¡Oh! Fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol,
en la que vos, viajando hacia Damasco, cuando aún
tramabais muerte contra los discípulos del Señor, el
mismo Jesús glorioso, se os reveló en el camino y, os
eligió para que, lleno del Espíritu Santo, anunciaseis la
Buena Nueva, para la salvación a los gentiles. En
aquellos días, martirizaban a Esteban, el Protomártir
de la Iglesia, cuando los testigos sus vestiduras a vuestros
pies depositaron, para que vos las guardaseis. Vos,
mismo y Lucas, describisteis vuestra vívida experiencia
en el camino de Damasco. Vuestro encuentro con
el Señor, el Kyrios resucitado, os obligó a un cambio
de vida, convirtiéndoos de fariseo en famoso apóstol.
¿Qué puede importar si vuestros acompañantes
en pie y mudos se quedaron, o si cayeron por tierra?
El mensaje esencial transmitido a vos, es el mismo:
“Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” “¿Quién eres
tú, Señor?” “Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues”.
Y, vos, mismo, escribisteis acerca de esta experiencia,
en la que Dios, tuvo a bien revelaros a su Hijo, para
que predicarais a los gentiles la “Buena Noticia” a
a Jesús, referida. “¿Acaso no soy apóstol? ¿Es que no
he visto a Jesús, Nuestro Señor?” os preguntabais siempre.
Por ello, por amor a Cristo os hicisteis “todo para todos”
y os convertisteis en incomparable “siervo de Cristo”,
al estilo de los grandes siervos de Dios del Antiguo
Testamento como Moisés, Josué, David, y quizás
como el mismo Siervo de Yahvé. Aquella revelación
del “Señor de la gloria”, hizo de vos, el fariseo, no sólo
apóstol, sino también el primer teólogo cristiano.
A vos, se os apareció Cristo, después Pentecostés, y
esta visión os situó, de igual forma con los Doce que
habían visto al Kyrios. Comparasteis aquella experiencia
con la creación de la luz por Dios: “Porque el Dios que
dijo: “De la tiniebla, brille la luz”, es el que brilló en
nuestros corazones para resplandor del conocimiento
de la gloria de Dios en el rostro de Cristo”. Y, fue,
el impulso de la gracia de Dios, que os urgía a trabajar
al servicio de Cristo; dando como respuesta una fe viva,
con la que confesasteis, juntamente con la primitiva Iglesia,
que “Jesús es el Señor” ¡Es el Dios de la Vida y del Amor!
¡Oh! Fiesta de la Conversión de San Pablo, Apóstol.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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25 de Enero
La Conversión de San Pablo
Fiesta litúrgica
Por: Joseph A. Fitzmyer |
Fuente: Libro: Teología de San Pablo
Fiesta Litúrgica
Martirologio Romano: Fiesta de la Conversión de san Pablo,
apóstol. Viajando hacia Damasco, cuando aún maquinaba amenazas de muerte
contra los discípulos del Señor, el mismo Jesús glorioso se le reveló
en el camino, eligiéndole para que, lleno del Espíritu Santo, anunciase
el Evangelio de la salvación a los gentiles. Sufrió muchas dificultades a
causa del nombre de Cristo.
Breve Reseña
No es segura la fecha en que Pablo se convirtió, pero está
relacionada con el martirio de Esteban, cuando los testigos depositaron
sus vestiduras a los pies de Saulo (Hch 7, 58; cf. 22, 20) para que las
guardara. Este martirio y la subsiguiente persecución de la Iglesia,
encaja bien en el cambio de Prefectos Romanos que se produjo en el año
36. Esta fecha corresponde bien a los catorce años que median entre la
conversión de Pablo y su visita a Jerusalén con ocasión del “concilio”
(Gál 2, 1; año 49). Sin embargo, algunos comentaristas prefieren fechar
la conversión el año 33 (cf. J. Finegan, Biblical Chronology, 321).
El mismo Pablo y Lucas en los Hechos de los Apóstoles describen la
experiencia vivida en el camino de Damasco y el giro que significó en la
vida del Apóstol. Fue un encuentro con el Señor (Kyrios) resucitado,
que obligó a Pablo a adoptar un nuevo estilo de vida; fue la experiencia
que convirtió al fariseo Pablo en el apóstol Pablo.
Pablo relata el acontecimiento en Gálatas 1, 13-17 desde su propio
punto de vista apologético y polémico. En Hechos (9, 3-19; 22, 6-16; 26,
12-18) hay otros tres relatos: todos subrayan el carácter arrollador e
inesperado de esta experiencia, que tuvo lugar en medio de la
persecución que Pablo dirigía contra los cristianos.
Si bien hay variantes en cuanto a los detalles en los tres relatos
(si los acompañantes quedaron en pie sin poder hablar o si cayeron por
tierra; si oyeron o no la voz; asimismo, el hecho de que Jesús hablara a
Pablo “en idioma hebreo”, pero citando un proverbio griego…), el
mensaje esencial transmitido a Pablo es el mismo.
Los tres relatos están de acuerdo en este punto: “Saulo, Saulo, ¿por
qué me persigues?”, “¿Quién eres tú, Señor?”, “Yo soy Jesús (de
Nazaret), a quien tú persigues”. Las variantes pueden ser debidas a las
diferentes fuentes de información utilizadas por Lucas.
Pablo mismo escribió, acerca de esta experiencia, que Dios tuvo a
bien revelarle a su Hijo, para que predicara a los gentiles la buena
noticia referente a Jesús (Gál 1, 15-16). Fue una experiencia que nunca
olvidó, a la que asociaba frecuentemente su misión apostólica. “¿Acaso
no soy apóstol? ¿Es que no he visto a Jesús, Nuestro Señor?” (1 Cor 9,1;
cf. 15, 8).
Esta revelación de Jesús el Señor en el camino de Damasco habría de
ser el factor decisivo que dominara en adelante toda su vida. Por amor a
Cristo se hizo “todo para todos” (1 Cor 9, 22). En consecuencia se
convirtió en “siervo de Cristo” (Gál 1, 10; Rom 1, 1; etc.), como los
grandes siervos de Dios del AT (Moisés: 2 Re 18, 12; Josué: Jue 2, 8;
David: Sal 78, 70), y puede que incluso como el mismo Siervo de Yahvé
(Is 49, 1; cf. Gál 1, 15).
LA REVELACIÓN DE PABLO
La teología de Pablo se vio influida, sobre todo, por la experiencia
que tuvo en el camino de Damasco y por la fe en Cristo resucitado, como
Hijo de Dios, que creció a partir de esa experiencia.
Los actuales investigadores del NT son menos propensos que los de las
generaciones pasadas a considerar aquella experiencia como una
“conversión” explicable de acuerdo con los antecedentes judíos de Pablo o
con Rom 7 (entendido como relato biográfico). El mismo Pablo habla de
esta experiencia como de una revelación del Hijo que le ha concedido el
Padre (Gál 1, 16). En ella “vio a Jesús, el Señor” (1 Cor 9, 1; cf. 1Cor
15, 8; 2 Cor 4, 6; 9, 5).
Aquella revelación del “Señor de la gloria” crucificado (1 Cor 2, 8)
fue un acontecimiento que hizo de Pablo, el fariseo, no sólo apóstol,
sino también el primer teólogo cristiano.
La única diferencia entre aquella experiencia, en que Jesús se le
apareció (1 Cor 15, 8), y la experiencia que tuvieron los testigos
oficiales de la Resurrección (Hch 1, 22) consistía en que la de Pablo
fue una aparición ocurrida después de Pentecostés. Esta visión le situó
en plano de igualdad con los Doce que habían visto al Kyrios.
Más tarde Pablo hablaba, refiriéndose a esta experiencia, del momento
en que había sido “tomado” por Cristo Jesús (Flp 3, 12) y una especie
de “necesidad” le impulsó a predicar el evangelio (1 Cor 9, 15-18). Él
comparó esa experiencia con la creación de la luz por Dios: “Porque el
Dios que dijo: “De la tiniebla, brille la luz”, es el que brilló en
nuestros corazones para resplandor del conocimiento de la gloria de Dios
en el rostro de Cristo” (2 Cor 4-6).
El impulso de la gracia de Dios le urgía a trabajar al servicio de
Cristo; no podía “cocear” (dar coces) contra este aguijón (Hch 26, 14).
Su respuesta fue la de una fe viva, con la que confesó, juntamente con
la primitiva Iglesia, que “Jesús es el Señor” (1 Cor 12, 12; CF. Rom 10,
9; Flp 2, 11). Pero esta experiencia iluminó, en un acto creador, la
mente de Pablo y le dio una extraordinaria penetración de lo que él
llamó más tarde “el misterio de Cristo” (Ef 3, 4).
Fuente: mercaba.org
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