13 marzo, 2020

Santos Macedonio, Patricia y Modesta de Nicomedia

 
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¡Oh! Santos Macedonio, Patricia y Modesta de Nicomedia
vosotros sois los hijos del Dios de la Vida y sus amados
santos, que en la persecusión de Diocleciano en Nicomedia
fuisteis martirizados, a pesar de que en la corte de éste
impío habían muchos cristianos, incluido su esposa y su
hija que estaban interesadas en el nuevo culto, y por ello,
la ejecución de sus órdenes fue más cruel. Y así, vuestras
almas convictas y confesas en la fe de Cristo, entregaron
sus vidas, para coronadas ser con coronas de luz eterna;
¡Oh! Santos Macedonio, Patricia y Modesta de Nicomedia
“vivas muestras del Amor del Dios de la Vida y del Amor”



© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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13 de Marzo
Santos Macedonio, Patricia y Modesta de Nicomedia
Mártires
†: s. inc. – país: Turquía
Canonización: pre-congregación


En Nicomedia, de Bitinia, santos mártires Macedonio, presbítero, Patricia, su esposa, y Modesta, su hija.

ELMartiroLogio Hyeronimianum, del siglo VI, inscribe en esta fecha a «Macedonio, sacerdote, Patricia su esposa y su hija Modesta» y a varios mártires más; aunque distintas transmisiones del texto han dado lugar a inscripciones ligeramente distintas, se puede decir que estos tres mártires están bien atestiguados. Lamentablemente, no hay más datos ciertos que las inscripciones que, partiendo del Hyeronimianum en sus distintas variantes, se han esparcido por los martirologios de Beda, de Floro, de Usuardo, etc.

No es posible afirmarlo con certeza, pero es probable que estos mártires -y los que por las confusas inscripciones se han quitado en el actual- pertenezcan al mismo contexto que en estos días (por ejemplo en Mígdono y compañeros) hemos estado leyendo sobre la persecusión de Diocleciano en Nicomedia que, nos decían Lactancio y Eusebio, dio lugar a una verdadera muchedumbre de mártires, la inmensa mayoría de los cuales permanecieron anónimos. Si fuera así, hay que inscribirlos en el año 303.

Recordemos que al furor persecutorio de Diocleciano se sumó que en su propia corte de Nicomedia halló muchos cristianos, y que incluso supo allí que su esposa y su hija estaban interesadas en el nuevo culto, por lo que la ejecución del edicto fue en este sitio más cruel, si cabe, que en otros.

Para los distintos martirologios que mencionan a los tres mártires y los nombres que en uno y otro los acompañan, Acta Sanctorum, marzo II, pág. 256 (día XIII, ed. 1865); sobre la persecusión de Diocleciano en Nicomedia ver Eusebio, Historia Eclesiástica, VIII, 5ss.
Abel Della Costa – El Testigo Fiel

(http://vidas-santas.blogspot.com/2013/03/santos-macedonio-patricia-y-modesta.html)

12 marzo, 2020

San Luis Orione

 
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¡Oh!, San Luis Orione, vos, sois el hijo del Dios de la Vida,
alumno de San Juan Bosco y su amado santo, por ello, sus pasos
seguisteis fundando colegios para los pobres y desposeídos.
Instituisteis un nuevo y especial voto: “fidelidad al Papa”.
Vuestro sueño, la unión de las Iglesias separadas, y que, ojala,
así sea. La libertad, la unidad de la Iglesia, la “cuestión
romana”, el modernismo, el socialismo y la cristianización
del mundo obrero; los problemas por los que os interesasteis
con sublime esperanza. En medio de devastadores terremotos,
la mano tendisteis a vuestros hermanos de aquél tiempo. Sin
duda la “Congregación de las Pequeñas Hermanas Misioneras de
la Caridad”, las “Hermanas Adoratrices Sacramentinas Invidentes”,
y las “Contemplativas de Jesús Crucificado”, para gloria de Dios
Padre fundasteis. Los “Pequeños Cottolengos”, para los que sufren
y los abandonados, fueron los “nuevos púlpitos” desde los cuales
se hablaba de Cristo, y de la Iglesia. América y Europa saben de vos,
y de vuestra entrega de amor, y más; Nuestra Señora a quien
encomendabais vuestro trabajo y la paz del mundo. Vos, decíais:
“no es entre las palmeras donde deseo vivir y morir, sino entre
los pobres que son Jesucristo”. Y, así, cumplida vuestra misión
vuestra alma, abandonó este mundo suspirando: “!Jesús! !Jesús!
Voy”. Y, Dios Padre, os recibió, para coronaros con corona de luz
como justo premio a vuestra entrega increible de amor, fe y luz.
Vuestro cuerpo incorrupto en la primera exhumación, fue puesto
en un lugar de honor en el santuario de la Virgen de la Guardia
de Tortona y, Juan Pablo II, inscribió vuestro nombre como Beato;
¡oh!, San Luis Orione, “vivo amor de los pobres de  Jesucristo”.



© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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12 de Marzo
San Luis Orione
Fundador de la Pequeña
Obra de la Divina Providencia y de laCongregación de las
Pequeñas Religiosas Misioneras de la Caridad



Luis Orione nació en Pontecurone, diócesis de Tortona, el 23 de junio de 1872. A los 13 años fue recibido en el convento franciscano de Voghera (Pavía) que abandonó después de un año por motivos de salud. De 1886 a 1889 fue alumno de San Juan Bosco en el Oratorio de Valdocco de Turín.

El 16 de octubre de 1889 entró en el seminario de Tortona. Siendo todavía un joven clérigo, se dedicó a vivir la solidaridad con el prójimo en la Sociedad de Mutuo Socorro San Marciano y en la Conferencia de San Vicente. El 3 de julio de 1892, abrió en Tortona el primer Oratorio para cuidar la educación cristiana de los jóvenes. Al año siguiente, el 15 de octubre de 1893, Luis Orione, un clérigo de 21 años, abrió un colegio para chicos pobres en el barrio San Bernardino.

El 13 de abril de 1895, Luis Orione fue ordenado sacerdote y, al mismo tiempo, el Obispo impuso el hábito clerical a seis alumnos de su colegio. En poco tiempo, Don Orione abrió nuevas casas en Mornico Losana (Pavía), en Noto (Sicilia), en Sanremo, en Roma.

Alrededor del joven Fundador crecieron clérigos y sacerdotes que formaron el primer núcleo de la Pequeña Obra de la Divina Providencia. En 1899 inició la rama de los ermitaños de la Divina Providencia. El Obispo de Tortona, Mons. Igino Bandi, con Decreto del 21 de marzo de 1903, reconoció canónicamente a los Hijos de la Divina Providencia (sacerdotes, hermanos coadjutores y ermitaños), congregación religiosa masculina de la Pequeña Obra de la Divina providencia, dedicada a «colaborar para llevar a los pequeños, los pobres y el pueblo a la Iglesia y al Papa, mediante las obras de caridad», profesando un IV voto de especial «fidelidad al Papa».En las primeras Constituciones de 1904, entre los fines de la nueva Congregación aparece el de trabajar «para alcanzar la unión de las Iglesias separadas».

Animado por una gran pasión por la iglesia y por la salvación de las almas, se interesó activamente por los problemas emergentes en aquel tiempo, como la libertad y la unidad de la Iglesia, la «cuestión romana», el modernismo, el socialismo, la cristianización de las masas obreras.
Socorrió heroicamente a las poblaciones damnificadas por los terremotos de Reggio y de Messina (1908) y por el de la Marsica (1915). Por deseo de Pío X fue Vicario General de la diócesis de Messina durante tres años.

A los veinte años de la fundación de los Hijos de la Divina Providencia, como en «una única planta con muchas ramas», el 29 de junio de 1915 dio inicio a la Congregación de las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, animadas por el mismo carisma fundacional y, en el 1927, las Hermanas adoratrices Sacramentinas invidentes, a las que se añadirán después las Contemplativas de Jesús Crucificado.

Organizó a los laicos en las asociaciones de las «Damas de la Divina Providencia», los «Ex Alumnos» y los «Amigos». Después tomará cuerpo el Instituto Secular Orionino y el Movimiento Laical Orionino.

Después de la primera guerra mundial (1914-1918) se multiplicaron las escuelas, colegios, colonias agrícolas, obras caritativas y asistenciales. Entre las obras más características, creó los «Pequeños Cottolengos», para los que sufren y los abandonados, surgidos en la periferia de las grandes ciudades como «nuevos púlpitos» desde los que hablar de Cristo y de la Iglesia, «faros de fe y de humanidad».
El celo misionero de Don Orione, que ya se había manifestado con el envío a Brasil en 1913 de sus primeros religiosos, se extendió después a Argentina y Uruguay (1921), Inglaterra (1935) y Albania (1936). En 1921-1922 y en 1934-1937, él mismo realizó dos viajes a América Latina, Argentina, Brasil y Uruguay, llegando hasta Chile.

Gozó de la estima personal de los Papas y de las autoridades de la Santa Sede, que le confiaron numerosos y delicados encargos para resolver problemas y curar heridas tanto dentro de la Iglesia como en las relaciones con el mundo civil. Fue predicador, confesor y organizador infatigable de peregrinaciones, misiones, procesiones, «belenes vivientes» y otras manifestaciones populares de la fe. Muy devoto de la Virgen, promovió su devoción por todos los medios y, con el trabajo manual de sus clérigos, construyó los santuarios de la Virgen de la Guardia en Tortona y de la Virgen de Caravaggio en Fumo.

En el invierno de 1940, intentando aliviar los problemas de corazón y pulmones que sufría, fue a la casa de Sanremo, aunque, como decía, «no es entre las palmeras donde deseo vivir y morir, sino entre los pobres que son Jesucristo». Después de tan sólo tres días, rodeado del afecto de sus hermanos, Don Orione falleció el 12 de marzo de 1940, suspirando «!Jesús! !Jesús! Voy».

Su cuerpo, intacto en el momento de la primera exhumación en 1965, fue puesto en un lugar de honor en el santuario de la Virgen de la Guardia de Tortona, después de que, el 26 de octubre de 1980, Juan Pablo II inscribiera su nombre en el elenco de los Beatos.
Su Santidad Juan Pablo II lo canonizó el 16 de Mayo de 2004.
Reproducido con autorización de Vatican.va

(http://www.es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=23821)

11 marzo, 2020

San Eulogio de Córdova, Mártir

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¡Oh!, San Eulogio de Córdova; vos, sois, el hijo del Dios de la
Vida, su amado Arzobispo y santo, y el que, con la palabra
y el ejemplo instasteis a los fieles de vuestro tiempo, a no su
 fe, abandonar en Cristo Jesús Dios y Señor Nuestro. Vos, decías:
“Miedo tengo, a mis malas obras. Mis pecados me atormentan.
Veo su monstruosidad. Frecuentemente medito en el juicio que
me espera, y me siento merecedor de fuertes castigos. Apenas me
atrevo a mirar el cielo, abrumado por el peso de mi conciencia”.
Gracias a vuestro escrito: “Memorial de los mártires”, sabemos
sabemos hoy, de su valerosa existencia y entrega sublime, que
de ejemplo glorioso y de valor sirvieron y sirven a todas las
generaciones de todos los tiempos. Renovasteis el fervor por
nuestra santa religión Católica, casi extinta en medio de gobierno
extranjero, no solo en vuestra ciudad, sino, que, se expandió más
allá de sus límites y fronteras. Vuestro biógrafo os describe de
manera real: “Era muy piadoso y muy mortificado. Sobresalía
en todas las ciencias, pero especialmente en el conocimiento
de la Sagrada Escritura. Su rostro se conservaba siempre amable
y alegre. Era tan humilde que casi nunca discutía y siempre se
mostraba muy respetuoso con las opiniones de los otros, y lo que
 no fuera contra la Ley de Dios o la moral, no lo contradecía jamás
Su descanso preferido era ir a visitar templos, casas de religiosos
y hospitales. Los monjes le tenían tan grande estima que lo llamaban
como consultor cuando tenían que redactar los Reglamentos de sus
conventos”. Cuando fuisteis tomado por vuestro verdugo, le
dijisteis: “Ah, si supieses los inmensos premios que nos esperan a los
que proclamamos nuestra fe en Cristo, no sólo no me dirías que
debo dejar mi religión, sino que tú dejarías a Mahoma y empezarías
a creer en Jesús. Yo proclamo aquí solemnemente que hasta el
último momento quiero ser amador y adorador de Nuestro Señor
Jesucristo”. Un soldado os abofeteó la mejilla derecha y vos, la
la otra mejilla presentasteis y os abofetearon otra vez. Luego os
llevaron al lugar del suplicio y os cortaron la cabeza. Y, así,
voló vuestra carísima alma al cielo, y aunque la física vida perdisteis
Dios, os premió, ciñéndoos corona eterna de luz, como justo premio
a vuestra increíble entrega de amor y fe. Poco después martirizaron
también a Lucrecia, aquella valiente musulmana que vivir deseaba
como católica y a quien vos, felizmente ayudasteis refugiándola
en casa de santos hermanos católicos. ¡Aleluya! ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡oh!, San Eulogio de Córdova, “vivo mártir del Cristo del Amor y la Vida”.



© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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11 de Marzo
San Eulogio de Córdoba
Arzobispo
(año 859)



Eulogio significa: el que habla bien (Eu = bien, logios = hablar). Dicen que San Eulogio es la mayor gloria de España en el siglo noveno. Vivió en la ciudad de Córdoba, que estaba ocupada por los musulmanes o mahometanos, los cuales solamente permitían ira misa a los que pagaban un impuesto especial por cada vez que fueran al templo, y castigaban con pena de muerte al que hablara en público de Jesucristo, fuera del templo.

Nació el año 800 de una familia que se conservaba fervientemente católica en medio de la apostasía general cuando la mayoría de los católicos había abandonado la fe por miedo al gobierno musulmán. Este santo será el que logrará renovar el fervor por la religión católica en su ciudad y los alrededores.
Su abuelo, que se llamaba también Eulogio, lo enseñó desde pequeño a que cada vez que el reloj de la torre daba las horas, dijera una pequeña oración, por ejemplo: “Dios mío, ven en mi auxilio, Señor, ven a prisa a socorrerme”.

Tuvo por maestro a uno de los más grandes sabios de su tiempo, al famoso Esperaindeo, el cual lo formó muy bien en filosofía y otras ciencias. Como compañeros de estudios tuvo a Pablo Alvarez, el cual fue siempre su gran amigo y escribió más tarde la vida de San Eulogio con todos los detalles que logró ir coleccionado.

Su biógrafo lo describe así en su juventud: “Era muy piadoso y muy mortificado. Sobresalía en todas las ciencias, pero especialmente en el conocimiento de la Sagrada Escritura. Su rostro se conservaba siempre amable y alegre. Era tan humilde que casi nunca discutía y siempre se mostraba muy respetuoso con las opiniones de los otros, y lo que no fuera contra la Ley de Dios o la moral, no lo contradecía jamás. Su trato era tan agradable que se ganaba la simpatía de todos los que charlaban con él. Su descanso preferido era ir a visitar templos, casas de religiosos y hospitales. Los monjes le tenían tan grande estima que lo llamaban como consultor cuando tenían que redactar los Reglamentos de sus conventos. Esto le dio ocasión de visitar y conocer muy bien un gran número de casas religiosas en España”.

Ordenado de sacerdote se fue a trabajar con un grupo de sacerdotes y pronto empezó a sobresalir por su gran elocuencia al predicar, y por el buen ejemplo de su santa conducta. Dice su biógrafo: “Su mayor afán era tratar de agradar cada día más y más a Dios y dominar las pasiones de su cuerpo”. Decía confidencialmente: “Tengo miedo a mis malas obras. Mis pecados me atormentan. Veo su monstruosidad. Medito frecuentemente en el juicio que me espera, y me siento merecedor de fuertes castigos. Apenas me atrevo a mirar el cielo, abrumado por el peso de mi conciencia”.

Eulogio era un gran lector y por todas partes iba buscando y consiguiendo nuevos libros para leer él y prestar a sus amigos. Logró obtener las obras de San Agustín y de varios otros grandes sabios de la antigüedad (cosa que era dificilísimo en esos tiempos en que los libros se copiaban a mano, y casi nadie sabía leer ni escribir) y nunca se guardaba para él solo los conocimientos que adquiría. Trataba de hacerlos llegar al mayor número posible de amigos y discípulos. Todos los creyentes de Córdoba, especialmente sacerdotes y religiosos se fueron reuniendo alrededor de Eulogio.

En el año 850 estalló la persecución contra los católicos de Córdoba. El gobierno musulmán mandó asesinar a un sacerdote y luego a un comerciante católico. Los creyentes más fervorosos se presentaron ante el alcalde de la ciudad para protestar por estas injusticias, y declarar que reconocían como jefe de su religión a Jesucristo y no a Mahoma. Enseguida los mandaron torturar y los hicieron degollar. Murieron jóvenes y viejos, en gran número. Algunos católicos que en otro tiempo habían renegado de la fe por temor, ahora repararon su falta de valor y se presentaron ante los perseguidores y murieron mártires.

Algunos más flojos decían que no había que proclamar en público las creencias, pero San Eulogio se puso al frente de los más fervorosos y escribió un libro titulado “Memorial de los mártires”, en el cual narra y elogia con entusiasmo el martirio de los que murieron por proclamar su fe en Jesucristo.
A dos jóvenes católicas las llevaron a la cárcel y las amenazaron con terribles deshonras si no renegaban de su fe. Las dos estaban muy desanimadas. Lo supo San Eulogio y compuso para ellas un precioso librito: “Documento martirial”, y les aseguró que el Espíritu Santo les concedería un valor que ellas nunca habían imaginado tener y que no les permitiría perder su honor. Las dos jóvenes proclamaron valientemente su fe en Jesucristo y le escribieron al santo que en el cielo rogarían por él y por los católicos de Córdoba para que no desmayaran de su fe. Fueron martirizada y pasaron gloriosamente de esta vida a la eternidad feliz.

El gobierno musulmán mandó a Eulogio a la cárcel y él aprovechó esos meses para dedicarse a meditar, rezar y estudiar. Al fin logra salir de la cárcel, pero encuentra que el gobierno ha destruido los templos, ha acabado con la escuela donde él enseñaba y que sigue persiguiendo a los que creen en Jesús.

Eulogio tiene que pasar diez años huyendo de sitio en sitio, por la ciudad y por los campos. Pero va recogiendo los datos de los cristianos que van siendo martirizados y los va publicando, en su “Memorial de los mártires”.

En el año 858 murió el Arzobispo de Toledo y los sacerdotes y los fieles eligieron a Eulogio para ser el nuevo Arzobispo. Pero el gobierno se opuso. Algo más glorioso le esperaba en seguida: el martirio.
Había en Córdoba una joven llamada Lucrecia, hija de mahometanos, que deseaba vivir como católica, pero la ley se lo prohibía y quería hacerla vivir como musulmana. Entonces ella huyó de su casa y ayudada por Eulogio se refugió en casa de católicos. Pero la policía descubrió dónde estaba y el juez decretó pena de muerte para ella y para Eulogio.

Llevado nuestro santo al más alto tribunal de la ciudad, uno de los fiscales le dijo: “Que el pueblo ignorante se deje matar por proclamar su fe, lo comprendemos. Pero Tú, el más sabio y apreciado de todos los cristianos de la ciudad, no debes ira sí a la muerte. Te aconsejo que te retractes de tu religión, y así salvarás tu vida”. A lo cual Eulogio respondió: “Ah, si supieses los inmensos premios que nos esperan a los que proclamamos nuestra fe en Cristo, no sólo no me dirías que debo dejar mi religión, sino que tu dejarías a Mahoma y empezarías a creer en Jesús. Yo proclamo aquí solemnemente que hasta el último momento quiero ser amador y adorador de Nuestro Señor Jesucristo”.

Un soldado le abofeteó la mejilla derecha y nuestro santo le presentó la mejilla izquierda y fue nuevamente abofeteado. Luego lo llevaron al lugar de suplicio y le cortaron la cabeza. Poco después martirizaron también a Santa Lucrecia.

San Eulogio: ¡Consíguenos un gran entusiasmo por nuestra religión!.
Dichosos vosotros cuando os persigan y os traten mal por causa de la religión. Alegraos porque grande será vuestro premio en el reino de los cielos (Jesucristo Mt. 5).

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Eulogio_de_Córdoba.htm)

10 marzo, 2020

San Simplicio Papa


 
 
 ¡Oh!, San Simplicio, vos, sois el hijo del Dios de la Vida,
su Papa y amado santo que, vivisteis en plena herejía y error
que a la Iglesia consumía. Os preocupasteis por el clero
y lo reformasteis y así, el “error” localizasteis y, a la vez,
lo solucionasteis, armado sólo con la verdad en la mano. Por
ello, reprimisteis firmemente las ansias del querer, el poder
y el tener de los miembros del clero. “Quien abusa de su poder
merece perderlo”. Así, le escribisteis a uno de vuestros
obispos. En vuestra diócesis os comportabais con celo y erais
modelo episcopal, entregándoos al cuidado vuestros fieles,
 a los cuales instruíais con fervoroso amor y paciencia. Las
limosnas recogidas entre los pobres distribuías y dictasteis
normas para atender de manera preferente los bautismos. Vuestra
vida fue austera y de oración constante, tanto que, como monje
rezabais y os mortificabais como habitante del desierto. El
el primer templo en el occidente lo dedicasteis a San Andrés,
el hermano del apóstol San Pedro, ubicado sobre el monte
Esquilino. Convocasteis un concilio para explicitar la fe
ante los errores que había difundido Eutiques, el cual en la
inteligencia de la verdad se equivocó, pues, admitía en su
monofisismo, sólo la naturaleza divina de Cristo, negando
con ello la Redención del mundo. Y, así, luego de haber
gastado vuestra santa vida en buena lid, voló vuestra alma
al cielo, para corona de luz recibir como justo premio
a vuestra entrega grande e increíble de amor y fe. ¡Aleluya!
¡oh!, San Simplicio, “viva verdad del Dios de la Vida y del Amor”




© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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10 de Marzo
San Simplicio
Papa

Natural de Tívoli, en el campo de Roma. Es hijo de Castino. Le vemos formando parte del clero romano y sucediendo al papa san Hilario en la Sede de Roma, en marzo del año 467. Le toca vivir y ser Supremo Pastor en un tiempo difícil por la herejía y la calamidad dentro de la Iglesia que aparece como inundada por el error. En Occidente, Odaco se ha hecho dueño de Italia y es arriano como los godos en las Galias, los de España y los vándalos en África; el panorama no es muy consolador, no. Los ingleses aún están en el paganismo. Para Oriente no van mejor las cosas, aunque con otros tonos, en cuanto a la vida de fe: el emperador Zenón y el tirano Basílico favorecen la herejía de Eutiques; los Patriarcas han resultado ambiciosos de poder y las sedes patriarcales son una deseada presa más que un centro de irradiación cristiana. ¡Lamentable estado general de la Iglesia que está necesitando un buen timonel!

El nuevo papa adopta en su pontificado una actitud fundamental: atiende preferente al clero. Procura su reforma, detectando el error y proponiendo el remedio con la verdad sin condescendencias que lo acaricien; muestra perseverancia firme y tesón férreo cuando debe reprimir la ambición de los altos eclesiásticos.

Modera la Iglesia que está en Oriente siendo un muro de contención frente a las ambiciones de poder y dominio que muestra Acacio, Patriarca de Constantinopla, cuando pretendía los derechos de Alejandría y Antioquía. No cedió a las pretensiones del usurpador Timoteo Eluro, ni a las del intruso Pedro el Tintorero. Defendió la elección canónica de Juan Tabenas como Patriarca de Alejandría frente a las presiones de Pedro Mingo protegido por el emperador Zenón.

Gobierna la Iglesia que está en Occidente mandando cartas a otro Zenón -obispo de Sevilla-, encargándole rectitud y alabando su dedicación permanente a la familia cristiana que tiene encomendada. También escribe a Juan, Obispo de Rávena, en el 482, con motivo de ordenaciones ilícitas: «Quien abusa de su poder -le dice- merece perderle». En el año 475 manda a los obispos galos Florencio y Severo corregir a Gaudencio y privar del ejercicio episcopal a los que ordenó ilícitamente al tiempo que da orientaciones para distribuir los bienes de la Iglesia y evitar abusos.
En su diócesis de Roma se comporta como modelo episcopal, entregándose al cuidado de sus fieles como si no tuviera en sus hombros a la Iglesia Universal. Aquí cuida especialmente la instrucción religiosa de los fieles, facilita la distribución de limosnas entre los más pobres y dicta normas para atender primordialmente la administración del bautismo. Aún tuvo tiempo para dedicar el primer templo en el occidente a San Andrés, el hermano del apóstol Pedro, iuxta sanctam Mariam o iuxta Praesepe, sobre el monte Esquilino.

También convocó un concilio para explicitar la fe ante los errores que había difundido Eutiques, equivocándose en la inteligencia de la verdad, pues, en su monofisismo, sólo admitía en Cristo la naturaleza divina con lo que se llegaba a negar la Redención.

Los datos exactos de su óbito no están aún perfectamente esclarecidos, si bien se conoce que fue en el mes de Febrero del año 483. Sus reliquias se conservan en Tívoli.

Los contemporáneos del santo conocieron bien la austeridad de su vida y su constante oración hasta el punto de afirmar que rezó como un monje y se mortificó como un solitario del desierto. Sin esos medios su labor de servicio a la Iglesia hubiera resultado imposible.

(http://www.santopedia.com/santos/san-simplicio-papa/)

09 marzo, 2020

Santa Francisca Romana


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 ¡Oh!; Santa Francisca Romana vos, sois la hija del Dios Vivo
y eterno. Esposa, madre, viuda y apóstol seglar, que pronto,
vuestra vida en gran ejemplo se convirtió. Dolor y nostalgia
sentíais por no poder haberos dedicado a la oración y a
la contemplación mucho más seguido. Con vuestra cuñada,
os propusisteis a ser excelentes y buenas madres de familia,
y, a la vez, dedicar todos los tiempos libres a ayudar a los
pobres y enfermos. Por ello, los Hospitales visitabais
e instruíais a los ignorantes y os dabais de sí, a los pobres
para socorrerlos. “Muy buena es la oración, pero la mujer
casada tiene que concederles enorme importancia a sus
deberes caseros”. Decías vos, cuando vuestro marido os
requería. Pero, os dabais maña, para dedicaros a la oración,
la mortificación, a las buenas lecturas, y, a estar siempre
muy ocupada, evitando así, las tentaciones del mal. De
pronto vuestra vida cambio, y literalmente en la calle
quedasteis, pero, nada felizmente cambió en vos y os
dedicasteis a pedir limosnas para vuestros enfermos de
vuestro hospital. Enfermasteis y por años padecisteis en
silencio con ellas, porque sabíais de los premios del
cielo. Sanabais enfermos, alejabais los malos espíritus
y conseguíais poner paz entre las gentes peleadas y así,
lograbais de milagro que empezaran a amarse. Fundasteis
las “Oblatas de María”. Ayunabais a pan y agua muchos
días y os dedicabais horas a la oración y a la meditación.
Y, Dios que os miraba con mucho amor, empezó a concederos
maravillosos éxtasis y visiones. “El ángel del Señor me
manda que lo siga hacia las alturas”, dijisteis por última
vez y quedasteis sin vida. Pero, más parecíais dormida
en una dulce paz. Así, voló, vuestra alma al cielo, para
coronada ser con corona de luz, como justo premio a vuestra
grande entrega de amor. Patrona de todos los conductores;
¡oh!; Santa Francisca Romana, “vivo amor por el Dios Vivo”.
 

© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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09 de Marzo
Santa Francisca Romana
(año 1440)


Esposa, madre, viuda y apóstol seglar. Francisca nació en Roma en el año 1384. Y en cada año, el 9 de marzo, llegan cantidades de peregrinos a visitar su tumba en el Templo que a ella se le ha consagrado en Roma y a visitar el convento que ella fundó allí mismo y que se llama “Torre de los Espejos”.

Sus padres eran sumamente ricos y muy creyentes (quedarán después en la miseria en una guerra por defender al Sumo Pontífice) y la niña creció en medio de todas las comodidades, pero muy bien instruida en la religión. Desde muy pequeñita su mayor deseo fue ser religiosa, pero los papás no aceptaron esa vocación sino que le consiguieron un novio de una familia muy rica y con él la hicieron casar.

Francisca, aunque amaba inmensamente a su esposo, sentía la nostalgia de no poder dedicar su vida a la oración y a la contemplación, en la vida religiosa. Un día su cuñada, llamada Vannossa, la vio llorando y le preguntó la razón de su tristeza. Francisca le contó que ella sentía una inmensa inclinación hacia la vida religiosa pero que sus padres la habían obligado a formar un hogar. Entonces la cuñada le dijo que a ella le sucedía lo mismo, y le propuso que se dedicaran a las dos vocaciones: ser unas excelentes madres de familia, y a la vez, dedicar todos los ratos libres a ayudar a los pobre y enfermos, como si fueran dos religiosas. Y así lo hicieron. Con el consentimiento de sus esposos, Francisca y Vannossa se dedicaron a visitar hospitales y a instruir gente ignorante y a socorrer pobres. La suegra quería oponerse a todo esto, pero los dos maridos al ver que ellas en el hogar eran tan cuidadosas y tan cariñosas, les permitieron seguir en esta caritativa acción.

Pronto Francisca empezó a ganarse la simpatía de las gentes de Roma por su gran caridad para con los enfermos y los pobres. Ella tuvo siempre la cualidad especialísima de hacerse querer por la gente. Fue un don que le concedió el Espíritu Santo.

En más de 30 años que Francisca vivió con su esposo, observó una conducta verdaderamente edificante. Tuvo tres hijos a los cuales se esmeró por educar muy religiosamente. Dos de ellos murieron muy jóvenes, y al tercero lo guió siempre, aun después de que él se casó, por el camino de todas las virtudes.

A Francisca le agradaba mucho dedicarse a la oración, pero le sucedió muchas veces que estando orando la llamó su marido para que la ayudara en algún oficio, y ella suspendía inmediatamente su oración y se iba a colaborar en lo que era necesario. Veces hubo que tuvo que suspender cinco veces seguidas una oración, y lo hizo prontamente. Ella repetía: “Muy buena es la oración, pero la mujer casada tiene que concederles enorme importancia a sus deberes caseros”.

Dios permitió que a esta santa mujer le llegaran las más desesperantes tentaciones. Y a todas resistió dedicándose a la oración y a la mortificación y a las buenas lecturas, y a estar siempre muy ocupada. Su familia, que había sido sumamente rica, se vio despojada su sus bienes en una terrible guerra civil. Como su esposo era partidario y defensor del Sumo Pontífice, y en la guerra ganaron los enemigos del Papa, su familia fue despojada de sus fincas y palacios. Francisca tuvo que irse a vivir a una casona vieja, y dedicarse a pedir limosna de puerta en puerta para ayudar a los enfermos de su hospital. Y además de todo esto le llegaron muy dolorosas enfermedades que le hicieron padecer por años y años. Ella sabía muy bien que estaba cosechando premios para el cielo.

Su hijo se casó con una muchacha muy bonita pero terriblemente malgeniada y criticona. Esta mujer se dedicó a atormentarle la vida a Francisca y a burlarse de todo lo que la santa hacía y decía. Ella soportaba todo en silencio y con gran paciencia. Pero de pronto la nuera cayó gravemente enferma y entonces Francisca se dedicó a asistirla con una caridad impresionantemente exquisita. La joven se curó de la enfermedad del cuerpo y quedó curada también de la antipatía que sentía hacia su suegra. En adelante fue su gran amiga y admiradora.
Francisca obtenía admirables milagros de Dios con sus oraciones. Curaba enfermos, alejaba malos espíritus, pero sobre todo conseguía poner paz entre gentes que estaban peleadas y lograba que muchos que antes se odiaban, empezaran a amarse como buenos amigos. Por toda Roma se hablaba de los admirables efectos que esta santa mujer conseguía con sus palabras y oraciones. Muchísimas veces veía a su ángel de la guarda y dialogaba con él.

Francisca fundó una comunidad de religiosas seglares dedicadas a atender a los más necesitados. Les puso por nombre “Oblatas de María”, y su casa principal, que existe todavía en Roma, fue un edificio que se llamaba “Torre de los Espejos”. Sus religiosas vestían como señoras respetables. No tenían hábito especial.

Nombró como superiora a una mujer de toda su confianza, pero cuando Francisca quedó viuda entró también ella de religiosa, y por unanimidad las religiosas la eligieron superiora general. En la comunidad tomó por nombre “Francisca Romana”.

Había recibido de Dios la eficacia de la palabra y por eso acudían a ella numerosas personas para pedirle que les ayudara a solucionar los problemas de sus familias. El Espíritu Santo le concedió el don de consejo, por el cual sus palabras guiaban fácilmente a las personas a conseguir la solución de sus dificultades.

Cuando llegaban las epidemias, ella misma llevaba a los enfermos al hospital, lo atendía, les lavaba la ropa y la remendaba, y como en tiempo de contagio era muy difícil conseguir confesores, ella pagaba un sueldo especial a varios sacerdotes para que se dedicaran a atender espiritualmente a los enfermos.
Francisca ayunaba a pan y agua muchos días. Dedicaba horas y horas a la oración y a la meditación, y Dios empezó a concederle éxtasis y visiones. Consultaba todas las dudas de su alma con un director espiritual, y llegó a tal grado de amabilidad en su trato, que bastaba tratar con ella una sola vez para quedar ya amigos para siempre. A las personas que sabía que hablaban mal de ella, les prodigaba mayor amabilidad.

Estaba gravemente enferma, y el 9 de marzo de 1440 su rostro empezó a brillar con una luz admirable. Entonces pronunció sus últimas palabras: “El ángel del Señor me manda que lo siga hacia las alturas”. Luego quedó muerta, pero parecía alegremente dormida.

Tan pronto se supo la noticia de su muerte, corrió hacia el convento una inmensa multitud. Muchísimos pobres iban a demostrar su agradecimiento por los innumerables favores que les había hecho. Muchos llevaban enfermos para que les permitieran acercarlos al cadáver de la santa, y así pedir la curación por su intercesión. Los historiadores dicen que “toda la ciudad de Roma se movilizó”, para asistir a los funerales de Francisca.

Fue sepultada en la iglesia parroquial, y al conocerse la noticia de que junto a su cadáver se estaban obrando milagros, aumentó mucho más la concurrencia a sus funerales. Luego su tumba se volvió tan famosa que aquel templo empezó a llamarse y se le llama aún ahora: La Iglesia de Santa Francisca Romana.

Cada 9 de marzo llegan numerosos peregrinos a pedirle a Santa Francisca unas gracias que nosotros también nos conviene pedir siempre: que nos dediquemos con todas nuestras fuerzas a cumplir cada día los deberes que tenemos en nuestro hogar, y que nos consagremos con toda la generosidad posible a ayudar a los pobres y necesitados y a ser extraordinariamente amables con todos. Santa Francisca: ruégale al buen Dios que así sea.

He aquí la descripción de una mujer admirable. “Que las gentes comenten sus muchas buenas obras” (S. Biblia. Proverbios 31).

(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Francisca_Romana.htm)

08 marzo, 2020

Domingo II (A) de Cuaresma


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Día litúrgico: Domingo II (A) de Cuaresma Ver 1ª Lectura y Salmo

Texto del Evangelio (Mt 17,1-9): En aquel tiempo, Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con Él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle». Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo». Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos».
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«Se transfiguró delante de ellos»
Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós (Barcelona, España)

Hoy, camino hacia la Semana Santa, la liturgia de la Palabra nos muestra la Transfiguración de Jesucristo. Aunque en nuestro calendario hay un día litúrgico festivo reservado para este acontecimiento (el 6 de agosto), ahora se nos invita a contemplar la misma escena en su íntima relación con los sucesos de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.

En efecto, se acercaba la Pasión para Jesús y seis días antes de subir al Tabor lo anunció con toda claridad: les había dicho que «Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día» (Mt 16,21).

Pero los discípulos no estaban preparados para ver sufrir a su Señor. Él, que siempre se había mostrado compasivo con los desvalidos, que había devuelto la blancura a la piel dañada por la lepra, que había iluminado los ojos de tantos ciegos, y que había hecho mover miembros lisiados, ahora no podía ser que su cuerpo se desfigurara a causa de los golpes y de las flagelaciones. Y, con todo, Él afirma sin rebajas: «Debía sufrir mucho». ¡Incomprensible! ¡Imposible!

A pesar de todas las incomprensiones, sin embargo, Jesús sabe para qué ha venido a este mundo. Sabe que ha de asumir toda la flaqueza y el dolor que abruma a la humanidad, para poderla divinizar y, así, rescatarla del círculo vicioso del pecado y de la muerte, de tal manera que ésta —la muerte— vencida, ya no tenga esclavizados a los hombres, creados a imagen y semejanza de Dios.

Por esto, la Transfiguración es un espléndido icono de nuestra redención, donde la carne del Señor es mostrada en el estallido de la resurrección. Así, si con el anuncio de la Pasión provocó angustia en los Apóstoles, con el fulgor de su divinidad los confirma en la esperanza y les anticipa el gozo pascual, aunque, ni Pedro, ni Santiago, ni Juan sepan exactamente qué significa esto de… resucitar de entre los muertos (cf. Mt 17,9), ¡Ya lo sabrán!

(http://evangeli.net/evangelio/dia/2020-03-08)

07 marzo, 2020

Santas Perpetua y Felicidad


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¡Oh!, Santas Perpetua y Felicidad; vosotras, sois las hijas
del Dios de la Vida, y sus amadas santas. Aquellas mujeres
y jóvenes madres, que entregasteis vuestro corazón abierto
a Jesús, en tiempos de idolatría y paganismo. Deciaís Perpetua
a vuestro padre, quien deseaba a toda costa que vos fueseis pagana:
“Yo lo que más le pedía a Dios era que nos concediera un gran valor
para ser capaces de sufrir y luchar por nuestra santa religión”.
“Desde que tuve a mi pequeñín junto a mí, ya aquello no
Me parecía una cárcel sino un palacio, y me sentía llena de
alegría. Y el niño también recobró su alegría y su vigor”.
“Y, yo que soy cristiana, no me puedo llamar pagana, ni de
ninguna otra religión, porque soy cristiana y lo quiero ser
para siempre”. Vuestros verdugos os decían: “Ahora se queja
por los dolores de dar a luz. ¿Y cuando le lleguen los dolores del
martirio qué hará? Y, respondisteis: “Ahora soy débil porque la que
sufre es mi pobre naturaleza. Pero cuando llegue el martirio me
acompañará la gracia de Dios, que me llenará de fortaleza”. A los
condenados a muerte se les permitía hacer una “cena de despedida”,
pero vosotras, acompañadas de los demás mártires, hicisteis de la
vuestra, una “Cena Eucarística”. Y, dos santos diáconos os llevaron
la santa comunión, y después de orar y animaros unos a otros
os abrazasteis y despedisteis con el beso de la Paz. ¡Todos
animosos y alegres de entregar la vida y proclamar su fe
en Jesucristo! Y, de pronto vuestra hora os llegó, y envueltas
en una red, una furiosa vaca os corneó casi hasta morir
y saliendo airosas, dijisteis Perpetua: ¿Y dónde está esa tal
vaca que nos iba a cornear? Y, luego el impío pagano pueblo,
a gritos pidió que os cortaran vuestras cabezas. A vos,
Felicidad, os la cortaron; pero, el verdugo que os tenía
que mataros a vos, Perpetua, erró el golpe, y seguidamente
extendiendo vuestra cabeza, le indicasteis dónde os debía
de dar el machetazo. Así, vos, Perpetua; rica e instruida
y vos, Felicidad; humilde y sencilla sirvienta, y ambas
jóvenes esposas prefirieron renunciar a los goces de esta
vida y permaneciendo fieles a la religión de Jesucristo,
legaron al mundo vuestro amor por Cristo, antes que vuestra
traición. Y, así, vuestras almas volaron al cielo, para coronadas
ser de luz, como premio justo a vuestro increible y gran amor;
¡oh!, Santas Perpetua y Felicidad, “vivas mártires del Dios Vivo”.
© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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7 de Marzo
Santas Perpetua y Felicidad
Mártires
(año 203)

Estas dos santas murieron martirizadas en Cartago (África) el 7 de marzo del año 203.
Perpetua era una joven madre, de 22 años, que tenía un niñito de pocos meses. Pertenecía a una familia rica y muy estimada por toda la población. Mientras estaba en prisión, por petición de sus compañeros mártires, fue escribiendo el diario de todo lo que le iba sucediendo.

Felicidad era una esclava de Perpetua. Era también muy joven y en la prisión dio a luz una niña, que después los cristianos se encargaron de criar muy bien.

Las acompañaron en su martirio unos esclavos que fueron apresados junto a ellas, y su catequista, el diácono Sáturo, que las había instruido en la religión y las había preparado para el bautismo. A Sáturo no lo habían apresado, pero él se presentó voluntariamente.

Los antiguos documentos que narran el martirio de estas dos santas, eran inmensamente estimados en la antigüedad, y San Agustín dice que se leían en las iglesias con gran provecho para los oyentes. Esos documentos narran lo siguiente.

El año 202 el emperador Severo mandó que los que siguieran siendo cristianos y no quisieran adorar a los falsos dioses tenían que morir.

Perpetua estaba celebrando una reunión religiosa en su casa de Cartago cuando llegó la policía del emperador y la llevó prisionera, junto con su esclava Felicidad y los esclavos Revocato, Saturnino y Segundo.

Dice Perpetua en su diario: “Nos echaron a la cárcel y yo quedé consternada porque nunca había estado en un sitio tan oscuro. El calor era insoportable y estábamos demasiadas personas en un subterráneo muy estrecho. Me parecía morir de calor y de asfixia y sufría por no poder tener junto a mí al niño que era tan de pocos meses y que me necesitaba mucho. Yo lo que más le pedía a Dios era que nos concediera un gran valor para ser capaces de sufrir y luchar por nuestra santa religión”.

Afortunadamente al día siguiente llegaron dos diáconos católicos y dieron dinero a los carceleros para que pasaran a los presos a otra habitación menos sofocante y oscura que la anterior, y fueron llevados a una sala a donde por lo menos entraba la luz del sol, y no quedaban tan apretujados e incómodos. Y permitieron que le llevaran al niño a Perpetua, el cual se estaba secando de pena y acabamiento. Ella dice en su diario: “Desde que tuve a mi pequeñín junto a mí, ya aquello no me parecía una cárcel sino un palacio, y me sentía llena de alegría. Y el niño también recobró su alegría y su vigor”. Las tías y la abuelita se encargaron después de su crianza y de su educación.

El jefe del gobierno de Cartago llamó a juicio a Perpetua y a sus servidores. La noche anterior Perpetua tuvo una visión en la cual le fue dicho que tendrían que subir por una escalera muy llena de sufrimientos, pero que al final de tan dolorosa pendiente, estaba un Paraíso Eterno que les esperaba. Ella narró a sus compañeros la visión que había tenido y todos se entusiasmaron y se propusieron permanecer fieles en la fe hasta el fin.

Primero pasaron los esclavos y el díacono. Todos proclamaron ante las autoridades que ellos eran cristianos y que preferían morir antes que adorar a los falsos dioses.

Luego llamaron a Perpetua. El juez le rogaba que dejara la religión de Cristo y que se pasara a la religión pagana y que así salvaría su vida. Y le recordaba que ella era una mujer muy joven y de familia rica. Pero Perpetua proclamó que estaba resuelta a ser fiel hasta la muerte, a la religión de Cristo Jesús. Entonces llegó su padre (el único de la familia que no era cristiano) y de rodillas le rogaba y le suplicaba que no persistiera en llamarse cristiana. Que aceptara la religión del emperador. Que lo hiciera por amor a su padre y a su hijito. Ella se conmovía intensamente pero terminó diciéndole: ¿Padre, cómo se llama esa vasija que hay ahí en frente? “Una bandeja”, respondió él. Pues bien: “A esa vasija hay que llamarla bandeja, y no pocillo ni cuchara, porque es una bandeja. Y yo que soy cristiana, no me puedo llamar pagana, ni de ninguna otra religión, porque soy cristiana y lo quiero ser para siempre”.

Y añade el diario escrito por Perpetua: “Mi padre era el único de mi familia que no se alegraba porque nosotros íbamos a ser mártires por Cristo”.

El juez decretó que los tres hombres serían llevados al circo y allí delante de la muchedumbre serían destrozados por las fieras el día de la fiesta del emperador, y que las dos mujeres serían echadas amarradas ante una vaca furiosa para que las destrozara. Pero había un inconveniente: que Felicidad iba a ser madre, y la ley prohibía matar a la que ya iba a dar a luz. Y ella sí deseaba ser martirizada por amor a Cristo. Entonces los cristianos oraron con fe, y Felicidad dio a luz una linda niña, la cual le fue confiada a cristianas fervorosas, y así ella pudo sufrir el martirio. Un carcelero se burlaba diciéndole: “Ahora se queja por los dolores de dar a luz. ¿Y cuando le lleguen los dolores del martirio qué hará? Ella le respondió: “Ahora soy débil porque la que sufre es mi pobre naturaleza. Pero cuando llegue el martirio me acompañará la gracia de Dios, que me llenará de fortaleza”.
A los condenados a muerte se les permitía hacer una Cena de Despedida. Perpetua y sus compañeros convirtieron su cena final en una Cena Eucarística. Dos santos diáconos les llevaron la comunión, y después de orar y de animarse unos a otros se abrazaron y se despidieron con el beso de la paz. Todos estaban a cual de animosos, alegremente dispuestos a entregar la vida por proclamar su fe en Jesucristo.

A los esclavos los echaron a las fieras que los destrozaron y ellos derramaron así valientemente su sangre por nuestra religión.

Antes de llevarlos a la plaza los soldados querían que los hombres entraran vestidos de sacerdotes de los falsos dioses y las mujeres vestidas de sacerdotisas de las diosas de los paganos. Pero Perpetua se opuso fuertemente y ninguno quiso colocarse vestidos de religiones falsas.

El diácono Sáturo había logrado convertir al cristianismo a uno de los carceleros, llamado Pudente, y le dijo: “Para que veas que Cristo sí es Dios, te anuncio que a mí me echarán a un oso feroz, y esa fiera no me hará ningún daño”. Y así sucedió: lo amarraron y lo acercaron a la jaula de un oso muy agresivo. El feroz animal no le quiso hacer ningún daño, y en cambio sí le dio un tremendo mordisco al domador que trataba de hacer que se lanzara contra el santo diácono. Entonces soltaron a un leopardo y éste de una dentellada destrozó a Sáturo. Cuando el diácono estaba moribundo, untó con su sangre un anillo y lo colocó en el dedo de Pudente y este aceptó definitivamente volverse cristiano.
A Perpetua y Felicidad las envolvieron dentro de una malla y las colocaron en la mitad de la plaza, y soltaron una vaca bravísima, la cual las corneó sin misericordia. Perpetua únicamente se preocupaba por irse arreglando los vestidos de manera que no diera escándalo a nadie por parecer poco cubierta. Y se arreglaba también los cabellos para no aparecer despeinada como una llorona pagana. La gente emocionada al ver la valentía de estas dos jóvenes madres, pidió que las sacaran por la puerta por donde llevaban a los gladiadores victoriosos. Perpetua, como volviendo de un éxtasis, preguntó: ¿Y dónde está esa tal vaca que nos iba a cornear?

Pero luego ese pueblo cruel pidió que las volvieran a traer y que les cortaran la cabeza allí delante de todos. Al saber esta noticia, las dos jóvenes valientes se abrazaron emocionadas, y volvieron a la plaza. A Felicidad le cortaron la cabeza de un machetazo, pero el verdugo que tenía que matar a Perpetua estaba muy nervioso y equivocó el golpe. Ella dio un grito de dolor, pero extendió bien su cabeza sobre el cepo y le indicó al verdugo con la mano, el sitio preciso de su cuello donde debía darle el machetazo. Así esta mujer valerosa hasta el último momento demostró que si moría mártir era por su propia voluntad y con toda generosidad.

Estas dos mujeres, la una rica e instruida y la otra humilde y sencilla sirvienta, jóvenes esposas y madres, que en la flor de la vida prefirieron renunciar a los goces de un hogar, con tal de permanecer fieles a la religión de Jesucristo, ¿qué nos enseñarán a nosotros? Ellas sacrificaron un medio siglo que les podía quedar de vida en esta tierra y llevan más de 17 siglos gozando en el Paraíso eterno. ¿Qué renuncias nos cuesta nuestra religión? ¿En verdad, ser amigos de Cristo nos cuesta alguna renuncia? Cristo sabe pagar muy bien lo que hacemos y renunciamos por El.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Felicidad_y_Perpetua.htm)