Martirologio Romano:En
Burdeos, en el territorio de Gascuña, Francia, san Simón Stock,
presbítero, que, primero ermitaño en Inglaterra, ingresó después en la
Orden de los Carmelitas, que guió admirablemente, siendo célebre por su
devoción singular a la Virgen María. († 1265)
San
Simón Stock es uno de los personajes centrales de la historia de la
Orden del Carmen, por dos títulos, sobre todo: a él se debe el cambio
estructural de la Orden abandonando el eremitismo originario y entrando a
formar parte de las ordenes mendicantes o de apostolado.
La tradición nos ha legado que él recibió de manos de María el Santo
Escapulario del Carmen, tan difundido desde el siglo XVI entre el pueblo
cristiano.
La primera noticia de San Simón Stosck es del dominico Gerardo de
Frascheto, contemporáneo del Santo (+1271). No es claro si el "hermano
Simón, Prior de la misma Orden (Carmelitana), varón religioso y veraz"
sea San Simón Stock.
La segunda referencia en orden cronológico es un antiguo Catálogo de
Santos de la Orden, del cual se conservan tres redacciones del siglo
XIV. La más breve y, por lo mismo, más antigua, dice de él:
"El noveno fue San Simón de Inglaterra, sexto General de la Orden, el
cual suplicaba todos los días a la gloriosísima Madre de Dios que diera
alguna muestra de su protección a la Orden de los Carmelitas, que
gozaban del singular título de la Virgen, diciendo con todo el fervor de
su alma es tas palabras:
Flor del Carmelo
Viña floridal esplendor del cielo;
Virgen fecunda y singular;
oh Madre dulce
de varón no conocida;
a los carmelitas,
proteja tu nombre,
estrella del mar.
Según
la tradición, se le apareció la Virgen rodeada de ángeles, el 16 de
julio de 1251, y le mostró el santo Escapulario de la Orden diciéndole: "Este
será el privilegio para ti y todos los carmelitas; quien muriere con él
no padecerá el fuego eterno, es decir, el que con él muriere se
salvará".
Otra redacción más extensa de este Santoral añade nuevos e interesantes
datos sobre él; Su apellido STOCK, que parece se deba a que vivía en el
tronco de un árbol. Su ingreso entre los carmelitas recién llegados a
Inglaterra procedentes del Monte Carmelo. Su elección como Prior General
y la aprobación de la Orden por el Papa Inocencio IV. Su don celestial
de obrar ruidosos milagros. Fue autor de varias composiciones, entre
ellas el Flos Carmelí y el Ave Stella Matutina.
Parece que mientras visitaba la Provincia de Vasconia, murió en Burdeos, el 16 de mayo de 1265, casi centenario de edad.
Se le tributa culto desde 1435.
Nunca ha sido canonizado formalmente, pero el Vaticano aprobó la celebración de la festividad carmelita.
¡Oh!, San Isidro Labrador; vos, sois el hijo del Dios de la Vida, su amado santo y que, en el temor de Dios de no ofenderlo jamás, fundasteis vuestra vida. El Santo Oficio, era vuestra alegría total, pues orabais por todas las gentes de vuestra época. Sensible con los más desposeídos, siendo vos, uno más, nunca se os olvidó, ni siquiera las avecillas del campo, que, recibían de vos, su alimento. El Amor de Dios, no os abandonó jamás, y de manera increíble, os favorecía de mil y una maneras, tanto que, vuestros campos florecientes siempre estaban y aunque envidia generabais, nunca Dios permitió que prosperase. Y, tal como dijo Santiago: “Tened paciencia, hermanos, como el labrador que aguanta paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía”. Así, lo hicisteis, y recibisteis la gloria del cielo, y aunque no sabíais leer, el Cielo y la tierra eran vuestros libros. El historiador Gregorio de Argaiz, quien os dedicó el gran libro: “La soledad y el campo, laureados por San Isidro” dice de vos, así: “Fue vuestra misión, laurear el campo, frío, duro, ingrato, calcinado por los soles del verano y estremecido por los hielos de los inviernos. El campo quedó iluminado y fecundado por su paciencia, su inocencia y su trabajo. No hizo nada extraordinario, pero fue un héroe”. Erais alegre, pero pobre. Vos, no cultivabais vuestro prado, ni vuestra viña; cultivabais el campo de Juan de Vargas, vuestro amo, a quien le preguntabais: “Señor amo, ¿adónde hay que ir mañana?” Y él, os señalaba el plan de cada jornada. Cuando pasabais cerca de la Almudena o frente a la ermita de Atocha, el corazón os latía con fuerza y, vuestro rostro se os iluminaba y musitabais palabras mudas, con vuestras lágrimas de oropel. Lo que ganabais lo distribuías en tres partes: una para el templo, otra para los pobres y otra para vuestra familia. Antes de partir hicisteis una humilde confesión de vuestros pecados y recomendasteis amor a Dios y caridad con el prójimo. Y así, voló vuestra alma al cielo para coronada ser con corona de luz como justo premio a vuestra entrega increíble de amor y fe. Cuando os sacaron del sepulcro vuestro cadáver incorrupto estaba, como si estuviera recién muerto. Santo Patrono de los agricultores; ¡oh!, San Isidro; “vivo labrador de los campos del Dios Vivo”.
15 de mayo San Isidro Labrador, Patrono de los agricultores
Laico
Por: Jesús Martí Ballester | Fuente: Catholic.net
Martirologio Romano: En Madrid, capital de España, labrador,
que juntamente con su mujer, santa María de la Cabeza o Toribia, llevó
una dura vida de trabajo, recogiendo con más paciencia los frutos del
cielo que los de la tierra, y de este modo se convirtió en un verdadero
modelo del honrado y piadoso agricultor cristiano. († 1130)
Fecha de canonización: 12 de marzo de 1622 por el Papa Gregorio XV.
Breve Biografía
Cuarenta años antes de que ocurriera, había escrito Cicerón: “De una
tienda o de un taller nada noble puede salir”. Unos años después, en el
año primero de la era cristiana, salió de un taller de carpintero el
Hijo de Dios. Las mismas manos que crearon el sol y las estrellas y
dibujaron las montañas y los mares bravíos, manejaban la sierra, el
formón, la garlopa, el martillo y los clavos y trabajaban la madera.
Desde entonces, ni la azada ni el arado ni la faena de regar y de
escardar tendrían que avergonzarse ante la pluma ni ante el manejo de
los medios modernos de comunicación, ni ante las coronas de los reyes.
El patrón de aquella villa recién conquistada a los musulmanes, Madrid,
hoy capital de España, no es un rey, ni un cardenal, ni un rey poderoso,
ni un poeta ni un sabio, ni un jurista, ni un político famoso. El
patrón es un obrero humilde, vestido de paño burdo, con gregüescos
sucios de barro, con capa parda de capilla, con abarcas y escarpines y
con callos en las manos. Es un labrador, San Isidro. Como el Padre de
Jesús, cuyas palabras nos transmite San Juan en el evangelio 15,1: “Yo
soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador”.
Se postraron los reyes
Ante su sepulcro se postraron los reyes, los arquitectos le
construyeron templos y los poetas le dedicaron sus versos. Lope de Vega,
Calderón de la Barca, Burguillos, Espinel, Guillén de Castro, honraron a
este trabajador madrileño. El historiador Gregorio de Argaiz le dedicó
un gran libro: “La soledad y el campo, laureados por San Isidro”. Fue su
misión, laurear el campo, frío, duro, ingrato, calcinado por los soles
del verano y estremecido por los hielos de los inviernos. El campo quedó
iluminado y fecundado por su paciencia, su inocencia y su trabajo. No
hizo nada extraordinario, pero fue un héroe.
Fue un héroe que cumplió el “Ora et labora” benedictino. La oración
era el descanso de las rudas faenas; y las faenas eran una oración.
Labrando la tierra sudaba y su alma se iluminaba; los golpes de la
azada, el chirriar de la carreta y la lluvia del trigo en la era, iban
acompañados por el murmullo de la plegaria de alabanza y gratitud
mientras rumiaba las palabras escuchadas en la iglesia. Acariciando la
cruz, aprendió a empuñar la mancera. He ahí el misterio de su vida
sencilla y alegre, como el canto de la alondra, revolando sobre los
mansos bueyes y el vuelo de los mirlos audaces.
Tan pobre
Alegre y, sin embargo, tan pobre. Isidro no cultivaba su prado, ni su
viña; cultivaba el campo de Juan de Vargas, ante quien cada noche se
descubría para preguntarle: “Señor amo, ¿adónde hay que ir mañana?” Juan
de Vargas le señalaba el plan de cada jornada: sembrar, barbechar,
podar las vides, limpiar los sembrados, vendimiar, recoger la cosecha. Y
al día siguiente, al alba, Isidro uncía los bueyes y marchaba hacia las
colinas onduladas de Carabanchel, hacia las llanuras de Getafe, por las
orillas del Manzanares o las umbrías del Jarama. Cuando pasaba cerca de
la Almudena o frente a la ermita de Atocha, el corazón le latía con
fuerza, su rostro se iluminaba y musitaba palabras de amor. Y las horas
del tajo, sin impaciencias ni agobios, pero sin debilidades, esperando
el fruto de la cosecha “Tened paciencia, hermanos, como el labrador que
aguanta paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la
lluvia temprana y tardía” Santiago 5, 7. Así, todo el trabajo duro y
constante, ennoblecido con las claridades de la fe, con la frente bañada
por el oro del cielo, con el alma envuelta en las caricias de la madre
tierra.
No sabía leer
El Cielo y la tierra eran los libros de aquel trabajador animoso que
no sabía leer. La tierra, con sus brisas puras, el murmullo de sus aguas
claras, el gorjeo de los pájaros, el ventalle de sus alamedas y el
arrullo de sus fuentes; la tierra, fertilizada por el sudor del
labrador, y bendecida por Dios, se renueva año tras año en las hojas
verdes de sus árboles, en la belleza silvestre de sus flores, en los
estallidos de sus primaveras, en los crepúsculos de sus tardes otoñales,
con el aroma de los prados recién segados. Isidro se quedaba quieto,
silencioso, extático, con los ojos llenos de lágrimas, porque en
aquellas bellezas divisaba el rostro Amado. Seguro que no sabia expresar
lo que sentía, pero su llanto era la exclamación del contemplativo en
la acción, con la jaculatoria del poeta místico Ramón Llull: “¡Oh
bondad! ¡Oh amable y adorable y munificentísima bondad!”. O del mínimo y
dulce Francisco de Asís, el Poverello: “Dios mío y mi todo”. “Loado
seas mi Señor por todas las criaturas, por el sol, la luna y la tierra y
el agua, que es casta, humilde y pura”. O también con el sublime poeta
castellano como él: “¡Oh montes y espesuras – plantados por las manos
del Amado – oh prado de verduras, de flores esmaltado – decid si por
vosotros ha pasado!!!. “El que permanece en mí y yo en él ese da fruto
abundante” Juan 15,5. Así, el día se le hacía corto y el trabajo ligero.
Bajaban las sombras de las colinas. Colgaba el arado en el ubio, se
envolvía en su capote y entraba en la villa, siguiendo la marcha
cachazuda de la pareja de bueyes.
Una santa
Empezaba la vida de familia. A la puerta le esperaba su mujer con su
sonrisa y su amor y su paz. María Toribia era también una santa, Santa
María de la Cabeza. Un niño salía a ayudar a su padre a desuncir y
conducir los bueyes al abrevadero. Era su hijo, que lo era doblemente,
porque después de nacer, Isidro le libró de la muerte con la oración.
Luego arregla los trastos, cuelga la aguijada, ata los animales, los
llama por su nombre, los acaricia y les echa el pienso en el pesebre,
pues, según la copla castellana: “Como amigo y jornalero, – pace el
animal el yero, – primero que su señor; – que en casa del labrador, –
quien sirve, come primero”. Hasta que llega María restregándose las
manos con el delantal: “Pero ¿qué haces, Isidro, no tienes hambre? -le
dice cariñosamente-. Ya en la mesa, la olla de verdura con tropiezos de
vaca. Pobre cena pero sabrosa, condimentada con la conformidad y animada
con la alegría, la paz y el amor. Y eso todos los días; dias incoloros
pero ricos a los ojos de Dios. Sin saber cómo, Isidro se ha ido
convirtiendo en santo. “Será como un árbol plantado al borde de la
acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto
emprende tiene buen fin” Salmo 1,1. “Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante”
Juan 15,6
Ya su aguijada tiene la virtud de abrir manantiales en la roca,
porque: “Mucho puede hacer la oración intensa del justo…Elías volvió a
orar, y el cielo derramó lluvia y la tierra produjo sus frutos” Santiago
5, 17. “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros,
pedid lo que deseáis y se realizará” Juan 15, 7. Ya puede Isidro rezar
con tranquilidad entre los árboles aunque le observe su amo, porque los
ángeles empuñan el arado. ¡Oh arado, oh esteva, oh aguijada de San
Isidro, sois inmortales como la tizona del Cid, el báculo pastoral de
San Isidoro y la corona del rey San Fernando!, exclama el poeta. Con la
pluma de Santa Teresa habéis subido a los altares. Así es como la villa y
corte, centro de España, tiene por patrón a un labrador inculto, sin
discursos, ni escritos, ni hechos memorables, sólo con una vida
escondida y vulgar de un aldeano, hombre de aquella pequeña villa que se
llamaba Madrid, recién reconconquistada al Islam. En 1083 Alfonso VI
había entrado por la cuesta de la Vega. El contraste es instructivo y
proclama el estilo de Dios cuando nos regala sus santos. “Escondiste
estos secretos a los sabios, y los revelaste a las gentes sencillas”.
San Isidro labrador era un simple; reconocerlo es admirar los planes de
Dios.
El diácono de san Andrés
Lo que sabemos de su vida se debe al diácono de San Andrés, que
conoció a su paisano y sólo ocupa media docena de páginas. ¿Quién es
capaz de extender más la descripción de un labriego sencillísimo que
cruza por esta vida sin ninguna aventura externa y sin más complicación
que la personalísima de ser santo a los ojos de Dios? Fue un hombre
sencillo, su villa era pequeña. Madrid era rica en aguas y en bosques,
con su docena de pequeñas parroquias, sus estrechas calles y en cuesta,
su alcázar junto al río, su morería y sus murallas. Un puñado de
familias cristianas, entre ellas, la de los Vargas, que era la más rica,
alrededor de la parroquia de San Andrés, a cuyo servicio estaba Isidro.
San Isidro nos ofrece todo un programa de vida sencilla, de honrada
laboriosidad, de piedad infantil aunque madura, de caridad fraterna,
ejemplo para esta sociedad compleja, y llena de mundo, de vida
callejera, de codicia y de egoísmo, que lamenta hoy el zarpazo del
terrorismo atroz y espera el nacimiento del nuevo Infante heredero.
Ambos acontecimientos, tan dispares, laten en el corazón celeste de San
Isidro, en su calidad de Patrón de Madrid que lo es, en cierto modo, de
España.
Texto del Evangelio (Jn 14,15-21):En aquel tiempo,
Jesús dijo a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y
yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros
para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede
recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque
mora con vosotros. No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros. Dentro
de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis, porque yo
vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy
en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. El que tiene mis
mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será
amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él».
___________________
«Yo le amaré y me manifestaré a él» P. Julio César RAMOS González SDB (Mendoza, Argentina)
Hoy, Jesús —como lo hizo entonces con sus discípulos— se despide,
pues vuelve al Padre para ser glorificado. Parece ser que esto
entristece a los discípulos, que aún le miran con la sola mirada física,
humana, que cree, acepta y se aferra a lo que únicamente ve y toca.
Esta sensación de los seguidores, que también se da hoy en muchos
cristianos, le hace asegurar al Señor que «no os dejaré huérfanos» (Jn
14,18), pues Él pedirá al Padre que nos envíe «otro Paráclito»
(Auxiliador, Intercesor: Jn 14,16), «el Espíritu de la verdad» (Jn
14,17); además, aunque el mundo no le vaya a “ver”, «vosotros sí me
veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis» (Jn 14,19). Así, la
confianza y la comprensión en estas palabras de Jesús suscitarán en el
verdadero discípulo el amor, que se mostrará claramente en el “tener sus
mandamientos” y “guardarlos” (cf. v. 21). Y más todavía: quien eso
vive, será amado de igual forma por el Padre, y Él —el Hijo— a su
discípulo fiel le amará y se le manifestará (cf. v. 21).
¡Cuántas
palabras de aliento, confianza y promesa llegan a nosotros este
Domingo! En medio de las preocupaciones cotidianas —donde nuestro
corazón es abrumado por las sombras de la duda, de la desesperación y
del cansancio por las cosas que parecen no tener solución o haber
entrado en un camino sin salida— Jesús nos invita a sentirle siempre
presente, a saber descubrir que está vivo y nos ama, y a la vez, al que
da el paso firme de vivir sus mandamientos, le garantiza manifestársele
en la plenitud de la vida nueva y resucitada.
Hoy, se nos
manifiesta vivo y presente, en las enseñanzas de las Escrituras que
escuchamos, y en la Eucaristía que recibiremos. —Que tu respuesta sea la
de una vida nueva que se entrega en la vivencia de sus mandamientos, en
particular el del amor.
Pensamientos para el Evangelio de hoy
«La vida verdadera y auténtica es el Padre, la fuente de la que, por
mediación del Hijo, en el Espíritu Santo, manan sus dones para todos,
y, por su benignidad, también a nosotros los hombres se nos han
prometido verídicamente los bienes de la vida eterna» (San Cirilo de
Jerusalén)
«Ser cristianos no significa principalmente adherirse a una cierta
doctrina, sino más bien vincular la propia vida a la persona de Jesús.
El Espíritu nos enseña la única cosa indispensable: amar como Dios ama»
(Francisco)
«Lo que el Padre nos da cuando nuestra oración está unida a la de
Jesús, es ‘otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el
Espíritu de la verdad’ (Jn 14,16-17). Esta novedad de la oración y de
sus condiciones aparece en todo el Discurso de despedida. En el Espíritu
Santo, la oración cristiana es comunión de amor con el Padre, no
solamente por medio de Cristo, sino también en Él» (Catecismo de la
Iglesia Católica, nº 2.615
¡Oh! gloria de mayo 13, Vos, Santa Madre de Nuestro Redentor aparecisteis a los tres pastorcitos, pidiendo conversión y arrepentimiento y cambio en nuestras vidas. El Rosario Santo, rezando todos los días en nuestras vidas, hasta el final natural de ellas. Lucía, Francisco y Jacinta, videntes de vuestra gloria, hoy están junto a Vos, gozando de vuestra presencia, porque supieron afrontar las blasfemias, herejías y mentiras para extinguir de la vida del hombre vuestra santa presencia, que con más fuerza, tomó cuerpo en todo el orbe de la tierra, diciéndole a todos de una vez por todas: arrepentíos y creed en el evangelio y tornad vuestros ojos hacia Cristo: camino, verdad y vida; ¡oh! Santa María de Fátima, "Verbum Dei".
Cada 13 de mayo la Iglesia celebra a Nuestra Señora de Fátima, una de las advocaciones marianas más extendidas y queridas en el mundo católico. Fue un 13 de mayo, pero de 1917, cuando la Madre de Dios se apareció por primera vez a tres humildes pastorcitos en Cova de Iría, Fátima (Portugal).
Un portento frente a nuestros ojos
“No tengáis miedo. No os haré daño”, dijo la Virgen María a Lucía, Jacinta y Francisco, los tres niños portugueses que, impactados por su presencia maravillosa, se llenaron de comprensible temor. Aquellos pequeños -como probablemente cualquiera en esta tierra- habían sido sobrepasados por lo que veían sus ojos, aquella “señora vestida de blanco, más brillante que el sol”.
Tras el impacto inicial, nuestra dulce Madre les reveló de dónde venía: había bajado del Cielo para ayudar a restituir el lazo que hay entre Dios y los hombres. A continuación pediría a los tres que volvieran a aquel mismo lugar el día 13 de cada mes, a la misma hora, por seis meses seguidos. Después preguntó:
“¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviaros como reparación de los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?".
Los pequeños respondieron que sí, por lo que la Virgen, con franqueza y ternura, les advirtió que sufrirían mucho porque los pecados de los hombres eran grandes. Sin embargo, también les consoló diciéndoles que la gracia de Dios estaría siempre a su lado, dándoles fuerza. De inmediato, la Señora abrió las manos y una fuerte luz cubrió a los niños, quienes cayeron de rodillas y empezaron a rezar diciendo: “Santísima Trinidad, yo te adoro. Dios mío, Dios mío, yo te amo en el Santísimo Sacramento”.
Orad por la paz
Antes de partir, la Virgen pediría: “Rezad el rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”. Dicho esto se elevó hasta que no pudieron verla más.
La Madre portaba un mensaje de paz en días de horror para la humanidad: se desarrollaba la Primera Guerra Mundial y el comunismo empezaba a acechar al mundo como nunca antes.
En los siguientes meses, los niños acudieron a las citas con la Señora, tal y como ella había pedido. Lamentablemente, eso les valdría a los pastorcitos convertirse en blanco de burlas, calumnias, e incluso amenazas de cárcel -el mundo se resistía a creer y aceptar su testimonio-. Es cierto que muchos corazones fueron tocados en ese momento, pero también brotó mucha incomprensión.
Incontables gracias para el mundo
Meses después de ocurridas las apariciones, Francisco y Jacinta Marto -quienes eran hermanos- fallecieron víctimas de la enfermedad. Lucía Santos les sobreviviría y se convertiría en monja de clausura.
Con los años, la Iglesia reconocería el testimonio de los niños y la veracidad de las apariciones milagrosas de la Madre de Dios, mientras tanto la devoción a la Virgen de Fátima se iba expandiendo por el mundo como ninguna otra advocación mariana anterior.
Algunas décadas más tarde, el Papa San Juan Pablo II consagró Rusia -nación esclavizada por el comunismo, ideología contraria a Dios y al ser humano- al Inmaculado Corazón de María, en cumplimiento del pedido de la Madre de Dios.
Finalmente, el Papa Peregrino, en el año 2000, beatificaría a los videntes Jacinto y Francisca, en una ceremonia que contó con la presencia de Sor Lucía, la última sobreviviente de los tres videntes. La religiosa falleció sólo unos años más tarde, en 2005.
Algunos pedidos que la Virgen de Fátima hizo a los pastorcitos
En su Cuarta memoria, Sor Lucía Santos da cuenta de un pedido especial de la Virgen, hecho en la aparición del 13 de julio de 1917:
“Sacrificaos por los pecadores, y decid muchas veces, en especial cuando hagáis algún sacrificio: Oh Jesús, es por vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María”.
Luego insistió: “Cuando recéis el rosario decid, al final de cada misterio: Oh Jesús mío, perdonadnos, libradnos del fuego del infierno, llevad al Cielo a todas las almas, especialmente las más necesitadas de vuestra misericordia”.
El 13 de mayo de 2017, el Papa Francisco viajó a la ciudad de Fátima con motivo del primer centenario de las Apariciones. Ese día el Papa canonizó a los pastorcitos Francisco y Jacinta Marto, quienes se convirtieron en los santos no mártires más jóvenes de la Iglesia.
El año pasado, 2022, se realizó una Peregrinación Internacional de Aniversario, con ocasión del 5º aniversario de la canonización de los hermanitos Marto.¡Jacinta y Francisco, intercedan por la Iglesia!
¡Oh! San Pancracio, vos sois el hijo del Dios de la Vida y su amado santo, que con solo catorce años fuisteis martirizado por declararos creyente y partidario de Nuestro Señor Jesucristo. Vuestro padre murió martirizado y vuestra madre recogió un poco de su sangre y la guardó en un relicario de oro, y más tarde os dijo: “Este relicario lo llevarás colgado al cuello, cuando demuestres que eres tan valiente como lo fue tu padre”. Un día volvíais de la escuela golpeado pero muy contento. Vuestra madre os preguntó la causa de vuestras heridas y de la alegría que mostrabais y vos, le respondisteis: “Es que en la escuela me declaré seguidor de Jesucristo y todos esos paganos me golpearon para que abandonara mi religión. Pero yo deseo que de mí se pueda decir lo que el Libro Santo afirma de los apóstoles: “En su corazón había una gran alegría, por haber podido sufrir humillaciones por amor a Jesucristo”. Al oír esto vuestra amada madre, tomó en sus manos el relicario con la sangre de vuestro padre martirizado, y colgándolo en vuestro cuello, os dijo con lágrimas en los ojos: “Muy bien: ya eres digno seguidor de tu valiente padre”. Y, vos muy feliz ya, con el relicario, continuasteis afirmando que vos, creíais en la divinidad de Cristo y que deseabais por siempre ser su seguidor y amigo. Pero, las autoridades paganas enteradas de vuestras afirmaciones, os llevaron a la cárcel y os condenaron y decretaron la pena de muerte contra vos. Cuando os llevaban hacia el sitio de vuestro martirio varios enviados del gobierno os ofrecían premios y ayuda para el futuro si dejabais de decir que Cristo es Dios. Pero vos, con valor increíble, proclamasteis a viva voz con valentía que deseabais seguir ser creyente en Cristo hasta el último latido de vuestro corazón. Entonces para obligaros a desistir de vuestra fe, empezaron a azotaros sin piedad mientras os conducían hacia vuestro martirio, pero mientras más os azotaban, más fuertemente proclamabais que Jesús es el Redentor del mundo. Y, las gentes que os miraban y escuchaban vuestro maravilloso ejemplo de valentía, se convertían al instante al cristianismo. Cuando llegaron al lugar de vuestro martirio, vos, disteis las gracias vuestros a verdugos por permitiros ir al encuentro con Nuestro Señor Jesucristo, e invitasteis a todos los allí presentes a creer en Jesucristo, Dios y Señor Nuestro, a pesar de todas las contrariedades y de todos los peligros. Seguidamente con voluntad os arrodillasteis y colocando vuestra cabeza para recibir el hachazo del verdugo, parecíais iluminado de pronto y os sentíais contento, al ofrecer vuestra sangre y vuestra vida por proclamar vuestra fidelidad por la verdadera religión. Y, así voló vuestra alma al cielo, para recibir corona de luz como justo premio a vuestra entrega de amor y fe. ¡Aleluya! ¡Oh! San Pancrasio, "Vivo amor por el Dios de la Vida y del Amor".
San Pancrasio Patrono de la Fidelidad de la Juventud El doce de mayo se celebra también la fiesta de San Pancracio, un jovencito romano de sólo 14 años, que fue martirizado por declarase creyente y partidario de Nuestro Señor Jesucristo. Su padre murió martirizado y la mamá recogió en unos algodones un poco de la sangre del mártir y la guardó en un relicario de oro, y le dijo al niño: “Este relicario lo llevarás colgado al cuello, cuando demuestres que eres tan valiente como lo fue tu padre”.
Un día Pancracio volvió de la escuela muy golpeado pero muy contento. La mamá le preguntó la causa de aquellas heridas y de la alegría que mostraba, y el jovencito le respondió: “Es que en la escuela me declaré seguidor de Jesucristo y todos esos paganos me golpearon para que abandonara mi religión. Pero yo deseo que de mí se pueda decir lo que el Libro Santo afirma de los apóstoles: “En su corazón había una gran alegría, por haber podido sufrir humillaciones por amor a Jesucristo”. (Hechos 6,41).
Al oír esto la buena mamá tomó en sus manos el relicario con la sangre del padre martirizado, y colgándolo al cuello de su hijo exclamó emocionada: “Muy bien: ya eres digno seguidor de tu valiente padre”.
Como Pancracio continuaba afirmando que él creía en la divinidad de Cristo y que deseaba ser siempre su seguidor y amigo, las autoridades paganas lo llevaron a la cárcel y lo condenaron y decretaron pena de muerte contra él. Cuando lo llevaban hacia el sitio de su martirio (en la vía Aurelia, a dos kilómetros de Roma) varios enviados del gobierno llegaron a ofrecerle grandes premios y muchas ayudas para el futuro si dejaba de decir que Cristo es Dios. El valiente joven proclamó con toda la valentía que él quería ser creyente en Cristo hasta el último momento de su vida. Entonces para obligarlo a desistir de sus creencias empezaron a azotarlo ferozmente mientras lo llevaban hacia el lugar donde lo iban a martirizar, pero mientras más lo azotaban, más fuertemente proclamaba él que Jesús es el Redentor del mundo. Varias personas al contemplar este maravilloso ejemplo de valentía se convirtieron al cristianismo.
Al llegar al sitio determinado, Pancracio dio las gracias a los verdugos por que le permitían ir tan pronto a encontrarse con Nuestro Señor Jesucristo, en el cielo, e invitó a todos los allí presentes a creer siempre en Jesucristo a pesar de todas las contrariedades y de todos los peligros. De muy buena voluntad se arrodilló y colocó su cabeza en el sitio donde iba a recibir el hachazo del verdugo y más parecía sentirse contento que temeroso al ofrecer su sangre y su vida por proclamar su fidelidad a la verdadera religión.
Allí en Roma se levantó un templo en honor de San Pancracio y por muchos siglos las muchedumbres han ido a venerar y admirar en ese templo el glorioso ejemplo de un valeroso muchacho de 14 años, que supo ofrecer su sangre y su vida por demostrar su fe en Dios y su amor por Jesucristo.
San Pancracio: ruégale a Dios por nuestra juventud que tiene tantos peligros de perder su fe y sus buenas costumbres.
¡Oh! San Francisco de Jerónimo, vos sois el hijo del Dios de la Vida y su amado santo. Vos, mostrasteis siempre inclinación para la virtud, y confiaron vuestra educación a una sociedad de sacerdotes que vivían en santidad. Más adelante, os encargaron enseñar catecismo a los niños y cuidar del orden en la iglesia; y por vuestra piedad, el arzobispo de Tarento os confirió la tonsura eclesiástica. Estudiasteis teología, filosofía, derecho canónico y civil con los jesuitas. Os ordenaron sacerdote y luego de haberos estado como prefecto de disciplina en el colegio jesuita de Nápoles, pedisteis vuestra admisión en la Compañía de Jesús. Os prohibieron celebrar la santa misa más de tres veces por semana, pero Jesús se os apareció para daros la santa comunión por el gran amor que os tenía. Os enviaron a las misiones acompañando al padre Agnello Bruno, famoso predicador de aquél tiempo evangelizando la región de Otranto, convirtiendo a pecadores y fortificando a los justos. “Los padres Bruno y Jerónimo parecen no ser simples mortales, sino ángeles enviados expresamente para salvar las almas”, decían las gentes de aquél tiempo. Luego, os nombraron predicador de la iglesia de Gesù Nuovo, la casa profesa de los jesuitas en Nápoles. Incrementasteis el entusiasmo religioso de la congregación de trabajadores, que secundaba la labor misionera de los padres jesuitas. A ellos, los animabais a tomar en serio la religión, que frecuentaran los sacramentos los Domingos y las fiestas de Nuestra Señora; que todos los días, se hiciese oración mental, para progresar en la vida espiritual; que practicaran mortificaciones y penitencias para dominar el cuerpo, y que, fueran devotos del Via Crucis y de Nuestra Señora. Y, ¡milagro de milagros!, ellos se volvieron excelentes cooperadores, atrayendo una multitud de pecadores a vuestros pies. Instituisteis una caja de auxilio, para los gastos en caso de enfermedad y en caso de muerte. Establecisteis una comunión general el tercer domingo de cada mes, en aquella Iglesia, con un éxito total. Vuestros superiores un día os dijeron que "vuestras Indias y vuestro Japón" serían la ciudad y el reino de Nápoles. Y, así fue, pues la evangelizasteis durante cuarenta años. Salíais a las calles predicando sobre la conversión y de la penitencia, de lo inesperado de la muerte y de la necesidad de estar preparado para ella, del terrible juicio de Dios y, de los tormentos eternos del infierno. Predicabais en las calles, plazas e iglesias y el pueblo se aglomeraba para aproximaros para veros, besaros las manos y tocar vuestra ropa. Vuestros sermones cortos y directos pero, enérgicos y elocuentes llegaban al fondo de los corazones de los culpables, tanto que lograbais conversiones milagrosas. Cuando exhortabais a los pecadores al arrepentimiento, parecíais profeta del Antiguo Testamento y vuestra voz se tornaba más potente y poderosa, quizás por ello, el pueblo decía de vos: “Es un cordero cuando habla, pero un león cuando predica”. Hablabais a la feligresía mostrando la enormidad del pecado y el terror de los juicios divinos y luego vuestra voz cambiaba de tono y hablabais de la dulzura y de la bondad de Nuestro Señor Jesucristo, como esperanza de salvación, conquistando así, los corazones más endurecidos. Rematabais vuestra prédica, y llamabais a la conversión, y miles de gentes rodillas en loza, pedían perdón por sus desmanes. Una vez trajisteis una calavera a su vuestro púlpito para hablar de la muerte. Otras, vos mismo os descubríais vuestras espaldas os flagelabais hasta sangrar. En medio de todo, los pecadores confesaban sus crímenes en voz alta, mujeres de mala vida se arrodillaban delante del Crucifijo, para ellas, fundasteis refugios y un Asilo del Espíritu Santo, para sus hijos. Muchas de ellas, abrazaron la vida religiosa. Un día, predicabais en una plaza cerca de una casa de mala fama, y la mujer que en ella habitaba, hizo todos los ruidos posibles para no oír la predicación y otro día viendo que estaba cerrada, preguntasteis qué había pasado y os respondieron que la mujer, Catalina, había muerto súbitamente. “¡Muerta!” —exclamasteis sorprendido. “Vamos a verla”. Y, en compañía del pueblo, subisteis hasta donde estaba el cadáver de la infeliz. Vos, os quebrasteis y preguntasteis: “Catalina, dime, ¿dónde estás?” Dos veces repetisteis la misma pregunta y cuando lo hicisteis por tercera vez, los ojos del cadáver se abrieron, los labios temblaron y, a la vista de todo mundo, ella respondió con una voz que parecía venir del otro mundo: “¡En el infierno! ¡En el infierno!”. La respuesta hizo que todos huyeron de aquel lugar. Y nadie tuvo el valor de volver a casa, sin antes haber hecho una buena confesión. Vuestro amor, os llevó hasta los condenados a las galeras, y transformasteis aquél lugar en refugio de paz y resignación, consiguiendo la conversión de varios esclavos moros a la verdadera fe. Decíais vos: “Mientras yo conserve un aliento de vida iré, aunque sea arrastrado, por las calles de Nápoles. Si caigo debajo de la carga, daré gracias a Dios. Un animal de carga debe morir bajo su fardo”. Y, así voló vuestra alma al cielo, para ser coronada con corona de luz, como justo premio a vuestra entrega de amor; ¡Oh! San Francisco de Jerónimo, "vivo Cristo del Dios de la Vida y del Amor".
11 de Mayo San Francisco de Jerónimo Apóstol de Nápoles
San Francisco de Jerónimo, santo poco conocido en América, a quien hoy presentamos. Francisco de Jerónimo nació en la pequeña ciudad de Grottaglie, cerca de Taranto, al sur de Italia, el día 17 de setiembre de 1642. Sus padres, Juan Leonardo de Jerónimo y Gentilesca Gravina, además de tener una posición honorífica en la región, se destacaban sobre todo por la virtud. Tuvieron once hijos, de los cuales Francisco fue el primogénito. A todos les proporcionaron una excelente educación religiosa. Como el hijo mayor mostraba una fuerte inclinación para la virtud, al cumplir los once años sus padres lo confiaron a una sociedad de sacerdotes que vivían santamente, sin obligarse por votos.
Debido a las excelentes cualidades del adolescente, fue encargado de enseñar catecismo a los niños y cuidar del orden en la iglesia. Impresionado por su piedad, el arzobispo de Tarento le confirió la tonsura eclesiástica a la edad de dieciséis años. Sus padres lo enviaron entonces a esa ciudad para estudiar filosofía y teología. Francisco fue después a Nápoles para estudiar derecho canónico y civil en el Gesù Vecchio, de los jesuitas, que figuraba en aquel tiempo entre las mejores universidades de Europa.
Recibió la comunión directamente de Nuestro Señor Jesucristo Francisco de Jerónimo fue ordenado sacerdote en 18 de marzo de 1666. Después de pasar cuatro años en el cargo de prefecto de disciplina en el colegio jesuita de Nápoles, pidió su admisión en la Compañía de Jesús a los 28 años de edad. En el noviciado, a pesar de ser el más humilde, fervoroso, mortificado y obediente de todos, para probarlo, los superiores le prohibieron celebrar la santa misa más de tres veces por semana. Se cuenta que los otros días el mismo Jesucristo se le aparecía para darle la santa comunión. Francisco fue entonces enviado a las misiones populares acompañando a un famoso predicador de la época, el padre Agnello Bruno.
Durante tres años evangelizaron la región de Otranto convirtiendo a pecadores y fortificando a los justos, de tal modo que se decía en la región: “Los padres Bruno y Jerónimo parecen no ser simples mortales, sino ángeles enviados expresamente para salvar las almas”. Lo nombraron después predicador de la iglesia de Gesù Nuovo, la casa profesa de los jesuitas en Nápoles. Francisco comenzó por incrementar el entusiasmo religioso de una congregación de trabajadores, cuya finalidad era secundar la labor misionera de los padres jesuitas. Quería que los congregados, incluso los más humildes, tomaran muy en serio la religión: que frecuentaran los sacramentos los domingos y fiestas de la Santísima Virgen; que todos los días ellos hicieran oración mental, sin la cual no es posible el menor progreso verdadero en la vida espiritual; que practicaran también mortificaciones y penitencias para dominar el propio yo, y que fueran devotos del Via Crucis y de Nuestra Señora. Poco a poco esos trabajadores se volvieron excelentes cooperadores, haciendo mucho apostolado y trayendo una multitud de pecadores a los pies de San Francisco de Jerónimo.
Como vivían apenas del parco salario, el santo instituyó entre ellos una caja de auxilio que les permitiera contar con una módica suma para sus gastos en caso de enfermedad. Y, en caso de muerte, recibir un digno funeral, con el insigne privilegio de poder ser enterrados en el cementerio de la propia iglesia de Gesù Nuovo. San Francisco estableció también, en aquella iglesia, una comunión general el tercer domingo de cada mes. Sus congregados se dedicaban a difundir esa devoción, y lo hacían con tal éxito que era común ver a más de quince mil hombres comulgando los domingos.
Sus Indias y su Japón: el reino de Nápoles
Pero el celo apostólico de San Francisco no se limitaba a ello. Quería ir a las Indias para convertir infieles como su patrono San Francisco Javier. Pero sus superiores le respondieron que “sus Indias y su Japón” serían la ciudad y el reino de Nápoles. Durante 40 años él evangelizará esta región de modo notable.
Salía a las calles de la ciudad predicando sobre la necesidad de la conversión y de la penitencia, de lo inesperado de la muerte y de la necesidad de estar preparado para ella, del terrible juicio de Dios, de los tormentos eternos del infierno. Escogía para sus sermones de preferencia las calles donde hubiese ocurrido algún escándalo. Algunos días de la semana visitaba los alrededores de Nápoles, a veces hasta 50 poblados en un sólo día. Predicaba en las calles, plazas e iglesias. Y el resultado era sorprendente. Documentos de la época describen a San Francisco de Jerónimo como de estatura alta, cejas amplias, grandes ojos oscuros, nariz aguileña, mejillas secas, pálido, y con una mirada que reflejaba su austeridad y vida ascética. Todo eso producía una maravillosa impresión. El pueblo se aglomeraba para aproximarse a él, verlo, besarle las manos y tocar su ropa.
Sus sermones cortos, pero enérgicos y elocuentes, tocaban las conciencias culpables de sus oyentes, operando conversiones milagrosas. Cuando exhortaba a los pecadores al arrepentimiento, adquiría aires de profeta del Antiguo Testamento y su voz se hacía más potente y terrible. Por eso el pueblo decía de él: “Es un cordero cuando habla, pero un león cuando predica”.
Prédicas, arrepentimientos y conversiones
Su método ordinario era el de mostrar primero la enormidad del pecado y el terror de los juicios divinos, para suscitar en los oyentes un santo temor e indignación a causa de sus pecados. Una vez obtenido eso, cambiaba totalmente el tono, y hablaba de la dulzura y de la bondad de Nuestro Señor Jesucristo, de modo que la esperanza sustituya a la desesperación y conquistar así los corazones más endurecidos. Era el momento que escogía para dirigir un llamado a la conversión, tan dulce y persuasivo que llevaba a muchos a caer de rodillas y pedir perdón por sus desmanes. Al final, añadía algún ejemplo categórico de los castigos o de las gracias de Dios para dejar en las almas una impresión más profunda. Ante un auditorio voluble e impresionable, Francisco utilizaba todo cuanto pudiera poner aquellas imaginaciones al servicio de sus propias almas.
Así, una vez trajo una calavera a su púlpito improvisado para hablar de la muerte. Otras, cuando nada parecía conmover a sus oyentes, paraba el sermón, descubría las espaldas y se flagelaba hasta correr sangre. El efecto era irresistible. Pecadores comenzaban a confesar sus crímenes en voz alta, mujeres de mala vida se arrodillaban delante del Crucifijo que él traía y se cortaban los cabellos en señal de arrepentimiento. San Francisco de Jerónimo fundó dos refugios para esas pecadoras arrepentidas y el Asilo del Espíritu Santo, que pronto cobijó a 190 hijos de esas infelices, para darles la oportunidad de encontrar un futuro menos sombrío. El santo tuvo la consolación de ver a 22 de esas mujeres abrazar la vida religiosa.
“Catalina, dime, ¿dónde estás?”
Pero no fue siempre así. Un día que predicaba en una plaza cerca de una casa de mala fama, la mujer que en ella habitaba comenzó a hacer todos los ruidos posibles para entorpecer la predicación. El santo continuó hasta el fin. Otro día, predicando en el mismo lugar y viendo la casa cerrada, preguntó qué había pasado. Le respondieron que la mujer, Catalina, había muerto súbitamente. “¡Muerta!” —exclamó San Francisco Jerónimo sorprendido. “Vamos a verla”. Y, en compañía del pueblo, subió la escalera hasta la sala donde estaba el cadáver de la infeliz. Se produjo un silencio sepulcral, que el santo quebró preguntando: “Catalina, dime, ¿dónde estás?” Dos veces repitió la misma pregunta. Cuando lo hizo por tercera vez con voz más autoritaria, los ojos del cadáver se abrieron, los labios temblaron y, a la vista de todo mundo, ella respondió con una voz que parecía venir del otro mundo: “¡En el infierno! ¡En el infierno!”. El susto que provocó fue tan grande, que todos huyeron de aquel lugar maldito. Y nadie tuvo el valor de volver a casa sin antes haber hecho una buena confesión.
San Francisco de Gerónimo
La caridad de San Francisco de Jerónimo lo llevaba también hasta los condenados a las galeras, transformando aquel lugar de rebelión y dolor en refugio de paz y resignación. Allí, con su insuperable caridad y celo por los almas, consiguió la conversión de varios esclavos moros a la verdadera fe. Para que sus bautismos influenciaran a fondo los corazones, los celebraba lo más pomposamente posible. El santo quería trabajar hasta el fin de sus fuerzas. Decía: “Mientras yo conserve un aliento de vida iré, aunque sea arrastrado, por las calles de Nápoles. Si caigo debajo de la carga, daré gracias a Dios. Un animal de carga debe morir bajo su fardo”. Y eso sucedió el día 11 de mayo de 1716, cuando entregó su bella alma a Dios, a los 73 años de edad.
¡Oh!, San Juan de Ávila, vos, sois el hijo del Dios de la Vida y su amado santo. Aquél, que, llamado “Misionero y de almas Director”, quiso Él, daros sublime misión: “guía ser de hombres y mujeres santos ysantas”, y que, desde el “vívido” sermón y los hechos, multitudes quedaron cautivadas y satisfechas con la fuerza de vuestro corazón hecho palabra, que, en caro amor y esperanza, desbrozabais ante aquellos, que, hasta ayer, impíos y herejes eran, y, todos luego, convertidos ya, rodillas en loza por horas puestas, al cielo clamaban de alegría y, a los que vos, el Santo Crucifijo les acercabais, junto con el tierno Amor de María Santísima. Muchos sacerdotes os seguían para ayudaros a confesar y hacer catequesis para los niños y administrar los sacramentos. Ricos y pobres, jóvenes y viejos, a escucharos acudían pues de vos, dimanaban sabrosos trozos de cielo y miel de vida. Vuestra devoción a Nuestra Señora, os hacía exclamar: “Más preferiría vivir sin piel, que vivir sin devoción a la Virgen María”. Fundasteis muchos colegios y ayudabais a las universidades católicas. Vuestra autoridad y vuestro ascendiente grande y considerado era en todas partes. Vuestros últimos años fueron de enormes sufrimientos. En vos, se cumplía aquello que dijo Jesús: “Mi Padre, al árbol que más quiere, más lo poda, para que produzca mayor fruto”. Pero, vos no dejabais de recorrer ciudades y pueblos predicando, confesando, dando dirección espiritual y edificando a todos con vuestra vida de gran santidad. Tres temas os llamaban mucho la atención para predicar: la Eucaristía, el Espíritu Santo y la Virgen María. Así fue, hasta el día aquél, en que, agonizante respondisteis, invitado por Dios Padre, al cielo anhelado, y viendo cómo, un sacerdote os trataba con especial veneración le dijisteis: “Padre, tráteme como a un miserable pecador, porque eso es lo que he sido y nada más”. Entonces tomando el crucifijo entre vuestras santas manos, exclamasteis: “Dios mío, si, sí te parece bien que suceda, está bien, ¡está muy bien!”. “Jesús yMaría” “Jesús y María”. Y, luego vuestra santa alma, voló al cielo, para coronada ser, con justicia, con corona de luz; como justo premio a vuestra entrega de amor y fe; de todos los sacerdotes españoles Santo Patrono y Guía”; ¡oh!, San Juan de Ávila; “vivo amor, fe y luz del Dios Vivo”.
3 by Luis Ernesto Chacón Delgado __________________________________________
10 de Mayo San Juan de Avila Misionero y Director de Almas (1569)
Petición
San Juan de Avila: tú que con tus sermones lograste
tantas conversiones de pecadores, alcánzanos del Señor Dios, que también
nosotros nos convirtamos.
Juan significa: “Dios es misericordioso”. San Juan de
Avila tuvo el privilegio de ser amigo y consejero de seis santos: San
Ignacio de Loyola, Santa Teresa, San Juan de Dios, San Francisco de
Borja, San Pedro de Alcántara y Fray Luis de Granada. Dicen que él es la
figura más importante del clero secular español del siglo 16.
Nació en el año 1500. De una familia muy rica, al morir sus padres
repartió todos sus bienes entre los pobres y después de tres años de
oración y meditación se decidió por el sacerdocio. Estudió filosofía y
teología en la Universidad de Alcalá y allá hizo amistad con el Padre
Guerrero que fue después arzobispo de Granada y su amigo de toda la
vida.
Desde el principio de su sacerdocio demostró una elocuencia
extraordinaria. El pueblo acudía en gran número a escuchar sus sermones
donde quiera que él iba a predicar. Cada predicación la preparaba con
cuatro o más horas de oración de rodillas. A veces pasaba la noche
entera ante un crucifijo o ante el Santísimo Sacramento encomendando la
predicación que iba a hacer después a la gente. Y los resultados eran
formidables. Los pecadores se convertían a montones. A sus discípulos
les decía: “Las almas se ganan con las rodillas”. A uno que le
preguntaba como hacer para lograr convertir a alguna persona en cada
sermón, le dijo: “¿Y es que Ud. espera convertir en cada sermón a alguna
persona?”. “No, ¡eso no!”, respondió el otro. “Pues por eso es que no
los convierte”, le dijo el santo, “porque para poder obtener
conversiones hay que tener fe en que sí se conseguirán conversiones. ¡La
fe mueve montañas!.”
A otro que le preguntaba cuál era la principal cualidad para poder
llegar a ser un buen predicador, le respondió: “La principal cualidad
es: ¡amar mucho a Dios!”. Pidió viajar de misionero a América del sur,
pero su amigo el Arzobispo de Granada le dijo: “Aquí en España también
hay muchos a quienes misionar y evangelizar. ¡Quédese predicando entre
nosotros!”. Le obedeció y se dedicó a predicar por Andalucía, por todo
el sur de España. Y las conversiones que conseguía eran asombrosas. Su
predicación era fuerte. No prometía vida en paz a quienes querían vivir
en paz con sus pecados, pero animaba enormemente a todos los que
deseaban salir de su anterior vida de pecado. Un gran número de
sacerdotes le seguía para ayudarle a confesar y colaborarle en la
catequesis de los niños y en la administración de los sacramentos. Ricos
y pobres, jóvenes y viejos, todos acudían con gusto a escucharle.
Dios le concedió a San Juan de Avila la cualidad especialísima de
ejercer un gran ascendiente sobre los sacerdotes. Por eso el Sumo
Pontífice lo ha nombrado “Patrono de los sacerdotes españoles”. Bastaba
con que lo vieran celebrar misa o le oyeran un sermón para que los
sacerdotes quedaran muy agradablemente impresionados de su modo de obrar
y predicar. Y después en sus sermones, ellos estaban allá entre el
público oyéndole con gran atención. El sabio escritor Fray Luis de
Granada se colocaba cerca de él, lápiz en mano, e iba escribiendo sus
sermones. De cada sermón del santo, sacaba el material para predicar
luego diez sermones. Los sacerdotes decían que el Padre Juan de Avila
predicaba como si estuviera oyendo al mismo Dios.
Fue reuniendo grupos de sacerdotes y por medio de hacerles meditar en
la Pasión de Jesucristo y en la Eucaristía y de rezar y recibir los
sacramentos, los iba enfervorizando y después los enviaba a predicar. Y
los frutos que conseguía eran inmenoss. Unos 30 de esos sacerdotes se
hicieron después Jesuitas. Otros colaboraron con la reforma que San Juan
de la Cruz y Santa Teresa hicieron de los padres Carmelitas y muchos
más llenaron de buenas obras las parroquias con su gran fervor.
Un día en Granada, mientras San Juan de Avila pronunciaba un gran
sermón, de pronto se oyó en el templo un grito fortísimo. Era San Juan
de Dios que había sido antes militar y comerciante y que ahora se
convertía y empezaba una vida de santidad admirable. En adelante San
Juan de Dios tendrá siempre como consejero al Padre Juan de Avila, a
quien atribuirá su conversión.
Los enemigos y envidiosos lo acusaron de que su predicación era
demasiado miedosa y de que se proponía hacer que las gentes fueran
demasiado espirituales. Y el santo fue llevado a la cárcel y allí estuvo
de 1532 a 1533. Aprovechó su prisión para meditar más y crecer en
santidad. Cuando se le reconoció su inocencia y fue sacado de la prisión
el pueblo lo ovacionó como a un héroe.
A muchas personas les dio dirección espiritual por medio de cartas.
Después reunió una colección de esas cartas y las publicó con el título
de “Oye hija” y fue un libro muy afamado y que hizo gran bien a los
lectores.
Su devoción a la Virgen era tan grande que lo hacía exclamar: “Más
preferiría vivir sin piel, que vivir sin devoción a la Virgen María”.
Fundó más de diez colegios y ayudaba mucho a las universidades
católicas. Su autoridad y su ascendiente eran muy grandes en todas
partes.
Sus últimos 17 años fueron de enormes sufrimientos por su salud que
era muy deficiente. En él se cumplía aquello que dijo Jesús: “Mi Padre,
al árbol que más quiere, más lo poda, para que produzca mayor fruto”.
Pero aunque sus padecimientos eran muy intensos, no por eso dejaba de
recorrer ciudades y pueblos predicando, confesando, dando dirección
espiritual y edificando a todos con su vida de gran santidad. Tres temas
le llamaban mucho la atención para predicar: la Eucaristía, el Espíritu
Santo y la Virgen María.
Una de sus cualidades más admirables era su gran humildad. A pesar de
sus brillantes éxitos apostólicos, siempre se creía un pobre y
miserable pecador. Cuando estaba agonizante vio que un sacerdote lo
trataba con muy grande veneración y le dijo: “Padre, tráteme como a un
miserable pecador, porque eso es lo que he sido y nada más”.
Cuando en su última enfermedad los dolores arreciaban, apretaba el
crucifijo entre sus manos y exclamaba: “Dios mío, si sí te parece bien
que suceda, está bien, ¡está muy bien!”. El 10 de mayo del año 1569,
diciendo “Jesús y María” murió santamente. Fue beatificado en 1894 y el
Papa Pablo VI lo declaró santo en 1970.