trámites para que Edith y Rosa puedan emigrar a Suiza, pero los intentos
no dan resultado.
El 2 de agosto del año 1942, miembros de la SS se presentan en el
convento y apresan a la Hermana Teresa Benedicta de la Cruz y a su
hermana Rosa para conducirlas al campo de concentración de Auschwitz. Al
salir del convento, la Hermana Teresa cogió tranquilamente a su hermana
de la mano y le dijo: “¡Ven, hagámoslo por nuestro pueblo!” Estas
palabras eran eco de unas que había escrito mucho antes pero con la
misma dedicación y determinación: “Yo sólo deseo que la muerte me
encuentre en un lugar apartado, lejos de todo trato con los hombres, sin
hermanos de hábito a quienes dirigir; sin alegrías que me consuelen, y
atormentada de toda clase de penas y dolores. He querido que Dios me
pruebe como a sierva, después de que Él ha probado en el trabajo la
tenacidad de mi carácter; he querido que me visite en la enfermedad,
como me ha tentado en la salud y la fuerza; he querido que me tentase en
el oprobio, como lo ha hecho con el buen nombre que he tenido ante mis
enemigos. Dígnate, Señor, coronar con el martirio la cabeza de tu
indigna sierva.”
En la Cima de la Cruz
Al ser tomadas del Convento de Holanda, primero son trasladadas la
Hermana Teresa y Rosa, al campo de concentración de Mersforrt.
A empujones y golpes de culata las metieron en barracones llenos de
suciedad. Tenían que dormir sobre somieres de hierro sin colchón; a los
servicios tenían que ir en grupo y las vigilaban mientras los
utilizaban. Los hombres del SS se divertían colocando a las monjas
contra la pared y apuntando hacia ellas los fusiles sin el seguro. En
aquella horrible situación, una gran paz emanaba de Edith Stein. En la
noche del 4 de agosto, obligaron de nuevo a los prisioneros a subir a
los medios de transporte, llevándoles hacia el norte del país. Durante
este traslado, eran muchos los que morían por las asfixia y otros se
volvían locos por la desesperación. La caravana se detuvo en un lugar
descampado, y entre bosques y prados, obligaron a las 1200 personas que
llevaban a ir hacia el campo de Westerbork. Durante toda esta
trayectoria horrenda, los prisioneros quedaban admirados ante la
serenidad de Edith.
Algunos de los sobreviventes dan testimonio de la paz interior de la
santa: “Las lamentaciones en el campamento, y el nerviosismo en los
recién llegados, eran indescriptibles. Edith Stein iba de una parte a
otra, entre las mujeres, consolando, ayudando, tranquilizando como un
ángel. Muchas madres, a punto de enloquecer, no se habían ocupado de sus
hijos durantes días. Edith se ocupaba inmediatamente de los pequeños,
los lavaba, peinaba y les buscaba alimento.” Otro dice: “Había una monja
que me llamó inmediatamente la atención y a la que jamás he podido
olvidar, a pesar de los muchos episodios repugnantes de los que fui
testigo allí. Aquella mujer, con una sonrisa que no era una simple
máscara, iluminaba y daba calor. Yo tuve la certeza de que me hallaba
ante una persona verdaderamente grande”.
En una conversación dijo ella: “El mundo está hecho de
contradicciones; en último término nada quedará de estas
contradicciones. Sólo el gran amor permanecerá. ¿Cómo podría ser de otra
manera?” Y finalmente otro: “Tengo la impresión de que ella pensaba en
el sufrimiento que preveía, no en su propio sufrimiento, –por eso estaba
bastante tranquila, demasiado tranquila, diría yo–, sino en el
sufrimiento que aguardaba a los demás. Cuando yo quiero imaginármela
mentalmente sentada en el barracón, todo su porte externo despierta en
mí la idea de una Pietá sin Cristo.” Después de varios tormentos y
humillaciones indescriptibles, el 7 de agosto, apenas salido el sol,
Edith y su hermana, junto con unos mil judíos, son trasladados una vez
más. Su destino es Auschwitz. Llegan al campo de concentración el mismo 9
de agosto y los prisioneros son conducidos inmediatamente a la cámara
de gas. Es ahí donde Edith encuentra la culminación de su ofrecimiento
como Esposa de Cristo. Muere como mártir, ofreciéndose como holocausto
para la salvación de las almas, por la liberación de su pueblo y por la
conversión de Alemania.
Con la oración de un Padrenuestro en los labios, Edith da el sentido
mas pleno a su vida, entregándose por todos, por amor… Sin duda podemos
declarar que la vida de Teresa fue bendecida por la Cruz. Con su vida,
la Hermana Teresa repite las palabras de su gran madre espiritual, Sta
Teresa de Ávila: “No me arrepiento de haberme entregado al Amor.” Edith
Stein fue canonizada como mártir en 1998 por el Papa Juan Pablo II,
quien le dio el titulo de “mártir de amor”. En octubre de 1999, fue
declarada co-patrona de Europa.
Su último testamento El telegrama que Edith había enviado a la Priora
de Echt antes de ser llevada a Auschwitz, contenía esta declaración:
“No se puede adquirir la ciencia de la Cruz más que sufriendo
verdaderamente el peso de la cruz. Desde el primer instante he tenido la
convicción íntima de ello y me he dicho desde el fondo de mi corazón:
Salve, OH Cruz, mi única esperanza”.
Sta. Teresa Benedicta de la Cruz… Ruega por nosotros!
De los escritos espirituales de Santa Teresa Benedicta de
la Cruz (Edith Stein Weke, II. Band, Verborgenes Leben ‘Vida Escondida’
Freiburg-Basel-Wien 1987, S. 124-126) Ave Crux, spes unica “Te
saludamos, Cruz santa, única esperanza nuestra” Así lo decimos en la
Iglesia en el tiempo de Pasión, tiempo dedicado a la contemplación de
los amargos sufrimientos de Nuestro Señor Jesucristo.
El mundo está en llamas: la lucha entre Cristo y el Anticristo ha
comenzado abiertamente, por eso si te decides en favor de Cristo, ello
puede acarrearte incluso el sacrificio de la vida. Contempla al Señor
que ante ti cuelga del madero, porque ha sido obediente hasta la muerte
de Cruz. Él vino al mundo no para hacer su voluntad, sino la del Padre.
Si quieres ser la esposa del Crucificado debes renunciar totalmente a tu
voluntad y no tener más aspiración que la de cumplir la voluntad de
Dios.
Frente a ti el Redentor pende de la Cruz despojado y desnudo, porque
ha escogido la pobreza. Quienquiera seguirlo debe renunciar a toda
posesión terrena. Ponte delante del Señor que cuelga de la Cruz, con
corazón quebrantado; Él ha vertido la sangre de su corazón con el fin de
ganar el tuyo. Para poder imitarle en la santa castidad, tu corazón ha
de vivir libre de toda aspiración terrena; Jesús crucificado debe ser el
objeto de toda tu tendencia, de todo tu deseo, de todo tu pensamiento.
El mundo está en llamas: el incendio podría también propagarse a
nuestra casa, pero por encima de todas las llamas se alza la cruz,
incombustible. La cruz es el camino que conduce de la tierra al cielo.
Quien se abraza a ella con fe, amor y esperanza se siente transportado a
lo alto, hasta el seno de la Trinidad. El mundo está en llamas: ¿Deseas
apagarlas? Contempla la cruz: del Corazón abierto brota la sangre del
Redentor, sangre capaz de extinguir las mismas llamas del infierno.
Mediante la fiel observancia de los votos, mantén tu corazón libre y
abierto; entonces rebosarán sobre él los torrentes del amor divino,
haciéndolo desbordar fecundamente hasta los confines de la tierra.
Gracias al poder de la cruz puedes estar presente en todos los lugares
del dolor a donde te lleve tu caridad compasiva, una caridad que dimana
del Corazón Divino, y que te hace capaz de derramar en todas partes su
preciosísima sangre para mitigar, salvar y redimir.
El Crucificado clava en ti los ojos interrogándote, interpelándote.
¿Quieres volver a pactar en serio con Él la alianza? Tú sólo tienes
palabras de vida eterna. ¡Salve, Cruz, única esperanza! RESPONSORIO 1Co
1, 24b R. Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los
judíos, necedad para los gentiles; * Pero para los llamados, judíos o
griegos, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. V. El
deseo de mi corazón y mi plegaria pidiendo su salvación suban hasta el
Señor. * Pero para los llamados.
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