Día litúrgico: Domingo XIX (A) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 14,22-33): Después
que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a
la barca y se le adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la
gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para
orar. Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya
muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era
contrario.
De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el
agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y
gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en
seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!». Pedro le contestó: «Señor,
si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua». Él le dijo:
«Ven». Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a
Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a
hundirse y gritó: «Señor, sálvame». En seguida Jesús extendió la mano,
lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?». En cuanto
subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante
Él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios».
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«Empezó a hundirse y gritó: ‘Señor, sálvame’»
Rev. D. Joaquim MESEGUER García
(Rubí, Barcelona, España)
Hoy, la experiencia de Pedro refleja situaciones que hemos
experimentado también nosotros más de una vez. ¿Quién no ha visto hacer
aguas sus proyectos y no ha experimentado la tentación del desánimo o de
la desesperación? En circunstancias así, debemos reavivar la fe y decir
con el salmista: «Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu
salvación» (Sal 85,8).
Para la mentalidad antigua, el mar era el
lugar donde habitaban las fuerzas del mal, el reino de la muerte,
amenazador para el hombre. Al “andar sobre el agua” (cf. Mt 14,25),
Jesús nos indica que con su muerte y resurrección triunfa sobre el poder
del mal y de la muerte, que nos amenaza y busca destrozarnos. Nuestra
existencia, ¿no es también como una frágil embarcación, sacudida por las
olas, que atraviesa el mar de la vida y que espera llegar a una meta
que tenga sentido?
Pedro creía tener una fe clara y una fuerza
muy consistente, pero «empezó a hundirse» (Mt 14,30); Pedro había
asegurado a Jesús que estaba dispuesto a seguirlo hasta morir, pero su
debilidad lo acobardó y negó al Maestro en los hechos de la Pasión. ¿Por
qué Pedro se hunde justo cuando empieza a andar sobre el agua? Porque,
en vez de mirar a Jesucristo, miró al mar y eso le hizo perder fuerza y,
a partir de ese instante, su confianza en el Señor se debilitó y los
pies no le respondieron. Pero, Jesús le «extendió la mano, lo agarró»
(Mt 14,31) y lo salvó.
Después de su resurrección, el Señor no
permite que su apóstol se hunda en el remordimiento y la desesperación y
le devuelve la confianza con su perdón generoso. ¿A quién miro yo en el
combate de la vida? Cuando noto que el peso de mis pecados y errores me
arrastra y me hunde, ¿dejo que el buen Jesús alargue su mano y me
salve?
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