09 noviembre, 2018

Dedicación de la Basílica de Letrán

 
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¡Oh!, Santo Dios de la Vida, y que, en honor a Vos,
Señor de los cielos y de la tierra; edificada está,
Vuestra “Casa de Letrán”, a Fausta, gracias, esposa
de Constantino Emperador, y que donada fue a Milcíades,
Papa. Ella, custodiada está, por dos discípulos amados
vuestros: Juan “el Bautista”, y Juan “el Evangelista”.
¡Oh!, Santa Basílica de Letrán: “Madre y Cabeza de todas
las iglesias de la ciudad y del mundo”. “Cuando
recordemos la Consagración de un templo, pensemos
en aquello que dijo San Pablo: Cada uno de nosotros
somos un templo del Espíritu Santo. Ojalá conservemos
nuestra alma bella y limpia, como le agrada a Dios
y que sean sus templos santos. Así vivirá contento
el Espíritu Santo en nuestra alma”. Decía, San Agustín,
Obispo de Hipona, Doctor de Nuestra Santa Madre Iglesia
y su amada lumbrera. “Madre y Cabeza de toda las iglesias
de la ciudad y del mundo”. Así, reza, vuestra leyenda
en vuestro frontis, como signo del Amor del Dios Vivo.
Se le llama también “Basílica de San Juan de Letrán”
porque tiene dos capillas dedicadas la una
a San Juan Bautista y la otra a San Juan Evangelista;
¡Oh!, Basílica de Letrán, “Viva Casa del Rey de la Vida”.


 © 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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9 de noviembre
Dedicación de la Basílica de Letrán
Año 324


Basílica significa: “Casa del Rey”. En la Iglesia Católica se le da el nombre de Basílica a ciertos templos más famosos que los demás. Solamente se puede llamar Basílica a aquellos templos a los cuales el Sumo Pontífice les concede ese honor especial. En cada país hay algunos.

La primera Basílica que hubo en la religión Católica fue la de Letrán, cuya consagración celebramos en este día. Era un palacio que pertenecía a una familia que llevaba ese nombre, Letrán. El emperador Constantino, que fue el primer gobernante romano que concedió a los cristianos el permiso para construir templos, le regaló al Sumo Pontífice el Palacio Basílica de Letrán, que el Papa San Silvestre convirtió en templo y consagró el 9 de noviembre del año 324.

Esta basílica es la Catedral del Papa y la más antigua de todas las basílicas de la Iglesia Católica. En su frontis tiene esta leyenda: “Madre y Cabeza de toda las iglesias de la ciudad y del mundo”.

Se le llama Basílica del Divino Salvador, porque cuando fue nuevamente consagrada, en el año 787, una imagen del Divino Salvador, al ser golpeada por un judío, derramó sangre. En recuerdo de ese hecho se le puso ese nuevo nombre.

Se llama también Basílica de San Juan (de Letrán) porque tienen dos capillas dedicadas la una a San Juan Bautista y la otra a San Juan Evangelista, y era atendida por los sacerdotes de la parroquia de San Juan.

Durante mil años, desde el año 324 hasta el 1400 (época en que los Papas se fueron a vivir a Avignon, en Francia), la casa contigua a la Basílica y que se llamó “Palacio de Letrán”, fue la residencia de los Pontífices, y allí se celebraron cinco Concilios (o reuniones de los obispos de todo el mundo). En este palacio se celebró en 1929 el tratado de paz entre el Vaticano y el gobierno de Italia (Tratado de Letrán). Cuando los Papas volvieron de Avignon, se trasladaron a vivir al Vaticano. Ahora en el Palacio de Letrán vive el Vicario de Roma, o sea el Cardenal al cual el Sumo Pontífice encarga de gobernar la Iglesia de esa ciudad.

La Basílica de Letrán ha sido sumamente venerada durante muchos siglos. Y aunque ha sido destruida por varios incendios, ha sido reconstruida de nuevo, y la construcción actual es muy hermosa.

San Agustín recomienda: “Cuando recordemos la Consagración de un templo, pensemos en aquello que dijo San Pablo: ‘Cada uno de nosotros somos un templo del Espíritu Santo’. Ojalá conservemos nuestra alma bella y limpia, como le agrada a Dios que sean sus templos santos. Así vivirá contento el Espíritu Santo en nuestra alma”.

(http://www.ewtn.com/spanish/saints/Basílica_de_Letrán.htm)

08 noviembre, 2018

Santa Isabel de la Trinidad


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¡Oh!, Santa Isabel de la Trinidad; sois vos, la hija
del Dios de la vida, y su amada santa, que, alabanzas
elevabais a la Santísima Trinidad, y, que, en el amor
a las “Tres Personas” en un solo Dios, crecisteis 
y creísteis cada día de vuestra santa vida. El silencio,
la soledad y la oración contemplativa en caros y amigos
vuestros se convirtieron. Y, en la perfecta senda 
de vuestra vida, a la docilidad de la voluntad divina
os entregasteis, la misma que, os condujo feliz,
a la santidad, para gloria de nuestro Señor Jesucristo,
quien, a su debido tiempo, os coronó con corona de luz,
como justo premio, a vuestra entrega plena de amor.
“Alabanza de gloria de la Santísima Trinidad”, para,
que de día en día crecierais vos, “en la carrera del
amor a los Tres”. “La Trinidad: aquí está nuestra morada,
nuestro hogar, la casa paterna de la que jamás debemos
salir. Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra,
puesto que el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El
día que comprendí eso, todo se iluminó para mí”. “Creer
que un ser que se llama El Amor habita en nosotros en
todo instante del día y de la noche y que nos pide que
vivamos en sociedad con El, he aquí, os lo confío, lo
que ha hecho de mi vida un cielo anticipado” “Mi Esposo
quiere que yo sea para El una humanidad adicional en la
cual El pueda seguir sufriendo para gloria del Padre
y para ayudar a la Iglesia”. Así, escribisteis en “Enamorada
de Cristo”. Amasteis profundamente vuestra vocación
carmelita e imitasteis a la “Janua coeíi”, como llamabais
a la Virgen Purísima. Y, como en un canto, con vocecilla
dulce dijisteis: “Voy a la luz, al amor, a la vida”. Y,
voló, vuestra alma al cielo, hacia la gloria de la Santa
Trinidad, que tanto habíais amado, y como recompensa a
vuestra entrega de amor, recibisteis corona eterna de luz;
¡Oh!, Santa Isabel de la Trinidad, “Vivo Dios, hecho Amor”.

© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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8 de noviembre
Santa Isabel de la Trinidad

Isabel Catez Rolland, hija de Francisco José y de María, nació en Bourges, Francia, el 18 de Julio de 1880. Desde su más tierna edad se distinguió por su temperamento apasionado, propenso a arrebatos de cólera y de una sensibilidad exquisita. Cuando contaba siete años, perdió a su padre, lo que fue causa de su “conversión” y de su cambio de carácter como fruto de su vida de asceis y oración.

Aunque tomaba parte en las fiestas y participaba en los compromisos sociales, fue siempre fiel a sus promesas bautismales. A los 14 años hizo voto de virginidad y a los 19 empezó a recibir las primeras gracias místicas. Estaba dotada de gran talento musical y se ofreció a Dios como víctima por la salvación de Francia.

El 2 de enero de 1901, a los 21 años de edad, ingresaba en el convento carmelitano de Dijón, ciudad donde vivía con su familia. Isabel -que en el Carmelo se llamaría Sor Isabel de la Trinidad- se propuso como lema ser “Alabanza de gloria de la Santísima Trinidad” y crecer de día en día “en la carrera del amor a los Tres”.

Vistió el hábito el 8 de diciembre de 1902 y el 11 de noviembre de 1903 saltaba de gozo al emitir sus votos religiosos en la Orden del Carmen, a la que amaba con toda su alma. Con su vida y su doctrina -breve pero sólida- ha ejercido un gran influjo en la espiritualidad de nuestros días, debido, sobre todo, a su experiencia trinitaria. Preciosas son sus Elevaciones, Retiros, Notas Espirituales y sus Cartas.

Corrió, voló, en el camino de la perfección y el 9 de noviembre de 1906 expiraba a cuasa de una úlcera de estómago. En el capítulo “El Carmelo escuela de santidad”, recordamos una bella anécdota entre el Cardenal Mercier y la M. Priora de Dijón, sobre esta veloz carrera hacia la meta de la santidad de Sor Isabel de la Trinidad.

Fue beatificada por el papa Juan Pablo II el 25.11.1984, fiesta de Cristo Rey. Su fiesta se celebra el 8 de noviembre.

Su espiritualidad
Fue más su vida misma que su doctrina. Esta sólo en parte fue escrita por ella. Sor Isabel es un alma interior que se transforma de día en día en el Misterio Trinitario. El silencio, la soledad, la oración contemplativa son la palestra que la disponen a ser dócil a la voluntad divina, que cumple siempre y en todo a la mayor perfección.

Enamorada de Cristo, que es “su libro preferido”, se eleva a la Trinidad hasta que “Isabel desaparece, se pierde y se deja invadir por los Tres”. “La Trinidad: aquí está nuestra morada, nuestro hogar, la casa paterna de la que jamás debemos salir… Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, puesto que el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día que comprendí eso todo se iluminó para mí.”

“Creer que un ser que se llama El Amor habita en nosotros en todo instante del día y de la noche y que nos pide que vivamos en sociedad con El, he aquí, os lo confío, lo que ha hecho de mi vida un cielo anticipado”

“Mi Esposo quiere que yo sea para El una humanidad adicional en la cual El pueda seguir sufriendo para gloria del Padre y para ayudar a la Iglesia”

Amó profundamente su vocación carmelita y trató de amar y de imitar a la “Janua coeíi”, como llamaba a la Virgen Purísima. Murmurando casi como en un canto “Voy a la luz, al amor, a la vida”, expiró.”

Su mensaje
Que corramos por el camino de la santidad, que el Espíritu Santo eleve nuestro espíritu, que seamos siempre “alabanza de gloria de la Sma. Trinidad”, que seamos dóciles a las mociones del Espíritu.

Su oración
Oh Dios, rico en misericordia, que descubriste a la Beata Isabel de la Trinidad el misterio de tu presencia secreta en el alma del justo e hiciste de ella una adoradora en espíritu y verdad, concédenos, por su intercesión, que también nosotros, permaneciendo en el amor de Cristo, merezcamos ser transformados en templos del Espíritu de Amor, para alabanza de tu gloria. Amén.


(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Beata_Isabel_de_la_Trinidad.htm)

07 noviembre, 2018

San Ernesto

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¡Oh!, San Ernesto, vos, sois el hijo del Dios de la vida 
y su amado santo, y que, honor hicisteis al significado
de vuestro nombre, que significa: “fuerte en el combate”.
Vivisteis en la Cruzada Primera, con profunda fe y entrega.
Y, en vuestra juventud, monje en la abadía de Zwiefalten
fuisteis y, más tarde os eligieron abad, para dirigir
de manera espiritual y humana, a los sesenta y dos monjes
que teníais. Y, cuando os tocó despediros para la Cruzada,
de vuestros amados les dijisteis: “Creo que no volveré a veros
en esta tierra, pues Dios me concederá que vierta mi sangre
por él. Poco importa la muerte que me reserva, si me
permite sufrir por el amor de Cristo”. ¡Y, así, fue! Pues
no se supo nunca, cómo y dónde moristeis. Pero, si se sabe,
que vos, entregasteis el alma al Padre, para coronada
ser, con corona de luz eterna como justo premio 
a vuestra entrega grande e increíble de amor y fe. !Aleluya!
¡oh!, San Ernesto, “vivo amor y soldado de Jesucristo”.

© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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7 de Noviembre
San Ernesto
Abad

Etimológicamente significa “fuerte en el combate”. Viene de la lengua alemana. El joven Ernesto, muerto en el año 1147, vivió de lleno en la época de la primera cruzada (1099). Fue ella la que permitió abrir nuevos caminos para los Lugares santos a todos los peregrinos.

Y además, permitió la fundación de cuatro pequeños estados cristianos en tierras del Islám: Jerusalén, Antioquía, Edesa y Trípoli. Sin embargo, desde 1144, la caída de Edesa mostró que los musulmanes podían volver a coger lo que los franceses les habían arrebatado anteriormente, incluida Jerusalén.

Esto dio lugar a la segunda cruzada (1147-1149). Se sabe por la historia que fue un desatino. De los 200.000 hombres y mujeres que partieron para el Oriente, volvieron sólo algunos miles.

Ernesto de Steisslingen fue uno de ellos. En su juventud entró de monje en la abadía de Zwiefalten, que da al bello lago de Constanza. Lo eligieron abad durante cinco años para dirigir humana y espiritualmente a los sesenta y dos monjes que la habitaban. Al término de su mandato, se marchó de nuevo a la cruzada con el ejército alemán, comandado por el emperador Conrado III.

Cuando se despidió de sus hermanos religiosos, les dijo: “Creo que no volveré a veros en esta tierra, pues Dios me concederá que vierta mi sangre por él. Poco importa la muerte que me reserva, si me permite sufrir por el amor de Cristo”.

Sus predicciones se cumplieron. Y desde entonces no se supo nunca cómo y dónde murió.

05 noviembre, 2018

Santa Bertilla

 
 
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¡Oh!, Santa Bertilla, vos, sois la hija del Dios de la vida
 y su amada santa, que, nacida en familia cristiana, ilustre,
y feliz, desde pequeña, deseos sentisteis de renunciar
al mundo material para dedicaros a la vida religiosa; deseo,
que, se os cumplió, cuando vuestros amados padres os llevaron
al monasterio de Jouarre, donde acogida fuisteis con amor.
Allí, os formasteis bajo estrictas prácticas de perfección
monástica, pues, la gentileza combinanda con el rigor; la piedad
con la justicia; la humildad con el coraje y la prudencia
con la sencillez; moldearon vuestro carácter y santa vida.
Por vuestra caridad y voluntad de servicio con obediencia
y humildad asumisteis los cargos, que, os dieron. Y, con ello,
nos enseñasteis a encontrar el valor y el honor de servir
a los demás. Así lo hicisteis con todos y de especial manera
con varias reinas y damas de vuestro tiempo. Durante el tiempo
que fuisteis abadesa de Chelles, por cuarentaiséis años
os hicisteis cargo de Santa Bathilda, y más tarde de Heresvida,
la reina de Inglaterra, quien también se retiró junto a vos,
en busca de paz a Chelles. Y, esa, fama de santidad, atrajo
 a muchas mujeres ilustres a vuestro monasterio. Y, de pronto,
voló vuestra alma al cielo y vuestro cuerpo, enterrado fue
en la Iglesia de vuestra abadía, junto a la tumba de Santa
Bathilda. Hoy, coronada estáis, con corona de luz, como justo
premio a vuestra entrega incesante y grande de amor y  fe;
¡Oh!, Santa Bertilla, “vivo Cristo, hecho caridad y servicio”.

 © 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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5 de noviembre
Santa Bertilla
Abadesa
(¿630?-705)


 

Nació en la región de Soissons, Francia, en una de las familias cristianas más ilustres de la comarca. Desde que era apenas una niña, Santa Bertilla, o Bertille en francés, sintió deseos de renunciar al mundo material y dedicarse a la vida religiosa. Pero antes de revelar este anhelo a sus padres, la niña lo consultó con su preceptor, San Owen, quien la apoyó en su decisión.

Al ver a su hija tan determinada, sus progenitores terminaron convenciéndose, y de hecho la llevaron personalmente a Jouarre, un monasterio de grandes dimensiones a unas cuantas jornadas de Meaux, donde fue acogida con gran alegría.

En Jouarre, Santa Bertilla se formó bajo las más estrictas prácticas de la perfección monástica, combinando siempre la gentileza con el rigor, la piedad con la justicia, la humildad con el coraje, la prudencia con la sencillez.

Por la caridad y la voluntad de servicio que demostraba, la abadesa la puso al frente del priorato, nombrándola asistente suya en cuestiones de la administración del monasterio.

En 659 se terminó de construir en Chelles la abadía que Santa Bathilda, reina de Francia, había dispuesto para retirarse del mundo y pasar sus últimos días.

La reina le solicitó entonces a la abadesa de Jouarre que le aportara algunas hermanas religiosas y una abadesa para Chelles; y la abadesa pensó de inmediato en Santa Bertilla como principal del grupo.

Con discreción y vigor, Santa Bertilla fue abadesa de Chelles por cuarentaiséis años. Al principio ella se hizo cargo de Santa Bathilda, y más tarde también de Heresvida, la reina de Inglaterra, quien también se retiró en busca de paz a Chelles.

La fama de santidad de Santa Bertilla de Chelles atrajo a varias damas ilustres a su monasterio, el cual tuvo un gran auge durante su vida. Cuando falleció, Santa Bertilla fue enterrada en la iglesia de la abadía de Chelles junto a la tumba de Santa Bathilda.

SANTA BERTILLA nos enseña el valor de encontrar honor en servir a los demás.

(http://santoral-virtual.blogspot.com/2009/11/5-de-noviembre-dia-de-santa-bertilla.html)

04 noviembre, 2018

Domingo XXXI (B) del tiempo ordinario


 Resultado de imagen para Texto del Evangelio (Mc 12,28-34): En aquel tiempo, se acercó a Jesús uno de los escribas y le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús le contestó: «El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos».
 
Día litúrgico: Domingo XXXI (B) del tiempo ordinario Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mc 12,28-34): En aquel tiempo, se acercó a Jesús uno de los escribas y le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús le contestó: «El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos».

Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios». Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.
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«¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?»
Rev. D. Ramón CLAVERÍA Adiego (Embún, Huesca, España)

Hoy, está muy de moda hablar del amor a los hermanos, de justicia cristiana, etc. Pero apenas se habla del amor a Dios.

Por eso tenemos que fijarnos en esa respuesta que Jesús da al letrado, quien, con la mejor intención del mundo le dice: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» (Mc 12,29), lo cual no era de extrañar, pues entre tantas leyes y normas, los judíos buscaban establecer un principio que unificara todas las formulaciones de la voluntad de Dios.

Jesús responde con una sencilla oración que, aún hoy, los judíos recitan varias veces al día, y llevan escrita encima: «Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Mc 12,29-30). Es decir, Jesús nos recuerda que, en primer lugar, hay que proclamar la primacía del amor a Dios como tarea fundamental del hombre; y esto es lógico y justo, porque Dios nos ha amado primero.

Sin embargo, Jesús no se contenta con recordarnos este mandamiento primordial y básico, sino que añade también que hay que amar al prójimo como a uno mismo. Y es que, como dice el Papa Benedicto XVI, «amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero».

Pero un aspecto que no se comenta es que Jesús nos manda que amemos al prójimo como a uno mismo, ni más que a uno mismo, ni menos tampoco; de lo que hemos de deducir, que nos manda también que nos amemos a nosotros mismos, pues al fin y al cabo, somos igualmente obra de las manos de Dios y criaturas suyas, amadas por Él.

Si tenemos, pues, como regla de vida el doble mandamiento del amor a Dios y a los hermanos, Jesús nos dirá: «No estás lejos del Reino de Dios» (Mc 12,34). Y si vivimos este ideal, haremos de la tierra un ensayo general del cielo.

http://evangeli.net/evangelio/dia/2018-11-04

03 noviembre, 2018

San Martín de Porres

 
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¡Oh!, San Martín de Porres, vos, sois, el hijo del Dios
de la vida, su amado santo, y, aunque vuestro color
 no fue del contento de aquella Lima virreynal, vos, el bien,
hicisteis más, que los “blancos” de aquella sociedad. Al
mundo llegasteis, y por que así lo quiso Dios, bautizado
fuisteis en la misma pila bautismal de otro santo como
vos: Santa Rosa de Lima. Barbero, curandero y ayudante
de médico erais, pues, drenabais hinchazones y tumores
con destreza. Con vuestros conocimientos a los menesterosos
y pobres ayudabais. De labriegos, soldados, caballeros
y corregidores amigo y, siempre hecho caridad contínua,
como el mismo Cristo y Nuestra Señora, que envolvió
 a propios y extraños, pues vuestra persona y nombre, respeto
imponía, tanto que, arreglabais matrimonios, dirimíais
contiendas, fallabais en pleitos y reconciliabais familias.
Al Virrey y al Arzobispo aconsejabais en asuntos referidos
a la administración y a la Iglesia. Muchas veces os vieron
en éxtasis, ante el santo Crucifijo, pues devoto fiel, erais
de la Santa Eucaristía, y, jamás en vida, faltasteis a ella.
Vuestro convento, la casa de vuestra hermana y el hospital,
de pobres lo llenasteis. Todos os buscaban, curación pidiendo
y a todos, los sanabais con caseros remedios, la oración y
con el toque de vuestra mano. “La caridad tiene siempre las
puertas abiertas, y los enfermos no tienen clausura”. Así,
respondisteis alguna vez y en cada enfermo, veíais la figura
de vuestro Maestro, y se os partía el alma, y por ello, con
la ayuda de vuestro Arzobispo y la del Virrey, un Asilo
fundasteis, donde los atendías, los curabais, y les enseñabais
la doctrina cristiana. Abristeis, las escuelas de Huérfanos
de “La Santa Cruz”, donde los niños conocían a Jesucristo.
Dios, os concedió infinidad de gracias, como en las que,
curando estuvisteis en distintos sitios y a distancia,
dotado del poder de “bilocación”. Os hacíais azotar, hasta
derramar sangre, al igual que el otro pobre de Asís. Erais,
de perros, mulos, ratones, gatos, amigo y sanador, pues
a todos ellos los curabais, pues jamás límites pusisteis
al ejercicio de la caridad. Y, así, el día os llegó, y que, vos,
mismo, anunciasteis la fecha en la que vuestra alma,
al cielo partiría y, entonces, perdón pedisteis a los religiosos,
por vuestros “malos ejemplos” y os marchasteis de este mundo,
para coronado ser, con corona de luz, como justo premio
a vuestra entrega increíble y grande de amor y fe. ¡Aleluya!
¡Oh!, San Martín de Porres, “vivo Amor del Dios de la Vida”.


© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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¡Oh! Martín

¡Oh, Martín!
¡Nadie como vos!
La paz de vuestra escoba
A perro, pericote y gato
En santas palomas los convirtieron
¡Pues Cristo lo puede todo!

Si aquellas criaturas
Dentro de sí supieron
Que la paz y el amor se dan
¿Cuánto más podrá el hombre
Si su corazón se abriera
Al Dios de la Vida?
¡Oh; Martín, “de la Paz y del Amor”.




© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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3 de Noviembre
San Martín de Porres
Religioso dominico


El racismo, esa distinción que hacemos los hombres distinguiendo a nuestros semejantes por el color de la piel es algo tan sinsentido como distinguirlos por la estatura o por el volumen de la masa muscular. Y lo peor no es la distinción que está ahí sino que ésta lleve consigo una minusvaloración de las personas -necesariamente distintas- para el desempeño de oficios, trabajos, remuneraciones y estima en la sociedad. Un mulato hizo mayor bien que todos los blancos juntos a la sociedad limeña de la primera mitad del siglo XVII.

Fue hijo del ilustre hidalgo -hábito de Alcántara- don Juan de Porres, que estuvo breve tiempo en la ciudad de Lima. Bien se aprecia que los españoles allá no hicieron muchos feos a la población autóctona y confiemos que el Buen Dios haga rebaja al juzgar algunos aspectos morales cuando llegue el día del juicio, aunque en este caso sólo sea por haber sacado del mal mucho bien. Tuvo don Juan dos hijos, Martín y Juana, con la mulata Ana Vázquez. Martín nació mulato y con cuerpo de atleta el 9 de diciembre de 1579 y lo bautizaron, en la parroquia de San Sebastián, en la misma pila que Rosa de Lima.

La madre lo educó como pudo, más bien con estrecheces, porque los importantes trabajos de su padre le impedían atenderlo como debía. De hecho, reconoció a sus hijos sólo tardíamente; los llevó a Guayaquil, dejando a su madre acomodada en Lima, con buena familia, y les puso maestro particular.
Martín regresó a Lima, cuando a su padre lo nombraron gobernador de Panamá. Comenzó a familiarizarse con el bien retribuido oficio de barbero, que en aquella época era bastante más que sacar dientes, extraer muelas o hacer sangrías; también comprendía el oficio disponer de yerbas para hacer emplastos y poder curar dolores y neuralgias; además, era preciso un determinado uso del bisturí para abrir hinchazones y tumores. Martín supo hacerse un experto por pasar como ayudante de un excelente médico español. De ello comenzó a vivir y su trabajo le permitió ayudar de modo eficaz a los pobres que no podían pagarle. Por su barbería pasarán igual labriegos que soldados, irán a buscar alivio tanto caballeros como corregidores.

Pero lo que hace ejemplar a su vida no es sólo la repercusión social de un trabajo humanitario bien hecho. Más es el ejercicio heroico y continuado de la caridad que dimana del amor a Jesucristo, a Santa María. Como su persona y nombre imponía respeto, tuvo que intervenir en arreglos de matrimonios irregulares, en dirimir contiendas, fallar en pleitos y reconciliar familias. Con clarísimo criterio aconsejó en más de una ocasión al Virrey y al arzobispo en cuestiones delicadas.

Alguna vez, quienes espiaban sus costumbres por considerarlas extrañas, lo pudieron ver en éxtasis, elevado sobre el suelo, durante sus largas oraciones nocturnas ante el santo Cristo, despreciando la natural necesidad del sueño. Llamaba profundamente la atención su devoción permanente por la Eucaristía, donde está el verdadero Cristo, sin perdonarse la asistencia diaria a la Misa al rayar el alba.

Por el ejercicio de su trabajo y por su sensibilidad hacia la religión tuvo contacto con los monjes del convento dominico del Rosario donde pidió la admisión como donado, ocupando la ínfima escala entre los frailes. Allí vivían en extrema pobreza hasta el punto de tener que vender cuadros de algún valor artístico para sobrevivir. Pero a él no le asusta la pobreza, la ama. A pesar de tener en su celda un armario bien dotado de yerbas, vendas y el instrumental de su trabajo, sólo dispone de tablas y jergón como cama.

Llenó de pobres el convento, la casa de su hermana y el hospital. Todos le buscan porque les cura aplicando los remedios conocidos por su trabajo profesional; en otras ocasiones, se corren las voces de que la oración logró lo improbable y hay enfermos que consiguieron recuperar la salud sólo con el toque de su mano y de un modo instantáneo.

Revolvió la tranquila y ordenada vida de los buenos frailes, porque en alguna ocasión resolvió la necesidad de un pobre enfermo entrándolo en su misma celda y, al corregirlo alguno de los conventuales por motivos de clausura, se le ocurrió exponer en voz alta su pensamiento anteponiendo a la disciplina los motivos dimanantes de la caridad, porque “la caridad tiene siempre las puertas abiertas, y los enfermos no tienen clausura”.

Pero entendió que no era prudente dejar las cosas a la improvisación de momento. La vista de golfos y desatendidos le come el alma por ver la figura del Maestro en cada uno de ellos. ¡Hay que hacer algo! Con la ayuda del arzobispo y del Virrey funda un Asilo donde poder atenderles, curarles y enseñarles la doctrina cristiana, como hizo con los indios dedicados a cultivar la tierra en Limatambo. También los dineros de don Mateo Pastor y Francisca Vélez sirvieron para abrir las Escuelas de Huérfanos de Santa Cruz, donde los niños recibían atención y conocían a Jesucristo.

No se sabe cómo, pero varias veces estuvo curando en distintos sitios y a diversos enfermos al mismo tiempo, con una bilocación sobrenatural.

El contemplativo Porres recibía disciplinas hasta derramar sangre haciéndose azotar por el indio inca por sus muchos pecados. Como otro pobre de Asís, se mostró también amigo de perros cojos abandonados que curaba, de mulos dispuestos para el matadero y hasta lo vieron reñir a los ratones que se comían los lienzos de la sacristía. Se ve que no puso límite en la creación al ejercicio de la caridad y la transportó al orden cósmico.

Murió el día previsto para su muerte que había conocido con anticipación. Fue el 3 de noviembre de 1639 y causada por una simple fiebre; pidiendo perdón a los religiosos reunidos por sus malos ejemplos, se marchó. El Virrey, Conde de Chinchón, Feliciano de la Vega -arzobispo- y más personajes limeños se mezclaron con los incontables mulatos y con los indios pobres que recortaban tantos trozos de su hábito que hubo de cambiarse varias veces.

Lo canonizó en papa Juan XXIII en 1962.

Desde luego, está claro que la santidad no entiende de colores de piel; sólo hace falta querer sin límite.

¿Qué nos enseña su vida?
La vida de San Martín nos enseña:
A servir a los demás, a los necesitados. San Martín no se cansó de atender a los pobres y enfermos y lo hacía prontamente. Demos un buen servicio a los que nos rodean, en el momento que lo necesitan. Hagamos ese servicio por amor a Dios y viendo a Dios en las demás personas.

A ser humildes. San Martín fue una persona que vivió esta virtud. Siempre se preocupó por los demás antes que por él mismo. Veía las necesidades de los demás y no las propias. Se ponía en el último lugar.

A llevar una vida de oración profunda. La oración debe ser el cimiento de nuestra vida. Para poder servir a los demás y ser humildes, necesitamos de la oración. Debemos tener una relación intima con Dios

A ser sencillos. San Martín vivió la virtud de la sencillez. Vivió la vida de cara a Dios, sin complicaciones. Vivamos la vida con espíritu sencillo.

A tratar con amabilidad a los que nos rodean. Los detalles y el trato amable y cariñoso es muy importante en nuestra vida. Los demás se lo merecen por ser hijos amados por Dios.

A alcanzar la santidad en nuestra vidas. Por alcanzar esta santidad, luchemos…
A llevar una vida de penitencia por amor a Dios. Ofrezcamos sacrificios a Dios.

San Martín de Porres se distinguió por su humildad y espíritu de servicio, valores que en nuestra sociedad actual no se les considera importantes. Se les da mayor importancia a valores de tipo material que no alcanzan en el hombre la felicidad y paz de espíritu. La humildad y el espíritu de servicio producen en el hombre paz y felicidad.

Oración

Virgen María y San Martín de Porres, ayúdenme este día a ser más servicial con las personas que me rodean y así crecer en la verdadera santidad.
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02 noviembre, 2018

Los Fieles Difuntos

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¡Oh!, Amados Fieles Difuntos
Dadles, Señor, el descanso eterno y
Haced brillar sobre ellas
Vuestra eterna luz
¡Benditas almas purgantes!
A Dios rogad por nosotros
Que nosotros por vosotros rogaremos
Para que Él
La gloria del paraíso os de
“Una flor sobre su tumba se marchita,
una lágrima sobre su recuerdo se evapora.
Una oración por su alma, la recibe Dios”
Así es, tal y como San Agustín lo dijo;
!Oh!, Amados Fieles Difuntos.
 

© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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2 de Noviembre
Los Fieles Difuntos

Una flor sobre su tumba se marchita, una lágrima sobre su recuerdo se evapora. Una oración por su alma, la recibe Dios. -San Agustín

“Cada uno se presentará ante el tribunal de Dios para darle cuenta de lo que ha hecho, de lo bueno y de lo malo.” – Santa Biblia

La Iglesia

Se llama Iglesia a la asociación de los que creen en Jesucristo. La Iglesia se divide en tres grupos:

Iglesia triunfante: los que ya se salvaron y están en el cielo (los que festejamos ayer).

Iglesia sufriente: los que están en el purgatorio purificándose de sus pecados, de las manchas que afean su alma.

Iglesia militante: los que estamos en la tierra luchando por hacer el bien y evitar el mal.

El Catecismo de la Iglesia Católica, publicado por el Papa Juan Pablo II en 1992, es un texto de máxima autoridad para todos los católicos del mundo y dice cinco cosas acerca del Purgatorio:
1ª. Los que mueren en gracia y amistad de Dios pero no perfectamente purificados, sufren después de su muerte una purificación, para obtener la completa hermosura de su alma (1030).

2ª. La Iglesia llama Purgatorio a esa purificación, y ha hablado de ella en el Concilio de Florencia y en el Concilio de Trento. La Iglesia para hablar de que será como un fuego purificador, se basa en aquella frase de San Pablo que dice: “La obra de cada uno quedará al descubierto, el día en que pasen por fuego. Las obras que cada cual ha hecho se probarán en el fuego”. (1Cor. 3, 14).

3ª. La práctica de orar por los difuntos es sumamente antigua. El libro 2º. de los Macabeos en la S. Biblia dice: “Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados” (2Mac. 12, 46).

4ª. La Iglesia desde los primeros siglos ha tenido la costumbre de orar por los difuntos (Cuenta San Agustín que su madre Santa Mónica lo único que les pidió al morir fue esto: “No se olviden de ofrecer oraciones por mi alma”).

5ª. San Gregorio Magno afirma: “Si Jesucristo dijo que hay faltas que no serán perdonadas ni en este mundo ni en el otro, es señal de que hay faltas que sí son perdonadas en el otro mundo. Para que Dios perdone a los difuntos las faltas veniales que tenían sin perdonar en el momento de su muerte, para eso ofrecemos misas, oraciones y limosnas por su eterno descanso”.

De San Gregorio se narran dos hechos interesantes:
El primero, que él ofreció 30 misas por el alma de un difunto, y después el muerto se le apareció en sueños a darle las gracias porque por esas misas había logrado salir del purgatorio.

Y el segundo, que un día estando celebrando la Misa, elevó San Gregorio la Santa Hostia y se quedó con ella en lo alto por mucho tiempo. Sus ayudantes le preguntaron después por qué se había quedado tanto tiempo con la hostia elevada en sus manos, y les respondió: “Es que vi que mientras ofrecía la Santa Hostia a Dios, descansaban las benditas almas del purgatorio”. Desde tiempos de San Gregorio (año 600) se ha popularizado mucho en la Iglesia Católica la costumbre de ofrecer misas por el descanso de las benditas almas.

La respuesta de San Agustín
A este gran Santo le preguntó uno: “¿Cuánto rezarán por mí cuando yo me haya muerto?”, y él le respondió: “Eso depende de cuánto rezas tú por los difuntos. Porque el evangelio dice que la medida que cada uno emplea para dar a los demás, esa medida se empleará para darle a él”.

¿Vamos a rezar más por los difuntos? ¿Vamos a ofrecer por ellos misas, comuniones, ayudas a los pobres y otras buenas obras? Los muertos nunca jamás vienen a espantar a nadie, pero sí rezan y obtienen favores a favor de los que rezan por ellos.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/los_fieles_difuntos.htm)