¡Oh!, San Germán, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
y su amado santo, que, gracias a Fortunato, sabemos hoy,
que vuestra vida, rodeada del don de milagros estuvo. Y,
ellos, pan de cada día fueron, con los hambrientos, vuestro
propio monasterio y la realeza, donde trabajabais. Y,
cuando el maligno, en contra de vos actuó, Dios, se os
mostró y nunca os abandonó, mostrándoos su poder, para
asombro de vuestros enemigos. Ningún pobre que se acercara
a vuestro convento a pedir, se iba sin comida. Un día
repartisteis hasta el pan para vuestros monjes reservado
pero, de pronto llegan al convento dos cargas de pan y,
al día siguiente, dos carros de comida repletos. Así, os
premiaba Dios, vuestro caro amor. Otro día, apagasteis
el fuego del granero, con agua bendita. Y, otro más,
cuando el obispo, celoso por vos, os envía a la cárcel,
sin motivo justificado y milagro!, las puertas se os
abrieron, casi al estilo de San Pedro Apóstol, pero, vos,
no os marchasteis hasta anates de que el mismo obispo
fuese a daros libertad. Y, así, cambió sus celos contra
vos, por admiración. El rey Childeberto, os nombró Obispo
de París a la muerte de Eusebio y, además, os nombra
“limosnero mayor”. Allí, curasteis a vuestro rey, con la
sola imposición de las manos. Excomulgasteis a Cariberto,
nieto de vuestro rey, por sus devaneos con mujeres a
las que su vida unía, dejando de lado a su legítima esposa.
Y, así, habiendo gastado vuestra vida en buena lid, voló
vuestra alma al cielo, para coronada ser con corona de luz,
como justo premio a vuestra entrega increíble de amor y fe;
¡oh!, San Germán, “vivo taumaturgo del Dios del amor y la vida”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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28 de Mayo
San Germán de París
Obispo
Gran parte de su vida la conocemos por el testimonio de su colega el
obispo Fortunato que asegura estuvo adornado del don de milagros.
Nació Germán en la Borgoña, en Autun, del matrimonio que formaban
Eleuterio y Eusebia en el último tercio del siglo V. No tuvo buena
suerte en los primeros años de su vida carente del cariño de los suyos y
hasta estuvo con el peligro de morir primero por el intento de aborto
por parte de su madre y luego por las manipulaciones de su tía, la madre
del primo Estratidio con quien estudiaba en Avalon, que intentó
envenenarle por celos.
Su pariente de Lazy con quien vive durante 15 años es el que compensa
los mimos que no tuvo Germán en la niñez. Allí sí que encuentra amor y
un ambiente de trabajo lleno de buen humor y de piedad propicio para el
desarrollo integral del muchacho que ya despunta en cualidades por
encima de lo común para su edad.
Con los obispos tuvo suerte. Agripin, el de Autun, lo ordena
sacerdote solucionándole las dificultades y venciendo la resistencia de
Germán para recibir tan alto ministerio en la Iglesia; luego, Nectario,
su sucesor, lo nombra abad del monasterio de san Sinforiano, en los
arrabales de la ciudad. Modelo de abad que marca el tono sobrenatural de
la casa caminando por delante con el ejemplo en la vida de oración, la
observancia de la disciplina, el espíritu penitente y la caridad.
Es allí donde comienza a manifestarse en Germán el don de milagros, según el relato de Fortunato.
Por lo que cuenta su biógrafo, se había propuesto el santo abad que
ningún pobre que se acercara al convento a pedir se fuera sin comida; un
día reparte el pan reservado para los monjes porque ya no había más;
cuando brota la murmuración y la queja entre los frailes que veían
peligrar su pitanza, llegan al convento dos cargas de pan y, al día
siguiente, dos carros llenos de comida para las necesidades del
monasterio. También se narra el milagro de haber apagado con un roción
de agua bendita el fuego del pajar lleno de heno que amenazaba con
arruinar el monasterio. Otro más y curioso es cuando el obispo, celoso
que de todo hay por las cosas buenas que se hablan de Germán, lo manda
poner en la cárcel por no se sabe qué motivo (quizá hoy se le llamaría
«incompatibilidad»); las puertas se le abrieron al estilo de lo que pasó
al principio de la cristiandad con el apóstol, pero Germán no se marchó
antes de que el mismo obispo fuera a darle la libertad; con este
episodio cambió el obispo sus celos por admiración.
El rey Childeberto usa su autoridad en el 554 para que sea nombrado
obispo de París a la muerte de Eusebio y, además, lo nombra limosnero
mayor. También curó al rey cuando estaba enfermo en el castillo de
Celles, cerca de Melun, donde se juntan el Yona y el Sena, con la sola
imposición de las manos.
Como su vida fue larga, hubo ocasión de intervenir varias veces en
los acontecimientos de la familia real. Alguno fue doloroso porque un
hombre de bien no puede transigir con la verdad; a Cariberto, rey de
París el hijo de Clotario y, por tanto, nieto de Childeberto, tuvo que
excomulgarlo por sus devaneos con mujeres a las que va uniendo su vida,
después de repudiar a la legítima Ingoberta.
El buen obispo parisino murió octogenario, el 28 de mayo del 576. Se
enterró en la tumba que se había mandado preparar en san Sinfroniano. El
abad Lanfrido traslada más tarde sus restos, estando presentes el rey
Pipino y su hijo Carlos, a san Vicente que después de la invasión de los
normandos se llamó ya san Germán. Hoy reposan allí mismo y se veneran
en una urna de plata que mandó hacer a los orfebres el abad Guillermo,
en el año 1408.
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