09 enero, 2014

San Julián

08 enero, 2014

San Severino

 
 
Oh, San Severino, vos, sois el hijo
 del Dios de la vida y su amado santo,
 y, a quien, Él, le proveyó de maravillosos
 dones: el de profecía y el del buen
 consejo, que el Espíritu Santo, para vos,
 administraba, por vuestra oración constante
 y fe inmaculada. Vos, a menudo repetíais
 la bíblica palabra: “Para los que hacen
 el bien, habrá gloria, honor y paz. Pero,
 para los que hacen el mal, la tristeza
 y castigos vendrán”. Y, anunciando que
 quienes dicen: “He pecado y nada malo me
 ha pasado”, están completamente equivocados,
 pues todo pecado, trae del cielo, castigos”.
 Y, esto, a muchos frenaba y les impedía
 seguir por la senda del vicio y del mal.
 “El remedio es rezar, dar limosnas a los
 pobres y hacer penitencia”. Decíais vos,
 y la gente os oía. ¡Qué maravilla vuestro
 obrar! ¡Qué talento! ¡Que profecías!
 Partisteis de este mundo, vuestra célebre
 frase pronunciando: “Todo ser que tiene
 vida, alabe al Señor”. Y, fue justo vuestro
 premio, pues, corona de luz, recibisteis
 por vuestro amor, fe y luz constantes
 oh, San Severino; “viva profecía de Dios”.
 

© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
 _____________________________________
 8 de Enero
 San Severino
 Predicador
 

Murió el 9 de enero del año 482, pronunciado la última frase del último salmo de la S. Biblia (el 150): “Todo ser que tiene vida, alabe al Señor”.

Había nacido probablemente en Roma el año 410. Es patrono de Viena (Austria) y de Baviera (Alemania).

Su biografía la escribió su discípulo Eugipio. A nadie decía que era de Roma (la capital del mundo en ese entonces) ni que provenía de una familia noble y rica, pero su perfecto modo de hablar el latín y sus exquisitos modales y su trato finísmo lo decían.

San Severino tenía el don de profecía (anunciar el futuro) y el don de consejo, dos preciosos dones que el Espíritu Santo regala a quienes le rezan con mucha fe.

Se fue a misionar en las orillas del río Danubio en Austria y anunció a las gentes de la ciudad de Astura que si no dejaban sus vicios y no se dedicaban a rezar más y a hacer sacrificios, iban a sufrir un gran castigo. Nadie le hizo caso, y entonces él, declarando que no se hacía responsable de la mala voluntad de esas cabezas tan duras, se fue a la ciudad de Cumana. Pocos días después llegaron los terribles “Hunos”, bárbaros de Hungría, y destruyeron totalmente la ciudad de Astura, y mataron a casi todos sus habitantes.

En Cumana, el santo anunció que esa ciudad también iba a recibir castigos si la gente no se convertía. Al principio nadie le hacía caso, pero luego llegó un prófugo que había logrado huir de Astura y les dijo: “Nada de lo terrible que nos sucedió en mi ciudad habría sucedido si le hubiéramos hecho caso a los consejos de este santo. El quiso liberarnos, pero nosotros no quisimos dejarnos ayudar”. Entonces las gentes se fueron a los templos a orar y se cerraron las cantinas, y empezaron a portarse mejor y a hacer pequeños sacrificios, y cuando ya los bárbaros estaban llegando, un tremendo terremoto los hizo salir huyendo. Y no entraron a destruir la ciudad.

En Faviana, una ciudad que quedaba junto al Danubio, había mucha carestía porque la nieve no dejaba llegar barcos con comestibles. San Severino amenazó con castigos del cielo a los que habían guardado alimentos en gran cantidad, si no los repartían. Ellos le hicieron caso y los repartieron. Entonces el santo, acompañado de mucho pueblo, se puso a orar y el hielo del río Danubio se derritió y llegaron barcos con provisiones.

Su discípulo preferido, Bonoso, sufría mucho de un mal de ojos. San Severino curaba milagrosamente a muchos enfermos, pero a su discípulo no lo quiso curar, porque le decía: “Enfermo puedes llegar a ser santo. Pero si estás muy sano te vas a perder.” Y por 40 años sufrió Bonoso su enfermedad, pero llegó a buen grado de santidad.

El santo iba repitiendo por todas partes aquella frase de la S. Biblia: “Para los que hacen el bien, habrá gloria, honor y paz. Pero para los que hacen el mal, la tristeza y castigos vendrán” (Romanos 2). Y anunciaba que no es cierto lo que se imaginan muchos pecadores: “He pecado y nada malo me ha pasado”. Pues todo pecado trae castigos del cielo. Y esto detenía a muchos y les impedía seguir por el camino del vicio y del mal.

San Severino era muy inclinado por temperamento a vivir retirado rezando y por eso durante 30 años fue fundando monasterios, pero las inspiraciones del cielo le mandaban irse a las multitudes a predicar penitencia y conversión. Buscando pecadores para convertir recorría aquellas inmensas llanuras de Austria y Alemania, siempre descalzo, aunque estuviera andando sobre las más heladas nieves, sin comer nada jamás antes de que se ocultara el sol cada día; reuniendo multitudes para predicarles la penitencia y la necesidad de ayudar al pobre y sanando enfermos, despertando en sus oyentes una gran confianza en Dios y un serio temor a ofenderle; vistiendo siempre una túnica desgastada y vieja, pero venerado y respetado por cristianos y bárbaros, y por pobres y ricos, pues todos lo consideraban un verdadero santo.

Se encontró con Odoacro, un pequeño reyezuelo, y le dijo proféticamente: “Hoy te vistes simplemente con una piel sobre el hombro. Pronto repartirás entre los tuyos los lujos de la capital del mundo”. Y así sucedió. Odoacro con sus Hérulos conquistó Roma, y por cariño a San Severino respetó el cristianismo y lo apoyó.

Cuando Odoacro desde Roma le mandó ofrecer toda clase de regalos y de honores, el santo lo único que le pidió fue que respetara la religión y que a un pobre hombre que habían desterrado injustamente, le concediera la gracia de poder volver a su patria y a su familia. Así se hizo.

Giboldo, rey de los bárbaros alamanos, pensaba destruir la ciudad de Batavia, San Severino le rogó por la ciudad y el rey bárbaro le perdonó por el extraordinario aprecio que le tenía a la santidad de este hombre.

En otra ciudad predicó la necesidad de hacer penitencia. La gente dijo que en vez de enseñarles a hacer penitencia les ayudara a comerciar con otras ciudades. El les respondió: “¿Para qué comerciar, si esta ciudad se va a convertir en un desierto a causa de la maldad de sus habitantes?”. Y se alejó de la ciudad. Poco después llegaron los bárbaros y destruyeron la ciudad y mataron a mucha gente.

En Tulnman llegó una terrible plaga que destruía todos los cultivos. La gente acudió a San Severino, el cual les dijo: “El remedio es rezar, dar limosnas a los pobres y hacer penitencia”. Toda la gente se fue al templo a rezar con él. Menos un hacendado que se quedó en su campo por pereza de ir a rezar. A los tres días la plaga se había ido de todas las demás fincas, menos de la inca del haciendo perezoso, el cual vio devorada por plagas toda su cosecha de ese año.

En Kuntzing, ciudad a las orillas del Danubio, este río hacía grandes destrozos en sus inundaciones, y le hacía mucho daño al templo católico que estaba construido a la orilla de las aguas. San Severino llegó, colocó una gran cruz en la puerta de la Iglesia y dijo al Danubio: “No te dejará mi Señor Jesucristo que pases del sitio donde está su santa cruz”. El río obedeció siempre y ya nunca pasaron sus crecientes del lugar donde estaba la cruz puesta por el santo.

El 6 de enero del año 482, fiesta de la Epifanía, sintió que se iba a morir, llamó entonces a las autoridades civiles de la ciudad y les dijo: “Si quieren tener la bendición de Dios respeten mucho los derechos de los demás. Ayuden a los necesitados y esmérense por ayudar todo lo más posible a los monasterios y a los templos”. Y entonando el salmo 150 se murió, el 8 de enero.

A los seis años fueron a sacar sus restos y lo encontraron incorrupto, como si estuviera recién enterrado. Al levantarle los párpados vieron que sus bellos ojos azules brillaban como si apenas estuviera dormido.

Sus restos han sido venerados por muchos siglos, en Nápoles. En Austria todavía se conserva en uno de los conventos fundados por él, la celda donde el santo pasaba horas y horas rezando por la conversión de los pecadores y la paz del mundo.

Señor Jesús: que no nos suceda nunca ser castigados por la justicia Divina como aquellos pueblos que no quisieron escuchar la invitación de San Severino a convertirse. Recuérdanos la frase del libro santo: “Hoy si escucháis la voz de Dios no endurezcáis vuestro corazón” (Salmo 94). Que escuchemos siempre a los profetas que nos llaman a la conversión, y que dejando nuestra mala vida pasada, salvemos nuestra alma. Amén.

07 enero, 2014

San Raimundo de Peñafort

 
Oh, San Raimundo de Peñafort, vos, sois
 el hijo del Dios de la vida y su amado
 santo, que, recibisteis de Él, “la eficacia
 de la palabra”, con la que, a propios
 y extraños conquistasteis, cuando os oían
 hablar en favor de la doctrina de Nuestro
 Señor Jesucristo. Con vuestra pluma,
 constancia dejasteis de cómo, los antiguos
 respondían respecto de la fe, en vuestros
 libros “Summa” y en los “Decretales”,
 para saber qué ordenaron y qué prohibieron
 los Pontífices y los concilios del tiempo
 antiguo. Con San Pedro Nolasco, la Orden
 de los “Mercedarios”, fundasteis, al rescate
 dedicada de los secuestrados cristianos,
 de manos de los musulmanes ¿Qué premio
 del Creador recibisteis, padre del “Buen
 Consejo”?: ¡Corona de luz! que brilla
 imperecedera, por vuestro fecundo amor;
 oh, San Raimundo de Peñafort, “fe y luz”.
 


© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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 7 de Enero
 San Raimundo de Peñafort
 

Raimundo significa “Buen consejo”. Nació en Peñafort, cerca de Barcelona, España, en 1175. A los 20 años ya era profesor de filosofía en un colegio de Barcelona, y a los 30 años era profesor en la famosa Universidad de Bolonia (Italia), donde se había doctorado.

En 1222 entró en la Comunidad de Padres Dominicos cuando apenas hacía ocho meses que había muerto San Domingo de Guzmán, el fundador de esa Comunidad.

Pidió a sus superiores que le pusieran oficios duros y humillantes para hacer penitencia de sus pecados, especialmente de su orgullo. Pero los superiores le pusieron por oficio y tarea el dedicarse a coleccionar las respuestas que los sabios antiguos de la Iglesia daban a ciertas preguntas difíciles de los fieles, lo cual llamó “Casos de conciencia” y compuso entonces su famoso libro llamado “Summa” o resumen de respuestas difíciles en la confesión.

Raimundo obtuvo de Dios la “eficacia de la palabra”, o sea que su predicación lograra conmover a los oyentes y convertirlos. Y así recorrió ciudades y campos de Aragón, Castilla y Cataluña y los que lo acompañaban decían que parecía casi imposible que un predicador lograra tantas transformaciones con sus sermones.

Junto con San Pedro Nolasco, Raimundo fundó la Comunidad de los Padres Mercedarios, dedicada a rescatar a los cristianos secuestrados por los mahometanos o turcos.

En 1230 el Papa Gregorio IX llamó a Raimundo a Roma y entre otros cargos que le dio, lo nombró su confesor. Una de las penitencias que éste santo le puso al Sumo Pontífice fue que atendiera siempre muy bien las peticiones que le hicieran los pobres.

El Papa le encomendó que recogiera y publicara todos los decretos que habían dado los Pontífices y los Concilios. Después de tres años de trabajo publicó su famosísimo libro titulado “Decretales”, el cual han tenido que consultar después por varios siglos todos los que quieren saber que ordenaron o qué prohibieron los Pontífices y Concilios de la antigüedad.

El Pontífice lo nombró obispo, pero poco después el santo obtuvo que el Papa le aceptara la renuncia. Los religiosos de su Comunidad lo eligieron Superior General, pero a los dos años renunció. Se consideraba apto para predicar y escribir, pero no para mandar.

Los últimos 33 años de su vida los dedicó a convertir cristianos pecadores y a obtener que muchos musulmanes se pasaran al cristianismo. En una carta a su superior en 1256 le informa que ya ha logrado que 10,000 mahometanos se vuelvan cristianos.

Este santo murió cuando estaba por cumplir los 100 años, en 1275. Dos reyes asistieron a su entierro y en su sepulcro se obraron maravillosos milagros.


(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Raimundo_de_Peñafort.htm)

06 enero, 2014

Solemnidad de la Epifanía del Señor

 
Oh, Sangrada Epifanía, en Oriente y en Occidente
 celebrada. “Epifanía”, significáis “manifestación”,
 pues Vos, Señor de los cielos y la tierra, os revelasteis
 a los paganos en la persona de los reyes magos.
 Tres misterios con vos se celebran: la adoración
 de los magos, el bautismo de Cristo por Juan
 y el primer milagro de Jesucristo. “Ya viene el Señor
 del universo; en sus manos está la realeza, el poder
 y el imperio ”. Y, el verdadero rey que contemplamos
 en esta festividad es el pequeño Jesús. Los magos
 utilizar supieron su saber, astronómico para al Salvador
 descubrir. Oro, incienso y mirra, os ofrecieron
 en honor a Vuestra realeza, Vuestra divinidad
 y Vuestra humanidad. Melchor, Gaspar y Baltasar
 sois los peregrinos de la estrella y sacerdotes del
 Dios Altísimo, que, con lo que estaba escrito
 cumplieron y anticipasteis nuestra participación
 en la gloria de la inmortalidad de Cristo, manifestada
 en una naturaleza mortal. Sois pues, los que
 representáis la fiesta de la esperanza y que prolongáis
 la Navidad en los corazones nuestros, porque
 sólo Dios salva, y nadie más, en este mundo nuestro;
 oh, Sagrada Epifanía, fiesta de oriente y occidente.
 
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
 _________________________________

Desde oriente
Los Magos Reyes
Ya llegaron

Y en la arena
 Contritas rodillas
 Adoran al Dios Niño

Oro
 Incienso y
 Mirra
 Para el Rey del universo

Y en el mundo nuestro ¿Cuántos
 como Melchor, Gaspar y Baltazar?
 ¡¿Cuántos?! ¡¿Cuántos?! ¡¿Cuántos?!.
 
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
 _____________________________________
 
“Ya viene el Señor del universo;
 en sus manos está la Realeza, el
 Poder y el Imperio”.

Hombres y animales de la tierra
 Inclinaos ante el Rey de la Vida
 Y adoradle eternamente, porque

Montes, mares y montañas
 Abismos, desiertos y selvas
 Noches y días; estrellas y planetas

Bóveda celeste y universo entero
 Son su obra y portento maravilloso
 ¡Vos, sois Dios, desde siempre

Y por siempre!, -dijeron aquella
 Santa Noche-, Gaspar, Melchor y
 Baltasar. ¡Aleluya, Aleluya!.

“Ya viene el Señor del universo;
 En sus manos está la Realeza, el
 Poder y el Imperio”.
 
© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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6 de Enero
Solemnidad de la Epifanía del Señor
 
La Epifanía es una de las fiestas litúrgicas más antiguas, más aún que la misma Navidad. Comenzó a celebrarse en Oriente en el siglo III y en Occidente se la adoptó en el curso del siglo IV. Epifanía, voz griega que a veces se ha usado como nombre de persona, significa “manifestación”, pues el Señor se reveló a los paganos en la persona de los magos.

Tres misterios se han solido celebrar en esta sola fiesta, por ser tradición antiquísima que sucedieron en una misma fecha aunque no en un mismo año; estos acontecimientos salvíficos son la adoración de los magos, el bautismo de Cristo por Juan y el primer milagro que Jesucristo, por intercesión de su madre, realizó en las bodas de Caná y que, como lo señala el evangelista Juan, fue motivo de que los discípulos creyeran en su Maestro como Dios.

Para los occidentales, que, como queda dicho más arriba, aceptaron la fiesta alrededor del año 400, la Epifanía es popularmente el día de los reyes magos. En la antífona de entrada de la misa correspondiente a esta solemnidad se canta: “Ya viene el Señor del universo; en sus manos está la realeza, el poder y el imperio”. El verdadero rey que debemos contemplar en esta festividad es el pequeño Jesús. Las oraciones litúrgicas se refieren a la estrella que condujo a los magos junto al Niño Divino, al que buscaban para adorarlo.

Precisamente en esta adoración han visto los santos padres la aceptación de la divinidad de Jesucristo por parte de los pueblos paganos. Los magos supieron utilizar sus conocimientos-en su caso, la astronomía de su tiempo- para descubrir al Salvador, prometido por medio de Israel, a todos los hombres.

El sagrado misterio de la Epifanía está referido en el evangelio de san Mateo. Al llegar los magos a Jerusalén, éstos preguntaron en la corte el paradero del “Rey de los judíos”. Los maestros de la ley supieron informarles que el Mesías del Señor debía nacer en Belén, la pequeña ciudad natal de David; sin embargo fueron incapaces de ir a adorarlo junto con los extranjeros. Los magos, llegados al lugar donde estaban el niño con María su madre, ofrecieron oro, incienso y mirra, sustancias preciosas en las que la tradición ha querido ver el reconocimiento implícito de la realeza mesiánica de Cristo (oro), de su divinidad (incienso) y de su humanidad (mirra).

A Melchor, Gaspar y Baltasar -nombres que les ha atribuido la leyenda, considerándolos tres por ser triple el don presentado, según el texto evangélico -puede llamárselos adecuadamente peregrinos de la estrella. Los orientales llamaban magos a sus doctores; en lengua persa, mago significa “sacerdote”. La tradición, más tarde, ha dado a estos personajes el título de reyes, como buscando destacar más aún la solemnidad del episodio que, en sí mismo, es humilde y sencillo. Esta atribución de realeza a los visitantes ha sido apoyada ocasionalmente en numerosos pasajes de la Escritura que describen el homenaje que el Mesías de Israel recibe por parte de los reyes extranjeros.

La Epifanía, como lo expresa la liturgia, anticipa nuestra participación en la gloria de la inmortalidad de Cristo manifestada en una naturaleza mortal como la nuestra. Es, pues, una fiesta de esperanza que prolonga la luz de Navidad.

Esta solemnidad debería ser muy especialmente observada por los pueblos que, como el nuestro, no pertenecen a Israel según la sangre. En los tiempos antiguos, sólo los profetas, inspirados por Dios mismo, llegaron a vislumbrar el estupendo designio del Señor: salvar a la humanidad entera, y no exclusivamente al pueblo elegido.

Con conciencia siempre creciente de la misericordia del Señor, construyamos desde hoy nuestra espiritualidad personal y comunitaria en la tolerancia y la comprensión de los que son distintos en su conducta religiosa, o proceden de pueblos y culturas diferentes a los nuestros.

Sólo Dios salva: las actitudes y los valores humanos, la raza, la lengua, las costumbres, participan de este don redentor si se adecuan a la voluntad redentora de Dios, “nunca” por méritos propios. Las diversas culturas están llamadas a encarnar el evangelio de Cristo, según su genio propio, no a sustituirlo, pues es único, original y eterno.

(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Epifanía.htm)

05 enero, 2014

Solemnidad de la Epifanía del Señor


Oh, Sangrada Epifanía, en Oriente y en Occidente
 celebrada. “Epifanía”, significáis “manifestación”,
pues Vos, Señor de los cielos y la tierra, os revelasteis
 a los paganos en la persona de los reyes magos.
 Tres misterios con vos se celebran: la adoración
de los magos, el bautismo de Cristo por Juan
 y el primer milagro de Jesucristo. “Ya viene el Señor
 del universo; en sus manos está la realeza, el poder
 y el imperio ”. Y, el verdadero rey que contemplamos
 en esta festividad es el pequeño Jesús. Los magos
 utilizar supieron su saber, astronómico para al Salvador
 descubrir. Oro, incienso y mirra, os ofrecieron
 en honor a Vuestra realeza, Vuestra divinidad
 y Vuestra humanidad. Melchor, Gaspar y Baltasar
 sois los peregrinos de la estrella y sacerdotes del
 Dios Altísimo, que, con lo que estaba escrito
 cumplieron y anticipasteis nuestra participación
 en la gloria de la inmortalidad de Cristo, manifestada
 en una naturaleza mortal. Sois pues, los que
 representáis la fiesta de la esperanza y que prolongáis
 la Navidad en los corazones nuestros, porque
 sólo Dios salva, y nadie más, en este mundo nuestro;
 oh, Sagrada Epifanía, fiesta de oriente y occidente.


© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Desde oriente
 Los Magos Reyes
 Ya llegaron

Y en la arena
 Contritas rodillas
 Adoran al Dios Niño


Oro
 Incienso y
 Mirra
 Para el Rey del universo


Y en el mundo nuestro ¿Cuántos
 como Melchor, Gaspar y Baltazar?
 ¡¿Cuántos?! ¡¿Cuántos?! ¡¿Cuántos?!.


© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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“Ya viene el Señor del universo;
 en sus manos está la Realeza, el
 Poder y el Imperio”.


Hombres y animales de la tierra
 Inclinaos ante el Rey de la Vida
 Y adoradle eternamente, porque

Montes, mares y montañas
 Abismos, desiertos y selvas
 Noches y días; estrellas y planetas

Bóveda celeste y universo entero
 Son su obra y portento maravilloso
 ¡Vos, sois Dios, desde siempre

Y por siempre!, -dijeron aquella
 Santa Noche-, Gaspar, Melchor y
 Baltasar. ¡Aleluya, Aleluya!.


“Ya viene el Señor del universo;
 En sus manos está la Realeza, el
 Poder y el Imperio”.


© 2013 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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5 de Enero
Solemnidad de la Epifanía del Señor


La Epifanía es una de las fiestas litúrgicas más antiguas, más aún que la misma Navidad. Comenzó a celebrarse en Oriente en el siglo III y en Occidente se la adoptó en el curso del siglo IV. Epifanía, voz griega que a veces se ha usado como nombre de persona, significa “manifestación”, pues el Señor se reveló a los paganos en la persona de los magos.
 
Tres misterios se han solido celebrar en esta sola fiesta, por ser tradición antiquísima que sucedieron en una misma fecha aunque no en un mismo año; estos acontecimientos salvíficos son la adoración de los magos, el bautismo de Cristo por Juan y el primer milagro que Jesucristo, por intercesión de su madre, realizó en las bodas de Caná y que, como lo señala el evangelista Juan, fue motivo de que los discípulos creyeran en su Maestro como Dios.
 
Para los occidentales, que, como queda dicho más arriba, aceptaron la fiesta alrededor del año 400, la Epifanía es popularmente el día de los reyes magos. En la antífona de entrada de la misa correspondiente a esta solemnidad se canta: “Ya viene el Señor del universo; en sus manos está la realeza, el poder y el imperio”. El verdadero rey que debemos contemplar en esta festividad es el pequeño Jesús. Las oraciones litúrgicas se refieren a la estrella que condujo a los magos junto al Niño Divino, al que buscaban para adorarlo.
 
Precisamente en esta adoración han visto los santos padres la aceptación de la divinidad de Jesucristo por parte de los pueblos paganos. Los magos supieron utilizar sus conocimientos-en su caso, la astronomía de su tiempo- para descubrir al Salvador, prometido por medio de Israel, a todos los hombres.
 
El sagrado misterio de la Epifanía está referido en el evangelio de san Mateo. Al llegar los magos a Jerusalén, éstos preguntaron en la corte el paradero del “Rey de los judíos”. Los maestros de la ley supieron informarles que el Mesías del Señor debía nacer en Belén, la pequeña ciudad natal de David; sin embargo fueron incapaces de ir a adorarlo junto con los extranjeros. Los magos, llegados al lugar donde estaban el niño con María su madre, ofrecieron oro, incienso y mirra, sustancias preciosas en las que la tradición ha querido ver el reconocimiento implícito de la realeza mesiánica de Cristo (oro), de su divinidad (incienso) y de su humanidad (mirra).
 
A Melchor, Gaspar y Baltasar -nombres que les ha atribuido la leyenda, considerándolos tres por ser triple el don presentado, según el texto evangélico -puede llamárselos adecuadamente peregrinos de la estrella. Los orientales llamaban magos a sus doctores; en lengua persa, mago significa “sacerdote”. La tradición, más tarde, ha dado a estos personajes el título de reyes, como buscando destacar más aún la solemnidad del episodio que, en sí mismo, es humilde y sencillo. Esta atribución de realeza a los visitantes ha sido apoyada ocasionalmente en numerosos pasajes de la Escritura que describen el homenaje que el Mesías de Israel recibe por parte de los reyes extranjeros.
 
La Epifanía, como lo expresa la liturgia, anticipa nuestra participación en la gloria de la inmortalidad de Cristo manifestada en una naturaleza mortal como la nuestra. Es, pues, una fiesta de esperanza que prolonga la luz de Navidad.
 
Esta solemnidad debería ser muy especialmente observada por los pueblos que, como el nuestro, no pertenecen a Israel según la sangre. En los tiempos antiguos, sólo los profetas, inspirados por Dios mismo, llegaron a vislumbrar el estupendo designio del Señor: salvar a la humanidad entera, y no exclusivamente al pueblo elegido.
 
Con conciencia siempre creciente de la misericordia del Señor, construyamos desde hoy nuestra espiritualidad personal y comunitaria en la tolerancia y la comprensión de los que son distintos en su conducta religiosa, o proceden de pueblos y culturas diferentes a los nuestros.
 
Sólo Dios salva: las actitudes y los valores humanos, la raza, la lengua, las costumbres, participan de este don redentor si se adecuan a la voluntad redentora de Dios, “nunca” por méritos propios. Las diversas culturas están llamadas a encarnar el evangelio de Cristo, según su genio propio, no a sustituirlo, pues es único, original y eterno.
 

04 enero, 2014

Beata Angela de Foligno


Oh, Beata Angela de Foligno, vos, sois
 la hija del Dios de la vida y su amada
 beata. Aquella mujer que, de Dios mismo
 recibió consejo sabio, de que, el camino
 mejor para la santidad alcanzar, estudiar
 la vida de Cristo es, y tratar de imitarlo,
 cuestión que vos, hicisteis de singular
 manera. “Yo, Angela de Foligno, tuve que
 atravesar muchas etapas en el camino
 de la penitencia o conversión. La primera
 fue convencerme de lo grave y dañoso
 que es el pecado. La segunda el sentir
 arrepentimiento y vergüenza de haber
 ofendido al buen Dios. La tercera hacer
 confesión de todos mis pecados. La cuarta
 convencerme de la gran misericordia
 que Dios tiene para con el pecador
 que quiere ser perdonado. La quinta el ir
 adquiriendo un gran amor y estimación
 por todo lo que Cristo sufrió por nosotros.
 La sexta adquirir un amor por Jesús
 Eucaristía. La séptima aprender a orar,
 especialmente recitar con amor y atención
 el Padrenuestro. La octava tratar de vivir
 en continua y afectuosa comunicación
 con Dios”. Palabras de vuestra autobiografía,
 que reflejan vuestro amor con Dios Padre
 y Cristo Jesús, Dios y Señor Nuestro.
 Así, en vos obró, la Divina Providencia,
 y os brindó una nueva vida, hasta convertiros
 en alguien que la vida de contemplación
 y de la comunicación con Dios amasteis,
 toda convertida en santa mística, tanto
 que, en la Misa, a Jesucristo veíais,
 en la Santa Hostia, muchas veces. Hoy,
 ya no lo contempláis de cuando en vez,
 sino, por la eternidad, porque, corona
 de luz tenéis y vivís a su lado brillando
 santamente, como premio a vuestro amor,
 oh, Santa Angela de Foligno, “luz y vida ”.


© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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04 de Enero
Santa Angela de Foligno
Beata


Señor: Tú que le dijiste en una visión a Santa Angela:

“el mejor camino para llegar a la santidad es estudiar la vida de Cristo en el Evangelio y tratar de imitarlo”. Haz que nosotros estudiemos la vida de Jesús y la imitemos siempre. Amén.

Murió el 4 de enero de 1309 en Foligno, Italia, donde había nacido en 1248. Iglesia
Es una de las místicas más famosas que ha tenido la Católica (se llama mística a la persona que se dedica a la vida de contemplación y de comunicación con Dios).
 
En los primeros años de su vida fue una pecadora: orgullosa, vanidosa, poco piadosa y dedicada a la vida mundana. Se casó muy joven y tuvo varios hijos. Poseía riquezas, castillos, lujos, joyas y fincas, pero nada de esto la hacía feliz.
 
En 1283, cuando ella tenía 35 años de edad, mueren sucesivamente su madre, su esposo y sus hijos. En medio de la inmensa pena, Angela va al templo y oye predicar a un franciscano, el Padre Arnoldo, y durante el sermón se da cuenta de lo equivocadamente que ha vivido. Hace una confesión general de toda su vida. Se hace terciaria franciscana. Va en peregrinación a Asís, y San Francisco en una visión le dice que es necesario hacer dos cosas muy importantes: vender todo lo que tiene, darlo a los pobres, y… dedicarse a meditar en la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.
 
Así lo hace. Lo vende todo, menos un castillo o palacio que estima muchísimo. Hasta que en una visión oye decir a Cristo crucificado: “¿Y por amor a tu Redentor no serás capaz de sacrificar también tu palacio preferido?”. Lo vende también y todo el dinero recogido lo distribuye entre los pobres. Vende todas sus joyas y lujos, reparte el dinero entre los más necesitados, y se dedica a la vida de contemplación y meditación en la Vida, Pasión y Muerte del Señor.
 
Ha sido llamada la Mística de la Pasión de Cristo. Y fue tan grande el amor que adquirió hacia la Pasión y Muerte del Señor, que le bastaba mirar una imagen de Jesús doliente u oír hablar de su Santísima Pasión para que se enrojeciera su rostro y quedara como en éxtasis. En visiones se la puede comparar a Santa Teresa y a Santa Catalina.
 
Al Padre Arnoldo le dictó su Autobiografía. En ella dice lo siguiente: “Yo, Angela de Foligno, tuve que atravesar muchas etapas en el camino de la penitencia o conversión. La primera fue convencerme de lo grave y dañoso que es el pecado. La segunda el sentir arrepentimiento y vergüenza de haber ofendido al buen Dios. La tercera hacer confesión de todos mis pecados. La cuarta convencerme de la gran misericordia que Dios tiene para con el pecador que quiere ser perdonado. La quinta el ir adquiriendo un gran amor y estimación por todo lo que Cristo sufrió por nosotros. La sexta adquirir un amor por Jesús Eucaristía. La séptima aprender a orar, especialmente recitar con amor y atención el Padrenuestro. La octava tratar de vivir en continua y afectuosa comunicación con Dios”.
En la Santa Misa veía muchas veces a Jesucristo en la Santa Hostia.
 
A su alrededor se reunía frecuentemente un selecto grupo de hombres y mujeres, terciarios franciscanos, a los cuales fue bendiciendo uno por uno como una madre cariñosa, la tarde del 4 de enero de 1309, y luego santamente y en gran paz, su alma voló a la eternidad.
Sobre su sepulcro se han obrado innumerables milagros.
 

03 enero, 2014

Así, era el Padre Jorge Loring, sj: Por qué hay que ir a Misa

 
 
El jesuita Jorge Loring, que falleció el pasado día de Navidad a los 92 años de edad, se hizo famoso por sus respuestas directas a preguntas directas. A lo largo de su vida vio como se reducía el porcentaje de personas que asistían a Misa los domingos.
 
En su opinión, tenía más que ver con la ignorancia que con la pereza io la falta de fe. En su libro “Anécdotas de una vida apostólica” (De Buena Tinta), explica cómo respondía a la pregunta “¿por qué me piden ir a misa, si no tengo ganas?”
 
Lo reproducimos aquí.

Por qué hay que ir a Misa,
por Jorge Loring, sj


Es de pena la tremenda ignorancia religiosa que hay sobre el valor de la Santa Misa.
Muchos dicen que no van a Misa porque no sienten nada. Están en un error.
 
El cristianismo no es cuestión de emociones, sino de valores. Los valores están por encima de las emociones y prescinden de ellas.
 
Una madre prescinde de si tiene o no ganas de cuidar a su hijo, pues su hijo es para ella un valor.
Quien sabe lo que vale una Misa, prescinde de si tiene ganas o no. Procura no perder ninguna, y va de buena voluntad.
 
La voluntad no coincide siempre con el tener ganas. Tú vas al dentista voluntariamente, porque comprendes que tienes que ir; pero puede que no tengas ningunas ganas de ir.
 
Algunos dicen que no van a Misa porque para ellos eso no tiene sentido. ¿Cómo va a tener sentido si tienen una lamentable ignorancia religiosa?
 
A nadie puede convencerle lo que no conoce. A quien carece de cultura, tampoco le dice nada un museo. Pero una joya no pierde valor porque haya personas que no saben apreciarla. Hay que saber descubrir el valor que tienen las cosas para poder apreciarlas.
 
Otros dicen que no van a Misa porque no les apetece, y para ir de mala gana, es preferible no ir.
Si la Misa fuera una diversión, sería lógico ir sólo cuando apetece. Pero las cosas obligatorias hay que hacerlas con ganas y sin ganas.
 
No todo el mundo va a clase o al trabajo porque le apetece. A veces hay que ir sin ganas, porque tenemos obligación de ir.
 
Que uno fume o deje de fumar, según las ganas que ten- ga, pase. Pero el ir a trabajar no puede depender detener o no ganas. Lo mismo pasa con la Misa.
El cumplimiento de las obligaciones no se limita a cuando se tienen ganas. Lo sensato es poner buena voluntad en hacer lo que se debe.
 
Muchos cristianos no caen en la cuenta del valor incomparable de la Santa Misa.
En la misión de Torrevieja (Alicante), los misioneros nos alojábamos en un hotel. Yo hablaba en el casino a la juventud mayor de dieciséis años.
 
Durante la comida nos dijo el padre Pardo:

—Hoy les he dicho a los estudiantes una cosa que les ha hecho impacto.
—¿Qué?
—Hablando del valor de la Misa les he dicho que si a mí me dieran un millón de pesetas para que dejara la Misa, dejaría el millón, no la Misa. ¡Pusieron unas caras de admiración!
Y yo le dije: —¡Magnífica idea!
 
Yo haría lo mismo. Unos días después al decir yo esto en unas conferencias que estaba dando en Écija, el millón me pareció poco, y dije: diez, cincuenta, cien, mil millones, ni por todo el oro del mundo dejaría yo de decir una sola Misa.
 
Repartiendo mil millones de pesetas yo podría hacer mucho bien: pues ayudo más a la humanidad diciendo una Misa; pues los mil millones de pesetas tienen un valor finito, y la Santa Misa es de valor infinito.
 
Cuando sabes lo que vale una Misa, no te importan los sacrificios que tengas que hacer por no perderla.
 
En una ocasión viajaba yo de Barcelona a Sevilla en el tren expreso que en Barcelona llamaban «el sevillano» y en Sevilla «el catalán».
 
Salimos de Barcelona a las once de la noche. Se llegaba a Sevilla a las seis de la tarde del día siguiente. Por la mañana la gente del departamento sacaba sus bocadillos para desayunar. Yo con mi libro, sin levantar cabeza.
 
Llegó el mediodía y la gente volvió a sacar sus bocadillos. Y yo, nada. Al ver la gente que yo no tomaba nada, me ofrecían:

—Padre, ¿quiere un bocadillo?
—No. Muchas gracias.
—Pero si no ha tomado nada desde que salimos de Barcelona.
—Es que al llegar a Sevilla quiero decir Misa.
 
En aquel tiempo el ayuno eucarístico había que guardarlo desde las doce de la noche anterior. No se podía tomar ni un vaso de agua antes de la Misa. Los del departamento se quedaron admirados. Pero yo prefería no tomar nada y poder decir Misa al llegar.
 
En Sevilla, mientras llegué a mi casa, me duché y dije Misa, me dieron la nueve de la noche. Entonces desayuné, comí y cené, todo junto. Me sacrifiqué un poco, pero dije Misa que vale mucho más.
 
Lo que vale una misa lo expresa el padre Royo, O.P., diciendo: «Una sola misa glorifica a Dios más que toda la gloria que le dan todos los santos del cielo, incluida la Santísima Virgen, por toda la eternidad».
 
Esto parece exageración, pero cuando te lo explica lo comprendes. La gloria que dan los santos y la Virgen es gloria de criatura. La Santísima Virgen es la joya de la humanidad, la perla de la creación, pero criatura. Y en la Santa Misa es Cristo-Dios quien se sacrifica; y esto vale mucho más.