11 octubre, 2018

San Juan XXIII, CCLXI Papa

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¡Oh!; San Juan XXIII, vos, sois, el hijo del Dios de la vida,
su Papa y amado santo, que, desde siempre el llamado de Dios
sentisteis, tanto que, abrazasteis jubiloso la “Regla de la
Orden franciscana seglar”, como vuestro camino, que, aunque
no del todo fácil, al cielo os dirigió inexorablemente. La
gente, os conoció como el “Papa bueno”. Vuestro “Diario del
alma”, un dulce y amoroso testimonio esa de vuestra reflexión
espiritual, donde reflejáis el sustento de San Carlos Borromeo,
San Francisco de Sales y San Gregorio Barbarigo. Vuestro lema
“Obediencia y paz”, marcó todo vuestro magisterio y vida, a
la par de vuestras humanas dotes humanas de solicitud y caridad.
Y, Jesús, nunca os dejó y por el contrario, os fortalecía y
os daba cada día confianza plena en SU Cruz. Ortodoxos y
musulmanes, os admiran hasta hoy, por vuestra tolerancia y tino.
En plena guerra, noticias dabais sobre los prisioneros y
vuestras manos salvaron a cientos de judíos perseguidos.
Buscasteis siempre la sencillez evangélica, animado por una
piedad sincera, dedicado todos los días, a la oración y a
la meditación. Pastor sabio y resuelto, siempre a imitación
de los santos, a quienes venerabais, reflejo siendo de nuestro
“Buen Pastor”. Manso y atento; emprendedor y valiente; sencillo
y cordial. Nunca de practicar dejasteis de lado las obras
de misericordia, tanto corporales, como espirituales, visitando
a los encarcelados y a los enfermos. Recibíais a hombres
de todas las naciones y creencias, y cultivabais un especial
sentimiento de paternidad hacia todos. Vuestro magisterio,
con vuestras encíclicas “Pacem in terris” y “Mater et magistra”,
son un legado eterno de vuestro corazón y amor por la humanidad.
Por todo ello, Dios os coronó con corona de luz y eternidad,
como justo premio a vuestra entrega increíble de amor y fe;
¡oh!; San Juan XXIII, “viva obediencia y paz del Cristo vivo”.


© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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11 Octubre
San Juan XXIII
CCLXI Papa. 

Nació en el seno de una numerosa familia campesina, de profunda raigambre cristiana. Pronto ingresó en el Seminario, donde profesó la Regla de la Orden franciscana seglar. Ordenado sacerdote, trabajó en su diócesis hasta que, en 1921, se puso al servicio de la Santa Sede. En 1958 fue elegido Papa, y sus cualidades humanas y cristianas le valieron el nombre de “papa bueno”. Juan Pablo II lo beatificó el año 2000 y estableció que su fiesta se celebre el 11 de octubre.

Nació el día 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis y provincia de Bérgamo (Italia). Ese mismo día fue bautizado, con el nombre de Ángelo Giuseppe. Fue el cuarto de trece hermanos. Su familia vivía del trabajo del campo. La vida de la familia Roncalli era de tipo patriarcal. A su tío Zaverio, padrino de bautismo, atribuirá él mismo su primera y fundamental formación religiosa. El clima religioso de la familia y la fervorosa vida parroquial, fueron la primera y fundamental escuela de vida cristiana, que marcó la fisonomía espiritual de Ángelo Roncalli.

Recibió la confirmación y la primera comunión en 1889 y, en 1892, ingresó en el seminario de Bérgamo, donde estudió hasta el segundo año de teología. Allí empezó a redactar sus apuntes espirituales, que escribiría hasta el fin de sus días y que han sido recogidos en el «Diario del alma». El 1 de marzo de 1896 el director espiritual del seminario de Bérgamo lo admitió en la Orden franciscana seglar, cuya Regla profesó el 23 de mayo de 1897.

De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio seminario romano, gracias a una beca de la diócesis de Bérgamo. En este tiempo hizo, además, un año de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904, en Roma. En 1905 fue nombrado secretario del nuevo obispo de Bérgamo, Mons. Giácomo María Radini Tedeschi. Desempeñó este cargo hasta 1914, acompañando al obispo en las visitas pastorales y colaborando en múltiples iniciativas apostólicas: sínodo, redacción del boletín diocesano, peregrinaciones, obras sociales. A la vez era profesor de historia, patrología y apologética en el seminario, asistente de la Acción católica femenina, colaborador en el diario católico de Bérgamo y predicador muy solicitado por su elocuencia elegante, profunda y eficaz.

En aquellos años, además, ahondó en el estudio de tres grandes pastores: san Carlos Borromeo (de quien publicó las Actas de la visita apostólica realizada a la diócesis de Bérgamo en 1575), san Francisco de Sales y el entonces beato Gregorio Barbarigo. Tras la muerte de Mons. Radini Tedeschi, en 1914, don Ángelo prosiguió su ministerio sacerdotal dedicado a la docencia en el seminario y al apostolado, sobre todo entre los miembros de las asociaciones católicas.

En 1915, cuando Italia entró en guerra, fue llamado como sargento sanitario y nombrado capellán militar de los soldados heridos que regresaban del frente. Al final de la guerra abrió la «Casa del estudiante» y trabajó en la pastoral de estudiantes. En 1919 fue nombrado director espiritual del seminario.

En 1921 empezó la segunda parte de la vida de don Ángelo Roncalli, dedicada al servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por Benedicto XV como presidente para Italia del Consejo central de las Obras pontificias para la Propagación de la fe, recorrió muchas diócesis de Italia organizando círculos de misiones. En 1925 Pío XI lo nombró visitador apostólico para Bulgaria y lo elevó al episcopado asignándole la sede titular de Areópoli. Su lema episcopal, programa que lo acompañó durante toda la vida, era: «Obediencia y paz».

Tras su consagración episcopal, que tuvo lugar el 19 de marzo de 1925 en Roma, inició su ministerio en Bulgaria, donde permaneció hasta 1935. Visitó las comunidades católicas y cultivó relaciones respetuosas con las demás comunidades cristianas. Actuó con gran solicitud y caridad, aliviando los sufrimientos causados por el terremoto de 1928. Sobrellevó en silencio las incomprensiones y dificultades de un ministerio marcado por la táctica pastoral de pequeños pasos. Afianzó su confianza en Jesús crucificado y su entrega a él.

En 1935 fue nombrado delegado apostólico en Turquía y Grecia. Era un vasto campo de trabajo. La Iglesia católica tenía una presencia activa en muchos ámbitos de la joven república, que se estaba renovando y organizando. Mons. Roncalli trabajó con intensidad al servicio de los católicos y destacó por su diálogo y talante respetuoso con los ortodoxos y con los musulmanes. Cuando estalló la segunda guerra mundial se hallaba en Grecia, que quedó devastada por los combates. Procuró dar noticias sobre los prisioneros de guerra y salvó a muchos judíos con el «visado de tránsito» de la delegación apostólica. En diciembre de 1944 Pío XII lo nombró nuncio apostólico en París.

Durante los últimos meses del conflicto mundial, y una vez restablecida la paz, ayudó a los prisioneros de guerra y trabajó en la normalización de la vida eclesiástica en Francia. Visitó los grandes santuarios franceses y participó en las fiestas populares y en las manifestaciones religiosas más significativas. Fue un observador atento, prudente y lleno de confianza en las nuevas iniciativas pastorales del episcopado y del clero de Francia. Se distinguió siempre por su búsqueda de la sencillez evangélica, incluso en los asuntos diplomáticos más intrincados. Procuró actuar como sacerdote en todas las situaciones. Animado por una piedad sincera, dedicaba todos los días largo tiempo a la oración y la meditación.

En 1953 fue creado cardenal y enviado a Venecia como patriarca. Fue un pastor sabio y resuelto, a ejemplo de los santos a quienes siempre había venerado, como san Lorenzo Giustiniani, primer patriarca de Venecia.

Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan XXIII. Su pontificado, que duró menos de cinco años, lo presentó al mundo como una auténtica imagen del buen Pastor. Manso y atento, emprendedor y valiente, sencillo y cordial, practicó cristianamente las obras de misericordia corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos, recibiendo a hombres de todas las naciones y creencias, y cultivando un exquisito sentimiento de paternidad hacia todos. Su magisterio, sobre todo sus encíclicas «Pacem in terris» y «Mater et magistra», fue muy apreciado.

Convocó el Sínodo romano, instituyó una Comisión para la revisión del Código de derecho canónico y convocó el Concilio ecuménico Vaticano II. Visitó muchas parroquias de su diócesis de Roma, sobre todo las de los barrios nuevos. La gente vio en él un reflejo de la bondad de Dios y lo llamó «el Papa de la bondad». Lo sostenía un profundo espíritu de oración. Su persona, iniciadora de una gran renovación en la Iglesia, irradiaba la paz propia de quien confía siempre en el Señor. Falleció la tarde del 3 de junio de 1963.

Juan Pablo II lo beatificó el 3 de septiembre del año 2000, y estableció que su fiesta se celebre el 11 de octubre, recordando así que Juan XXIII inauguró solemnemente el Concilio Vaticano II el 11 de octubre de 1962.

(http://www.es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=13262)

10 octubre, 2018

San Daniel Comboni

 
 
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 ¡Oh!, San Daniel Comboni, vos, sois el hijo del Dios de la vida
y su amado santo, y, el que el “Instituto para las Misiones en África”,
fundasteis, y elegido como su obispo, os entregasteis al servicio
de Dios, predicando el Evangelio y por la dignidad humana trabajando,
haciéndola respetar. Se os considera como el primer Obispo del África
central y uno de los grandes misioneros de la historia de la Iglesia.
Al África marchasteis con la bendición de vuestra madre Doménica,
quien os dijo antes de partir: “Vete, y que el Señor te bendiga”.
Clima insoportable, enfermedades, muerte de jóvenes y compañeros
misioneros y pobreza de la gente os empujaron hacia adelante
y a no renunciar. “Tendremos que fatigarnos, sudar, morir; pero al
pensar que se suda y se muere por amor de Jesucristo y la salvación
de las almas abandonadas de este mundo, encuentro el consuelo
para no desistir en esta gran empresa. ¡África o muerte!”; a vuestros
padres le contabais. Ante la tumba de San Pedro, en Roma, vuestro
“Plan para la regeneración de África” redactasteis y que consistía
en “Salvar África por medio de África”. Vuestro amor y confianza
en el Señor, os llevaron a fundar dos Institutos misioneros, masculino
y femenino, que más se llamaron “Misioneros Combonianos y Misioneras
Combonianas”. Participasteis en el “Concilio Vaticano I”, consiguiendo
se firmara vuestra petición: “Postulatum pro Nigris Africæ Centralis”.
Tomasteis “como fiel y amada esposa”, a la Cruz Santa, que nunca os
abandonó. Y, cuando os ibais de este mundo, rodeado de vuestra
gente, dijisteis: “Yo muero pero mi obra, no morirá”. ¡Palabras ciertas
y cabales! Y, así, y luego de gastar vuestra vida en buena lid,
entregasteis vuestra alma a Dios, para coronada ser con corona,
de luz, como premio justo a vuestro grande amor y fe. ¡Aleluya !
¡Oh!, San Daniel Comboni, “Vivo y fiel Apóstol del África Central”.
 

© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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10 de Octubfre
San Daniel Comboni
Fundador de los Misioneros Combonianos
Santo Obispo


Autor: Vaticano | Fuente: Vatican.va

Martirologio Romano: En Khartum, en Sudán, san Daniel Comboni, obispo, que fundó el Instituto para las Misiones en África (Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús), y tras ser elegido obispo en ese continente, se entregó sin reservas y predicó el Evangelio por aquellas regiones, trabajando también por hacer respetar la dignidad humana. († 1881)

Daniel Comboni, hijo de campesinos pobres, llegó a ser el primer Obispo de Africa Central y uno de los más grandes misioneros de la historia de la Iglesia.

La vida de Comboni nos muestra que, cuando Dios interviene y encuentra una persona generosa y disponible, se realizan grandes cosas.

Hijo único: padres santos
Daniel Comboni nace en Limone sul Garda (Brescia, Italia) el 15 de marzo de 1831, en una familia de campesinos al servicio de un rico señor de la zona. Su padre Luigi y su madre Domenica se sienten muy unidos a Daniel, que es el cuarto de ocho hijos, muertos casi todos ellos en edad temprana. Ellos tres forman una familia unida, de fe profunda y rica de valores humanos, pero pobre de medios materiales. La pobreza de la familia empuja a Daniel a dejar el pueblo para ir a la escuela a Verona, en el Instituto fundado por el sacerdote don Nicola Mazza para jóvenes prometedores pero sin recursos.

Durante estos años pasados en Verona Daniel descubre su vocación sacerdotal, cursa los estudios de filosofía y teología y, sobre todo, se abre a la misión de Africa Central, atraído por el testimonio de los primeros misioneros del Instituto Mazza que vuelven del continente africano. En 1854, Daniel Comboni es ordenado sacerdote y tres años después parte para la misión de Africa junto a otros cinco misioneros del Istituto Mazza, con la bendición de su madre Domenica que llega a decir: «Vete, Daniel, y que el Señor te bendiga».

En el corazón de Africa: con Africa en el corazón
Después de cuatro meses de viaje, el grupo de misioneros del que forma parte Comboni llega a Jartum, la capital de Sudán. El impacto con la realidad Africana es muy fuerte. Daniel se da cuenta en seguida de las dificultades que la nueva misión comporta. Fatigas, clima insoportable, enfermedades, muerte de numerosos y jóvenes compañeros misioneros, pobreza de la gente abandonada a si misma, todo ello empuja a Comboni a ir hacia adelante y a no aflojar en la tarea que ha iniciado con tanto entusiasmo. Desde la misión de Santa Cruz escribe a sus padres: «Tendremos que fatigarnos, sudar, morir; pero al pensar que se suda y se muere por amor de Jesucristo y la salvación de las almas más abandonadas de este mundo, encuentro el consuelo necesario para no desistir en esta gran empresa».
Asistiendo a la muerte de un joven compañero misionero, Comboni no se desanima y se siente confirmado en la decisión de continuar su misión: «Africa o muerte!».

Cuando regresa a Italia, el recuerdo de Africa y de sus gentes empujan a Comboni a preparar una nueva estrategia misionera. En 1864, recogido en oración sobre la tumba de San Pedro en Roma, Daniel tiene una fulgurante intuición que lo lleva a elaborar su famoso «Plan para la regeneración de Africa», un proyecto misionero que puede resumirse en la expresión «Salvar Africa por medio de Africa», fruto de su ilimitada confianza en las capacidades humanas y religiosas de los pueblos africanos.

Un Obispo misionero original
En medio de muchas dificultades e incomprensiones, Daniel Comboni intuye que la sociedad europea y la Iglesia deben tomarse más en serio la misión de Africa Central. Para lograrlo se dedica con todas sus fuerzas a la animación misionera por toda Europa, pidiendo ayudas espirituales y materiales para la misión africana tanto a reyes, obispos y señores como a la gente sencilla y pobre. Y funda una revista misionera, la primera en Italia, como instrumento de animación misionera.

Su inquebrantable confianza en el Señor y su amor a Africa llevan a Comboni a fundar en 1867 y en 1872 dos Institutos misioneros, masculino y femenino respectivamente; más tarde sus miembros se llamarán Misioneros Combonianos y Misioneras Combonianas.

Como teólogo del Obispo de Verona participa en el Concilio Vaticano I, consiguiendo que 70 obispos firmen una petición en favor de la evangelización de Africa Central (Postulatum pro Nigris Africæ Centralis).

El 2 de julio de 1877, Comboni es nombrado Vicario Apostólico de Africa Central y consagrado Obispo un mes más tarde. Este nombramiento confirma que sus ideas y sus acciones, que muchos consideran arriesgadas e incluso ilusorias, son eficaces para el anuncio del Evangelio y la liberación del continente africano.

Durante los años 1877-1878, Comboni sufre en el cuerpo y en el espíritu, junto con sus misioneros y misioneras, las consecuencias de una sequía sin precedentes en Sudán, que diezma la población local, agota al personal misionero y bloquea la actividad evangelizadora.

La cruz como «amiga y esposa»
En 1880 Comboni vuelve a Africa por octava y última vez, para estar al lado de sus misioneros y misioneras, con el entusiasmo de siempre y decidido a continuar la lucha contra la esclavitud y a consolidar la actividad misionera. Un año más tarde, puesto a prueba por el cansancio, la muerte reciente de varios de sus colaboradores y la amargura causada por acusaciones infundadas, Comboni cae enfermo. El 10 de octubre de 1881, a los 50 años de edad, marcado por la cruz que nunca lo ha abandonado «como fiel y amada esposa», muere en Jartum, en medio de su gente, consciente de que su obra misionera no morirá. «Yo muero –exclama– pero mi obra, no morirá».

Comboni acertó. Su obra no ha muerto. Como todas las grandes realidades que « nacen al pie de la cruz », sigue viva gracias al don que de la propia vida han hecho y hacen tantos hombres y mujeres que han querido seguir a Comboni por el camino difícil y fascinante de la misión entre los pueblos más pobres en la fe y más abandonados de la solidaridad de los hombres.

Fechas más importantes
— Daniel Comboni nace en Limone sul Garda (Brescia, Italia) el 15 de marzo de 1831.
— Consagra su vida a Africa en 1849, realizando un proyecto que lo lleva a arriesgar la vida varias veces en las difíciles expediciones misioneras desde 1857, que es cuando va por primera vez a Africa.
— El 31 de diciembre de 1854, año en que se proclama el dogma de la Inmaculada Concepción de María, es ordenado sacerdote por el Beato Juan Nepomuceno Tschiderer, Obispo de Trento.

— En 1864 escribe un Plan fundado sobre la idea de « salvar Africa por medio de Africa », que demuestra la confianza que Comboni tiene en los africanos, pensando que serán ellos los protagonistas de su propia evangelización (Plan de 1864).

— Fiel a su consigna « Africa o muerte », no obstante las dificultades sigue con su Plan fundando, en 1867, el Instituto de los Misioneros Combonianos.

— Voz profética, anuncia a toda la Iglesia, sobre todo en Europa, que ha llegado la hora de evangelizar a los pueblos de Africa. No teme presentarse, como simple sacerdote que es, a los Obispos del Concilio Vaticano I, pidiéndoles que cada Iglesia local se comprometa en la conversión de Africa (Postulatum, 1870).

— Demostrando un valor fuera de lo común, Comboni consigue que también las religiosas participen directamente en la misión de Africa Central, siendo el primero en tomar tal iniciativa. En 1872, funda un Instituto de religiosas dedicadas exclusivamente a la misión: las Hermanas Misioneras Combonianas.
 
— Gasta todas sus energías por los africanos y lucha con tesón para que sea abolida la esclavitud.
— En 1877, es consagrado Obispo nombrado Vicario Apostólico de Africa Central.
— Muere en Jartum, Sudán, abatido por las fatigas y cruces, en la noche del 10 de octubre de 1881.
— El 26 de marzo de 1994, se reconoce la heroicidad de sus virtudes.
— El 6 de abril de 1995, se reconoce el milagro realizado por su intercesión en una muchacha afrobrasileña, la joven María José de Oliveira Paixão.
— El 17 de marzo de 1996, es beatificado por el Papa Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro de Roma.
— El 20 de diciembre 2002, se reconoce el segundo milagro realizado por su intercesión en une madre musulmana del Sudan, Lubna Abdel Aziz.
— El 5 de octubre de 2003, es canonizado por el Papa Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro de Roma.
Autor: Vaticano | Fuente: Vatican.va

(http://www.es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=33297)

09 octubre, 2018

San Dionisio de París

 
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¡Oh!, San Dionisio de París, vos, sois el hijo del Dios de la Vida,
su amado Santo y mártir, y que, con audacia y valor, os
decidisteis evangelizar las galias, siendo su primer obispo,
apóstol y mártir. Fundasteis iglesias y diseminasteis
la palabra de Dios, y, uno de aquellos días, martirizado
junto a Rústico y Eleuterio, durante la persecución del
impío Valeriano. Pero, el Dios de la Vida, no os abandonó
jamás y, para admiración de las gentes de vuestro tiempo
y tras ser decapitado, anduvisteis durante seis kilómetros
con vuestra cabeza en manos, por el camino llamado hasta
hoy, con el nombre de “Calle de los Mártires”, al término
del mismo, entregasteis vuestra cabeza a Casulla, noble
dama romana y luego os desplomasteis; volando vuestra alma
al cielo, para coronada ser, de luz como justo premio
a vuestro increíble amor y fe. Allí mismo, en Saint-Denisse,
una basílica en vuestro honor se edificó, para honraros
por los siglos de los siglos, Mártir y Patrono de toda Francia;
¡oh!, San Dionisio de París, “Vivo Apóstol del Dios de la Vida”.



© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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9 de Octubre
San Dionisio de París
Memoria Litúrgica, 9 de octubre

Por: Xavier Villalta A. | Fuente: Catholic.net

Primer obispo de París

Martirologio Romano: San Dionisio, obispo, y compañeros, mártires, de los cuales la tradición quiere que el primero, enviado por el Romano Pontífice a la Galia, fuese el primer obispo de París, y que junto con el presbítero Rústico y el diácono Eleuterio, padeciesen en las afueras de la ciudad (s. III).

Etimologicamente: Dionisio = Aquel que mantiene la fe en Dios, viene del griego

Breve Biografía

Dionisio legó a Francia hacia el 250 ó 270 desde Italia con seis compañeros con el fin de evangelizarla. Fue el primer obispo de París, y apóstol de las Galias.

Dionisio fundó en Francia muchas iglesias y fue martirizado en el 272, junto con Rústico y Eleuterio, durante la persecución de Valeriano. Según creen algunos es en Montmartre (mons Martyrum), o en el sur de la Isla de la Cité, según otros, donde se eleva, en la actualidad, la ciudad de Saint-Denis lugar en el que fueron condenados a muerte.

Según las Vidas de San Dionisio, escritas en la época carolingia, tras ser decapitado, Dionisio anduvo durante seis kilómetros con su cabeza bajo el brazo, atravesando Montmartre, por el camino que, más tarde, sería conocido como calle de los Mártires. Al término de su trayecto, entregó su cabeza a una piadosa mujer descendiente de la nobleza romana, llamada Casulla, y después se desplomó. En ese punto exacto se edificó una basílica en su honor. La ciudad se llama actualmente Saint-Denis.

La tradición del culto a San Dionisio de París, fue creciendo poco a poco, dándole a conocer, llegando a confundirlo con Dionisio Areopagita (obispo de Atenas) o con Dionisio el Místico. Esta confusión proviene del siglo XII cuando el abad Suger falsificó unos documentos por razones políticas, haciendo creer que San Dionisio había asistido a los sermones de Pablo de Tarso.

(http://es.catholic.net/op/articulos/31850/dionisio-de-pars-santo.html)

08 octubre, 2018

San Hugo de Génova

 
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¡Oh!, San Hugo de Génova, vos, sois el hijo del Dios de la vida
y su amado santo, que, luego de luchar en Tierra Santa,
os entregasteis en cuerpo y alma, en vuestro hospital.
Famoso erais, por vuestros milagros y poderes sobre la
naturaleza. Vuestro lema: “el ejercicio de la religión
hacia Dios y sus vecinos”, viva realidad los hicisteis.
Sobre tablas dormíais, y por correa teníais un metálico
cinturón. Ayunabais continuamente y cuando llegaba
la Cuaresma, lo hacíais de manera total. A los pobres
servisteis con amor y tacto, dándoles comida, dinero,
consuelo espiritual y fraternal amor, tanto que, hasta
los pies les lavabais y los cuidabais y, cuando, morían
los enterrabais cristianamente. Vuestro símbolo, “la Cruz
de ocho puntas”, no sólo la llevabais en vuestra capa,
sino, de manera especial en vuestro corazón. La Santa
Misa, todos los días oíais, hasta caer en éxtasis y
del suelo os elevabais ante la vista de todos. Siempre
orabais y Dios, Todopoderoso, os regaló el poder, en Su
Santo Nombre, de realizar milagros, como el día aquél,
en que, brotar hicisteis agua de las rocas ante el asombro
de las mujeres. Vos no estábais muy convencido pero en un gesto
de caridad, orasteis al Creador, y luego hiaciendo la señal
de la cruz, las aguas brotaron de las rocas. Hoy, lucís
corona de luz y de eternidad como justo premio, a vuestro
amor y a vuestra increíble y extraordinaria fe. ¡Aleluya!
¡oh!, San Hugo de Génova, “vivo amor y fe en el Dios de la Vida”.

 
© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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8 de Octubre
San Hugo de Génova
Religioso


Martirologio Romano: En Génova, de la provincia de Liguria, san Hugo, religioso, que, después de haber luchado largo tiempo en Tierra Santa, fue designado para regir la Encomienda de la Orden de San Juan de Jerusalén en esta ciudad, y se distinguió por su bondad y su caridad hacia los pobres (c. 1233).

Etimología: Hugo = aquel de inteligencia clara, viene del germano

Nacido alrededor de 1186 en Alessandria (Italia), se convirtió en un caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén. Después de largas campañas en Tierra Santa, fue elegido Maestro de la Encomienda de San Juan en Génova (Italia) y trabajó en la enfermería más cercana. Fue famoso por poderes milagrosos sobre los elementos naturales. Se cree que murió en 1233.

Fue el Comandante en Génova y su hospital alcanzó mucha fama durante su administración. Eso no le impidió ser un religioso ejemplar, logrando “el ejercicio de la religión hacia Dios y sus vecinos”. Es bien sabido cuánto sacrificio y devoción puede contener esta frase.

De acuerdo a un retrato escrito en sus tiemmpos sabemos que San Hugo era delgado, con un rostro ascético, y pequeño en estatura. Él era bastante gentil y amable con todos. Su mortificación no resultaba una malestia para los demás. Dormía en un tablero, en un rincón del sótano del Hospital; sirvió a los pobres con amor y tacto, dándoles comida, dinero, consuelo espiritual y amor fraternal. Él lavaba los pies a los pascientes, cuidaba de ellos, y cuando ellos morían, él los enterraba. La cruz de ocho puntas, (símbolo de su orden), no sólo estaba en su capa, él la llevaba en su corazón. Tan grande era su celo que él se ciñó con un cinturón metálico que usaba dentro de sus vestiduras, hacía ayunos continuamente durante todo el año y durante la Cuaresma no comía nada cocinado.

Todos los días recitaba el oficio y oía Misa con tal fervor que muchas veces cayó en éxtasis y se elevaba del suelo a la vista de todos. Su oración era, evidentemente, continua, y Dios le recompensó por ello con un don de poder realizar milagros.

Estos milagros fueron presenciados por el arzobispo de Génova, Otto Fusco, así como por cuatro venerable canónigos que frecuentaban la casa del santo y atestiguaron sobre lo que vieron.

Se cuenta, por ejemplo, que en uno de esos días sofocantes en Italia, de aquellos en que se siente que el calor lo aplasta, algunas mujeres se encontraban en la sala común de la enfermería lavando la ropa de los enfermos; el suministro de agua falló y no llegaba líquido a la fuente del monasterio, la única solución era recorrer una gran distancia para acarrear el agua necesaria. Ellas comenzaron a quejarse a viva voz, por lo que San Hugo pudo oírlas y acudió para ver que era lo que pasaba. Cuando llegó le pidieron que les diera agua, y ante su negativa ellas rompieron en llanto exclamando: “¿Acaso usted no es capaz de conseguir cualquier cosa de Dios?”, “debemos orar” fue su respuesta, “¡todo debemos hacerlo nosotras!”, “no soy el Señor, Él dijo que la fe obra milagros, ¿tienen fe ustedes?”, ellas lloraban diciendo que estaban agotadas por el trabajo y el calor. Él no estaba muy convencido pero en un gesto de caridad, oró al Creador, y luego hizo la señal de la cruz y las aguas brotaron de las rocas de la fuente ante las exclamaciones de sorpresa de las empleadas.

Por su fe, capaz de mover montañas, su vigilante e incansable caridad, así como por sus otras virtudes diarias, especialmente su gentileza y cortesía, es para nosotros un ejemplo vigorizante, y tal vez imitándolo podamos compartir la gloria eterna.
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Hoy día también se celebra a San Evodio de Rouen. Rouen, Francia Obispo. Evodio. En Rouen, en la Galia Lugdunense.

(http://www.es.catholic.net/santoraldehoy/)

7 Consejos para permanecer en la búsqueda de la Santidad


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7 consejos para permanecer en la búsqueda de la santidad “Sean santos como es santo él que los ha llamado” (1 Pe 1, 15)

Por: Dinorah Hernández | Fuente: Catoliscopio.com

Estoy segura de que has escuchado por lo menos una vez en tu vida la palabra -santidad-, pues este artículo tiene como objetivo recordarte que estás llamado a alcanzarla, sí, tú con todas tus características, mira que no te lo digo yo: “Sean santos… como es santo él que los ha llamado” 1 Pe 1, 15 y nadie está excluido de esta buena nueva.

Si te has topado hoy con esta lectura, aprovecha para hacer un pequeño alto y examinar cómo va tu camino hacia la santidad, entendida como la búsqueda de nuestra plenitud de ser cristianos. Este artículo es para tí, sin importar si vas iniciando en este camino, o ya llevas muchos años. Tal vez, como nos suele suceder, la habías dejado como olvidada, si es tu caso, déjame te digo que tengas ánimo, a veces pasa, pasa que las actividades diarias, la rutina, el trabajo, la escuela, las prisas, el ocio, las personas o las emociones como el desánimo nos distraen pero, no has pensado que es justamente en esto, las situaciones (hasta las más adversas) y actividades más cotidianas de nuestras vidas donde se encuentra el secreto para alcanzar nuestra meta y ser santos.

Déjame... te cuento una historia, la de Santa Mónica

Santa Mónica vivió entre el año 332 y 387 en África del norte y Roma, se casó con un hombre llamado Patricio, un hombre trabajador, pero con un genio terrible y además era mujeriego.
Patricio no creía en Dios, tras 30 años de matrimonio, y después de ver y experimentar la paciencia, la caridad y oraciones de su esposa, Patricio busca el bautismo antes de su muerte y también su madre (suegra de Santa Mónica) se hace bautizar con él.

Juntos tuvieron 3 hijos, el mayor, Agustín le daba grandes tristezas y preocupaciones principalmente porque le vio alejarse de Dios hasta unirse a una secta. Imagina la angustia de una madre católica al ver a su hijo alejarse de quien ella sabía era el perdón y la felicidad.

Santa Mónica oraba, ofrecía sacrificios y pedía a otros que intercedieran por Agustín y así lo hizo por años y años sin perder la esperanza, aunque su hijo no diera señales de conversión.

Finalmente, el año de su muerte logró ver a su hijo “mientras volvía a la casa del Padre”, su alegría fue completa, su Fe, su lágrimas y oraciones habían dado fruto en su hijo el gran San Agustín.

Como puedes ver a pesar de la distancia en tiempo y espacio que puedas pensar que hay entre ella y nosotros, su vida enfrentó dificultades muy similares a las nuestras, ¿Quién no tiene dificultades familiares, divisiones o peleas en casa? o ha sufrido por la salud espiritual o física alguien, ansiando que conociera a Dios como nosotros lo hemos comenzado a conocer, o tal vez te has visto en la situación en la que después de orar en repetidas ocasiones te preguntas si Dios te irá a responder o si acaso te está escuchando.

Como una amiga y desde la experiencia te digo, no desistas, Dios actúa en tu vida.
He aquí estos 7 consejos que a ejemplo de esta gran Santa podemos seguir para ser cada vez más plenos y acercarnos a nuestra meta, la santidad:

1. Persevera:
En hacer crecer tu amistad con Dios, por medio de la lectura de la Biblia, asistir a misa, la oración y en el amor y cuidado de los demás. Tal vez en ocasiones te sientas sin ganas, o te falte el tiempo, en esos momentos hazlo de todos modos pues tal vez sea cuando más lo necesites. Dios te acompaña y te ayudara.

2. Asómbrate:
“Déjense sorprender por Dios” es la frase que el papa Francisco continúa repitiendo “Dios se manifiesta con sorpresas”, en las pequeñas y grandes cosas de la vida, en tu rutina, en el trabajo, la escuela. En un mundo sobrecargado de tecnología e información corremos el peligro de vivir sin verle, sin fijarnos, sin parar y respirar, voltear al cielo admirarnos de lo que ahí hay, ver a nuestros niños; hijos, sobrinos, alumnos y sorprendernos de su ternura e inocencia, o ver a nuestros amigos y dejar que Dios nos sorprenda con la alegría, en nuestras familias, papás, hermanos, abuelos, sorprendernos del amor incondicional que a pesar de todo Dios nos da a través de ellos. Nos sorprende actuando aun en aquello que parece imposible. ¡¡¡No pierdas la fe!!!

3. No dejes de orar:
Una vez escuché a un canta autor católico decir: cuando oramos lo que más nos sorprende no es que Dios nos responda, sino ver que ¡¡Dios nos escuchó!! Y es que a veces oramos convencidos de que Dios no nos escuchara, a ejemplo de Santa Mónica, oremos sin desanimarnos, bien consiente de que el Dios que le escucho a ella es el Dios que me escucha a mí. Ora por ti y ora también por otros.
 
4. No te dejes abatir por lo que pasa:
Nos despertamos con noticias difíciles sobre el mundo en la televisión, después de camino a nuestras actividades escuchamos en la radio malas noticias ahora locales, para después encontrar crisis en el trabajo y/o la casa. Pero un cristiano no pierde la alegría ni la fe, sabe muy bien en quien ha puesto su confianza, y es que no podemos vivir como quien no cree en Dios, mira cómo esta gran santa conservó siempre la certeza de que Dios lo pondría todo en su lugar y a todos en su corazón.
 
5. Confía:
Como un niño…descansa sabiendo que todo está en manos de Dios, “Reza, espera y no te preocupes” decía el Padre Pío. Por supuesto que como diría la sabiduría popular “a Dios rogando y con el mazo dando” o como San Agustín hijo de nuestra Santa diría mejor “Ora como si todo dependiera de Dios. Trabaja como si todo dependiera de ti”. Nuestra vida sería mucho más plena si confiáramos en que Dios nos sostiene.
 
6. Agradece:
Como el Leproso que volvió a Jesús después de sanado, recuerda agradecer a Dios siempre y por todo.
 
7. Da testimonio:
El mundo, necesita de tu vida. Así como Santa Mónica impactó en la vida de su esposo e hijo con su ejemplo, paciencia y amor, tu y yo podemos en el día a día con nuestra amabilidad al conducir, nuestra plática, honestidad y buenas obras, ser luz para otros.

Te invito a ponerlos en práctica y verás cómo tu vida se va transformando y a ejemplo de Santa Mónica puedas impactar en la vida de tus más queridos y cercanos, vale la pena el esfuerzo.

(http://es.catholic.net/op/articulos/71263/7-consejos-para-permanecer-en-la-busqueda-de-la-santidad#modal)

07 octubre, 2018

Domingo XXVII (B) del tiempo ordinario

 Resultado de imagen para Texto del Evangelio (Mc 10,2-16): En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?». Él les respondió: «¿Qué os prescribió Moisés?». Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla». Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, Él los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne.

Día litúrgico: Domingo XXVII (B) del tiempo ordinario Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mc 10,2-16): En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?». Él les respondió: «¿Qué os prescribió Moisés?». Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla». Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, Él los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre». Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. Él les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».

Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él». Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.
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«Lo que Dios unió, no lo separe el hombre»
Rev. D. Fernando PERALES i Madueño
(Terrassa, Barcelona, España)


Hoy, los fariseos quieren poner a Jesús nuevamente en un compromiso planteándole la cuestión sobre el divorcio. Más que dar una respuesta definitiva, Jesús pregunta a sus interlocutores por lo que dice la Escritura y, sin criticar la Ley de Moisés, les hace comprender que es legítima, pero temporal: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto» (Mc 10,5).

Jesús recuerda lo que dice el Libro del Génesis: «Al comienzo del mundo, Dios los creó hombre y mujer» (Mc 10,6, cf. Gn 1,27). Jesús habla de una unidad que será la Humanidad. El hombre dejará a sus padres y se unirá a su mujer, siendo uno con ella para formar la Humanidad. Esto supone una realidad nueva: dos seres forman una unidad, no como una “asociación”, sino como procreadores de Humanidad. La conclusión es evidente: «Lo que Dios unió, no lo separe el hombre» (Mc 10,9).

Mientras tengamos del matrimonio una imagen de “asociación”, la indisolubilidad resultará incomprensible. Si el matrimonio se reduce a intereses asociativos, se comprende que la disolución aparezca como legítima. Hablar entonces de matrimonio es un abuso de lenguaje, pues no es más que la asociación de dos solteros deseosos de hacer más agradable su existencia. Cuando el Señor habla de matrimonio está diciendo otra cosa. El Concilio Vaticano II nos recuerda: «Este vínculo sagrado, con miras al bien, ya de los cónyuges y su prole, ya de la sociedad, no depende del arbitrio humano. Dios mismo es el autor de un matrimonio que ha dotado de varios bienes y fines, todo lo cual es de una enorme trascendencia para la continuidad del género humano» (Gaudium et spes, n. 48).

De regreso a casa, los Apóstoles preguntan por las exigencias del matrimonio, y a continuación tiene lugar una escena cariñosa con los niños. Ambas escenas están relacionadas. La segunda enseñanza es como una parábola que explica cómo es posible el matrimonio. El Reino de Dios es para aquellos que se asemejan a un niño y aceptan construir algo nuevo. Lo mismo el matrimonio, si hemos captado bien lo que significa: dejar, unirse y devenir.

(http://evangeli.net/evangelio/dia/2018-10-07)

06 octubre, 2018

San Bruno

 
 Imagen relacionada
 
          ¡Oh!, San Bruno, vos, sois, el hijo del Dios de la vida
 y su amado santo, y aquél que, habiendo escuchado el relato
sobre el cadáver que habló, el cual, en vida fama tenía
de ser persona buena, pero que, en su privada nada
santo era y que, cuando su funeral le celebraban, habló
tres veces así: “¡He sido juzgado!” “¡He sido hallado culpable!”
y “¡He sido condenado!” Respuestas duras que os llevaron
a alejaros de la vida mundana y a dedicaros a la vida
de oración y penitencia. Y, así, vos, redactasteis para vuestros
monjes un reglamento que es quizás el más severo que ha
existido para una comunidad: ¡Silencio perpetuo! A media
noche levantarse a rezar por más de una hora. A las cinco
y treinta de la mañana ir otra vez a rezar a la capilla por
otra hora, todo en coro. Lo mismo a mediodía y al atardecer.
Y, más tarde, a que formarais la casi increíble, pero cierta
“Comunidad Religiosa de Los Monjes Cartujos”, que, rigurosa,
austera y penitente, al silencio perpetuo por compañía tienen
y que oran y claman por la salvación eterna de las almas, en éste
descreído, pero al fin, mundo entero nuestro. Así, los quiere
y ama el Padre eterno. Así, cuida vuestras almas y cuerpos que,
entregados al Dios de la Vida, vida y paz, nos regalan a todos
los hombres del mundo, con vuestras penitencias y oraciones
constantes. Nunca comíais carne, ni tomabais licor. Recibíais
visitas solo una vez por año. Y, os dedicabais por varias
horas al día al estudio, las labores manuales, copiar libros
y vivir totalmente incomunicados con el mundo entero.
Todo esto, hicisteis vos, con vuestra orden y, claro, todos
os ruegan porque vos, insigne “santo del silencio”, intercedáis,
para que, Dios, Nuestro Señor, envíe a esta vida, muchos
santos hombres, capaces de imitaros en el vivir y el convivir
en el silencio, tanto, en el fondo, como en la forma. Los
últimos años de vuestra vida, los pasasteis entre misiones
que os confiaba el Santo Padre, y las largas temporadas,
en el convento dedicado a la contemplación y a la penitencia.
Y, así, y luego de haber gastado vuestra vida en buena lid,
voló vuestra alma al cielo, para coronada ser, con corona
de luz, como premio justo a vuestra entrega increíble de amor;
¡Oh!; San Bruno, “viva santidad del silencio del Dios Vivo”.

 

© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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6 de Octubre
San Bruno
Fundador de los Monjes Cartujos
Año 1101


 

Bruno significa: “fuerte como una coraza o armadura metálica” (Brunne, en alemán es coraza). Este santo se hizo famoso por haber fundado la comunidad religiosa más austera y penitente, los monjes cartujos, que viven en perpetuo silencio y jamás comen carne ni toman bebidas alcohólicas.

Nació en Colonia, Alemania, en el año 1030. Desde joven demostró poseer grandes cualidades intelectuales, y especialísimas aptitudes para dirigir espiritualmente a los demás. Ya a los 27 años era director espiritual de muchísimas personas importantes. Uno de sus dirigidos fue el futuro Papa Urbano II.

Ordenado sacerdote fue profesor de teología durante 18 años en Reims, y Canciller del Sr. Arzobispo, pero al morir éste, un hombre indigno, llamado Manasés, se hizo elegir arzobispo de esa ciudad, y ante sus comportamientos tan inmorales, Bruno lo acusó ante una reunión de obispos, y el Sumo Pontífice destituyó a Manasés. Le ofrecieron el cargo de Arzobispo a nuestro santo, pero él no lo quiso aceptar, porque se creía indigno de tan alto cargo. El destituido en venganza, le hizo quitar a Bruno todos sus bienes y quemar varias de sus posesiones.

Dicen que por aquel tiempo oyó Bruno una narración que le impresionó muchísimo. Le contaron que un hombre que tenía fama de ser buena persona (pero que en la vida privada no era nada santo) cuando le estaban celebrando su funeral, habló tres veces. La primera dijo: “He sido juzgado”. La segunda: “He sido hallado culpable”. La tercera: “He sido condenado”. Y decían que las gentes se habían asustado muchísimo y habían huido de él y que el cadáver había sido arrojado al fondo de un río caudaloso. Estas narraciones y otros pensamientos muy profundos que bullían en su mente, llevaron a Bruno a alejarse de la vida mundana y dedicarse totalmente a la vida de oración y penitencia, en un sitio bien alejado de todos.

Teniendo todavía abundantes riquezas y gozando de la amistad de altos personajes y de una gran estimación entre la gente, y pudiendo, si aceptaba, ser nombrado Arzobispo de Reims, Bruno renunció a todo esto y se fue de monje al monasterio de San Roberto en Molesmes. Pero luego sintió que aunque allí se observaban reglamentos muy estrictos, sin embargo lo que él deseaba era un silencio total y un apartamiento completo del mundo. Por eso dispuso irse a un sitio mucho más alejado. Iba a hacer una nueva fundación.

San Hugo, obispo de Grenoble, vio en un sueño que siete estrellas lo conducían a él hacia un bosque apartado y que allá construían un faro que irradiaba luz hacia todas partes. Al día siguiente llegaron Bruno y seis compañeros a pedirle que les señalara un sitio muy apartado para ellos dedicarse a la oración y a la penitencia. San Hugo reconoció en ellos los que había visto en sueños y los llevó hacia el monte que le había sido indicado en la visión. Aquel sitio se llamaba Cartuja, y los nuevos religiosos recibieron el nombre de Cartujos.

San Bruno redactó para sus monjes un reglamento que es quizás el más severo que ha existido para una comunidad. Silencio perpetuo. Levantarse a media noche a rezar por más de una hora. A las 5:30 de la mañana ir otra vez a rezar a la capilla por otra hora, todo en coro. Lo mismo a mediodía y al atardecer.

Nunca comer carne ni tomar licores. Recibir visitas solamente una vez por año. Dedicarse por varias horas al día al estudio o a labores manuales especialmente a copiar libros. Vivir totalmente incomunicados con el mundo… Es un reglamento propio para hombres que quieren hacer gran penitencia por los pecadores y llegar a un alto grado de santidad.

San Hugo llegó a admirar tanto la sabiduría y la santidad de San Bruno, que lo eligió como su director espiritual, y cada vez que podía se iba al convento de la Cartuja a pasar unos días en silencio y oración y pedirle consejos al santo fundador. Lo mismo el Conde Rogerio, quien desde el día en que se encontró con Bruno la primera vez, sintió hacia él una veneración tan grande, que no dejaba de consultarlo cuando tenía problemas muy graves que resolver. Y aun se cuenta que una vez a Rogerio le tenían preparada una trampa para matarlo, y en sueños se le apareció San Bruno a decirle que tuviera mucho cuidado, y así logró librarse de aquel peligro.

Por aquel tiempo había sido nombrado Papa Urbano II, el cual de joven había sido discípulo de Bruno, y al recordar su santidad y su gran sabiduría y su don de consejo, lo mandó ir hacia Roma a que le sirviera de consejero. Esta obediencia fue muy dolorosa para él, pues tenía que dejar su vida retirada y tranquila de La Cartuja para irse a vivir en medio del mundo y sus afanes. Pero obedeció inmediatamente. Es difícil calcular la tristeza tan grande que sus monjes sintieron al verle partir para lejanas tierras. Varios de ellos no fueron capaces de soportar su ausencia y se fueron a acompañarlo a Roma. Y entonces el Conde Rogerio le obsequió una finca en Italia y allá fundó el santo un nuevo convento, con los mismos reglamentos de La Cartuja.

Los últimos años del santo los pasó entre misiones que le confiaba el Sumo Pontífice, y largas temporadas en el convento dedicado a la contemplación y a la penitencia. Su fama de santo era ya muy grande. Murió el 6 e octubre del año 1101 dejando en la tierra como recuerdo una fundación religiosa que ha sido famosa en todo el mundo por su santidad y su austeridad.

Que Dios nos conceda como a él, el ser capaces de apartarnos de lo que es mundano y materialista, y dedicarnos a lo que es espiritual y lleva a la santidad. Que sean pocas tus palabras (S. Biblia).

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Bruno.htm)