31 marzo, 2024
Domingo de Resurrección
30 marzo, 2024
Sábado Santo
30 de Marzo
Sábado Santo
Es Sábado Santo, el día de la espera. El cuerpo inerte de Jesús ha sido colocado en el sepulcro y, no muy lejos de allí, María permanece en oración, acompañando a la Iglesia.
Jesús desciende al abismo y un profundo silencio envuelve la tierra
En el año 2010, el Papa Benedicto XVI se refería al Sábado Santo como “el día del ocultamiento de Dios” al comentar un antiguo texto de la tradición sobre las horas posteriores a la muerte del Reconciliador. Decía el Papa: «El Sábado Santo es el día del ocultamiento de Dios, como se lee en una antigua homilía [cuyo autor se desconoce]: “¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y una gran soledad, porque el Rey duerme (...) Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción a los infiernos” (Homilía sobre el Sábado Santo: PG 43, 439)».
Estas palabras evocan aquello que repetimos en el Credo cuando profesamos que Jesucristo “padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos”.
Creer que Cristo “descendió a los infiernos” tiene un profundo significado. El Señor ha llevado su amor a niveles impensables: por su muerte ha penetrado la soledad más absoluta en la lejanía más extrema. Desde aquel primer Sábado Santo de la historia sabemos que no hay nada que pueda escapar al amor de Dios; en la más profunda tiniebla ha brillado la Luz de Cristo.
María, Madre de la esperanza, nos enseña a confiar
En ese momento, cuando Dios se ha retirado del mundo y todo es desolación, María sigue confiando en las promesas de su Hijo y conserva la esperanza en el interior. Si todos le han dado la espalda al Hijo o son presa del temor, Ella no. María seguirá de pie, esperando en Él.
La Virgen ha sido toda su vida “Madre de la espera paciente", y hoy no será la excepción. No hay duda de que su dolor es “inmenso como el mar”, como canta un antiguo poema, pero tampoco hay espacio para dudar sobre su fe: la Virgen mantuvo viva la llama de la confianza en medio de la tempestad.
El P. Juan José Paniagua, colaborador de ACI Prensa, en una de sus reflexiones sobre el Sábado Santo recordaba que muchos de los seguidores de Jesús -amigos, discípulos, apóstoles- se desilusionaron porque creían que él iba a ser el “gran Mesías” de Israel: un guerrero que los liberaría del dominio romano con puño de hierro y un ejército numeroso. Al ver que Cristo se dejó crucificar y murió, muchos quedaron tristes y desilusionados.
“Jesús fracasó, volvamos a nuestras tareas ordinarias”, pensarían los discípulos que iban camino de Emaús. Y es que en el grupo más cercano a Jesús -a excepción de María, Juan y algunas mujeres- era presa del pánico y se hallaban escondidos.
Aún más: incluso entre aquellas mujeres que estuvieron al pie de la Cruz acompañando a la Madre se daba por muerto al Maestro; y muerto quería decir final. Como se sabe, ellas acudieron a embalsamar el cuerpo del Señor, algo que sólo era concebible si está la convicción de que todo ha terminado -u olvidaron la promesa de la resurrección de Cristo, o, lo que sería peor, recordándola, no le dieron el debido crédito-.
¡Qué contraste con la Virgen!, la única mujer que no se dejó abatir por el desaliento, que no dudo. ¡Bendita sea la Madre de Dios! ¡Ella se mantuvo firme!
Eso lo cambia todo. Hoy es “el día del ocultamiento de Dios'', cierto, pero al mismo tiempo es la “hora de María”, la hora de la fe.
Bienaventurados los que creen sin haber visto (Jn 20, 29)
Quizás sea la falta de fe lo que explique por qué, cuando las mujeres encontraron el sepulcro vacío, “estaban desconcertadas”, “llenas de temor” (Cfr. Lc 24, 4-5). No entendían por qué no estaba el cuerpo de Jesús donde lo habían dejado. Dice el relato de San Juan: “Y le dijeron [los ángeles]: Mujer, ¿por qué lloras? Ella les dijo: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto” (Jn 20, 13). Sólo cuando ven a Cristo aparecer, creen.
La Virgen María, en cambio, no fue al sepulcro porque conservaba intactas la fe y la esperanza. Ella sí había conservado la palabra de Dios en lo profundo del corazón, aferrándose a esta. No estaba desilusionada, ni asustada, ni desconfiaba. La Madre confió y esperó la resurrección del Hijo. ¡Bendita tú entre las mujeres!
(https://www.aciprensa.com/.../sabado-santo-el-dia-en-que...)
29 marzo, 2024
Viernes Santo
Las Siete Palabras de Cristo en la Cruz
LAS SIETE PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ
P. Pedro CASALDÁLIGA
I. «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»
sabemos que nos amas,
porque ya hemos visto tus maneras
en los ojos y en la boca de tu Hijo Jesús.
Ya no eres más para nosotros el Dios terrible.
¡Sabemos que eres Amor!
Sabemos que no sabes castigar…
Tú eres un Dios vencido en la ternura.
Tú esperas siempre, Padre, y acoges y restauras la vida
hasta de los asesinos de tu Hijo
(que somos todos nosotros).
Atiende este pedido de tu Hijo en la cruz,
prueba mayor de tu amor de Padre.
de cuantos retornamos buscando tu abrazo!
¡qué fácil es robarte el Paraíso!
Bandidos todos nosotros,
depredadores
del Cosmos y de la Vida,
sólo podemos salvarnos
asaltándote, Cristo,
en nuestro «hoy» diario-
esa Misericordia que chorrea en tu sangre…
Tu corazón reclama, impaciente, a todos los marginados,
a todos los prohibidos.
Tú nos conoces bien, y nos consientes,
hermano de cruz y cómplice de sueños,
compañero de todos los caminos,
¡Tú eres el Camino y la Llegada!
¡tú eres la bendita entre todas las mujeres!
Madre de todas las madres, dulce Madre nuestra,
¡por causa de ese Hijo, hermano de todos!
¡Hagamos la familia de todas las familias de todas las naciones!
A cuenta de esa Carne, hermana de toda carne,
destrozada en la cruz, Hostia del mundo.
necesitamos, Madre, tu agasajo,
sombra clara de Dios en toda cruz humana,
divina canción de cuna en todo humano sueño.
¡oh Maestra del Evangelio!
Queremos ser herederos de Jesús,
oh Madre, ¡vida de la Vida!
tú sabes bien, María,
que nos ganas a todos y no pierdes el Hijo
ya de vuelta a su Padre,
para esperarnos con la Casa pronta.
se hacen hematoma en tu Carne, oh Verbo.
Todos nuestros rictus te deforman el Rostro.
En tu soledad se refugian
todas las soledades de la Historia Humana…
(¡misteriosa victoria!)
detonan, oh Jesús, todos nuestros gritos ahogados,
todas nuestras blasfemias…
-Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
¿Por qué nos abandonas
en la duda, en el miedo, en la impotencia?
¿Por qué te callas, Dios, por qué te callas
delante de la injusticia,
en Rio o en Colombia,
en Africa, en el mundo,
ante los tribunales o en los bancos…?
¿No te importan los hijos que engendraste?
¿No te importa tu Nombre?
Es la hora de la fe, oscura y desnuda,
del silencio de Dios, para todos nosotros…
En el manantial quebrado de tu Cuerpo
los ángeles se sacian.
Y todos los humanos
bebemos en tus ojos moribundos
la luz que no se apaga.
por todo el egoísmo que brota de la Humanidad,
tienes la sed del Amor que no tenemos,
ebrios de tantas aguas suicidas…
que será de esa boca, reseca por la sed,
de donde nos vendrá el Himno de la Alegría,
el Vino de la Fraternidad,
¡la crecida jubilosa de la Tierra Prometida!
¡Danos la sed de Dios!
De nuestra parte,
nos falta aún ese largo día a día
de cada historia humana,
de toda la Humana Historia.
Todo está por hacer, a la luz del Reino,
en esta noche que nos cerca
(de lucro y de egoísmo,
de miedo y de mentira,
de odios y de guerras).
y Tú has rendido el ciento, el infinito.
Todo está consumado,
en el Perdón y en la Gloria.
Todo puede ser Gracia,
en la lucha y en el camino.
Y eres, por fin, ¡la Llegada!
En tu Cruz se anulan
el poder del Pecado
y la sentencia de la Muerte.
Todo canta Esperanza…
de siempre igual a El,
Tú has venido del Padre.
Y ahora al Padre vuelves
desde nosotros, igual a nosotros,
Dios y Hombre para siempre.
el Padre te acoge, Hijo Bienamado,
Amén de su Amor ya satisfecho.
como un fantasma inútil, para siempre.
Y en tus Manos reposan nuestras vidas,
vencedoras de la muerte, a su hora.
En tu Paz descansa esperanzada
nuestra agitada paz.
en la Paz del Padre, eterna,
Tú que eres ¡nuestra Paz!
28 marzo, 2024
Jueves Santo
27 marzo, 2024
Miércoles Santo
Miércoles 27 de Marzo
Miércoles Santo
Hoy, Miércoles Santo, concluye la Cuaresma y, al mismo tiempo, termina la primera parte de la Semana Santa, la Semana Mayor. Mañana, jueves, se da inicio al Triduo Pascual, núcleo de las celebraciones litúrgicas de la Iglesia dentro del año.
Miércoles, el Día de la Traición
En este día se recuerda el episodio más oscuro de la vida de Judas Iscariote, el traidor, nada menos que uno de los Doce. Hoy viene a nuestras mentes, siguiendo las Sagradas Escrituras, la noche en la que el Iscariote se reúne con el Sanedrín, tribunal religioso judío, y pacta con sus miembros la manera de entregar a Jesús a cambio de 30 monedas.
El plan para matar a Jesús está en marcha. Por esta razón, muchos se refieren al Miércoles Santo como “el primer día de luto de la Iglesia”.
Judas, a quien Jesús “trató como a un amigo” (Mt 26, 50)
Los siguientes párrafos están tomados de la Audiencia General del Papa Benedicto XVI del 18 de octubre de 2006:
Ya sólo el nombre de Judas suscita entre los cristianos una reacción instintiva de reprobación y de condena.
(…) [Varios] pasajes muestran que la traición se estaba gestando: «Aquel que lo traicionaba», se dice de él durante la última Cena, después del anuncio de la traición (cf. Mt 26, 25) y luego en el momento en que Jesús fue arrestado (cf. Mt 26, 46. 48; Jn 18, 2. 5)… La traición en cuanto tal tuvo lugar en dos momentos: ante todo en su gestación, cuando Judas se pone de acuerdo con los enemigos de Jesús por treinta monedas de plata, y después en su ejecución con el beso que dio al Maestro en Getsemaní.
En cualquier caso, los evangelistas insisten en que le correspondía con pleno derecho el título de Apóstol: repetidamente se le llama «uno de los Doce» (Mt 26, 14. 47; Mc 14, 10. 20; Jn 6, 71) o «del número de los Doce» (Lc 22, 3). Más aún, en dos ocasiones Jesús, dirigiéndose a los Apóstoles y hablando precisamente de él, lo indica como «uno de vosotros» (Mt 26, 21; Mc 14, 18; Jn 6, 70; 13, 21).
Se trata, por tanto, de una figura perteneciente al grupo de los que Jesús había escogido como compañeros y colaboradores cercanos. Esto plantea dos preguntas al intentar explicar lo sucedido. La primera consiste en preguntarnos cómo es posible que Jesús escogiera a este hombre y confiara en él. Ante todo, aunque Judas era de hecho el ecónomo del grupo (cf. Jn 12, 6; 13, 29), en realidad también se le llama «ladrón» (Jn 12, 6). Es un misterio su elección, sobre todo teniendo en cuenta que Jesús pronuncia un juicio muy severo sobre él: «¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!» (Mt 26, 24).
Es todavía más profundo el misterio sobre su suerte eterna, sabiendo que Judas «acosado por el remordimiento, devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: ‘Pequé entregando sangre inocente’ (Mt 27, 3-4). Aunque luego se alejó para ahorcarse (cf. Mt 27, 5).
Una segunda pregunta atañe al motivo del comportamiento de Judas: ¿por qué traicionó a Jesús? (…) Algunos recurren al factor de la avidez por el dinero; otros dan una explicación de carácter mesiánico: Judas habría quedado decepcionado al ver que Jesús no incluía en su programa la liberación político-militar de su país.
En realidad, los textos evangélicos insisten en otro aspecto: Juan dice expresamente que «el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo» (Jn 13, 2); de manera semejante, Lucas escribe: «Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los Doce» (Lc 22, 3). De este modo, se va más allá de las motivaciones históricas y se explica lo sucedido basándose en la responsabilidad personal de Judas, que cedió miserablemente a una tentación del Maligno.
Un acercamiento al Evangelio de hoy: Miércoles Santo
La lectura del Evangelio de hoy está tomada de San Mateo 26, 14 – 25. Jesús y los doce se encuentran a la espera de la Pascua. Los versículos introductorios registran el momento en que Jesús es traicionado:
«Entonces uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: “¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?” Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle» (Jn 26, 14 – 16). Mientras Judas consumaba su traición, no muy lejos, Jesús sufría horas de angustia.
El Iscariote, en su corazón endurecido, en su mirada corta, había resuelto entregar al amigo y Maestro. Las dudas se “habían disipado” para él: Jesús le había resultado una decepción, alguien que no cumplía con sus “estándares” o expectativas; o, si acaso quedase una mínima posibilidad, de pronto, al verse enfrentado a la muerte, Jesús “despertaría” y se rebelaría contra el invasor romano. Así su decepción desaparecería de cuajo y lo convertiría en el héroe que precipitó la “revolución” de Israel. Nada de esto sucedió. Y si existió alguna vez el deseo de darle “una última oportunidad” al Señor, sin duda, esta no habría nacido ni de la fe ni de la esperanza, y mucho menos del amor.
Al entregar al Maestro por treinta monedas, Judas, quien presumía ser el más astuto de los discípulos, dejaba en evidencia que no había entendido nada y que, por lo tanto, habría de fallar en todos los cálculos. Creyéndose vivo, ya podía ser contado entre los muertos:
«Y mientras comían, [Jesús] dijo: “Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará”.
Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno a uno: “¿Acaso soy yo, Señor?”. El respondió: “El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!”. Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: “¿Soy yo acaso, Rabbí?” Dícele: “Sí, tú lo has dicho”» (Jn 26, 21-25).
26 marzo, 2024
Martes Santo
25 marzo, 2024
Lunes Santo
24 marzo, 2024
Domingo de Ramos (B)
23 marzo, 2024
Santo Toribio de Mogrovejo, Arzobispo de Lima y Patrono de los Obispos de Latinoamérica
¡Oh!; Santo Toribio de Mogrovejo, vos, sois el hijo del Dios
de la Vida y su amado santo, que abrazasteis la Cruz de Cristo
en el continente viejo, y extendisteis vuestro amoroso corazón
a la “américa morena”, y, como si el espíritu de San Pablo, viviese
en vos, “de palmo a palmo” la recorristeis, y extendisteis
la palabra del Dios Vivo, entre la gente de vuestro tiempo.
Vos, sabéis que no habrá, ni hay dicha más grande, que la que
Dios os concedió: confirmar en la fe de Nuestro Señor Jesús
a los que hoy, santos ya, como vos, la gloria de los cielos
comparten: Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano y el “santo
de la escoba”: el milagroso San Martín de Porres. Celebrabais
la Santa Misa con gran amor y fervor, y varias veces os vieron
que mientras rezabais se os llenaba el rostro de resplandores.
Recorristeis unos cuarenta mil kilómetros visitando y ayudando
a vuestros fieles y, enviasteis al final de vuestra vida
una larga relación al rey, contándole que habías administrado
el sacramento de la confirmación a más de ochocientas mil
personas. Os propusisteis con fe, y así lo hicisteis, en reunir
a los sacerdotes y obispos de América, en Sínodos para dictar
leyes relativas al comportamiento de los católicos. Vos,
muy temprano solíais decir: “Nuestro gran tesoro es el momento
presente. Tenemos que aprovecharlo para ganarnos con él la
vida eterna. El Señor Dios nos tomará estricta cuenta del modo
como hemos empleado nuestro tiempo”. Fundasteis el primer
Seminario de América, y pedíais a vuestros religiosos aceptar
parroquias en sitios pobres, y así, duplicasteis el número
de ellas en vuestro territorio. Vuestra gran generosidad
os llevaba a repartir a los pobres todo lo que poseíais. Cuando
la epidemia llegó, gastasteis vuestros bienes en socorrer
a los enfermos, y vos, mismo recorristeis las calles acompañado
de una gran multitud, llevando en vuestras manos un gran crucifijo
rezándole a Dios por misericordia y salud para todos. Y, así,
transcurrió vuestra vida, y un día, luego de haberla gastado
en extraordinaria buena lid, voló vuestra alma al cielo mientras
estabais predicando y confirmando a los indígenas en la fe
de vuestro amado Cristo. Antes de morir repetisteis las palabras
de San Pablo: “Deseo verme libre de las ataduras de este cuerpo
y quedar en libertad para ir a encontrarme con Jesucristo”.
Moribundo casi, pedisteis a los que os rodeaban vuestro lecho
que entonaran el salmo que dice: “De gozo se llenó mi corazón
cuando escuché una voz: iremos a la Casa del Señor. Que alegría
cuando me dijeron vamos a la Casa del Señor”. Y, luego dijisteis
las palabras de salmo treinta: “En tus manos encomiendo mi
espíritu”. ¿Qué premio podríais tener vos, si la tarea vuestra,
fue hecha casi perfecta? ¡Solo una! ¡Corona de luz eterna recibir!
Que es la misma que lucís hoy, y cuya brillantez alumbra y guía
a todos vuestros fieles de hoy, como justa retribución a vuestra
gigante entrega de amor y fe, por la gloria del Dios de la Vida;
¡Oh!; Santo Toribio “vivo evangelizador del Dios de la Vida y del Amor”.
© 2024 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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23 de Marzo
Santo Toribio de Mogrovejo
Arzobispo de Lima
(año 1606)
Los historiadores dicen que Santo Toribio fue uno de los regalos más valiosos que España le envió a América. Las gentes lo llamaban un nuevo San Ambrosio, y el Papa Benedicto XIV dijo de él que era sumamente parecido en sus actuaciones a San Carlos Borromeo, el famoso Arzobispo de Milán.
Nació en Mayorga, España, en 1538. Los datos acerca de este Arzobispo, personaje excepcional en la historia de Sur América, producen asombro y maravilla.
Toribio era graduado en derecho, y había sido nombrado Presidente del Tribunal de Granada (España) cuando el emperador Felipe II al conocer sus grandes cualidades le propuso al Sumo Pontífice para que lo nombrara Arzobispo de Lima. Roma aceptó y envió en nombramiento, pero Toribio tenía mucho temor a aceptar. Después de tres meses de dudas y vacilaciones aceptó.
El Arzobispo que lo iba a ordenar de sacerdote le propuso darle todas las órdenes menores en un solo día, pero él prefirió que le fueran confiriendo una orden cada semana, para así irse preparando debidamente a recibirlas.
En 1581 llegó Toribio a Lima como Arzobispo. Su arquidiócesis tenía dominio sobre Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Bolivia, Chile y parte de Argentina. Medía cinco mil kilómetros de longitud, y en ella había toda clase de climas y altitudes. Abarcaba más de seis millones de kilómetros cuadrados.
Al llegar a Lima Santo Toribio tenía 42 años y se dedicó con todas sus energías a lograr el progreso espiritual de sus súbditos. La ciudad estaba en una grave situación de decadencia espiritual. Los conquistadores cometían muchos abusos y los sacerdotes no se atrevían a corregirlos. Muchos para excusarse del mal que estaban haciendo, decían que esa era la costumbre. El arzobispo les respondió que Cristo es verdad y no costumbre. Y empezó a atacar fuertemente todos los vicios y escándalos. A los pecadores públicos los reprendía fuertemente, aunque estuvieran en altísimos puestos.
Las medidas enérgica que tomó contra los abusos que se cometían, le atrajeron muchos persecuciones y atroces calumnias. El callaba y ofrecía todo por amor a Dios, exclamando, “Al único que es necesario siempre tener contento es a Nuestro Señor”.
Tres veces visitó completamente su inmensa arquidiócesis de Lima. En la primera vez gastó siete años recorriéndola. En la segunda vez duró cinco años y en la tercera empleó cuatro años. La mayor parte del recorrido era a pie. A veces en mula, por caminos casi intransitables, pasando de climas terriblemente fríos a climas ardientes. Eran viajes para destruir la salud del más fuerte. Muchísimas noches tuvo que pasar a la intemperie o en ranchos miserabilísmos, durmiendo en el puro suelo. Los preferidos de sus visitas eran los indios y los negros, especialmente los más pobres, los más ignorantes y los enfermos.
Logró la conversión de un enorme número de indios. Cuando iba de visita pastoral viajaba siempre rezando. Al llegar a cualquier sitio su primera visita era al templo. Reunía a los indios y les hablaba por horas y horas en el idioma de ellos que se había preocupado por aprender muy bien. Aunque en la mayor parte de los sitios que visitaba no había ni siquiera las más elementales comodidades, en cada pueblo se quedaba varios días instruyendo a los nativos, bautizando y confirmando.
Celebraba la misa con gran fervor, y varias veces vieron los acompañantes que mientras rezaba se le llenaba el rostro de resplandores.
Santo Toribio recorrió unos 40,000 kilómetros visitando y ayudando a sus fieles. Pasó por caminos jamás transitados, llegando hasta tribus que nunca habían visto un hombre blanco.
Al final de su vida envió una relación al rey contándole que había administrado el sacramento de la confirmación a más de 800,000 personas.
Una vez una tribu muy guerrera salió a su encuentro en son de batalla, pero al ver al arzobispo tan venerable y tan amable cayeron todos de rodillas ante él y le atendieron con gran respeto las enseñanzas que les daba.
Santo Toribio se propuso reunir a los sacerdotes y obispos de América en Sínodos o reuniones generales para dar leyes acerca del comportamiento que deben tener los católicos. Cada dos años reunía a todo el clero de la diócesis para un Sínodo y cada siete años a los de las diócesis vecinas. Y en estas reuniones se daban leyes severas y a diferencia de otras veces en que se hacían leyes pero no se cumplían, en los Sínodos dirigidos por Santo Toribio, las leyes se hacían y se cumplían, porque él estaba siempre vigilante para hacerlas cumplir.
Nuestro santo era un gran trabajador. Desde muy de madrugada ya estaba levantado y repetía frecuentemente: “Nuestro gran tesoro es el momento presente. Tenemos que aprovecharlo para ganarnos con él la vida eterna. El Señor Dios nos tomará estricta cuenta del modo como hemos empleado nuestro tiempo”.
Fundó el primer seminario de América. Insistió y obtuvo que los religiosos aceptaran parroquias en sitios supremamente pobres. Casi duplicó el número de parroquias o centros de evangelización en su arquidiócesis. Cuando él llegó había 150 y cuando murió ya existían 250 parroquias en su territorio.
Su generosidad lo llevaba a repartir a los pobres todo lo que poseía. Un día al regalarle sus camisas a un necesitado le recomendó: “Váyase rapidito, no sea que llegue mi hermana y no permita que Ud. se lleve la ropa que tengo para cambiarme”.
Cuando llegó una terrible epidemia gastó sus bienes en socorrer a los enfermos, y él mismo recorrió las calles acompañado de una gran multitud llevando en sus manos un gran crucifijo y rezándole con los ojos fijos en la cruz, pidiendo a Dios misericordia y salud para todos.
El 23 de marzo de 1606, un Jueves Santo, murió en una capillita de los indios, en una lejana región, donde estaba predicando y confirmando a los indígenas.
Estaba a 440 kilómetros de Lima. Cuando se sintió enfermo prometió a sus acompañantes que le daría un premio al primero que le trajera la noticia de que ya se iba a morir. Y repetía aquellas palabras de San Pablo: “Deseo verme libre de las ataduras de este cuerpo y quedar en libertad para ir a encontrarme con Jesucristo”.
Ya moribundo pidió a los que rodeaban su lecho que entonaran el salmo que dice: “De gozo se llenó mi corazón cuando escuché una voz: iremos a la Casa del Señor. Que alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor”.
Las últimas palabras que dijo antes de morir fueron las del salmo 30: “En tus manos encomiendo mi espíritu”.
Su cuerpo, cuando fue llevado a Lima, un año después de su muerte, todavía se hallaba incorrupto, como si estuviera recién muerto.
Después de su muerte se consiguieron muchos milagros por su intercesión. Santo Toribio tuvo el gusto de administrarle el sacramento de la confirmación a tres santos: Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano y San Martín de Porres.
El Papa Benedicto XIII lo declaró santo en 1726.
Y toda América del Sur espera que este gran santo e infatigable apóstol, quizás el más grande obispo que ha vivido en este continente, siga rogando para que nuestra santa religión se mantenga fervorosa y creciente en todos estos países.
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Toribio_de_Mogrovejo.htm)