22 marzo, 2015

Santa Lea

 


¡Oh!, Santa Lea, vos, sois la hija del Dios de la vida,
y su amada santa y, que, por San Jerónimo, considerada
erais “santísima”, porque, viuda quedando, renunciasteis
al mundo y luego, ingresasteis a un monasterio y, dentro
de él, llegasteis a ser su superiora. San Jerónimo, de
vos escribió así: “De un modo tan completo se convirtió
a Dios, que mereció ser cabeza de su monasterio y madre
de vírgenes; después de llevar blandas vestiduras, mortificó
su cuerpo vistiendo sacos; pasaba las noches en oración
y enseñaba a sus compañeras más con el ejemplo que con
sus palabras. Fue tan grande su humildad y sumisión, que
la que había sido señora de tantos criados parecía ahora
criada de todos; aunque tanto más era sierva de Cristo
cuanto menos era tenida por señora de hombres. Su vestido
era pobre y sin ningún esmero, comía cualquier cosa, llevaba
los cabellos sin peinar, pero todo eso de tal manera que
huía en todo la ostentación”. Cumplisteis vuestro tiempo,
y luego, voló vuestra alma hacia el Padre, para premio
recibir: coronada ser de luz, por vuestra entrega de amor;
¡oh!, Santa Lea, “excelsa sierva del amor de Dios”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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22 de Marzo
Santa Lea
Abadesa

De “la santísima Lea”, como la llama san Jerónimo, sólo sabemos lo que él mismo nos dice en una especie de elogio fúnebre que incluyó en una de sus cartas. Era una matrona romana que al enviudar – quizá joven aún – renunció al mundo para ingresar en una comunidad religiosa de la que llegó a ser superiora, llevando siempre una vida ejemplarísima.

Estas son las palabras insustituibles de san Jerónimo: «De un modo tan completo se convirtió a Dios, que mereció ser cabeza de su monasterio y madre de vírgenes; después de llevar blandas vestiduras, mortificó su cuerpo vistiendo sacos; pasaba las noches en oración y enseñaba a sus compañeras más con el ejemplo que con sus palabras».

«Fue tan grande su humildad y sumisión, que la que había sido señora de tantos criados parecía ahora criada de todos; aunque tanto más era sierva de Cristo cuanto menos era tenida por señora de hombres. Su vestido era pobre y sin ningún esmero, comía cualquier cosa, llevaba los cabellos sin peinar, pero todo eso de tal manera que huía en todo la ostentación».

No sabemos más de esta dama penitente, cuyo recuerdo sólo pervive en las frases que hemos citado de san Jerónimo. La Roma en la que fue una rica señora de alcurnia no tardaría en desaparecer asolada por los bárbaros, y Lea, «cuya vida era tenida por todos como un desatino», llega hasta nosotros con su áspero perfume de santidad que desafía al tiempo.

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