¡Oh!,Santa Martina, vos, sois la hija del Dios
de la vida, y su amada santa. San Urbano, Papa,
dijo de vos: “Martinae celebri plaudite nomini,
Cives Romulci, plaudite gloriae”. Por ello, honrada
sois, pues, con vuestra inmaculada vida, caridad
ejemplar, fe y testimonio valiente a Jesús, Dios
y Señor Nuestro, ganasteis con vuestro martirio
valeroso y le demostrasteis vuestro amor inmenso,
cuando, fuisteis ante la estatua de Apolo, llevada
y, en polvo la convertisteis y temblando la tierra,
muertos fueron todos sus sacerdotes. Y, cosa
similar con el templo de Artemisa sucedió, pero,
vuestros verdugos, no cesaron jamás sus ultrajes,
ilesa saliendo siempre, con la ayuda del Espíritu
Santo. Por ello, y luego, de furia y rabia llenos,
decidieron cortaros la cabeza, y vuestra sangre
regó, las entrañas de la tierra fertilizando así,
la santa Iglesia de romana de Cristo. Pensaron
aquellos, que quitándoos la vida física, también
mataron vuestra alma, pero como vos misma
sabéis, ella, voló rauda al cielo, para coronada
ser con corona de eterna de luz, como premio a
vuestra grande e increíble entrega de puro amor;
¡oh!, Santa Martina, “viva mártir, por amor a Dios”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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30 de Enero
Santa Martina
Virgen y mártir
(+ 226)
Santa Martina
Virgen y mártir
(+ 226)
Ramillete espiritual: Así alumbre vuestra luz delante de los
hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro
Padre que está en los cielos. Mt. 5,16
La historia de esta joven santa comienza por su tumba, 1400 años
después de su martirio; es decir, cuando en 1634 el activísimo Urbano
VIII, empeñado en lo espiritual en la contrarreforma católica, y en lo
material en la restauración de famosas iglesias romanas, descubrió las
reliquias de la mártir, les propuso a los romanos la devoción a Santa
Martina y fijó la celebración para el 30 de enero. El mismo compuso el
elogio con el himno: “Martinae celebri plaudite nomini, Cives Romulci,
plaudite gloriae”, que era una invitación a honrar a la santa en la vida
inmaculada, en la caridad ejemplar y en el valiente testimonio que
demostró a Cristo con su martirio.
¿Quién era en realidad Santa Martina, que resurge de improviso y con
fuerza en la devoción popular, hasta el punto de ser considerada como
una de las patronas de Roma, después de tantos siglos de olvido? Son
pocas las noticias históricas. La más antigua es del siglo VI, cuando el
Papa Onorio le dedicó una iglesia en Roma. Quinientos años después, al
hacer excavaciones en esta iglesia, se encontraron efectivamente las
tumbas de tres mártires. En el siglo VIII ya se celebraba la fiesta de
la santa. No se sabe nada más, y por eso es necesario buscar noticias en
una Passio legendaria. Según esta narración, Santa Martina era una
diaconisa, hija de un noble romano. Debido a su abierta profesión de fe,
la arrestaron y la llevaron al tribunal del emperador Alejandro Severo
(222-235). Este príncipe semioriental, abierto a todas las curiosidades,
hasta el punto de incluir a Cristo entre los dioses venerados en la
familia imperial, fue muy tolerante con los cristianos y su gobierno
marcó un fructuoso paréntesis de calma respecto de la Iglesia, que en
ese tiempo logró una gran expansión misionera.
El autor de la Passio ignora todo esto, y hace más bien una lista de
las atroces torturas con que el emperador martirizó a la santa. Cuenta
que cuando Martina fue llevada ante la estatua de Apolo, la convirtió en
pedazos y ocasionó un terremoto que destruyó el templo y mató a los
sacerdotes del dios.
El prodigio se repitió con la estatua y el templo de Artemidas. Todo
esto hubiera debido hacer pensar a sus perseguidores; pero no, se
obstinaron más y sometieron a la jovencita a crueles tormentos, de los
que salió siempre ilesa. Entonces resolvieron cortarle la cabeza con una
espada, y su sangre corrió a fertilizar el terreno de la Iglesia
romana.
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