Duerme
“Duerme” aún
el Dios de la vida
volverá mañana.
¡Jesús a muerto!
A muerto Jesús
¿Jesús a muerto?
Velad y veréis
veréis y velad
velad y veréis
¡Jesús a muerto!
A muerto Jesús
¿Jesús a muerto?
“Duerme” aún
el Dios de la vida
volverá mañana.
© 2011 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Sábado Santo
Durante el día del sábado, como una viuda, la Iglesia llora la muerte de su Esposo.
La Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor., meditando su pasión y muerte y aquél “descenso a los infiernos” – al lugar de los muertos – que confesamos en el Credo y que prolonga la humillación de la cruz, manifestando el realismo de la muerte de Jesús, cuya alma conoció en verdad la separación del cuerpo y se unió a las restantes almas de los justos. Pero el descenso al reino de muerte es también el primer movimiento de la victoria de Cristo sobre la misma.
Hoy no se celebra sacrificio de la Misa ni se recibe comunión – a no ser el caso de viático -, aunque se reza la liturgia de las Horas. El altar permanece por todo ello desnudo hasta que, después de la solemne Vigilia o expectación nocturna de la Resurrección, se inauguren los gozos de la Pascua, cuya exuberancia inundará los cincuenta días pasados.
Sábado de Gloria
“…rogó a Pilato José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por temor de los judíos, que le permitiese tomar el cuerpo de Jesús, y Pilato se lo permitió. Vino, pues, y tomó su cuerpo. Llegó Nicodemo, el mismo que había venido a Él de noche al principio, y trajo una mezcla de mirra y áloe, como unas cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo fajaron con bandas de aromas, según es costumbre sepultar entre los judíos. Había cerca del sitio donde fue crucificado un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual nadie aún había sido depositado. Allí, a causa de la Pascua de los judíos, por estar cerca el monumento, pusieron a Jesús (Jn 19, 38-42).”
Reflexión
Es curioso ver los frutos inmediatos de la muerte de Jesús, en verdad, si el grano de trigo no muere, no dará fruto. José de Arimatea y Nicodemo preparan el cuerpo sagrado de Jesús como era costumbre entre los judíos. Tenían que darse prisa, pues ya se acercaba la madrugada, que era el sábado. Los judíos guardaban el sábado, y no hacían ningún tipo de trabajo, sólo orar, estar recogidos en Dios. Estos hombres, que eran fieles a sus leyes, no querían dejar a Jesús así, pero tampoco querían ir en contra de los preceptos religiosos. Tuvieron que sepultarlo en una tumba nueva, que estaba allí cerca. Las mujeres que acompañaba a Jesús también vieron colocaron el cuerpo de Jesús y se fueron antes de que comenzara el sábado.
Jesús, “descendió a los infiernos”, dice el credo que rezamos, pero este infierno no es el mismo del que Jesús habla en el evangelio (fuego eterno), sino es el limbo, donde estaban todos los justos esperando que Jesús triunfara sobre el mal, que se consumiera su muerte, su reparación por nuestros pecados, para que así, las puertas del paraíso volvieran a abrirse y ellos pudieran entrar.
Mientras que el mundo pensaba que Jesús había fracasado, no fue así, triunfó. Apenas comenzaba la glorificación del Padre y la Suya. Mientras los apóstoles, asustados, se escondían por temor a ser vistos por los soldados, pues temían su propia vida, Jesús liberaba a los justos y estos salieron al encuentro del paraíso que Dios tenía preparado para ellos. Diferentes sentimientos sobre un mismo suceso, y usted, qué sentimientos tiene ante estos sucesos?
Según una antiquísima tradición, esta es noche de vigilia en honor del Señor (Ex 12,42). Los fieles, tal como lo recomienda el evangelio (Lc 12,35-36), deben parecerse a los criados, que con las lámparas encendidas en las manos, esperan el retorno de su señor, para que cuando llegue los encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa” (Misal, pág. 275).
Esta Noche Pascual tiene, como toda celebración litúrgica, dos partes centrales:
- La Palabra: Solo que esta vez las lecturas son más numerosas (nueve, en vez de las dos o tres habituales).
- El Sacramento: Esta noche, después del camino cuaresmal y del catecumenado, se celebran, antes de la Eucaristía, los sacramentos de la iniciación cristiana: el Bautismo y la Confirmación.
Así, los dos momentos centrales adquieren un relieve especial: se proclama en la Palabra la salvación que Dios ofrece a la humanidad, culminando con el anuncio de la resurrección del Señor.
Y luego se celebra sacramentalmente esa misma salvación, con los sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. A todo ello también se le antepone un rito de entrada muy especial: se añade un rito lucernario que juega con el símbolo de la luz en medio de la noche, y el Pregón Pascual, lírico y solemne.
La Pascua del Señor, nuestra Pascua
Todos estos elementos especiales de la Vigilia quieren resaltar el contenido fundamental de la Noche: la Pascua del Señor, su Paso de la Muerte a la Vida.
La oración al comienzo de las lecturas del Nuevo Testamento, invoca a Dios, que “ilumina esta noche santa con la gloria de la resurrección del Señor”. En esta noche, con más razón que en ningún otro momento, la Iglesia alaba a Dios porque “Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado” (Prefacio I de Pascua).
Pero la Pascua de Cristo es también nuestra Pascua: “en la muerte de Cristo nuestra muerte ha sido vencida y en su resurrección resucitamos todos” (Prefacio II de Pascua).
La comunidad cristiana se siente integrada, “contemporánea del Paso de Cristo a través de la muerte a la vida”. Ella misma renace y se goza en “la nueva vida que nace de estos sacramentos pascuales” (oración sobre las ofrendas de la Vigilia): por el Bautismo se sumerge con Cristo en su Pascua, por la Confnmación recibe también ella el Espíritu de la vida, y en la Eucaristía participa del Cuerpo y la Sangre de Cristo, como memorial de su muerte y resurrección.
Los textos, oraciones, cantos: todo apunta a esta gozosa experiencia de la Iglesia unida a su Señor, centrada en los sacramentos pascuales. Esta es la mejor clave para la espiritualidad cristiana, que debe centrarse. más que en la contemplación de los dolores de Jesús (la espiritualidad del Viernes Santo es la más fácil de asimilar), en la comunión con el Resucitado de entre los muertos.
Cristo, resucitando, ha vencido a la muerte.
Este es en verdad “el día que hizo el Señor”. El fundamento de nuestra fe. La experiencia decisiva que la Iglesia, como Esposa unida al Esposo, recuerda y vive cada año, renovando su comunión con El, en la Palabra y en los Sacramentos de esta Noche.
Luz de Cristo
El fuego nuevo es asperjado en silencio, después, se toma parte del carbón bendecido y colocado en el incensario, se pone incienso y se inciensa el fuego tres veces. Mediante este rito sencillo reconoce la Iglesia la dignidad de la creación que el Señor rescata.
Pero la cera, a su vez, resulta ahora una criatura renovada. Se devolverá al cirio el sagrado papel de significar ante los ojos del mundo la gloria de Cristo resucitado. Por eso se graba en primer lugar la cruz en el cirio. La cruz de Cristo devuelve a cada cosa su sentido. Por ello el Canon Romano dice: “Por él (Cristo) sigues creando todos los bienes, los santificas, los llenas de vida, los bendices y los repartes entre nosotros”.
Al grabar en la cruz las letras griegas Alfa y Omega y las cifras del año en curso, el celebrante dice: “Cristo ayer y hoy, Principio y Fin, Alfa y Omega. Suyo es el tiempo. Y la eternidad. A él la gloria y el poder. Por los siglos de los siglos. Amén”.
Así expresa con gestos y palabras toda la doctrina del imperio de Cristo sobre el cosmos, expuesta en San Pablo. Nada escapa de la redención del Señor, y todo, hombres, cosas y tiempo están bajo su potestad.
Se lo adorna con granos de incienso, según una tradición muy antigua, que han pasado a significar simbólicamente las cinco llagas de Cristo: “Por tus llagas santas y gloriosas nos proteja y nos guarde Jesucristo nuestro Señor”.
Termina el celebrante encendiendo el fuego nuevo, diciendo: “La 1uz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu”.
Tras el cirio encendido que representa a Cristo, columna de fuego y de luz que nos guía a través de las tinieblas y nos indica el camino a la tierra prometida, avanza el cortejo de los ministros. Se escucha cantar tres veces: “Luz de Cristo” mientras se encienden en el cirio recién bendecido todas las velas de la comunidad cristiana.
Hay que vivir estas cosas con alma de niño, sencilla pero vibrante, para estar en condiciones de entrar en la mentalidad de la Iglesia en este momento de júbilo. El mundo conoce demasiado bien las tinieblas que envuelven a su tierra en infortunio y congoja. Pero en esa hora, puede decirse que su desdicha ha atraído la misericordia y que el Señor quiere invadirlo todo con oleadas de su luz.
Los profetas habían prometido ya la luz: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande”, escribe Isaías (Is 9, I; 42,7; 49,9). Pero la luz que amanecerá sobre la nueva Jerusalén (Is 60,1ss.) será el mismo Dios vivo, que iluminará a los suyos (Is 60, 19) y su Siervo será la luz de las naciones (Is 42,6; 49,6).
El catecúmeno que participa en esta celebración de la luz sabe por experiencia propia que desde su nacimiento pertenece a las tinieblas; pero sabe también que Dios “lo llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa” (1 Pe 2,9). Dentro de unos momentos, en la pila bautismal, “Cristo será su luz” (Ef 5, 14). Se va a convertir de tiniebla que es en “luz en el Señor” (Ef 5,8).
Pregón pascual o “exultet”
Este himno de alabanza, en primer lugar, anuncia a todos la alegría de la Pascua, alegría del cielo, de la tierra, de la Iglesia, de la asamblea de los cristianos. Esta alegría procede de la victoria de Cristo sobre las tinieblas.
Luego, entona la gran Acción de Gracias. Su tema es la historia de la salvación resumida por el poema. Una tercera parte consiste en una oración por la paz, por la Iglesia en sus jefes y en sus fieles, por los que gobiernan los pueblos, para que todos lleguen a la patria del cielo.
“Exulten por fin los coros de los ángeles,
exulten las jerarquías del cielo,
y por la victoria de Rey tan poderoso
que las trompetas anuncien la salvación.
Goce también la tierra,
inundada de tanta claridad,
y que, radiante con el fulgor del Rey eterno,
se sienta libre de la tiniebla
que cubría el orbe entero.
Alégrese también nuestra madre la Iglesia,
revestida de luz tan brillante;
resuene este templo con las aclamaciones del pueblo.
En verdad es justo y necesario
aclamar con nuestras voces
y con todo el afecto del corazón
a Dios invisible, el Padre todopoderoso,
y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.
Porque él ha pagado por nosotros al eterno Padre
la deuda de Adán
y, derramando su sangre,
canceló el recibo del antiguo pecado.
Porque éstas son las fiestas de Pascua,
en las que se inmola el verdadero Cordero,
cuya sangre consagra las puertas de los fieles.
Ésta es la noche
en que sacaste de Egipto
a los israelitas, nuestros padres,
y los hiciste pasar a pie el mar Rojo.
Ésta es la noche
en que la columna de fuego
esclareció las tinieblas del pecado.
Ésta es la noche
en que, por toda la tierra,
los que confiesan su fe en Cristo
son arrancados de los vicios del mundo
y de la oscuridad del pecado,
son restituidos a la gracia
y son agregados a los santos.
Ésta es la noche
en que, rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende victorioso del abismo.
¿De qué nos serviría haber nacido
si no hubiéramos sido rescatados?
¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros!
¡Qué incomparable ternura y caridad!
¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!
Necesario fue el pecado de Adán,
que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!
¡Qué noche tan dichosa!
Sólo ella conoció el momento
en que Cristo resucitó de entre los muertos.
Ésta es la noche
de la que estaba escrito:
“Será la noche clara como el día,
la noche iluminada por mí gozo.”
Y así, esta noche santa
ahuyenta los pecados,
lava las culpas,
devuelve la inocencia a los caídos,
la alegría a los tristes,
expulsa el odio,
trae la concordia,
doblega a los poderosos.
En esta noche de gracia,
acepta, Padre santo,
este sacrificio vespertino de alabanza
que la santa Iglesia te ofrece
por medio de sus ministros
en la solemne ofrenda de este cirio,
hecho con cera de abejas.
Sabernos ya lo que anuncia esta columna de fuego,
ardiendo en llama viva para gloria de Dios.
Y aunque distribuye su luz,
no mengua al repartirla,
porque se alimenta de esta cera fundida,
que elaboró la abeja fecunda
para hacer esta lámpara preciosa.
¡Que noche tan dichosa
en que se une el cielo con la tierra,
lo humano y lo divino!
Te rogarnos, Señor, que este cirio,
consagrado a tu nombre,
arda sin apagarse
para destruir la oscuridad de esta noche,
y, como ofrenda agradable,
se asocie a las lumbreras del cielo.
Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo,
ese lucero que no conoce ocaso
y es Cristo, tu Hijo resucitado,
que, al salir del sepulcro,
brilla sereno para el linaje humano,
y vive y reina glorioso
por los siglos de los siglos.
Amén.
(http://www.es.catholic.net/celebraciones/120/301/articulo.php?id=1269)
La liturgia de la Palabra
Esta noche la comunidad cristiana se detiene más de lo ordinario en la proclamación de la Palabra. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento hablan de Cristo e iluminan la Historia de la Salvación y el sentido de los sacramentos pascuales. Hay un diálogo entre Dios que habla a su Pueblo (las lecturas) y el Pueblo que responde (Salmos y oraciones).
Las lecturas de la Vigilia tienen una coherencia y un ritmo entre ellas. La mejor clave es la que dio el mismo Cristo: “todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse, y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó (a los discípulos de Emaús) lo que se refería a él en toda la Escritura” (L,c 24,27).
Lecturas del Antiguo Testamento
Primera lectura: Gn 1,1-31 ó 2,1-2: Vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno.
Segunda lectura: Gn 22,1-18: El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.
Tercera lectura Ex 14-15,30 – Los israelitas cruzaron el mar Rojo.
Cuarta lectura: Is 54,5-14 – Con misericordia eterna te quiere el Señor, tu redentor.
Quinta lectura: Is 55, 1-11 – Vengan a mí, y vivirán; sellaré con ustedes una alianza perpetua.
Sexta lectura: Bar 3,9-15.32-4,4 – Camina a la claridad del resplandor del Señor
Séptima lectura: Ez 36.16-28 – Derramaré sobre ustedes un agua pura, y les daré un corazón nuevo.
El Antiguo Testamento prepara la realidad del Nuevo Testamento: lo que se anunciaba y prometía, ahora se ha cumplido de verdad.
Es importante subrayar este paso al Nuevo Testamento: el Misal indica en este momento diversos signos, tales como el adorno del altar (luces, flores), el canto del Gloria y la aclamación del Aleluya antes del Evangelio. También se ilumina de manera más plena la iglesia ya que durante las lecturas del Antiguo Testamento estaba iluminada más discretamente.
Sobre todo es el Evangelio, tomado de uno de los tres sinópticos. según el Ciclo, el que hay que destacar: es el cumplimiento de todas las profecías y figuras, proclama la Resurrección del Señor.
Lecturas del Nuevo Testamento
Primera lectura: Rom 6,3-11 – Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más.
Evangelio
CICLO A: Mt 28.1-10 – Ha resucitado y va por delante de ustedes a Galilea.
CICLO B: Mc 16, 1-8 – Jesús Nazareno, el crucificado, ha resucitado.
CICLO C: Lc 24.1-12 – Por qué buscan entre los muertos al que está vivo.
La Liturgia bautismal
La noche de Pascua es el momento en el que tiene más sentido celebrar los sacramentos de la iniciación cristiana. Después de un camino catecumenal (personal, si se trata de adultos y de la familia, para los niños, y siempre en lo que cabe, de la comunidad cristiana entera), el signo del agua -la inmersión, el baño- quiere ser la expresión sacramental de cómo una persona se incorpora a Cristo en su paso de la muerte a la vida.
Como dice el Misal, si se trata de adultos, esta noche tiene pleno sentido que además del Bautismo se celebre la Confirmación. para quedar ya integrados plenamente a la comunidad eucarística. El sacerdote que preside tiene esta noche la facultad de conferir también la Confirmación, para hacer visible la unidad de los sacramentos de iniciación.
La celebración consta de los siguientes elementos:
La letanía de los santos (si hay bautismo), según lo sugerido por el Misal;
La bendición del agua más que bendecir el agua se trata de bendecir a Dios por todo lo que en la Historia de la Salvación ha hecho por medio del agua (desde la creación y el paso del Mar Rojo hasta el bautismo de Jesús en el Jordán), pidiéndole que hoy también a través del sígno del agua actúe el Espíritu de vida sobre los bautizados;
El Bautismo y la Confirmación según sus propios rituales;
La renovación de las promesas bautismales, si no se ha celebrado el Bautismo, (ya lo habrán realizado entonces, junto con los padrinos y/o bautizandos). Se trata de que todos participen conscientemente tanto en la renuncia como en la profesión de fe;
El signo de aspersión, con un canto bautismal, como un recuerdo plástico del propio Bautismo. Este signo se puede repetir todos los domingos de la Cincuentena Pascual, al comienzo de la Eucaristía;
La Oración universal o de los fieles, que es el ejercicio, por parte de la comunidad, de su sacerdocio bautismal intercediendo ante Dios por toda la Hurnanidad.
La Eucaristía
La celebración eucarística es la culminación de la Noche Pascual. Es la Eucaristía central de todo el año, más importante que la de Navidad o la del Jueves Santo. Cristo, el Señor Resucitado, nos hace participar de su Cuerpo y de su Sangre, como memorial de su Pascua.
Es el punto culminante de la celebración.
Misas durante el día
En el transcurso de la Noche Santa participamos en el misterio pascual por medio de la celebración de los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía. En la segunda misa de Pascua, damos gracias por la vida nueva, cuya fuente nos ha sido abierta por la Resurrección de Cristo.
Hoy es la fiesta de las fiestas y el día de Cristo el Señor por excelencia. Hoy, Jesús vencedor de la muerte y del pecado, se manifestó a los suyos; hoy se dio a conocer a sus dos discípulos en el camino de Emaús por medio de la fracción del pan: hoy confirió el Espíritu Santo a sus Apóstoles para la remisión de los pecados y los envió al mundo para ser sus testigos. Como consecuencia de todo esto, cantamos: “Este es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo”. (Salmo 117).
Misa del día
Primera lectura: Hech 10,34a.37-43 – Nosotros hemos comido y bebido con Él después de su resurrección.
Segunda Lectura: Col 3, 1-4 – Busquen los bienes de allá arriba, donde está Cristo.
Evangelio: Jn 20 1-9 – Él tenía que resucitar de entre los muertos.
Misa vespertina
Esta comida con el Resucitado de los discípulos de Emaús en la tarde de Pascua debía iluminar en los siglos venideros, la celebración de la Eucaristía; es la irradiación de su alegría y la invitación a revivir la Pascua en cada Misa.
Evangelio: Lc 24, 13-35 – Lo reconocieron al partir el pan.
(http://www.aciprensa.com/Semanasanta/vigilia.htm)
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