27 abril, 2011

Santa Zita

Oh, Santa Zita vos sois la
hija del Dios de la vida y
aunque carente de bienes
materiales, os disteis con
amor entero y obediente
a servir a Dios en vuestras
simples tareas. De fe llena
conseguisteis la santidad
diciéndole al hombre de
vuestro tiempo y del nuestro
que alcanzar el cielo se puede,
desde el más humilde oficio.
Nada os guardabais para
vos y todo lo compartíais
con los menesterosos y el
cielo se alegró, y os recibió
para coronaros con corona
de eterna luz, que brilla en
en la Casa del Padre Eterno;
oh, Santa Zita; amor y vida.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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27 de Abril


Santa Zita
Sirvienta
( 1278 )

Una sencilla sirvienta del hogar. Desde los 12 años hasta su muerte sirvió en casa de los Fatinelli de Lucca (Italia), siendo a veces humillada y criticada por ellos. Mereció, no obstante, su respeto gracias a la sincera devoción y a la entrega a su trabajo.

El Señor le favoreció con el don de los milagros y carismas extraordinarios. El culto a la sierva de Dios comenzó poco después de su muerte en 1272. Su tumba en la iglesia de San Fridiano fue objeto de veneración y peregrinación por toda clase de gente.

Canonizada en 1696, su nombre entró en el calendario Romano en 1748. Desde Italia su culto pasó ya desde la edad media a todas partes de Europa, sobre todo dentro de las clases populares. Muy vinculada a las asociaciones de jóvenes del servicio domestico.

Historia

Santa Zita nació en Lucca, Italia, en 1218, de una familia campesina pobre, pero muy piadosa. De pequeñita, bastaba que la mamá le dijera: “Esto agrada a Dios”, para que la niña lo hiciera. Y bastaba decirle: “Esto no agrada a Nuestro Señor”, para que dejara de hacerlo.

A los 12 años, a causa de la pobreza de la familia tuvo que emplearse de sirvienta en una familia rica. El consejo que le dio la mamá al despedirse de ella fue esto: “En tus acciones y palabras debes pensar: ¿Esto agradará a Dios?”. Fue un consejo que le ayudó machismo a comportarse bien.

El jefe de la familia donde Zita fue a trabajar, era de temperamento violento y mandaba con gritos y palabras muy humillantes. Todos los empleados protestaban por este trato tan áspero, menos Zita que lo aceptaba de buena gana para asemejarse a Cristo Jesús que fue humillado y ultrajado.

Las demás empleadas le tenían envidia y la humillaban continuamente con palabras hirientes. Pero jamás Zita respondía a sus ofensas ni guardaba rencor o resentimiento. Los obreros se disgustaban porque ella demostraba aversión a las palabras groseras y a los cuentos inmorales. La tildaban de “besaladrillos” y de “beata”. Pero con el correr de los años, todos se fueron dando cuenta de que era una verdadera santa, una gran amiga de Dios.

Era la más consagrada a sus oficios en toda esa inmensa casa y repetía que una piedad que lo lleva a uno a descuidar los deberes y oficios que tiene que cumplir, no es verdadera piedad. Un hombre quiso irrespetarla en su castidad, y ella le arañó la cara, y lo hizo alejarse. El otro fue con calumnias ante el dueño de la casa y éste la insultó horriblemente. Zita no dijo ni una sola palabra para defenderse. Dejaba a Dios que se encargara de su defensa. Y después se supo toda la verdad y el patrón tuvo que arrepentirse del trato tan injusto que le había dado y creció enormemente su aprecio por aquella humilde sirvienta.

El dinero de su sueldo lo gastaba casi todo en ayudar a los pobres. Dormía en una estera en el puro suelo porque su catre y colchón los había regalado a una familia muy necesitada.

Un día en pleno invierno con varios grados bajo cero, la señora de la casa le prestó su manto de lana para que fuera al templo a oír misa. Pero en la puerta del templo encontró a un pobre tiritando de frío y le dejó el manto. Al volver a casa fue terriblemente regañada por haber dado aquella tela, pero poco después apareció en la puerta de la casa un señor misterioso a traer un hermoso manto de lana. Y no quiso decir quién era él. La gente decía: “Un ángel del Señor vino a visitarnos”.

Un día llevaba para los pobres entre los pliegues de su delantal, todo lo que había sobrado del almuerzo, y por el camino se encontró con el furioso jefe de la casa, el cual le preguntó: – ¿Qué lleva ahí?. Ella abrió el delantal y solamente apareció allí un montón de flores.

En época de gran escasez y hambre Zita repartió entre los más pobres unos costales de grano que había en la despensa. Cuando llegó el furibundo capataz de la casa a contar cuántos costales de grado quedaban en el granero, la santa se puso a rezar a Dios para que le solucionara aquel problema. El hombre encontró allí todos los costales de grano. No faltaba ni uno solo. Y nadie se pudo explicar cómo ni cuándo fueron repuestos los que la joven había repartido entre los pobres.

Cuando le quedaba un día libre, lo empleaba en visitar pobres, enfermos y presos, en ayudar a los condenados a muerte. Estuvo 48 años de sirvienta, demostrando que en cualquier oficio y profesión que sea del agrado de Dios, se puede llegar a una gran santidad.

Murió el 27 de abril de 1278. Fueron tantos los milagros que se obraron por su intercesión que el Papa Inocencio XII la declaró santa. Y su cuerpo se conservaba incorrupto cuando fue sacado del sepulcro, más de 300 años después de su muerte.

Todavía son miles y miles los peregrinos que van a visitar el sepulcro y el templo de Santa Zita. Y ella sigue dándonos esta gran lección: que en un trabajo humilde se puede ganar una gran gloria para el cielo.




26 abril, 2011

Santos Cleto y Marcelino


Oh, Santos Cleto y Marcelino;
vosotros sois los hijos del Dios
de la vida, y que cada quien en
su tiempo, lo mejor disteis de
vuestras ejemplares vidas, cuando
el momento de la prueba os llegó,
y frente a los herejes e impíos
de vuestro tiempo, os negasteis,
con valor y fe, a tributar homenaje
alguno a falsos dioses y, más,
porque persististeis en ello y de
las huellas de vuestro Maestro
Cristo Jesús, no os apartasteis y
seguisteis hasta el final, tras el
martirio, ganándoos así la luz en
vuestras coronas, por la eternidad;
Oh, Santos Cleto y Marcelino.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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26 de abril
Santos Cleto = Anacleto y Marcelino = Marcelo
Papas y mártires
(† 90, 304)

El Martirologio y el Breviario romano han unido en un mismo día la conmemoración de estos dos papas y mártires, considerándoles como pontífices distintos de otros dos, Anacleto y Marcelo, que llevan un nombre casi parecido y cuya semejanza ha servido de tema de discusión a los entendidos en la historia de la Iglesia.

De los antiguos catálogos de los papas, los más antiguos, como el de San Ireneo (siglo III), Eusebio (siglo IV), San Epifanio, San Jerónimo y San Agustín, hacen de Cleto y Anacleto un solo personaje, que, siguiendo a San Lino en el Pontificado, viene a ser con ello el tercero de los papas. Más tarde, en el Catálogo Liberiano (siglo IV) y en el Líber Pontificalis (siglo VI), se hace ya distinción entre estos dos nombres, dándose a Cleto el tercer lugar y el quinto a Anacleto en la sucesión del Príncipe de los Apóstoles. Esta separación se debió, tal vez, en época posterior a escrúpulos de exactitud, suposición confirmada por los recientes estudios llevados a cabo por el alemán Er. Caspar sobre la vida de los primeros papas.

De aquí que, siguiendo la opinión más extendida entre los críticos modernos, también nosotros tomaremos el nombre de Cleto por el de Anacleto, identificando con ello, y en ambos nombres, al tercer papa que sucedió a San Lino en la silla de San Pedro.

Algo parecido ocurre a su vez con el papa San Marcelino, ya que, según unos documentos, a San Cayo le siguen dos pontífices distintos llamados Marcelino y Marcelo, mientras, según otros, tal vez la mayoría, solamente le siguió uno, que es el papa que estudiamos, San Marcelino.

No se trata, por tanto, de probar la existencia o no existencia de este Santo, que es admitida por todos, sino de ver si de nuevo nos hallamos ante un solo papa o bien ante dos.

Como es sabido, entre los romanos los nombres de Marcelo, Marcelino o Marceliano vienen a ser uno mismo, tomado con diversas variantes. De una inscripción del siglo IV deducimos con toda claridad que, a fines de este siglo y principios del siguiente, hubo un papa que llevaba por nombre Marcelino, aunque para designarle se usaran a veces los otros de Marcelo y Marceliano.

Solamente los catálogos posteriores (el Liberiano y el Liber Pontificalis) empiezan a confundirles y a señalar dos papas independientes. Hoy, sin embargo, como en el caso de Cleto y Anacleto, todos se inclinan a admitir la existencia de un solo Marcelino, que en el año 296 sucede a San Cayo en la cátedra de San Pedro.

San Cleto o Anacleto nace, según los documentos aludidos, en Atenas, y ya de muy joven es convertido a la fe cristiana por el mismo San Pedro, quien pronto le ordena de diácono y poco más tarde de presbítero. Tal vez seguirá al apóstol en su correrías evangélicas, hasta que llega a Roma, donde forma parte, desde el primer momento, de aquel grupo de selectos o colaboradores que tenía San Pedro en la ciudad de los Césares. No es de extrañar que a ellos —a Lino, su sucesor; a Anacleto y a Clemente— les confiara de vez en cuando el gobierno de la Iglesia romana, mientras él iba recorriendo las distintas cristiandades.

Por el año 76, y habiendo muerto el sucesor de San Pedro, San Lino, es escogido Anacleto por la comunidad de fieles para sucederle en la cátedra, empezando con ello su pontificado, que había de extenderse hasta el año 88, según unos, o hasta el 90, según otros, Duros tiempos le toca vivir, cuando a los trabajos de consolidación de las primeras cristiandades se iban uniendo las fatigas de la persecución, que no hacía mucho se había desencadenado. Anacleto, como buen pastor, vigila y ora con los perseguidos, a quienes reúne en las catacumbas para celebrar los divinos oficios. El mismo, como posteriormente haría San Dámaso, decora las tumbas de los apóstoles, y especialmente la de San Pedro, que había sido enterrado en la colina del Vaticano. En ella hace construir una especie de túmulo o “memoria” que sirviera para señalar a las generaciones futuras el lugar exacto de la tumba del primer papa.

Nuestro Santo aparece, por otra parte, como un Pontífice de la Iglesia romana y universal, con ciertos decretos llenos de interés, usando en sus cartas el saludo, que habían de adoptar sus sucesores, de “Salud y bendición apostólica”, y, como casi todos los primeros pastores de la Iglesia, iba a manifestar con su vida la doctrina de Cristo que predicaba.

Por este tiempo había sucedido en el Imperio el emperador Domiciano (81-86), que al fin de su vida, y echando abajo la templanza característica de su familia, los Flavios, iba a distinguirse como uno de los perseguidores más cruentos de los cristianos. Que en su reinado padeciera el martirio San Anacleto es indudable, aunque no nos queden noticias precisas del modo y la fecha en que lo sufrió. La Iglesia, sin embargo, le ha concedido siempre el título de mártir, habida cuenta de los trabajos que tuvo que padecer. Fue enterrado en la misma colina del Vaticano, junto al sepulcro de San Pedro, a quien tan de cerca había seguido en su vida.

La Iglesia romana celebra también la fiesta de San Marcelino el 26 de abril y, aunque siempre se ha creído que su muerte tuvo lugar el 24 de octubre del año 304, parece probable que padeciera martirio en esta fecha del 26 de abril del mismo año, cuatro días precisamente después de la publicación del cuarto edicto de persecución decretado por Diocleciano. Este emperador, llevado por un falso concepto de la grandeza del Imperio, que exigía acabar con toda la raza de cristianos, empieza su persecución general en el año 303, en Oriente, y pronto la extiende a todas las provincias del Imperio y a la misma Roma. Regía entonces los destinos de la Iglesia San Marcelino, que había sucedido a San Cayo el 30 de junio del año 296. Su gobierno iba a durar ocho años y se iba a caracterizar por una serie de luchas, tanto interiores como exteriores. De una parte agobiaban a los cristianos los diversos decretos de persecución, el último de los cuales obligaba a todos los súbditos del emperador a que sacrificasen y ofreciesen públicos sacrificios a los dioses.

En Roma se desencadena una terrible persecución, que abarca tanto a las jerarquías como al simple pueblo, ya fueran mujeres o niños. Algunos ceden, y éste era el peligro interior de la Iglesia, ante tanto miedo y fatiga, y fueron numerosos los que llegaron a ofrecer, siquiera fuera como símbolo meramente externo, el incienso ante el altar de los dioses paganos.

Todo ello dio origen a que se formara en la Iglesia un grupo de los llamados “lapsos”, que aparentemente aparecían como, apóstatas, si bien estuvieran siempre dispuestos a entrar de nuevo en el seno de la Iglesia. Ante el problema de recibirlos de nuevo o no, surgen dos trayectorias marcadamente definidas. De una parte están los intransigentes, los eternos fariseos, que negaban el perdón con el pretexto de no contaminarse con los caídos.

De otra parte, y ésta fue la posición de San Marcelino, a ejemplo del Buen Pastor del Evangelio, están los que trataban de dulcificar la posición de los que habían sacrificado, recibiéndoles de nuevo a la gracia de la penitencia. Por esta conducta es acusado el Papa de favorecer la herejía y, aún más, se inventa la leyenda de que él mismo había llegado a ofrecer incienso a los dioses para escapar libre de la persecución.

En seguida la secta de los donatistas, que en este tiempo empieza a luchar encarnizadamente contra la fe católica y contra los pontífices de Roma, propala la calumnia de que también San Marcelino había prevaricado, aunque después, arrepintiéndose, se hubiera declarado cristiano ante el tribunal, padeciendo martirio por esta causa.

La leyenda, como tantas otras, fue admitida más tarde hasta por el mismo Liber Pontificalis, y ampliada la inverosimilitud, con la circunstancia de que San Marcelino se había presentado nada menos que delante de 300 obispos en el sínodo de Sinuessa, para escuchar de sus labios su propia sentencia.

El lapsus de San Marcelino ha sido siempre desmentido, ya sea por el silencio de los escritores contemporáneos y sucesivos, ya por el fundamento de falsedad en que se apoyan los que lo afirman, y más que todo por la fama de santidad que había gozado siempre este papa entre los cristianos de los primeros siglos.

Los peregrinos visitaban y veneraban su tumba, y el mismo San Agustín escribía en su tiempo que los donatistas acusaron a Marcelino y a sus presbíteros Melquíades, Marcelo y Silvestre, como mera propaganda en su odio a Roma.

Respecto de las actas del sínodo de Sinuessa, está suficientemente probado que fueron falsificadas en los principios del siglo VI, en tiempos del papa Símaco, cuando el rey visigodo Teodorico, con el fin de que otro sínodo pudiera juzgar legítimamente a este papa, y como no hubiera precedentes anteriores, hace amañar unas actas falsificadas, trayendo a colación lo que los donatistas habían propalado del lapso” del papa San Marcelino.

En cuanto al Liber Pontificalis (c. a. 530), es sabido que en este caso toma sus noticias precisamente de las actas falsificadas del sínodo de Sinuessa.

Los hechos, sin embargo, fueron de otra manera. Ante el edicto general, San Marcelino, que había regido sabiamente la Iglesia, agrandando las catacumbas para dar mejor cabida a los cristianos —aún existe en la de San Calixto una capilla llamada de San Marcelino— esforzando a todos con su ejemplo y su virtud, no dudó, cuando le llegó el momento, en dar también su sangre por Cristo. Llevado ante el tribunal, juntamente con los cristianos Claudio, Cirino y Antonino, confiesa abiertamente su fe y es condenado en seguida a la pena capital. Decapitado, su cuerpo permanece veinticinco días sin sepultura, hasta que, por fin, le encuentra el presbítero Marcelo y, reunida la comunidad, es sepultado con toda piedad en el cementerio de Priscila, junto a la vía Salaria, donde todavía se conserva.

Como supremo mentís a la difamación que habían extendido sobre su vida los herejes, fueron diseñados sobre su tumba los tres jóvenes hebreos que, como el santo mártir, se negaron también a rendir adoración a los ídolos delante de la estatua del rey asirio, Nabucodonosor.

(Francisco Martín Hernández)





25 abril, 2011

San Marcos, Evangelista


Oh, San Marcos, evangelista;
vos sois el hijo del Dios de la
vida, que de Cristo Jesús, Señor
y Dios Nuestro, escribisteis de
brillante manera, de como Él,
entre nosotros vivió amor dando,
curando enfermos, demonios
echando, muertos resucitando
y nosotros, que, del lado nuestro
lo tuvimos, a la cruz lo enviamos
y así, en sus verdugos hechos
fuimos. Marchó Él, sin murmurar
nada y amándonos siguió por
siempre. Dichoso vos, que por
Pedro, escuchasteis vos mismo
de sus labios, cuánto amor por
el hombre brotó de sus santos
labios y hoy, cumplida vuestra
misión; vivís hoy junto a Él,
luciendo corona de luz que brilla;
oh, San Marcos, santo evangelista.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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25 de Abril
San Marcos
Evangelista

Según tradición eclesiástica, Marcos, llamado también Juan Marcos o simplemente Juan, es el autor de un evangelio y el intérprete que traducía a Pedro en sus predicaciones frente a auditorios de habla griega. Era hijo de una cierta María, cuya casa de Jerusalén estaba abierta a la primitiva comunidad Cristiana. Primo de Bernabé, probablemente fuera como él de estirpe sacerdotal.

Afirma por una parte la tradición que Marcos nunca habría oído personalmente la predicación del Señor, pero por otra muchos han querido descubrirlo en aquel muchacho que huyó desnudo en el huerto de Getsemaní, episodio que sólo el evangelio a él atribuido refiere. Tal vez haya conocido al grupo de seguidores sin llegar a ser propiamente discípulo.

Al comenzar la expansión del evangelio, Pablo y Bernabé salieron de Jerusalén hacia Antioquía llevando con ellos a Marcos; éste los acompañó en sus primeras empresas misionales, a Chipre y Perges, de donde regresó por causas desconocidas.

Bernabé, deseoso de llevar nuevamente a Marcos con ellos cuando el apóstol planeaba su segundo viaje, encontró la oposición de Pablo, que partió solo. Marcos siguió, pues, a Bernabé una vez más hasta Chipre. Sin embargo, Marcos reaparece junto a Pablo en Roma, pero es creencia que fue más bien discípulo de Pedro, quien confirma esta suposición al llamarlo “hijo” suyo en su primera carta. El evangelio que se le atribuye, además, sigue muy de cerca el esquema de los discursos de Pedro que nos ha conservado el libro de los Hechos de los Apóstoles.

Nada sabemos de su existencia posterior. La segunda carta a Timoteo lo señala entre los compañeros de este discípulo de Pablo; conforme a un dato que recoge el historiador Eusebio de Cesarea (a comienzos del siglo IV), la Iglesia de Alejandría lo habría tenido por fundador. Sus últimos años y el lugar de su muerte nos son desconocidos.

El breve relato que lleva su nombre descubre un espíritu observador y ágil. Sólo Marcos, por ejemplo, destaca el verdor de la hierba sobre la que Jesús hizo sentar a la muchedumbre hambrienta antes de multiplicar los panes y los pescados por primera vez.

Las grandes líneas de su evangelio, en tanto, trasuntan una profunda credibilidad histórica y demuestran singular valor teológico. Marcos comienza por presentar a Jesús bien recibido por la gente, pero pronto su humilde mesianismo, tan alejado de las reivindicatorias expectativas populares de los judíos, ocasiona la decepción de la masa; apagado el entusiasmo primerizo, el Señor se retira de Galilea para dedicarse de lleno a la instrucción de los discípulos, quienes por boca de Pedro confiesan la divinidad de su Maestro. A partir de este reconocimiento de Cesarea, todo el relato se orienta a Jerusalén; en la ciudad santa, finalmente, la oposición crece y culmina en el juicio inicuo y la pasión, que alcanza su victoriosa respuesta cuando Cristo abandona su tumba, de acuerdo con lo que había profetizado de si mismo.

El secreto mesiánico, del que Marcos hace un tema central, da así todo su fruto: Jesús, siervo humillado por la maldad y la ignorancia de los hombres que él había venido a rescatar, es exaltado por Dios, como ha de serlo todo el que a él se una de corazón y lo siga en el camino, el único que permite comprender esa “Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios” que Marcos nos ha trasmitido en un lenguaje popular, muchas veces incorrecto en la forma, pero vivaz y lleno de encanto.





24 abril, 2011

Domingo de Resurrección



¡Ha Resucitado!

Lo veis
os lo dije
velad y veréis:


¡Ha resucitado!
El Rey del Universo.
¡Ha resucitado!


Lo veis
os lo dije
Él Vive, Él Vive.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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La Resurrección

La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Contempla los lugares donde Cristo se apareció después de Su Resurrección

Domingo de Resurrección

Importancia de la fiesta

El Domingo de Resurrección o de Pascua es la fiesta más importante para todos los católicos, ya que con la Resurrección de Jesús es cuando adquiere sentido toda nuestra religión.

Cristo triunfó sobre la muerte y con esto nos abrió las puertas del Cielo. En la Misa dominical recordamos de una manera especial esta gran alegría. Se enciende el Cirio Pascual que representa la luz de Cristo resucitado y que permanecerá prendido hasta el día de la Ascensión, cuando Jesús sube al Cielo.

La Resurrección de Jesús es un hecho histórico, cuyas pruebas entre otras, son el sepulcro vacío y las numerosas apariciones de Jesucristo a sus apóstoles.

Cuando celebramos la Resurrección de Cristo, estamos celebrando también nuestra propia liberación. Celebramos la derrota del pecado y de la muerte.

En la resurrección encontramos la clave de la esperanza cristiana: si Jesús está vivo y está junto a nosotros, ¿qué podemos temer?, ¿qué nos puede preocupar?

Cualquier sufrimiento adquiere sentido con la Resurrección, pues podemos estar seguros de que, después de una corta vida en la tierra, si hemos sido fieles, llegaremos a una vida nueva y eterna, en la que gozaremos de Dios para siempre.

San Pablo nos dice: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana seria nuestra fe” (I Corintios 15,14)

Si Jesús no hubiera resucitado, sus palabras hubieran quedado en el aire, sus promesas hubieran quedado sin cumplirse y dudaríamos que fuera realmente Dios.

Pero, como Jesús sí resucitó, entonces sabemos que venció a la muerte y al pecado; sabemos que Jesús es Dios, sabemos que nosotros resucitaremos también, sabemos que ganó para nosotros la vida eterna y de esta manera, toda nuestra vida adquiere sentido.

La Resurrección es fuente de profunda alegría. A partir de ella, los cristianos no podemos vivir más con caras tristes. Debemos tener cara de resucitados, demostrar al mundo nuestra alegría porque Jesús ha vencido a la muerte.

La Resurrección es una luz para los hombres y cada cristiano debe irradiar esa misma luz a todos los hombres haciéndolos partícipes de la alegría de la Resurrección por medio de sus palabras, su testimonio y su trabajo apostólico.

Debemos estar verdaderamente alegres por la Resurrección de Jesucristo, nuestro Señor. En este tiempo de Pascua que comienza, debemos aprovechar todas las gracias que Dios nos da para crecer en nuestra fe y ser mejores cristianos. Vivamos con profundidad este tiempo.

Con el Domingo de Resurrección comienza un Tiempo pascual, en el que recordamos el tiempo que Jesús permaneció con los apóstoles antes de subir a los cielos, durante la fiesta de la Ascensión.

¿Cómo se celebra el Domingo de Pascua?

Se celebra con una Misa solemne en la cual se enciende el cirio pascual, que simboliza a Cristo resucitado, luz de todas las gentes.
En algunos lugares, muy de mañana, se lleva a cabo una procesión que se llama “del encuentro”. En ésta, un grupo de personas llevan la imagen de la Virgen y se encuentran con otro grupo de personas que llevan la imagen de Jesús resucitado, como símbolo de la alegría de ver vivo al Señor.

En algunos países, se acostumbra celebrar la alegría de la Resurrección escondiendo dulces en los jardines para que los niños pequeños los encuentren, con base en la leyenda del “conejo de pascua”.

La costumbre más extendida alrededor del mundo, para celebrar la Pascua, es la regalar huevos de dulce o chocolate a los niños y a los amigos.

A veces, ambas tradiciones se combinan y así, el buscar los huevitos escondidos simboliza la búsqueda de todo cristiano de Cristo resucitado.

La tradición de los “huevos de Pascua”

El origen de esta costumbre viene de los antiguos egipcios, quienes acostumbraban regalarse en ocasiones especiales, huevos decorados por ellos mismos. Los decoraban con pinturas que sacaban de las plantas y el mejor regalo era el huevo que estuviera mejor pintado. Ellos los ponían como adornos en sus casas.

Cuando Jesús se fue al cielo después de resucitar, los primeros cristianos fijaron una época del año, la Cuaresma, cuarenta días antes de la fiesta de Pascua, en la que todos los cristianos debían hacer sacrificios para limpiar su alma. Uno de estos sacrificios era no comer huevo durante la Cuaresma. Entonces, el día de Pascua, salían de sus casas con canastas de huevos para regalar a los demás cristianos. Todos se ponían muy contentos, pues con los huevos recordaban que estaban festejando la Pascua, la Resurrección de Jesús.

Uno de estos primeros cristianos, se acordó un día de Pascua, de lo que hacían los egipcios y se le ocurrió pintar los huevos que iba a regalar. A los demás cristianos les encantó la idea y la imitaron. Desde entonces, se regalan huevos de colores en Pascua para recordar que Jesús resucitó.

Poco a poco, otros cristianos tuvieron nuevas ideas, como hacer huevos de chocolate y de dulce para regalar en Pascua. Son esos los que regalamos hoy en día.

Leyenda del “conejo de Pascua”

Su origen se remonta a las fiestas anglosajonas pre-cristianas, cuando el conejo era el símbolo de la fertilidad asociado a la diosa Eastre, a quien se le dedicaba el mes de abril. Progresivamente, se fue incluyendo esta imagen a la Semana Santa y, a partir del siglo XIX, se empezaron a fabricar los muñecos de chocolate y azúcar en Alemania, esto dio orígen también a una curiosa leyenda que cuenta que, cuando metieron a Jesús al sepulcro que les había dado José de Arimatea, dentro de la cueva había un conejo escondido, que muy asustado veía cómo toda la gente entraba, lloraba y estaba triste porque Jesús había muerto.

El conejo se quedó ahí viendo el cuerpo de Jesús cuando pusieron la piedra que cerraba la entrada y lo veía y lo veía preguntándose quien sería ese Señor a quien querían tanto todas las personas.

Así pasó mucho rato, viéndolo; pasó todo un día y toda una noche, cuando de pronto, el conejo vio algo sorprendente: Jesús se levantó y dobló las sábanas con las que lo habían envuelto. Un ángel quitó la piedra que tapaba la entrada y Jesús salió de la cueva ¡más vivo que nunca!

El conejo comprendió que Jesús era el Hijo de Dios y decidió que tenía que avisar al mundo y a todas las personas que lloraban, que ya no tenían que estar tristes porque Jesús había resucitado.

Como los conejos no pueden hablar, se le ocurrió que si les llevaba un huevo pintado, ellos entenderían el mensaje de vida y alegría y así lo hizo.

Desde entonces, cuenta la leyenda, el conejo sale cada Domingo de Pascua a dejar huevos de colores en todas las casas para recordarle al mundo que Jesús resucitó y hay que vivir alegres.

Sugerencias para vivir la fiesta

Contempla los lugares donde Cristo se apareció después de Su Resurrección EL CAMINO DE LA LUZ, Fotos y meditaciones para aprovechar y rezar durante los días de Pascua.
Dibujar en una cartulina a Jesús resucitado

Adornar y rellenar cascarones de huevo y regalarlos a los vecinos y amigos explicándoles el significado.

(http://www.aciprensa.com/Semanasanta/tri-pascua.htm)

23 abril, 2011

Sábado Santo y Vigilia Pascual


Duerme


“Duerme” aún
el Dios de la vida
volverá mañana.

¡Jesús a muerto!
A muerto Jesús
¿Jesús a muerto?


Velad y veréis
veréis y velad
velad y veréis


¡Jesús a muerto!
A muerto Jesús
¿Jesús a muerto?


“Duerme” aún
el Dios de la vida
volverá mañana.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Sábado Santo

Durante el día del sábado, como una viuda, la Iglesia llora la muerte de su Esposo.

La Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor., meditando su pasión y muerte y aquél “descenso a los infiernos” – al lugar de los muertos – que confesamos en el Credo y que prolonga la humillación de la cruz, manifestando el realismo de la muerte de Jesús, cuya alma conoció en verdad la separación del cuerpo y se unió a las restantes almas de los justos. Pero el descenso al reino de muerte es también el primer movimiento de la victoria de Cristo sobre la misma.

Hoy no se celebra sacrificio de la Misa ni se recibe comunión – a no ser el caso de viático -, aunque se reza la liturgia de las Horas. El altar permanece por todo ello desnudo hasta que, después de la solemne Vigilia o expectación nocturna de la Resurrección, se inauguren los gozos de la Pascua, cuya exuberancia inundará los cincuenta días pasados.

Sábado de Gloria

“…rogó a Pilato José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por temor de los judíos, que le permitiese tomar el cuerpo de Jesús, y Pilato se lo permitió. Vino, pues, y tomó su cuerpo. Llegó Nicodemo, el mismo que había venido a Él de noche al principio, y trajo una mezcla de mirra y áloe, como unas cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo fajaron con bandas de aromas, según es costumbre sepultar entre los judíos. Había cerca del sitio donde fue crucificado un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual nadie aún había sido depositado. Allí, a causa de la Pascua de los judíos, por estar cerca el monumento, pusieron a Jesús (Jn 19, 38-42).”

Reflexión

Es curioso ver los frutos inmediatos de la muerte de Jesús, en verdad, si el grano de trigo no muere, no dará fruto. José de Arimatea y Nicodemo preparan el cuerpo sagrado de Jesús como era costumbre entre los judíos. Tenían que darse prisa, pues ya se acercaba la madrugada, que era el sábado. Los judíos guardaban el sábado, y no hacían ningún tipo de trabajo, sólo orar, estar recogidos en Dios. Estos hombres, que eran fieles a sus leyes, no querían dejar a Jesús así, pero tampoco querían ir en contra de los preceptos religiosos. Tuvieron que sepultarlo en una tumba nueva, que estaba allí cerca. Las mujeres que acompañaba a Jesús también vieron colocaron el cuerpo de Jesús y se fueron antes de que comenzara el sábado.

Jesús, “descendió a los infiernos”, dice el credo que rezamos, pero este infierno no es el mismo del que Jesús habla en el evangelio (fuego eterno), sino es el limbo, donde estaban todos los justos esperando que Jesús triunfara sobre el mal, que se consumiera su muerte, su reparación por nuestros pecados, para que así, las puertas del paraíso volvieran a abrirse y ellos pudieran entrar.

Mientras que el mundo pensaba que Jesús había fracasado, no fue así, triunfó. Apenas comenzaba la glorificación del Padre y la Suya. Mientras los apóstoles, asustados, se escondían por temor a ser vistos por los soldados, pues temían su propia vida, Jesús liberaba a los justos y estos salieron al encuentro del paraíso que Dios tenía preparado para ellos. Diferentes sentimientos sobre un mismo suceso, y usted, qué sentimientos tiene ante estos sucesos?


Vigilia Pascual

Según una antiquísima tradición, esta es noche de vigilia en honor del Señor (Ex 12,42). Los fieles, tal como lo recomienda el evangelio (Lc 12,35-36), deben parecerse a los criados, que con las lámparas encendidas en las manos, esperan el retorno de su señor, para que cuando llegue los encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa” (Misal, pág. 275).

Esta Noche Pascual tiene, como toda celebración litúrgica, dos partes centrales:

- La Palabra: Solo que esta vez las lecturas son más numerosas (nueve, en vez de las dos o tres habituales).

- El Sacramento: Esta noche, después del camino cuaresmal y del catecumenado, se celebran, antes de la Eucaristía, los sacramentos de la iniciación cristiana: el Bautismo y la Confirmación.

Así, los dos momentos centrales adquieren un relieve especial: se proclama en la Palabra la salvación que Dios ofrece a la humanidad, culminando con el anuncio de la resurrección del Señor.

Y luego se celebra sacramentalmente esa misma salvación, con los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. A todo ello también se le antepone un rito de entrada muy especial: se añade un rito lucernario que juega con el símbolo de la luz en medio de la noche, y el Pregón Pascual, lírico y solemne.

La Pascua del Señor, nuestra Pascua

Todos estos elementos especiales de la Vigilia quieren resaltar el contenido fundamental de la Noche: la Pascua del Señor, su Paso de la Muerte a la Vida.

La oración al comienzo de las lecturas del Nuevo Testamento, invoca a Dios, que “ilumina esta noche santa con la gloria de la resurrección del Señor”. En esta noche, con más razón que en ningún otro momento, la Iglesia alaba a Dios porque “Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado” (Prefacio I de Pascua).

Pero la Pascua de Cristo es también nuestra Pascua: “en la muerte de Cristo nuestra muerte ha sido vencida y en su resurrección resucitamos todos” (Prefacio II de Pascua).

La comunidad cristiana se siente integrada, “contemporánea del Paso de Cristo a través de la muerte a la vida”. Ella misma renace y se goza en “la nueva vida que nace de estos sacramentos pascuales” (oración sobre las ofrendas de la Vigilia): por el Bautismo se sumerge con Cristo en su Pascua, por la Confnmación recibe también ella el Espíritu de la vida, y en la Eucaristía participa del Cuerpo y la Sangre de Cristo, como memorial de su muerte y resurrección.

Los textos, oraciones, cantos: todo apunta a esta gozosa experiencia de la Iglesia unida a su Señor, centrada en los sacramentos pascuales. Esta es la mejor clave para la espiritualidad cristiana, que debe centrarse. más que en la contemplación de los dolores de Jesús (la espiritualidad del Viernes Santo es la más fácil de asimilar), en la comunión con el Resucitado de entre los muertos.
Cristo, resucitando, ha vencido a la muerte.

Este es en verdad “el día que hizo el Señor”. El fundamento de nuestra fe. La experiencia decisiva que la Iglesia, como Esposa unida al Esposo, recuerda y vive cada año, renovando su comunión con El, en la Palabra y en los Sacramentos de esta Noche.

Luz de Cristo

El fuego nuevo es asperjado en silencio, después, se toma parte del carbón bendecido y colocado en el incensario, se pone incienso y se inciensa el fuego tres veces. Mediante este rito sencillo reconoce la Iglesia la dignidad de la creación que el Señor rescata.

Pero la cera, a su vez, resulta ahora una criatura renovada. Se devolverá al cirio el sagrado papel de significar ante los ojos del mundo la gloria de Cristo resucitado. Por eso se graba en primer lugar la cruz en el cirio. La cruz de Cristo devuelve a cada cosa su sentido. Por ello el Canon Romano dice: “Por él (Cristo) sigues creando todos los bienes, los santificas, los llenas de vida, los bendices y los repartes entre nosotros”.

Al grabar en la cruz las letras griegas Alfa y Omega y las cifras del año en curso, el celebrante dice: “Cristo ayer y hoy, Principio y Fin, Alfa y Omega. Suyo es el tiempo. Y la eternidad. A él la gloria y el poder. Por los siglos de los siglos. Amén”.

Así expresa con gestos y palabras toda la doctrina del imperio de Cristo sobre el cosmos, expuesta en San Pablo. Nada escapa de la redención del Señor, y todo, hombres, cosas y tiempo están bajo su potestad.

Se lo adorna con granos de incienso, según una tradición muy antigua, que han pasado a significar simbólicamente las cinco llagas de Cristo: “Por tus llagas santas y gloriosas nos proteja y nos guarde Jesucristo nuestro Señor”.

Termina el celebrante encendiendo el fuego nuevo, diciendo: “La 1uz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu”.

Tras el cirio encendido que representa a Cristo, columna de fuego y de luz que nos guía a través de las tinieblas y nos indica el camino a la tierra prometida, avanza el cortejo de los ministros. Se escucha cantar tres veces: “Luz de Cristo” mientras se encienden en el cirio recién bendecido todas las velas de la comunidad cristiana.

Hay que vivir estas cosas con alma de niño, sencilla pero vibrante, para estar en condiciones de entrar en la mentalidad de la Iglesia en este momento de júbilo. El mundo conoce demasiado bien las tinieblas que envuelven a su tierra en infortunio y congoja. Pero en esa hora, puede decirse que su desdicha ha atraído la misericordia y que el Señor quiere invadirlo todo con oleadas de su luz.

Los profetas habían prometido ya la luz: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande”, escribe Isaías (Is 9, I; 42,7; 49,9). Pero la luz que amanecerá sobre la nueva Jerusalén (Is 60,1ss.) será el mismo Dios vivo, que iluminará a los suyos (Is 60, 19) y su Siervo será la luz de las naciones (Is 42,6; 49,6).

El catecúmeno que participa en esta celebración de la luz sabe por experiencia propia que desde su nacimiento pertenece a las tinieblas; pero sabe también que Dios “lo llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa” (1 Pe 2,9). Dentro de unos momentos, en la pila bautismal, “Cristo será su luz” (Ef 5, 14). Se va a convertir de tiniebla que es en “luz en el Señor” (Ef 5,8).

Pregón pascual o “exultet”

Este himno de alabanza, en primer lugar, anuncia a todos la alegría de la Pascua, alegría del cielo, de la tierra, de la Iglesia, de la asamblea de los cristianos. Esta alegría procede de la victoria de Cristo sobre las tinieblas.

Luego, entona la gran Acción de Gracias. Su tema es la historia de la salvación resumida por el poema. Una tercera parte consiste en una oración por la paz, por la Iglesia en sus jefes y en sus fieles, por los que gobiernan los pueblos, para que todos lleguen a la patria del cielo.

“Exulten por fin los coros de los ángeles,
exulten las jerarquías del cielo,
y por la victoria de Rey tan poderoso
que las trompetas anuncien la salvación.


Goce también la tierra,
inundada de tanta claridad,
y que, radiante con el fulgor del Rey eterno,
se sienta libre de la tiniebla
que cubría el orbe entero.


Alégrese también nuestra madre la Iglesia,
revestida de luz tan brillante;
resuene este templo con las aclamaciones del pueblo.


En verdad es justo y necesario
aclamar con nuestras voces
y con todo el afecto del corazón
a Dios invisible, el Padre todopoderoso,
y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.


Porque él ha pagado por nosotros al eterno Padre
la deuda de Adán
y, derramando su sangre,
canceló el recibo del antiguo pecado.


Porque éstas son las fiestas de Pascua,
en las que se inmola el verdadero Cordero,
cuya sangre consagra las puertas de los fieles.


Ésta es la noche
en que sacaste de Egipto
a los israelitas, nuestros padres,
y los hiciste pasar a pie el mar Rojo.


Ésta es la noche
en que la columna de fuego
esclareció las tinieblas del pecado.


Ésta es la noche
en que, por toda la tierra,
los que confiesan su fe en Cristo
son arrancados de los vicios del mundo
y de la oscuridad del pecado,
son restituidos a la gracia
y son agregados a los santos.


Ésta es la noche
en que, rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende victorioso del abismo.
¿De qué nos serviría haber nacido
si no hubiéramos sido rescatados?


¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!
¡Qué incomparable ternura y caridad!
¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!


Necesario fue el pecado de Adán,
que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!


¡Qué noche tan dichosa!
Sólo ella conoció el momento
en que Cristo resucitó de entre los muertos.


Ésta es la noche
de la que estaba escrito:
“Será la noche clara como el día,
la noche iluminada por mí gozo.”


Y así, esta noche santa
ahuyenta los pecados,
lava las culpas,
devuelve la inocencia a los caídos,
la alegría a los tristes,
expulsa el odio,
trae la concordia,
doblega a los poderosos.


En esta noche de gracia,
acepta, Padre santo,
este sacrificio vespertino de alabanza
que la santa Iglesia te ofrece
por medio de sus ministros
en la solemne ofrenda de este cirio,
hecho con cera de abejas.


Sabernos ya lo que anuncia esta columna de fuego,
ardiendo en llama viva para gloria de Dios.
Y aunque distribuye su luz,
no mengua al repartirla,
porque se alimenta de esta cera fundida,
que elaboró la abeja fecunda
para hacer esta lámpara preciosa.


¡Que noche tan dichosa
en que se une el cielo con la tierra,
lo humano y lo divino!


Te rogarnos, Señor, que este cirio,
consagrado a tu nombre,
arda sin apagarse
para destruir la oscuridad de esta noche,
y, como ofrenda agradable,
se asocie a las lumbreras del cielo.
Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo,
ese lucero que no conoce ocaso
y es Cristo, tu Hijo resucitado,
que, al salir del sepulcro,
brilla sereno para el linaje humano,
y vive y reina glorioso
por los siglos de los siglos.

Amén.

(http://www.es.catholic.net/celebraciones/120/301/articulo.php?id=1269)


La liturgia de la Palabra

Esta noche la comunidad cristiana se detiene más de lo ordinario en la proclamación de la Palabra. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento hablan de Cristo e iluminan la Historia de la Salvación y el sentido de los sacramentos pascuales. Hay un diálogo entre Dios que habla a su Pueblo (las lecturas) y el Pueblo que responde (Salmos y oraciones).

Las lecturas de la Vigilia tienen una coherencia y un ritmo entre ellas. La mejor clave es la que dio el mismo Cristo: “todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse, y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó (a los discípulos de Emaús) lo que se refería a él en toda la Escritura” (L,c 24,27).

Lecturas del Antiguo Testamento

Primera lectura: Gn 1,1-31 ó 2,1-2: Vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno.

Segunda lectura: Gn 22,1-18: El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.

Tercera lectura Ex 14-15,30 – Los israelitas cruzaron el mar Rojo.

Cuarta lectura: Is 54,5-14 – Con misericordia eterna te quiere el Señor, tu redentor.

Quinta lectura: Is 55, 1-11 – Vengan a mí, y vivirán; sellaré con ustedes una alianza perpetua.

Sexta lectura: Bar 3,9-15.32-4,4 – Camina a la claridad del resplandor del Señor

Séptima lectura: Ez 36.16-28 – Derramaré sobre ustedes un agua pura, y les daré un corazón nuevo.

El Antiguo Testamento prepara la realidad del Nuevo Testamento: lo que se anunciaba y prometía, ahora se ha cumplido de verdad.

Es importante subrayar este paso al Nuevo Testamento: el Misal indica en este momento diversos signos, tales como el adorno del altar (luces, flores), el canto del Gloria y la aclamación del Aleluya antes del Evangelio. También se ilumina de manera más plena la iglesia ya que durante las lecturas del Antiguo Testamento estaba iluminada más discretamente.

Sobre todo es el Evangelio, tomado de uno de los tres sinópticos. según el Ciclo, el que hay que destacar: es el cumplimiento de todas las profecías y figuras, proclama la Resurrección del Señor.

Lecturas del Nuevo Testamento

Primera lectura: Rom 6,3-11 – Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más.

Evangelio

CICLO A: Mt 28.1-10 – Ha resucitado y va por delante de ustedes a Galilea.

CICLO B: Mc 16, 1-8 – Jesús Nazareno, el crucificado, ha resucitado.

CICLO C: Lc 24.1-12 – Por qué buscan entre los muertos al que está vivo.

La Liturgia bautismal

La noche de Pascua es el momento en el que tiene más sentido celebrar los sacramentos de la iniciación cristiana. Después de un camino catecumenal (personal, si se trata de adultos y de la familia, para los niños, y siempre en lo que cabe, de la comunidad cristiana entera), el signo del agua -la inmersión, el baño- quiere ser la expresión sacramental de cómo una persona se incorpora a Cristo en su paso de la muerte a la vida.

Como dice el Misal, si se trata de adultos, esta noche tiene pleno sentido que además del Bautismo se celebre la Confirmación. para quedar ya integrados plenamente a la comunidad eucarística. El sacerdote que preside tiene esta noche la facultad de conferir también la Confirmación, para hacer visible la unidad de los sacramentos de iniciación.

La celebración consta de los siguientes elementos:

La letanía de los santos (si hay bautismo), según lo sugerido por el Misal;

La bendición del agua más que bendecir el agua se trata de bendecir a Dios por todo lo que en la Historia de la Salvación ha hecho por medio del agua (desde la creación y el paso del Mar Rojo hasta el bautismo de Jesús en el Jordán), pidiéndole que hoy también a través del sígno del agua actúe el Espíritu de vida sobre los bautizados;

El Bautismo y la Confirmación según sus propios rituales;

La renovación de las promesas bautismales, si no se ha celebrado el Bautismo, (ya lo habrán realizado entonces, junto con los padrinos y/o bautizandos). Se trata de que todos participen conscientemente tanto en la renuncia como en la profesión de fe;

El signo de aspersión, con un canto bautismal, como un recuerdo plástico del propio Bautismo. Este signo se puede repetir todos los domingos de la Cincuentena Pascual, al comienzo de la Eucaristía;

La Oración universal o de los fieles, que es el ejercicio, por parte de la comunidad, de su sacerdocio bautismal intercediendo ante Dios por toda la Hurnanidad.

La Eucaristía

La celebración eucarística es la culminación de la Noche Pascual. Es la Eucaristía central de todo el año, más importante que la de Navidad o la del Jueves Santo. Cristo, el Señor Resucitado, nos hace participar de su Cuerpo y de su Sangre, como memorial de su Pascua.

Es el punto culminante de la celebración.

Misas durante el día

En el transcurso de la Noche Santa participamos en el misterio pascual por medio de la celebración de los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía. En la segunda misa de Pascua, damos gracias por la vida nueva, cuya fuente nos ha sido abierta por la Resurrección de Cristo.

Hoy es la fiesta de las fiestas y el día de Cristo el Señor por excelencia. Hoy, Jesús vencedor de la muerte y del pecado, se manifestó a los suyos; hoy se dio a conocer a sus dos discípulos en el camino de Emaús por medio de la fracción del pan: hoy confirió el Espíritu Santo a sus Apóstoles para la remisión de los pecados y los envió al mundo para ser sus testigos. Como consecuencia de todo esto, cantamos: “Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo”. (Salmo 117).

Misa del día

Primera lectura: Hech 10,34a.37-43 – Nosotros hemos comido y bebido con Él después de su resurrección.
Segunda Lectura: Col 3, 1-4 – Busquen los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
Evangelio: Jn 20 1-9 – Él tenía que resucitar de entre los muertos.

Misa vespertina

Esta comida con el Resucitado de los discípulos de Emaús en la tarde de Pascua debía iluminar en los siglos venideros, la celebración de la Eucaristía; es la irradiación de su alegría y la invitación a revivir la Pascua en cada Misa.
Evangelio: Lc 24, 13-35 – Lo reconocieron al partir el pan.

(http://www.aciprensa.com/Semanasanta/vigilia.htm)

22 abril, 2011

Viernes Santo



“¿Fue Cristo el que murió…
o fue la muerte la que murió en El?
¡Oh, qué muerte…
que mató a la muerte!” (San Agustín).

Crucifixión

Os miro mi Señor en la cruz clavado
y llora por dentro mi mísera alma
Es cierta mi culpa, mi alma clama
a ese madero, el haberos llevado.

Os miro en llanto envuelto mi Cristo amado
¿Que Os han hecho, mis hermanos sin alma?
¿Es acaso verdad lo que atisba mi alma?
ver Vuestro rostro de moretones inflamado

Vuestro cuerpo; sed y harto vilipendiado
pies y manos clavados, lanza en el costado
y de espinas corona, martirio prolongado.

Mofa y burla del ladrón y del soldado
siete palabras para el hombre desalmado
y clamais a Vuestro Padre, ser consolado.

© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado

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22 de Abril
Viernes Santo

Es el día en que crucificaron a Cristo en el Calvario.

Cómo rezar el Via Crucis

La Virgen de la Soledad

En este día recordamos cuando Jesús muere en la cruz para salvarnos del pecado y darnos la vida eterna. El sacerdote lee la pasión de Cristo en la liturgia de la Adoración a la cruz. Ese día no se celebra la Santa Misa.

En las iglesias, las imágenes se cubren con una tela morada al igual que el crucifijo y el sagrario está abierto en señal de que Jesús no está.

El color morado en la liturgia de la Iglesia significa luto. Se viste de negro la imagen de la Virgen en señal de luto por la muerte de su Hijo.

Podemos recordar leyendo el Evangelio de San Juan, capítulo 18, versículos 1-19, 42.

¿Cómo podemos vivir este día?

Este día manda la Iglesia guardar el ayuno y la abstinencia.
Se acostumbra rezar el Vía Crucis y meditar en las Siete Palabras de Jesús en la cruz.

Se participa en la Liturgia de Adoración a la Cruz con mucho amor, respeto y devoción.
Se trata de acompañar a Jesús en su sufrimiento.
A las tres de la tarde, recordamos la crucifixión de Jesús rezando el Credo.

¿Cómo se reza un Via Crucis?

Esta costumbre viene desde finales del siglo V, cuando los cristianos en Jerusalén, se reunían por la mañana del Viernes Santo a venerar la cruz de Jesús. Volvían a reunirse al empezar la tarde para escuchar la lectura de la Pasión.

El Via Crucis es una manera de recordar la pasión de Jesús y de revivir con Él y acompañarlo en los sufrimientos que tuvo en el camino al Calvario.

Se divide en catorce estaciones que narran, paso a paso, la Pasión de Cristo desde que es condenado a muerte hasta que es colocado en el sepulcro.

El Via Crucis se reza caminando en procesión, como simbolismo del camino que tuvo que recorrer Jesús hasta el Monte Calvario. Hasta adelante, alguno de los participantes lleva una cruz grande y es el que preside la procesión. Se hacen paradas a lo largo del camino para reflexionar en cada una de las estaciones, mediante alguna lectura específica.

Si se desea, después de escuchar con atención la estación que se medita y al final de cada una, se puede rezar un Padrenuestro, mientras se camina hasta la siguiente estación. El que lleva la cruz, se la puede pasar a otra persona.

Via Crucis para jóvenes

1.- Jesús es condenado a muerte

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Mi buen Jesús, te han condenado a muerte. ¿Estás triste? ¿ Estás asustado?
En tu lugar yo me sentiría así. Yo quiero quedarme junto a ti para que no te sientas sólo.
Ayúdame, Jesús, a tener fuerzas para quedarme junto a ti.

2.- Jesús es cargado con la cruz

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Jesús mío, te han cargado con la cruz. La veo muy grande y seguramente te pesa mucho. Yo quiero ayudarte.

Dios mío, ayúdame a portarme muy bien y así ayudar a Jesús, tu Hijo, para que la cruz le pese un poco menos este Viernes Santo.

3.- Jesús cae por primera vez

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Te has lastimado, mi buen Jesús, pero te vuelves a levantar. Sabes que debes seguir adelante. Yo quiero seguir contigo.
Dios mío, dame fuerzas para levantarme cuando me caiga y así seguir adelante, como lo hizo Jesús.

4.- Jesús encuentra a María.

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

María, ves pasar a tu Hijo y te duele mucho verlo así. Te duele más que a todos nosotros. Pero tú confías en Dios y Él te hace fuerte y mantiene viva tu esperanza en la resurrección.

María, déjame estar contigo acompañándote y ayúdame a parecerme cada día más a ti.

5.- Jesús es ayudado por el Cireneo

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

El Cireneo te ayuda a cargar la cruz. Yo también quiero ayudarte cada vez que te vea cansado.

Dios mío, ayúdame a ser generoso y servicial. En mi casa, en la escuela y en todo lugar para así parecerme al Cireneo y ayudar a tu Hijo a cargar la cruz.

6.- La Verónica enjuga el rostro de Jesús

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Una mujer se ha acercado a ti, mi buen Jesús y te ha limpiado la cara. Tú la miras con mucho amor. Así quieres que tratemos a nuestros semejantes.

Dios mío, así como la Verónica se acercó con tu Hijo, yo también quiero hacerlo con mis hermanos.

7.- Jesús cae por segunda vez

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Otra vez te has caído, mi buen Jesús. Es que el camino es muy largo y difícil. Pero nuevamente tú te has levantado. Tú sabes que es necesario levantarse y seguir adelante hasta el final.

Jesús, ayúdame a levantarme igual que tú, para poder seguir adelante en mi camino hacia ti.

8.- Jesús consuela a las santas mujeres

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Hay unas mujeres en el camino del calvario y tú te has detenido a saludarlas. Es tan grande tu corazón que las consuelas, en lugar de recibirlo. Quieres darles la esperanza de la Resurrección.

Dios mío, ayúdame a tener el corazón tan grande como el de tu Hijo Jesús, para ayudar siempre a mis hermanos.

9.- Jesús cae por tercera vez

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Una vez más, mi buen Jesús, una vez más has caído. Y una vez más te has levantado. Tú sabes que es necesario llegar hasta el final para así poder salvarnos del pecado.

Gracias, mi buen Jesús, porque te levantaste y así me salvaste. Ayúdame a mí a levantarme cada vez que me caiga.

10.- Jesús es despojado de sus vestidura

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Mi buen Jesús. Te quitan la única túnica que tienes y los soldados la juegan a los dados. Vas a morir pobre, como también naciste pobre. Pero tú nos dijiste una vez que tu Reino no es de éste mundo, y son las puertas del cielo las que quieres abrir para nosotros.

Gracias, mi buen Jesús, gracias por querer salvarme.

11.- Jesús es clavado en la cruz

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Has llegado a la parte alta del monte, mi buen Jesús. Y te clavaron en la cruz como si fueras el peor de los ladrones. Pero tú sabes perdonar a quienes lo hicieron. Y también nos perdonas nuestras faltas.

Jesús mío, también perdóname a mí. Yo te quiero mucho y no me gusta verte así.

12.- Jesús muere la cruz

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Mi buen Jesús, viniste al mundo a salvarnos y ahora lo has logrado. Con tu muerte en la cruz, con tu obediencia a tu Padre nos has abierto las puertas del cielo.

Gracias, mi buen Jesús, gracias. Ahora ayúdame para que yo me gane el Cielo.

13.- Jesús es bajado de la cruz

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

María, tu Madre, te detiene entre sus brazos. Está muy triste, pero sigue confiando en Dios. Ella sabe que este no es el final.

María, tú te convertiste en mi Madre desde la cruz. Jesús nos ha querido hacer ese regalo.Ayúdame a estar muy cerca de ti y de tu hijo toda mi vida.

14.- Jesús es colocado en el sepulcro

Te alabamos Oh Cristo y te bendecimos.
Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Ahora todo ha terminado. La gente vuelve a su casa. Pero a nosotros nos queda la esperanza de la resurrección. Sabemos que tú vivirás siempre. En el Cielo, en el Sagrario y también en nuestro corazón. Ayúdame, mi buen Jesús, ayúdame a resucitar contigo cada día, y a vivir con la alegría de la resurrección.

Vía Crucis para niños

Primera estación: Jesús es condenado a muerte

Jesús mío, tu silencio me enseña a llevar las contradicciones con paciencia.
Padrenuestro.

Segunda estación: Jesús va cargado con la Cruz

Esta Cruz, ¡Jesús mío! Debiera ser mía; mis pecados te crucificaron. Padrenuestro.

Tercera estación: Jesús cae por primera vez bajo la Cruz

¡Jesús mío! Por esta primera caída, no me dejes caer en pecado mortal. Padrenuestro.

Cuarta estación: Jesús encuentra a su Madre

Que ningún afecto humano, ¡Jesús mío!, me impida seguir el camino de la cruz. Padrenuestro.

Quinta estación: Simón, el cirineo, ayuda a Jesús a llevar la cruz

Jesús, amigo mío, que yo acepte con resignación cualquier prueba que sea tu Voluntad enviarme. Padrenuestro.

Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús

Imprime, Jesús, tu sagrado rostro sobre mi corazón y concédeme que nunca lo borre el pecado. Padrenuestro.

Séptima estación: Jesús cae por segunda vez

Jesús mío, déjame ayudarte a levantarte, y cuando yo me caiga, me ayudas tú. Padrenuestro.

Octava estación: Jesús consuela a las santas mujeres

Mi mayor consuelo, ¡Jesús mío!, sería oírte decir: muchos pecados te son perdonados, porque has amado mucho. Padrenuestro.

Novena estación: Jesús cae por tercera vez

Jesús, cuando me sienta cansado en el camino de la vida, sé Tú mi apoyo y mi perseverancia en los trabajos. Padrenuestro.

Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras

Despójame, Jesús, del afecto de las cosas terrenas y revísteme de la túnica del arrepentimiento y penitencia. Padrenuestro.

Undécima estación: Jesús es clavado en la cruz

Enséñame, amado Jesús mío, a perdonar las injurias y olvidarlas. Padrenuestro.

Duodécima estación: Jesús muere en la cruz

Ya estás en la agonía, Jesús mío, pero tu Sagrado Corazón late de amor por los pobres pecadores. Haz que te ame. Padrenuestro.

Décimo tercera estación: Jesús es bajado de la cruz

Tu cruz se ha quedado vacía y nosotros, tristes. Ayúdanos a saber esperar la alegría de la resurrección. Padrenuestro.

Décimo cuarta estación: Jesús es colocado en el sepulcro

Cuando yo, Jesús, te reciba en mi corazón en la sagrada Eucaristía, haz que halles digna morada, para Ti. Padrenuestro.

El sermón de las Siete Palabras

Esta devoción consiste en reflexionar en las últimas siete frases que pronunció Jesús en la cruz, antes de su muerte.

Primera Palabra

“Padre: Perdónalos porque no saben lo que hacen”. (San Lucas 23, 24)

Jesús nos dejó una gran enseñanza con estas palabras, ya que a pesar de ser Dios, no se ocupó de probar su inocencia, ya que la verdad siempre prevalece. Nosotros debemos ocuparnos del juicio ante Dios y no del de los hombres. Jesús no pidió el perdón para Él porque no tenía pecado, lo pidió para quienes lo acusaron. Nosotros no somos nadie para juzgar. Dios nos ha perdonado grandes pecados, por lo que nosotros debemos perdonar a los demás. El perdonar ayuda a quitar el odio. El amor debe ganar al odio. La verdadera prueba del cristiano no consiste en cuánto ama a sus amigos, sino a sus enemigos. Perdonar a los enemigos es grandeza de alma, perdonar es prueba de amor.

Segunda Palabra

“Yo te aseguro: Hoy estarás conmigo en el paraíso”. (San Lucas 23,43)

Estas palabras nos enseñan la actitud que debemos tomar ante el dolor y el sufrimiento. La manera como reaccionemos ante el dolor depende de nuestra filosofía de vida. Dice un poeta que dos prisioneros miraron a través de los barrotes de su celda y uno vio lodo y otro vio estrellas. Estas son las actitudes que se encuentran manifestadas en los dos ladrones crucificados al lado de Jesús: uno no le dio sentido a su dolor y el otro sí lo hizo. Necesitamos espiritualizar el sufrimiento para ser mejores personas. Jesús en la cruz es una prueba de amor. El ladrón de la derecha, al ver a Jesús en la cruz comprende el valor del sufrimiento. El sufrimiento puede hacer un bien a otros y a nuestra alma. Nos acerca a Dios si le damos sentido.

Tercera Palabra

“Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu Madre”. (San Juan 19, 26-27)

La Virgen es proclamada Madre de todos los hombres. El amor busca aligerar al que sufre y tomar sus dolores. Una madre cuando ama quiere tomar el dolor de las heridas de sus hijos. Jesús y María nos aman con un amor sin límites. María es Madre de cada uno de nosotros. En Juan estamos representados cada uno de nosotros. María es el refugio de los pecadores. Ella entiende que somos pecadores.

Cuarta Palabra

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (San Marcos 15, 34)

Es una oración, un salmo. Es el hijo que habla con el Padre. Estas palabras nos hacen pensar en el pecado de los hombres. El pecado es la muerte del alma. La bondad es el constante rechazo al pecado. El pecado es el abandono de Dios por parte del hombre. El hombre rechazó a Dios y Jesús experimentó esto.

Quinta Palabra

“¡Tengo sed!” (San Juan 19, 28)

La sed es un signo de vida. Tiene sed de dar vida y por eso muere. Él tenía sed por las almas de los hombres. El Pastor estaba sólo, sin sus ovejas. Durante toda su vida Jesús había buscado almas. Los dolores del cuerpo no eran nada en comparación del dolor del alma. Que el hombre despreciara su amor le dolía profundamente en su corazón. Todo hombre necesita ser feliz y no se puede ser feliz sin Dios. La sed de todo hombre es la sed del amor.

Sexta Palabra

“Todo está consumado”. (San Juan 19, 30)

Todo tiene sentido: Jesús por amor nos da su vida. Jesús cumplió con la voluntad de su Padre. Su misión terminaría con su muerte. El plan estaba realizado. Nuestro plan no está aún terminado, porque todavía no hemos salvado nuestras almas. Todo lo que hagamos debe estar dirigido a este fin. El sufrimiento, los tropiezos de la vida nos recuerdan que la felicidad completa solo la podremos alcanzar en el cielo. Aprendemos a morir muriendo a nosotros mismos, a nuestro orgullo, nuestra envidia, nuestra pereza, miles de veces cada día.

Séptima Palabra

“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. (San Lucas 23, 46)

Jesús muere con serenidad, con paz, su oración es de confianza en Dios. Se abandona en las manos de su Padre.

Estas palabras nos hacen pensar que debemos de cuidar nuestra alma, no sólo nuestro cuerpo. Jesús entregó su cuerpo, pero no su alma. Devolvió su espíritu a su Padre no con grito de rebelión sino con un grito triunfante. Nadie nos puede quitar nuestro espíritu. Es importante recordar cual es nuestro destino en al vida para no equivocarnos de camino a seguir. Jesús nunca perdió de vista su meta a seguir. Sacrificó todo para alcanzarla. Lo más importante en la vida es la salvación de nuestras almas.

La Virgen de la Soledad

Bajo el título de la Virgen de la Soledad, se venera a María en muchos lugares y se celebra el viernes santo.

El Viernes Santo se acompaña a María en la experiencia de recibir en brazos a su Hijo muerto con un sentido de condolencia. Se dice que se le va a dar el pésame a la Virgen, cuya imagen se viste de negro ese día, como señal de luto.

Acompañamos a María en su dolor profundo, el dolor de una madre que pierde a su Hijo amado. Ha presenciado la muerte más atroz e injusta que se haya realizado jamás, pero al mismo tiempo le alienta una gran esperanza sostenida por la fe. María vio a su hijo abandonado por los apóstoles temerosos, flagelado por los soldados romanos, coronado con espinas, escupido, abofeteado, caminando descalzo debajo de un madero astilloso y muy pesado hacia el monte Calvario, donde finalmente presenció la agonía de su muerte en una cruz, clavado de pies y manos.

María saca su fortaleza de la oración y de la confianza en que la Voluntad de Dios es lo mejor para nosotros, aunque nosotros no lo comprendamos.

Es Ella quien con su compañía, su fortaleza y su fe nos da fuerza en los momentos del dolor, en los sufrimientos diarios y pidámosle la gracia de sufrir unidos a Jesucristo, en nuestro corazón, para así unir los sacrificios de nuestra vida a los de ella y comprendamos que en el dolor, somos más parecidos a Cristo y capaces de amarlo con mayor intensidad.

La imagen de la Virgen dolorosa nos enseña a tener fortaleza ante los sufrimientos de la vida. Encontremos en Ella una compañía y una fuerza para dar sentido a los propios sufrimientos.

Se le puede cantar a la Virgen la siguiente canción:

En el sufrimiento
supiste callar,
y junto a tu hijo
enseñas a amar.

Un Viernes Santo, con gran dolor,
sufre en silencio junto al redentor;
desde esa hora, hora de cruz,
es nuestra Madre, nos la dio Jesús.

Sugerencias para vivir la fiesta

1.Realizar un Via Crucis

2.Rezar el Rosario frente a la Virgen Dolorosa

3.Llevar flores a la Virgen para consolarla

4.Hacer oración en familia, en voz alta frente a la Virgen para consolarla.

5.Rezar Los siete dolores en honor a la Madre Dolorosa

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