09 agosto, 2020

Domingo XIX (A) del tiempo ordinario

 

 Catholik-blog: La liturgia diaria meditada - Jesús camina sobre el ...

Día litúrgico: Domingo XIX (A) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 14,22-33): Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.

De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!». Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua». Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame». En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?». En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios».

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«Empezó a hundirse y gritó: ‘Señor, sálvame’»

Rev. D. Joaquim MESEGUER García
(Rubí, Barcelona, España)

Hoy, la experiencia de Pedro refleja situaciones que hemos experimentado también nosotros más de una vez. ¿Quién no ha visto hacer aguas sus proyectos y no ha experimentado la tentación del desánimo o de la desesperación? En circunstancias así, debemos reavivar la fe y decir con el salmista: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación» (Sal 85,8).

Para la mentalidad antigua, el mar era el lugar donde habitaban las fuerzas del mal, el reino de la muerte, amenazador para el hombre. Al “andar sobre el agua” (cf. Mt 14,25), Jesús nos indica que con su muerte y resurrección triunfa sobre el poder del mal y de la muerte, que nos amenaza y busca destrozarnos. Nuestra existencia, ¿no es también como una frágil embarcación, sacudida por las olas, que atraviesa el mar de la vida y que espera llegar a una meta que tenga sentido?

Pedro creía tener una fe clara y una fuerza muy consistente, pero «empezó a hundirse» (Mt 14,30); Pedro había asegurado a Jesús que estaba dispuesto a seguirlo hasta morir, pero su debilidad lo acobardó y negó al Maestro en los hechos de la Pasión. ¿Por qué Pedro se hunde justo cuando empieza a andar sobre el agua? Porque, en vez de mirar a Jesucristo, miró al mar y eso le hizo perder fuerza y, a partir de ese instante, su confianza en el Señor se debilitó y los pies no le respondieron. Pero, Jesús le «extendió la mano, lo agarró» (Mt 14,31) y lo salvó.

Después de su resurrección, el Señor no permite que su apóstol se hunda en el remordimiento y la desesperación y le devuelve la confianza con su perdón generoso. ¿A quién miro yo en el combate de la vida? Cuando noto que el peso de mis pecados y errores me arrastra y me hunde, ¿dejo que el buen Jesús alargue su mano y me salve?

(http://evangeli.net/evangelio/dia/2020-08-09)

08 agosto, 2020

Santo Domingo de Guzmán y los demonios que expulsó con el Rosario de la Virgen

 La Virgen María se le apareció a Santo Domingo y le enseñó a rezar el Rosario

Cuenta San Luis María Grignion de Montfort, en su libro “El Secreto Admirable del Santísimo Rosario”, que en una ocasión estaba Santo Domingo de Guzmán predicando el Rosario y le llevaron un hereje albigense poseso por demonios, a quien exorcizó en presencia de una gran muchedumbre.

El santo les hizo a los malignos varias preguntas y ellos, por obligación, le dijeron que eran 15 mil los que estaban en el cuerpo de ese hombre porque este había atacado los quince misterios del Rosario (Los misterios luminosos, con los que aumentan a 20, fueron introducidos recién en 2002 por San Juan Pablo II).

Durante el exorcismo, los demonios le dijeron al santo que con el Rosario que predicaba, llevaba el terror y el espanto a todo el infierno, y que él era el hombre que más odiaban en el mundo a causa de las almas que les quitaba con esta devoción.

Santo Domingo arrojó su Rosario al cuello del poseso y les preguntó a cuál de los santos del cielo temían más y cuál debía ser más amado y honrado por los hombres. Los enemigos, ante estas interrogantes, dieron gritos tan espantosos que muchos de los que estaban allí presentes cayeron en tierra por el susto.

Los malignos, para no responder, lloraban, se lamentaban y pedían por boca del poseso a Santo Domingo que tuviera piedad de ellos. El santo, sin inmutarse, les contestó que no cesaría de atormentarlos hasta que respondieran lo que les había preguntado. Entonces ellos dijeron que lo dirían, pero en secreto, al oído y no delante de todo el mundo. El santo, en cambio, les ordenó que hablaran alto, pero los diablos no quisieron decir palabra alguna.

Entonces el P. Domingo, puesto de rodillas, hizo la siguiente oración: “Oh excelentísima Virgen María, por la virtud de tu salterio y Rosario, ordena a estos enemigos del género humano que contesten mi pregunta”.

De pronto, una llama ardiente salió de las orejas, la nariz y la boca del poseso. Los demonios seguidamente le rogaron a Santo Domingo que, por la pasión de Jesucristo y por los méritos de su Santa Madre y los de todos los santos, les permitiera salir de ese cuerpo sin decir nada porque los ángeles en cualquier momento que él quisiera se lo revelarían.

Más adelante, el santo volvió a arrodillarse y elevó otra plegaria: “Oh dignísima Madre de la Sabiduría, acerca de cuya salutación, de qué forma debe rezarse, ya queda instruido este pueblo, te ruego para la salud de los fieles aquí presentes que obligues a estos tus enemigos a que abiertamente confiesen aquí la verdad completa y sincera”.

Apenas terminó de pronunciar estas palabras, el santo vio cerca de él una multitud de ángeles y a la Virgen María que golpeaba al demonio con una varilla de oro, mientras le decía: “Contesta a la pregunta de mi servidor Domingo”. Aquí hay que tener en cuenta que el pueblo no veía, ni oía a la Virgen, sino solamente a Santo Domingo.

Los demonios comenzaron a gritar: “¡Oh enemiga nuestra! ¡Oh ruina y confusión nuestra! ¿Por qué viniste del cielo a atormentarnos en forma tan cruel? ¿Será preciso que por ti, ¡oh abogada de los pecadores, a quienes sacas del infierno; oh camino seguro del cielo!, seamos obligados –a pesar nuestro– a confesar delante de todos lo que es causa de nuestra confusión y ruina? ¡Ay de nosotros! ¡Maldición a nuestros príncipes de las tinieblas!”.

“¡Oíd, pues, cristianos! Esta Madre de Cristo es omnipotente y puede impedir que sus siervos caigan en el infierno. Ella, como un sol, disipa las tinieblas de nuestras astutas maquinaciones. Descubre nuestras intrigas, rompe nuestras redes y reduce a la inutilidad todas nuestras tentaciones. Nos vemos obligados a confesar que ninguno que persevere en su servicio se condena con nosotros”.

Un solo suspiro que ella presente a la Santísima Trinidad vale más que todas las oraciones, votos y deseos de todos los santos. La tememos más que a todos los bienaventurados juntos y nada podemos contra sus fieles servidores”.

De igual manera los malignos confesaron que muchos cristianos que la invocan al morir y que deberían condenarse, según las leyes ordinarias, se salvan gracias a su intercesión. “¡Ah! Si esta Marieta –así la llamaban en su furia– no se hubiera opuesto a nuestros designios y esfuerzos, ¡hace tiempo habríamos derribado y destruido a la Iglesia y precipitado en el error y la infidelidad a todas sus jerarquías!”.

Luego añadieron que “nadie que persevere en el rezo del Rosario se condenará. Porque ella obtiene para sus fieles devotos la verdadera contrición de los pecados, para que los confiesen y alcancen el perdón e indulgencia de ellos”.

Es así que Santo Domingo hizo rezar el Rosario a todo el pueblo muy lenta y devotamente, y en cada Avemaría que rezaban, salían del cuerpo del poseso una gran multitud de demonios en forma de carbones encendidos.

Cuando todos los enemigos salieron y el hereje quedó libre, la Virgen María, de manera invisible, dio su bendición a todo el pueblo, que experimentó gran alegría. “Este milagro fue causa de la conversión de gran número de herejes, que incluso se inscribieron en la Cofradía del Santo Rosario”, concluyó San Luis María Grignion de Montfort.

(https://www.aciprensa.com/noticias/santo-domingo-de-guzman-y-los-demonios-que-expulso-con-el-rosario-de-la-virgen-25800)

Santo Domingo de Guzmán

 

 8 de agosto: Santo Domingo de Guzmán

 ¡Oh!, Santo Domingo de Guzmán; vos, sois el hijo del Dios
de la Vida, su amado santo y el “asceta de Cristo”, Señor
y Dios Nuestro, porque, con vuestra vida, vuestro amor
y entrega, os negasteis a vos mismo, para, en los más pobres
y desvalidos de vuestro tiempo, crecer. Y, de aquél abrazo
con Francisco y sus estigmas, huellas de amor dejasteis:
“No puede ser que Cristo sufra hambre en los pobres, mientras
yo guarde en mi casa algo con lo cual podía socorrerlos”,
a menudo decíais vos. Vuestras armas para convertir: la
oración, la paciencia, la penitencia y horas incontables
para instruir a los ignorantes en religión eran. A vuestros
detractores os decíais: “Inútil es, tratar de convertir
a la gente con la violencia. La oración hace más efecto
que todas las armas guerreras. No crean que los oyentes
se van a conmover y a volver mejores porque nos ven muy
vestidos elegantemente. En cambio con la humildad sí se
ganan los corazones”. Fundasteis vuestra Comunidad de
predicadores con diez y seis compañeros, a quienes
preparasteis y os enviasteis a predicar, y ella, un regalo
de Dios fue, pues, a los pocos años de ponerla en marcha
vuestros conventos eran famosos y más de setenta
se hicieron conocidos las universidades de París y Bolonia.
Vos, disteis a vuestros religiosos normas que les han
hecho un inmenso bien por siglos: Primero contemplar,
y después enseñar. Es decir, antes dedicar mucho tiempo
y muchos esfuerzos a estudiar y meditar las enseñanzas
de Jesucristo y de su Iglesia, y después sí, dedicarse
a predicar y catequizar con gran entusiasmo, propagando
las enseñanzas católicas todo el tiempo. Vos mismo, dabais
el ejemplo, donde quiera que llegabais. Cada año hacíais
varias cuaresmas ayunando a pan y agua y durmiendo sobre
duras tablas. Caminabais descalzo por caminos pedregosos
y por senderos cubiertos de nieve. Soportabais los más
terribles insultos sin responder ni una sola palabra.
Después de viajar y empapado de agua, mientras los demás
se iban junto al fuego, vos os ibais a charlar con el Dios
de la Vida. Cierto día, los enemigos os hicieron caminar
descalzo, por un sendero lleno de piedrecillas afiladas,
y vos exclamasteis: “la próxima predicación tendrá grandes
frutos, porque los hemos ganado con estos sufrimientos”.
¡Y, así fue! Sufríais muchas enfermedades, pero, seguíais
predicando y enseñando catecismo sin cansaros y, sin
desanimaros. La gente os veía siempre lleno de alegría
 y de buen humor, gozoso y amable. Vuestros compañeros
decían de vos así: “De día nadie más comunicativo y alegre.
De noche, nadie más dedicado a la oración y a la meditación”.
Vuestros libros favoritos eran el Evangelio de San Mateo
y las Cartas de San Pablo. Poco antes de morir tuvieron que
prestaros un colchón porque no teníais. Mientras os rezaban
las oraciones por los agonizantes, y cuando os decían:
“Que todos los ángeles y santos salgan a recibirte”, vos,
dijisteis: “¡Qué hermoso, qué hermoso!” y expirasteis. Así,
voló vuestra alma al cielo, para recibir vuestro premio:
¡corona de luz! “Consagrado al Señor” eternamente, y, santo
fundador de los Padres Dominicos, que alumbran los rincones
de todo el orbe de la tierra. ¡San Francisco y Santo Domingo!
¡Santo Domingo y San Francisco! Dos santos en uno, para el
reino eterno del Dios de la vida ¡Qué maravilla!¡Qué maravilla!
¡oh!, Santo Domingo de Guzmán, “viva predicación del Dios vivo”.

 

© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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8 de Agosto
Santo Domingo de Guzmán
Fundador de los Padres Dominicos
Año 1221

Domingo significa: “Consagrado al Señor”.

El fundador de los Padres Dominicos, que son ahora 6,800 en 680 casas en el mundo, nació en Caleruega, España, en 1171. Su madre, Juana de Aza, era una mujer admirable en virtudes y ha sido declarada Beata. Lo educó en la más estricta formación religiosa.

A los 14 años se fue a vivir con un tío sacerdote en Palencia en cuya casa trabajaba y estudiaba. La gente decía que en edad era un jovencito pero que en seriedad parecía un anciano. Su goce especial era leer libros religiosos, y hacer caridad a los pobres. Por aquel tiempo vino por la región una gran hambre y las gentes suplicaban alguna ayuda para sobrevivir. Domingo repartió en su casa todo lo que tenía y hasta el mobiliario. Luego, cuando ya no le quedaba nada más con qué ayudar a los hambrientos, vendió lo que más amaba y apreciaba, sus libros (que en ese tiempo eran copiados a mano y costosísimos y muy difíciles de conseguir) y con el precio de la venta ayudó a los menesterosos. A quienes lo criticaban por este desprendimiento, les decía: “No puede ser que Cristo sufra hambre en los pobres, mientras yo guarde en mi casa algo con lo cual podía socorrerlos”.

En un viaje que hizo, acompañando a su obispo por el sur de Francia, se dio cuenta de que los herejes habían invadido regiones enteras y estaban haciendo un gran mal a las almas. Y el método que los misioneros católicos estaban empleando era totalmente inadecuado. Los predicadores llegaban en carruajes elegantes, con ayudantes y secretarios, y se hospedaban en los mejores hoteles, y su vida no era ciertamente un modelo de la mejor santidad. Y así de esa manera las conversiones de herejes que conseguían, eran mínimas. Domingo se propuso un modo de misionar totalmente diferente.

Vio que a las gentes les impresionaba que el misionero fuera pobre como el pueblo. Que viviera una vida de verdadero buen ejemplo en todo. Y que se dedicara con todas sus energías a enseñarles la verdadera religión. Se consiguió un grupo de compañeros y con una vida de total pobreza, y con una santidad de conducta impresionante, empezaron a evangelizar con grandes éxitos apostólicos.

Sus armas para convertir eran la oración, la paciencia, la penitencia, y muchas horas dedicadas a instruir a los ignorantes en religión. Cuando algunos católicos trataron de acabar con los herejes por medio de las armas, o de atemorizarlos para que se convirtieran, les dijo: “Es inútil tratar de convertir a la gente con la violencia. La oración hace más efecto que todas las armas guerreras. No crean que los oyentes se van a conmover y a volver mejores por que nos ven muy elegantemente vestidos. En cambio con la humildad sí se ganan los corazones”.

Domingo llevaba ya diez años predicando al sur de Francia y convirtiendo herejes y enfervorizando católicos, y a su alrededor había reunido un grupo de predicadores que él mismo había ido organizando e instruyendo de la mejor manera posible. Entonces pensó en formar con ellos una comunidad de religiosos, y acompañado de su obispo consultó al Sumo Pontífice Inocencio III. Al principio el Pontífice estaba dudoso de si conceder o no el permiso para fundar la nueva comunidad religiosa. Pero dicen que en un sueño vio que el edificio de la Iglesia estaba ladeándose y con peligro de venirse abajo y que llegaban dos hombres, Santo Domingo y San Francisco, y le ponían el hombro y lo volvían a levantar. Después de esa visión ya el Papa no tuvo dudas en que sí debía aprobar las ideas de nuestro santo.

Y cuentan las antiguas tradiciones que Santo Domingo vio en sueños que la ira de Dios iba a enviar castigos sobre el mundo, pero que la Virgen Santísima señalaba a dos hombres que con sus obras iban a interceder ante Dios y lo calmaban. El uno era Domingo y el otro era un desconocido, vestido casi como un pordiosero. Y al día siguiente estando orando en el templo vio llegar al que vestía como un mendigo, y era nada menos que San Francisco de Asís. Nuestro santo lo abrazó y le dijo: “Los dos tenemos que trabajar muy unidos, para conseguir el Reino de Dios”. Y desde hace siglos ha existido la bella costumbre de que cada año, el día de la fiesta de San Francisco, los Padres dominicos van a los conventos de los franciscanos y celebran con ellos muy fraternalmente la fiesta, y el día de la fiesta de Santo Domingo, los padres franciscanos van a los conventos de los dominicos y hacen juntos una alegre celebración de buenos hermanos.

En agosto de 1216 fundó Santo Domingo su Comunidad de predicadores, con 16 compañeros que lo querían y le obedecían como al mejor de los padres. Ocho eran franceses, siete españoles y uno inglés. Los preparó de la mejor manera que le fue posible y los envió a predicar, y la nueva comunidad tuvo una bendición de Dios tan grande que a los pocos años ya los conventos de los dominicos eran más de setenta, y se hicieron famosos en las grandes universidades, especialmente en la de París y en la de Bolonia.

El gran fundador le dio a sus religiosos unas normas que les han hecho un bien inmenso por muchos siglos. Por ejemplo estas:

*Primero contemplar, y después enseñar. O sea: antes dedicar mucho tiempo y muchos esfuerzos a estudiar y meditar las enseñanzas de Jesucristo y de su Iglesia, y después sí dedicarse a predicar con todo el entusiasmo posible.

*Predicar siempre y en todas partes. Santo Domingo quiere que el oficio principalísimo de sus religiosos sea predicar, catequizar, tratar de propagar las enseñanzas católicas por todos los medios posibles. Y él mismo daba el ejemplo: donde quiera que llegaba empleaba la mayor parte de su tiempo en predicar y enseñar catecismo.

La experiencia le había demostrado que las almas se ganan con la caridad. Por eso todos los días pedía a Nuestro Señor la gracia de crecer en el amor hacia Dios y en la caridad hacia los demás y tener un gran deseo de salvar almas. Esto mismo recomendaba a sus discípulos que pidieran a Dios constantemente.

Los santos han dominado su cuerpo con unas mortificaciones que en muchos casos son más para admirar que para imitar. Recordemos algunas de las que hacía este hombre de Dios.

Cada año hacía varias cuaresmas, o sea, pasaba varias temporadas de a 40 días ayunando a pan y agua. Siempre dormía sobre duras tablas.

Caminaba descalzo por caminos irisados de piedras y por senderos cubiertos de nieve. No se colocaba nada en la cabeza ni para defenderse del sol, ni para guarecerse contra los aguaceros.

Soportaba los más terribles insultos sin responder ni una sola palabra.

Cuando llegaban de un viaje empapados por los terribles aguaceros mientras los demás se iban junto al fuego a calentarse un poco, el santo se iba al templo a rezar.

Un día en que por venganza los enemigos los hicieron caminar descalzos por un camino con demasiadas piedrecitas afiladas, el santo exclamaba: “la próxima predicación tendrá grandes frutos, porque los hemos ganado con estos sufrimientos”. Y así sucedió en verdad.

Sufría de muchas enfermedades, pero sin embargo seguía predicando y enseñando catecismo sin cansarse ni demostrar desánimo.

Era el hombre de la alegría, y del buen humor. La gente lo veía siempre con rostro alegre, gozoso y amable. Sus compañeros decían: “De día nadie más comunicativo y alegre. De noche, nadie más dedicado a la oración y a la meditación”. Pasaba noches enteras en oración. Era de pocas palabras cuando se hablaba de temas mundanos, pero cuando había que hablar de Nuestro Señor y de temas religiosos entonces sí que charlaba con verdadero entusiasmo.

Sus libros favoritos eran el Evangelio de San Mateo y las Cartas de San Pablo. Siempre los llevaba consigo para leerlos día por día y prácticamente se los sabía de memoria. A sus discípulos les recomendaba que no pasaran ningún día sin leer alguna página del Nuevo Testamento o del Antiguo.

Los que trataron con él afirmaban que estaban seguros de que este santo conservó siempre la inocencia bautismal y que no cometió jamás un pecado grave. Totalmente desgastado de tanto trabajar y sacrificarse por el Reino de Dios a principios de agosto del año 1221 se sintió falto de fuerzas, estando en Bolonia, la ciudad donde había vivido sus últimos años. Tuvieron que prestarle un colchón porque no tenía. Y el 6 de agosto de 1221, mientras le rezaban las oraciones por los agonizantes cuando le decían: “Que todos los ángeles y santos salgan a recibirte”, dijo: “¡Qué hermoso, qué hermoso!” y expiró.

A los 13 años de haber muerto, el Sumo Pontífice lo declaró santo y exclamó al proclamar el decreto de su canonización: “De la santidad de este hombre estoy tan seguro, como de la santidad de San Pedro y San Pablo”.

( http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Domingo_de_Guzmán.htm)

07 agosto, 2020

San Sixto II Papa

 

Santos del Día- San Sixto II y compañeros (6 de Agosto) - YouTube

 ¡Oh!, San Sixto II Papa, vos, sois el hijo del Dios de la Vida
su amado santo y Papa, que, mostrasteis siempre vuestro
carácter de amor, fe  y bondad. Amabais la paz y por ello
hacíais de mediador de discordias de la Iglesia de vuestro
tiempo de manera acertada. Pusisteis en práctica la romana
norma de no volver a re bautizar a los herejes e impíos.
Con el amor que os envolvía por Cristo, los restos de San
Pedro y San Pablo, los trasladasteis a su actual morada.
Persecución y luego consecuentemente la muerte sufristeis,
por parte de los herejes, que, os obligaban a honores
rendir a paganos dioses, cuestión a la que os negasteis
valerosamente. Así, un día, en que, la liturgia celebrabais
junto a vuestro pueblo en un cementerio, os capturó
una banda de soldados y posteriormente decapitado sin
juicio, junto a vuestros amados diáconos Januarius, Vincentius,
Magnus, Stephanus, Felicissimus y Agapitus. Así, de cruenta
manera, vuestra santa vida terminó, volando vuestra alma para
coronada ser, con corona de luz, como premio a vuestro amor;
¡oh!, San Sixto Papa y Diáconos, “vivo amor por el Dios Vivo”.

© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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En la pared derecha de la Cripta de los Papas se conservan, juntados, dos fragmentos originales de un primer poema de San Dámaso, dedicado al Papa Sixto II para celebrar su glorioso martirio:

“Cuando la espada (persecución)
las pías entrañas de la Madre (Iglesia)
traspasaba, aquí el obispo sepultado (Sixto II)
la doctrina (las divinas Escrituras) enseñaba.
Llegan de improviso soldados y arrestan
allí al sentado en cátedra (la cátedra episcopal),
mientras los fieles ofrecen sus cuellos a la guardia enviada (es decir, intentan salvar al Papa a costa de su vida).
Apenas el anciano (obispo)
supo que uno quiso arrebatarle la palma (del martirio),
él mismo fue el primero en ofrecerse y dar su cabeza a la espada, para que así a ninguno pudiera herir una tan impaciente rabia (pagana).
Cristo que distribuye los premios de la vida, reconoció el mérito del pastor, defendiendo El mismo el resto de su grey”. (conocereis de verdad.org).

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7 de Agosto
San Sixto II y Diáconos
Papa y mártir +258

Según el “Liber Pontificalis”, es de origen griego. Elegido el 31 de agosto, fue ordenado obispo de Roma el año 257.

De carácter bondadoso, solucionó las discordias que habían atormentado la Iglesia durante el reinado de Cornelio, Lucio y Esteban. Estableció la práctica romana de no re-bautizar a los herejes.

Efectuó la traslación de los restos de San Pedro y San Pablo. Durante el martirio de Cipriano empezó a pronunciarse la exclamación “Deo Grazias”.

Poco antes de su pontificado el emperador Valerio decretó un edicto que obligaba a los cristianos a participar en el culto nacional a los dioses paganos y les prohibía reunirse en los cementerios, amenazándolos con exilio o muerte. En agosto del 258 se recrudeció la persecución. Ver: Testimonio de S.Cipriano. Los obispos, sacerdotes y diáconos eran perseguidos a muerte.

Sixto II fue una de las primeras víctimas del edicto (“Xistum in cimiterio animadversum sciatis VIII. id. Augusti et cum eo diacones quattuor”—Cipriano, Ep. lxxx). Para escapar la vigilancia de las fuerzas imperiales, Sixto reunió a su pueblo el 6 de agosto en uno de los cementerios menos conocidos (Prætextatus), junto a la Vía Appia. Mientras celebraba la sagrada liturgia fue de repente arrestado por una banda de soldados y decapitado junto con cuatro de sus diáconos: Januarius, Vincentius, Magnus y Stephanus. Dos otros diáconos, Felicissimus y Agapitus fueron ejecutados el mismo día.

Murió el 6 de agosto, 258. Los cristianos transfirieron su cuerpo a la cripta papal en el cementerio de San Calixto.

(http://www.corazones.org/santos/sixto_papa.htm )


06 agosto, 2020

La Transfiguración gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo


6 DE AGOSTO - LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

¡Oh!, Transfiguración gloriosa de nuestro Señor Jesucristo.
Vos, Dios de la Vida, os llevasteis a Pedro, Juan y Santiago,
y subisteis al monte a orar. Y, sucedió que, mientras orabais,
el aspecto de Vuestro rostro cambió, y Vuestros vestidos
tomaron una blancura fulgurante, y conversabais con Moisés
y Elías, ambos aparecían en gloria, y hablaban de Vuestra
partida que se cumpliría en Jerusalén. Pedro y sus compañeros
cargados estaban de sueño, pero permanecían despiertos,
y vieron Vuestra gloria y a los dos hombres que estaban con Vos.
Y os dijo Pedro: “Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos
a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra
para Elías”. Y vino una voz desde la nube, que decía: “Este
es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle”. Y, cuando la voz hubo
terminado, os encontrasteis solo. Ellos callaron y, por
aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
Ojala que el Espíritu Santo, nos haga saber que la maravilla
del amor de Dios, su rostro transfigurado, se muestra a cada instante
en aquellas personas que saben decir siempre “sí” ante los retos
actuales del cristianismo: los pobres, necesitados y desterrados.
¡oh!, Divino Cristo Transfigurado, “Vivo Dios de la Vida y del  Amor”.

© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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06 de Agosto
La Transfiguración del Señor
Por: Rafael Santos Varela
Fuente: Catholic.net

La maravilla del amor de Dios lo vemos en su rostro transfigurado.

Del santo Evangelio según san Lucas 9, 28-36

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Y sucedió que, al separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías, sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle. Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.

Reflexión

No hay duda, todos somos capaces de distinguir la belleza de la creación, quedamos maravillados, deslumbrados ante un cielo estrellado, un atardecer.

De la misma manera nos impacta el testimonio de una buena obra, de un hombre santo, de un acto de heroísmo.

También es cierto que cuando algo sobrepasa nuestras capacidades quedamos atónitos, sin poder explicarlo o manifestarlo verbalmente, y, si lo hacemos, lo hacemos “más o menos”.

Sin embargo, el mundo se ha malacostumbrado a pedir milagros que pasen – según él- las líneas de lo meramente natural; quiere lo espectacular, quiere actos de magia, un atardecer o una noche estrellada ya no le dice nada.

Cuándo seremos capaces de saber que la maravilla del amor de Dios, su rostro transfigurado, se muestra en esas personas que saben decir siempre sí ante los retos actuales del cristianismo.

Ahora mismo debo hacerme la pregunta de si realmente contemplando lo maravilloso del rostro de Cristo, me puedo quedar con una actitud sólo de contemplación o de mero espectador, queriendo hacer “mi tiendita” para sentirme solamente “bien” y no ver lo que significa el contemplar el rostro de Cristo y querer el compromiso de llevarle a los demás.

(http://es.catholic.net/op/articulos/4997/la-transfiguracin.html)

04 agosto, 2020

San Juan María Vianney



Biografía de San Juan María Vianney - ACI Prensa

¡Oh!, San Juan María Vianney, vos, sois el hijo del Dios
de la Vida, y su amado santo, llamado “el santo Cura
de Ars”, pues en vos, se ha cumplido, lo que San Pablo
dijo: “Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del
mundo, para confundir a los grandes”. Vuestra primera
comunión la hicisteis a los trece años de noche en un
pajar. Siempre anhelabais desde pequeño, sacerdote ser,
pero a vuestro padre, no le interesaba que lo fuerais.
Vos, intentasteis estudiar en el seminario y vuestros
maestros decían de vos: “Es muy buena persona, pero no
sirve para estudiante. No se le queda nada”. Y, claro,
os echaron, y vos, os fuisteis en peregrinaje, a la tumba
de San Francisco Regis, para pedirle su ayuda. Y, al
fin, os recibió el Padre Balley, en su seminario nuevo.
Allí, demostrasteis buena conducta, criterio y voluntad
admirables, que el Padre, se dispuso a haceros sacerdote,
y os preparó por tres años, con clases todos los días,
pero, vuestros exámenes, no fueron los más satisfactorios.
En cierta oportunidad, el Obispo de vuestra diócesis
preguntó: ¿El joven Vianey es de buena conducta? Y
respondieron: “Es excelente persona. Es un modelo de
comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el
más santo”. Y, el prelado dijo: “Pues si así es, que sea
ordenado de sacerdote, pues aunque le falte ciencia,
con tal de que tenga santidad, Dios suplirá lo demás”.
Y, os ordenaron de sacerdote y os sentisteis feliz.
Algunos colegas llenos de envidia dijeron de vos: “El
Sr. Obispo lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va
a encantar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar, para que
haga un buen papel?”. Y, os enviaron a una parroquia
pobre e infeliz: Ars, de mala fama y lleno de cantinas.
Y, allí estuvisteis de párroco, durante cuarenta y un años.
Vuestro método: Rezar mucho, sacrificarse lo más posible,
y hablar fuerte y duro. Así, os dedicasteis horas y horas
a la oración ante el Santísimo Sacramento en el altar,
y realizasteis increíbles penitencias para convertirlos.
Enfocasteis vuestros sermones contra los vicios de vuestros
feligreses. Un día el Obispo, un visitador envió a oír
vuestros sermones. De vuelta, el prelado preguntó:
“¿Tienen algún defecto los sermones del Padre Vianney?
– Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy
largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero,
siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios,
la muerte, el juicio, el infierno y el cielo”. – ¿Y tienen
también alguna cualidad estos sermones? – pregunta
Monseñor-. “Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes
se conmueven, se convierten y empiezan una vida más
santa de la que llevaban antes”. “Por esa última cualidad
se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres
defectos”. Concluyó el Obispo. Leíais y estudiabais, más
de tres horas para, el sermón del Domingo, escribíais,
durante otras tres o más horas. Paseabais por el campo
recitándole vuestro sermón a los árboles y al ganado,
para tratar de memorizarlo. Luego os arrodillabais por
horas y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar,
encomendando lo que ibais a decir al pueblo. Y, el diablo,
os atacaba sin compasión. Os derribaba de la cama y hasta
trataba de quemar vuestra habitación. Os despertaba con
espantosos ruidos. Una vez os gritó: “¡Faldinegro odiado.
Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me
lo habría llevado al abismo!”. Vos decíais: “Con el patas
hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos
compinches”. Y, vos, no dejabais de quitarle almas y más
almas a Satanás. El confesionario se convirtió en vuestra
celda, pues pasabais allí, entre seis y diez horas. Para
confesarse con vos, se separaba turno con tres días
de anticipación. A las doce de la noche os levantabais,
luego hacíais sonar la campana de la torre, abríais
la iglesia y empezabais a confesar. Confesabais hombres
hasta las seis de la mañana. Poco después de las seis
rezabais los salmos de vuestro devocionario y a prepararos
a la Santa Misa. A las siete celebrabais el Santo Oficio.
De ocho a once confesabais mujeres. A las once, una clase
de catecismo para todas las personas que estuvieran
en el templo. A las doce ibais a serviros un ligerísimo
almuerzo. Os bañabais, afeitabais, y os ibais a visitar
un instituto para jóvenes pobres que vos, costeabais
con las limosnas. Desde la una y media hasta las seis
seguíais confesando y vuestros consejos en la confesión
eran breves. Leíais los pecados en su mente y les decíais
los pecados que se les habían quedado sin decir. Erais
fuerte en combatir la borrachera y otros vicios. En el
confesionario sufríais mareos y a ratos parecíais que
os ibais a congelaros de frío en el invierno y en el
verano sudabais mucho. Decíais vos: “El confesionario
es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo”.
Por la noche leíais un rato, y a las ocho os acostabais,
para de nuevo levantaros a las doce de la noche a seguir
confesando. Cuando llegasteis a Ars, la gente trabajaba
el domingo y cosechaba poco, pero con vos, lograsteis
poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos
y las cosechas se volvieron mucho mejores. Siempre os
creíais un miserable pecador. Jamás hablabais de vuestras
obras o éxitos obtenidos. A un hombre que os insultó
en la calle le escribisteis una carta perdón pidiéndole
por todo, como si vos, hubierais sido el ofensor. El
obispo os envió un distintivo elegante de canónigo
y nunca os lo quisisteis poner. El gobierno nacional os
concedió una condecoración y vos, no os la colocasteis.
Decíais con humor: “Es el colmo: el gobierno condecorando
a un cobarde que desertó del ejército”. Y, Dios os premió
vuestra humildad con admirables milagros. Y, así,
y luego de haber gastado vuestra santa vida en buena lid,
voló vuestra alma al cielo, para coronada ser con corona
de luz, como justo premio a vuestra entrega de amor y fe;
¡oh! San Juan María Vianney, “vivo Cristo de Amor y de Luz”.

© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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4 de Agosto
San Juan María Vianney
El Santo Cura de Ars
Patrono de los sacerdotes del mundo

Año 1859

Santo Cura de Ars: Pide a Dios que nos envíe siempre buenos párrocos como tú.

Uno de los santos más populares en los últimos tiempos ha sido San Juan Vianey, llamado el santo Cura de Ars. En él se ha cumplido lo que dijo San Pablo: “Dios ha escogido lo que no vale a los ojos del mundo, para confundir a los grandes”.

Era un campesino de mente rústica, nacido en Dardilly, Francia, el 8 de mayo de 1786. Durante su infancia estalló la Revolución Francesa que persiguió ferozmente a la religión católica. Así que él y su familia, para poder asistir a misa tenían que hacerlo en celebraciones hechas a escondidas, donde los agentes del gobierno no se dieran cuenta, porque había pena de muerte para los que se atrevieran a practicar en público su religión.

La primera comunión la hizo Juan María a los 13 años, en una celebración nocturna, a escondidas, en un pajar, a donde los campesinos llegaban con bultos de pasto, simulando que iban a alimentar sus ganados, pero el objeto de su viaje era asistir a la Santa Misa que celebraba un sacerdote, con grave peligro de muerte, si los sorprendían las autoridades.

Juan María deseaba ser sacerdote, pero a su padre no le interesaba perder este buen obrero que le cuidaba sus ovejas y le trabajaba en el campo. Además no era fácil conseguir seminarios en esos tiempos tan difíciles. Y como estaban en guerra, Napoléon mandó reclutar todos los muchachos mayores de 17 años y llevarlos al ejército. Y uno de los reclutados fue nuestro biografiado. Se lo llevaron para el cuartel, pero por el camino, por entrar a una iglesia a rezar, se perdió del grupo. Volvió a presentarse, pero en el viaje se enfermó y lo llevaron una noche al hospital y cuando al día siguiente se repuso ya los demás se habían ido. Las autoridades le ordenaron que se fuera por su cuenta a alcanzar a los otros, pero se encontró con un hombre que le dijo. “Sígame, que yo lo llevaré a donde debe ir”. Lo siguió y después de mucho caminar se dio cuenta de que el otro era un desertor que huía del ejército, y que se encontraban totalmente lejos del batallón.

Y al llegar a un pueblo, Juan María se fue a donde el alcalde a contarle su caso. La ley ordenaba pena de muerte a quien desertara del ejército. Pero el alcalde que era muy bondadoso escondió al joven en su casa, y lo puso a dormir en un pajar, y así estuvo trabajando escondido por bastante tiempo, cambiándose de nombre, y escondiéndose muy hondo entre el pasto seco, cada vez que pasaban por allí grupos del ejército. Al fin en 1810, cuando Juan llevaba 14 meses de desertor el emperador Napoleón dio un decreto perdonando la culpa a todos los que se habían fugado del ejército, y Vianey pudo volver otra vez a su hogar.

Trató de ir a estudiar al seminario pero su intelecto era romo y duro, y no lograba aprender nada. Los profesores exclamaban: “Es muy buena persona, pero no sirve para estudiante No se le queda nada”. Y lo echaron. Se fue en peregrinación de muchos días hasta la tumba de San Francisco Regis, viajando de limosna, para pedirle a ese santo su ayuda para poder estudiar. Con la peregrinación no logró volverse más inteligente, pero adquirió valor para no dejarse desanimar por las dificultades.

El Padre Balley había fundado por su cuenta un pequeño seminario y allí recibió a Vianey. Al principio el sacerdote se desanimaba al ver que a este pobre muchacho no se le quedaba nada de lo que él le enseñaba Pero su conducta era tan excelente, y su criterio y su buena voluntad tan admirables que el buen Padre Balley dispuso hacer lo posible y lo imposible por hacerlo llegar al sacerdocio.

Después de prepararlo por tres años, dándole clases todos los días, el Padre Balley lo presentó a exámenes en el seminario. Fracaso total. No fue capaz de responder a las preguntas que esos profesores tan sabios le iban haciendo. Resultado: negativa total a que fuera ordenado de sacerdote. Su gran benefactor, el Padre Balley, lo siguió instruyendo y lo llevó a donde sacerdotes santos y les pidió que examinaran si este joven estaba preparado para ser un buen sacerdote. Ellos se dieron cuenta de que tenía buen criterio, que sabía resolver problemas de conciencia, y que era seguro en sus apreciaciones en lo moral, y varios de ellos se fueron a recomendarlo al Sr. Obispo. El prelado al oír todas estas cosas les preguntó: ¿El joven Vianey es de buena conducta? – Ellos le repondieron: “Es excelente persona. Es un modelo de comportamiento. Es el seminarista menos sabio, pero el más santo” “Pues si así es – añadió el prelado – que sea ordenado de sacerdote, pues aunque le falte ciencia, con tal de que tenga santidad, Dios suplirá lo demás”.

Y así el 12 de agosto de 1815, fue ordenado sacerdote, este joven que parecía tener menos inteligencia de la necesaria para este oficio, y que luego llegó a ser el más famoso párroco de su siglo (4 días después de su ordenación, nació San Juan Bosco). Los primeros tres años los pasó como vicepárroco del Padre Balley, su gran amigo y admirador.

Unos curitas muy sabios habían dicho por burla: “El Sr. Obispo lo ordenó de sacerdote, pero ahora se va a encantar con él, porque ¿a dónde lo va a enviar, para que haga un buen papel?”. Y el 9 de febrero de 1818 fue envaido a la parroquia más pobre e infeliz. Se llamaba Ars. Tenía 370 habitantes. A misa los domingos no asistían sino un hombre y algunas mujeres. Su antecesor dejó escrito: “Las gentes de esta parroquia en lo único en que se diferecian de los ancianos, es en que … están bautizadas”. El pueblucho estaba lleno de cantinas y de bailaderos. Allí estará Juan Vianey de párroco durante 41 años, hasta su muerte, y lo transformará todo.

El nuevo Cura Párroco de Ars se propuso un método triple para cambiar a las gentes de su desarrapada parroquia:

-Rezar mucho.

-Sacrificarse lo más posible, y

-Hablar fuerte y duro.

¿Qué en Ars casi nadie iba a la Misa? Pues él reemplazaba esa falta de asistencia, dedicando horas y más horas a la oración ante el Santísimo Sacramento en el altar. ¿Qué el pueblo estaba lleno de cantinas y bailaderos? Pues el párroco se dedicó a las más impresionantes penitencias para convertirlos. Durante años solamente se alimentará cada día con unas pocas papas cocinadas.

Los lunes cocina una docena y media de papas, que le duran hasta el jueves. Y en ese día hará otro cocinado igual con lo cual se alimentará hasta el domingo. Es verdad que por las noches las cantinas y los bailaderos están repletos de gentes de su parroquia, pero también es verdad que él pasa muchas horas de cada noche rezando por ellos. ¿Y sus sermones? Ah, ahí si que enfoca toda la artillería de sus palabras contra los vicios de sus feligreses, y va demoliendo sin compasión todas las trampas con las que el diablo quiere perderlos.

Cuando el Padre Vianey empieza a volverse famoso muchas gentes se dedican a criticarlo. El Sr. Obispo envía un visitador a que oiga sus sermones, y le diga que cualidades y defectos tiene este predicador. El enviado vuelve trayendo noticias malas y buenas. El prelado le pregunta: “¿Tienen algún defecto los sermones del Padre Vianey? – Sí, Monseñor: Tiene tres defectos. Primero, son muy largos. Segundo, son muy duros y fuertes. Tercero, siempre habla de los mismos temas: los pecados, los vicios, la muerte, el juicio, el infierno y el cielo”. – ¿Y tienen también alguna cualidad estos sermones? – pregunta Monseñor-. “Si, tienen una cualidad, y es que los oyentes se conmueven, se convierten y empiezan una vida más santa de la que llevaban antes”.

El Obispo satisfecho y sonriente exclamó: “Por esa última cualidad se le pueden perdonar al Párroco de Ars los otros tres defectos”. Los primeros años de su sacerdocio, duraba tres o más horas leyendo y estudiando, para preparar su sermón del domingo. Luego escribía. Durante otras tres o más horas paseaba por el campo recitándole su sermón a los árboles y al ganado, para tratar de aprenderlo. Después se arrodillaba por horas y horas ante el Santísimo Sacramento en el altar, encomendándo al Señor lo que iba decir al pueblo. Y sucedió muchas veces que al empezar a predicar se le olvidaba todo lo que había preparado, pero lo que le decía al pueblo causaba impresionantes conversiones. Es que se había preparado bien antes de predicar.

Pocos santos han tenido que entablar luchas tan tremendas contra el demonio como San Juan Vianey. El diablo no podía ocultar su canalla rabia al ver cuantas almas le quitaba este curita tan sencillo. Y lo atacaba sin compasión. Lo derribaba de la cama. Y hasta trató de prenderle fuego a su habitación . Lo despertaba con ruidos espantosos. Una vez le gritó: “Faldinegro odiado. Agradézcale a esa que llaman Virgen María, y si no ya me lo habría llevado al abismo”.

Un día en una misión en un pueblo, varios sacerdotes jovenes dijeron que eso de las apariciones del demonio eran puros cuentos del Padre Vianey. El párroco los invitó a que fueran a dormir en el dormitorio donde iba a pasar la noche el famoso padrecito. Y cuando empezaron los tremendos ruidos y los espantos diabólicos, salieron todos huyendo en pijama hacia el patio y no se atrevieron a volver a entrar al dormitorio ni a volver a burlarse del santo cura. Pero él lo tomaba con toda calma y con humor y decía: “Con el patas hemos tenido ya tantos encuentros que ahora parecemos dos compinches”. Pero no dejaba de quitarle almas y más almas al maldito Satanás.

Cuando concedieron el permiso para que lo ordenaran sacerdote, escribieron: “Que sea sacerdote, pero que no lo pongan a confesar, porque no tiene ciencia para ese oficio”. Pues bien: ese fue su oficio durante toda la vida, y lo hizo mejor que los que sí tenían mucha ciencia e inteligencia. Porque en esto lo que vale son las iluminaciones del Espíritu Santo, y no nuestra vana ciencia que nos infla y nos llena de tonto orgullo.

Tenía que pasar 12 horas diarias en el confesionario durante el invierno y 16 durante el verano. Para confesarse con él había que apartar turno con tres días de anticipación. Y en el confesionario conseguía conversiones impresionantes. Desde 1830 hasta 1845 llegaron 300 personas cada día a Ars, de distintas regiones de Francia a confesarse con el humilde sacerdote Vianey. El último año de su vida los peregrinos que llegaron a Ars fueron 100 mil. Junto a la casa cural había varios hoteles donde se hospedaban los que iban a confesarse.

A las 12 de la noche se levantaba el santo sacerdote. Luego hacía sonar la campana de la torre, abría la iglesia y empezaba a confesar. A esa hora ya la fila de penitentes era de más de una cuadra de larga. Confesaba hombres hasta las seis de la mañana. Poco después de las seis empezaba a rezar los salmos de su devocionario y a prepararse a la Santa Misa. A las siete celebraba el santo oficio. En los últimos años el Obispo logró que a las ocho de la mañana se tomara una taza de leche.

De ocho a once confesaba mujeres. A las 11 daba una clase de catecismo para todas las personas que estuvieran ahí en el templo. Eran palabras muy sencillas que le hacían inmenso bien a los oyentes. A las doce iba a tomarse un ligerísimo almuerzo. Se bañaba, se afeitaba, y se iba a visitar un instituto para jóvenes pobres que él costeaba con las limosnas que la gente había traido. Por la calle la gente lo rodeaba con gran veneración y le hacían consultas.

De una y media hasta las seis seguía confesando. Sus consejos en la confesión eran muy breves. Pero a muchos les leía los pecados en su pensamiento y les decía los pecados que se les habían quedado sin decir. Era fuerte en combatir la borrachera y otros vicios. En el confesionario sufría mareos y a ratos le parecía que se iba a congelar de frío en el invierno y en verano sudaba copiosamente. Pero seguía confesando como si nada estuviera sufriendo. Decía: “El confesionario es el ataúd donde me han sepultado estando todavía vivo”. Pero ahí era donde conseguía sus grandes triunfos en favor de las almas.

Por la noche leía un rato, y a las ocho se acostaba, para de nuevo levantarse a las doce de la noche y seguir confesando. Cuando llegó a Ars solamente iba un hombre a misa. Cuando murió solamente había un hombre en Ars que no iba a misa. Se cerraron muchas cantinas y bailaderos.

En Ars todos se sentían santamente orgullosos de tener un párroco tan santo. Cuando él llegó a esa parroquia la gente trabajaba en domingo y cosechaba poco. Logró poco a poco que nadie trabajara en los campos los domingos y las cosechas se volvieron mucho mejores. Siempre se creía un miserable pecador. Jamás hablaba de sus obras o éxitos obtenidos. A un hombre que lo insultó en la calle le escribió una carta humildísima pidiendole perdón por todo, como si el hubiera sido quién hubiera ofendido al otro. El obispo le envió un distintivo elegante de canónigo y nunca se lo quiso poner. El gobierno nacional le concedió una condecoración y él no se la quiso colocar. Decía con humor: “Es el colmo: el gobierno condecorando a un cobarde que desertó del ejército”. Y Dios premió su humildad con admirables milagros. El 4 de agosto de 1859 pasó a recibir su premio en la eternidad.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/juan_vianey_8_4.htm)

03 agosto, 2020

Santa Lidia de Tiatira


Santa Lidia. Madre de familia, comerciante y discípula de San Pablo

¡Oh!, Santa Lidia, vos, sois, la hija del Dios de la Vida y su 
amada santa. Vuestra familia, la primera fue en convertirse
al cristianismo en Europa, para luego bautizada ser para Cristo.
Vos, erais una rica comerciante de púrpuras famosa
que, vuestra fortuna, la usasteis con mucha amor y sabiduría
compartiéndola con los pobres y necesitados,  y con quienes
trabajabais, entendiendo que, el valor real de la riqueza
no reside en cuánto uno posee sino, con quien se la comparte
A vos, os llevó a la gloria vuestro encuentro con San Pablo
Apóstol y San Lucas “el evangelista”, pues por su certera, 
extraordinaria y luminosa prédica, os convertisteis.
A ellos, también los invitasteis a que vivieran en vuestra casa
mientras durara su santa predicación en aquél lugar. Por ello
y vuestro amor obra hecho, el cielo ganasteis, y vuestra alma,
cuando alzó vuelo, fue coronada con corona de luz, como justo
premio a vuestra entrega de amor y fe. ¡Aleluya! Aleluya!
¡oh!, santa Lidia, “vivo amor por el Dios de la Misericordia”.

© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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3 de Agosto
Santa Lidia de Tiatira

Martirologio Romano: Conmemoración de santa Lidia de Tiatira, vendedora de púrpura, que fue la primera que creyó en el Evangelio en Filipos, en Macedonia, cuando lo predicó el apóstol san Pablo (s. I)

Era natural de Tiatira, ciudad de Ásia, pero vivía en Filipos (Macedonia). Su familia fue la primera en Europa en convertirse al cristianismo y ser bautizada. Lidia era una comerciante de púrpuras. Eso podría no significar mucho para nosotros hoy en día, pero en el siglo primero eso significaba que era una mujer muy rica. Dado que el tinte de la púrpura se extraía con muchas dificultades de cierto molusco, sólo una elite podía permitirse tener telas teñidas de ese color.

Una mercader que vendiera ese tinte tan extremadamente costoso era rica, se mirase como se mirase. No hay indicaciones de que Lidia abandonara su negocio tras convertirse al cristianismo. Pero hay muchas pruebas de que utilizó su fortuna sabiamente, compartiéndolas con los necesitados y con quienes trabajaban con ella. Entendió que el valor real de la riqueza reside en el modo en que la usas, no en cuánto tienes.

Se sabe que llegó en un barco de los de entonces de la Grecia de Asia y se instaló en Filipos. La razón no fue otra que ser un buen puerto en el mar Egeo, ya que era muy conocido en aquellos años por su magnífico comercio en tejidos y en púrpura. Pero no fue la abundancia de piezas, ni la facilidad de transporte lo que a Lydia le engrandeció y le devolvió aún más la alegría que llevaba en su corazón de joven guapa.

Lo que verdaderamente le llevó a la gloria de su triunfo personal fue el encuentro con el apóstol San Pablo y el evangelista San Lucas, y por la predicación de ellos se convirtió esta mujer. Tanta fue la amistad que les unió que ella misma los invitó a que vivieran en su casa mientras que duró su predicación en aquella ciudad.

(http://es.catholic.net/op/articulos/37305/lidia-de-tiatira-santa.html)