13 enero, 2015

San Hilario de Poitiers

 

Oh, San Hilario, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo e ilustre defensor
de la fe en vuestro tiempo. Aquél que, con
el verbo y la palabra esclarecer lograsteis,
la vana pretensión, que socavar intentaban
los cimientos de luz, que reposaban a vos gracias,
más fuertes y prístinos por los siglos de los
siglos. Y, todo por la gloria de Aquél que todo
lo ve, el Dios eterno. Vos, sosteníais la unidad
de las Tres Personas distintas y un solo Dios,
y que, el Verbo, Hombre se había hecho, para
nuestra salvación. Entonces, Constancio emperador,
parte tomó de la arriana herejía, y os desterró
a Frigia y desde allí, decíais: “Permanezcamos
siempre en el destierro, con tal que se predique
la verdad”. Vos, nos legasteis vuestro “Tratado
de los Sínodos” y los doce libros Sobre la Trinidad,
vuestra obra maestra. Pero, todo mal, su fin
tiene, y volvisteis a Poitiers, recibido siendo
por los católicos, listo para realizar vuestra
labor de exégesis. Y, así, compusisteis también
himnos y os atribuyeron con razón el “Gloria in
excelsis”, y además el primero en introducir
los cánticos en las iglesias de Occidente. Y,
por vuestro profundo amor a ella, y su defensa,
os llaman el “Atanasio de Occidente”. Hoy, corona
de luz, lucís como premio a vuestra entrega de amor;
Oh, San Hilario de Poitiers, “sonrisa de Dios”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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13 de enero
San Hilario de Poitiers
Obispo y doctor de la Iglesia

Su nombre significa “sonriente”, nació en Poitiers, Francia, hacia el año 315. Sus padres eran nobles, pero gentiles. Ávido de saber, cultivó las letras y la filosofía. Después dio con los libros sagrados, y el Evangelio de San Juan iluminó su espíritu. En el año 345 recibió el bautismo. Desde entonces vivió con tanta honestidad y virtud que, al fallecer el obispo de Poitiers, fue escogido para ocupar aquella sede. Era el año 350.

El siglo en que vivió Hilario estaba convulsionado por contiendas dogmáticas, sobre todo por la herejía arriana, que afirmaba que el Verbo no era Dios, sino sólo la primera de las criaturas creadas por Dios. Hilario sostenía, de acuerdo con la ortodoxia, la unidad de las tres personas, y que el Verbo divino se había hecho hombre para convertir en hijos de Dios a los que lo recibiesen. Los seguidores de Arrio consiguieron que el emperador Constancio, inficionado de la herejía, desterrase a Hilario a Frigia, provincia romana de Asia, situada en la extremidad del Imperio. Hacia allí se dirigió a fines del 356.

Durante cuatro años recorrió las ciudades de Oriente, discutiendo. “Permanezcamos siempre en el destierro -repetía- con tal que se predique la verdad”. Al mismo tiempo enviaba a Occidente su tratado de los Sínodos y en 359 los doce libros Sobre la Trinidad, que se consideraba su mejor obra.
Llamado por una orden general del emperador, asistió al concilio que se realizó en Seleucia de Isauria, ciudad del Asia Menor, en la región montañosa de Tauro. Allí trató Hilario sobre los altos y dificultosos misterios de la fe. Después pasó a Constantinopla, donde en un escrito presenta al emperador como Anticristo. Considerado como un agitador e intimidados por su intrepidez, sus mismos enemigos trabajaron para echarlo de Oriente.

Así volvió Hilario a Poitiers. San Jerónimo refiere el júbilo con que fue recibido por los católicos. Allí realizó una profunda labor de exégesis, en los tratados que escribió sobre los divinos misterios, sobre los salmos y sobre san Mateo. Compuso también himnos y algunos le atribuyeron el “Gloria in excelsis”.

Según Isidoro de Savella, Hilario fue el primero que introdujo los cánticos en las iglesias de Occidente. Vuelve a la lucha. En Milán está el arriano Auxencio. Hilario lo combate con su característica intrepidez y es condenado a abandonar Italia bajo pretexto de introducir la discordia en la Iglesia de esa ciudad.

Tuvo Hilario numerosos discípulos, el más ilustre de ellos san Martín de Tours, y muchos fueron los herejes que convirtió. Murió el 13 de enero del año 368. Sus reliquias reposaron en Poitiers hasta el año 1652, en que fueron sacrílegamente quemadas por los hugonotes. Se le ha dado el título de Atanasio de Occidente.

San Jerónimo y san Agustín lo llaman gloriosísimo defensor de la fe. Por la profunda influencia que ejerció como escritor, el papa Pío IX, a petición de los obispos reunidos en el sínodo de Burdeos, declaró a san Hilario doctor de la Iglesia.

11 enero, 2015

Solemnidad del Bautismo del Señor

 
 
¡Oh!, Solemnidad del Bautismo del Señor,
por el que San Juan, el “Evangelista”, en
su carta primera escribió así: “Jesucristo
vino por agua y sangre”. Y, que “tres son
los que dan testimonio de Jesucristo: el
Espíritu, el agua y la sangre, y los tres están
de acuerdo”. Por ello, Vos, Jesús mío, y
Señor mío, sin necesitarlo, bautizado fuisteis
por Juan el “Bautista” en las aguas del Jordán
eterno, y saliendo del agua, se abrieron los
cielos y el Espíritu Santo descendió sobre
Vos, y vino una voz del cielo que decía: “Este
Es mi Hijo, el amado, mi predilecto”. ¡Oh!,
agua que sois realidad presente en todos
y cada uno de los bautizados y demostráis
con ello, vuestra riqueza simbólica con los
demás sacros elementos que os acompañan;
¡Oh!, Solemnidad del Bautismo del Señor.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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11 de enero de 2015
Bautismo del Señor
Fiesta, con la cual se cierra el tiempo litúrgico de Navidad

Por: P. Juan Pablo Esquivel | Fuente: Catholic.net

Normalmente el domingo que sigue a la fiesta de la Epifanía es dedicado a celebrar el bautismo de Cristo, este año se celebra el domingo 11 de enero y señala la culminación de todo el ciclo natalicio o de la manifestación del Señor. Es también el domingo que da paso al tiempo durante el año, llamado también tiempo ordinario.

Cuando Cristo se metió en la cola para esperar su turno de ser bautizado, seguramente San Juan Bautista no sabía que hacer. Llegó el Mesías delante de él y pidió el bautismo. El Bautista exclamó: “Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿tú vienes a mí?” (Mt 3,14). El Catecismo hace referencia a esta actitud humilde de Cristo en el n.536:

Hay una diferencia importante entre los dos bautismos:

El de Juan: con agua, exterior, signo de arrepentimiento para el perdón de los pecados.
El de JESÚS: con Espíritu Santo, renovación interior que nos hace “partícipes de la naturaleza divina”
“No soy digno ni siquiera de desatar la correa de su sandalia…” trabajo reservado al más inútil de los esclavos… Juan destaca la infinita distancia entre él y Jesús…

¿Porqué entonces Jesús se hace bautizar por Juan? [es una escena tan impresionante, que podría resultar incomprensible, y hasta escandalosa]…

Pero admitámoslo, y descubramos nuevamente el “modo” que Dios emplea para salvarnos: hoy se pone en la fila de los pecadores, y aunque no lo necesitaba, se somete también a un bautismo de penitencia… Se ha hecho semejante a nosotros en todo, y por eso no se avergüenza de colocarse en la fila de aquellos que se preparaban para la llegada del Reino de Dios… así como tampoco se avergonzó de nosotros cuando tomó sobre sí todos nuestros pecados, y subió a la Cruz como si fuese un delincuente…

Pero el bautismo que recibió Jesús fue muy “especial”: ciertos hechos nos indican que con Él comienza un nuevo bautismo:

El cielo abierto (ya nunca más cerrado por los pecados, como hasta este momento) Es decir, comienza una nueva etapa de relación entre Dios y los hombres: el Cielo viene a nosotros, y nosotros vamos allá: viene con Cristo y el Espíritu Santo. Llega todo, porque Dios mismo viene, y Él será para nosotros y nos dará todo. Estamos frente al comienzo de una nueva humanidad, divinizada.

En la proposición que San Marcos hace en su Evangelio, el Padre no “presenta” a su Hijo (“Éste es mi Hijo amado”), sino que se dirige a Él (“Tú eres mi Hijo…”): Cristo nos representa a todos, que desde ese momento pasamos a ser hijos amados, complacencia del Padre… Cuando somos bautizados, esta vocación eterna se verifica efectivamente, verdaderamente: somos una nueva creación. Por lo tanto, nuestra dignidad, nuestra gloria, y nuestro compromiso pasa por VIVIR NUESTRO BAUTISMO…
“Éste es mi Hijo” (Evang.)… “Éste es el servidor sufriente” (Iª lect.)…
Sigamos a Cristo por la Cruz a la Luz.

10 enero, 2015

Beata Ana de los Ángeles Monteagudo

 


Oh, Beata Ana de los Ángeles Monteagudo, vos,
sois la hija del Dios de la vida y su amada santa y
que, perteneciendo a la Orden de Predicadores,
con vuestros dones de consejo y de profecía os
dedicasteis a promover el bien de toda vuestra
ciudad. Vos, conforme a las costumbres de la época,
internada por vuestros padres en el monasterio
de Santa Catalina fuisteis, y más tarde, retirada
por ellos mismos, para vivir en el “mundo”, donde
rechazasteis la vida matrimonial. Pero, en vos, ardía
desde siempre, las ansias de haceros religiosa. Y,
así fue, pues lo pusisteis en práctica ante la reacción
de vuestros padres, soportando con paciencia y
ánimo, todas las contrariedades que ello significaba
y emprendisteis la senda de la perfección, añadiendo
a vuestro nombre el apelativo “de los Ángeles”.
La vida conventual no os arredra y viviendo con
Amor y entusiasmo el ideal de Domingo de Guzmán
y de Catalina de Siena, os abrazasteis a la Cruz de
Cristo. Vuestra santa vida os catapultó para ser
Maestra de novicias y más tarde Priora. Vos, os
empeñasteis con energía y a la vez entusiasmo la
reforma de vuestro monasterio, amonestando y
corrigiendo, animando y promoviendo el amor a
Cristo de todas vuestras hermanas, en medio de
de obstáculos, pues no todas estaban imbuidas
del deseo de perfección. En medio de ello, pudo
más vuestro sentido caritativo, pues socorristeis
de manera, abnegada y heroica a las víctimas
de la peste, que azotó Arequipa. Vos, orabais
constantemente, y cada cosa que hacíais estaba
de perfección llena. Vuestras virtudes religiosas,
las ejercíais con serenidad y mostrabais paciencia
en los sufrimientos con que Dios os probaba. Y,
así, rodeada de vuestras hermanas, voló vuestra
alma al cielo, para coronada ser con corona de luz
con justo permio a vuestra entrega grande de amor;
oh, Beata Ana de los Ángeles Monteagudo, “luz”.


© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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10 de Enero
Beata Ana de los Ángeles Monteagudo
Dominica


Por: Fuente: ACI Prensa

Martirologio Romano: En la ciudad de Arequipa, en Perú, beata Ana de los Ángeles Monteagudo, virgen de la Orden de Predicadores, que con sus dones de consejo y profecía se dedicó a promover el bien de toda la ciudad (1686). 

Fecha de beatificación: 2 de febrero de 1985 por el Papa Juan Pablo II.


Nació en Arequipa el 26 de julio de 1602, hija del español Sebastián Monteagudo de la Jara y de la arequipeña Francisca Ponce de León.


Conforme a costumbres de la época, Ana fue internada por sus padres en el monasterio de Santa Catalina.


Vuelta al hogar por decisión de sus padres, no le satisfacieron los halagos del mundo ni las perspectivas de un ventajoso matrimonio.


Deseaba hacerse religiosa y lo puso en práctica ante la indignada reacción de sus padres.

Soportó con paciencia y ánimo invicto las contrariedades y emprendió la senda de la perfección.

En 1618 inicia el noviciado y añade a su nombre el apelativo “de los Ángeles”.


La aspereza de la vida conventual no la arredra. Vive con entusiasmo el ideal de Domingo de Guzmán y de Catalina de Siena.


Con el tiempo llega a ser Maestra de novicias y Priora (1647).


Acomete con energía la reforma del monasterio. Amonesta y corrige, anima y promueve. Además de las profesas, habitaban por esa época en el monasterio cerca de 300 personas, no todas imbuidas del deseo de perfección.


La obra de Ana de los Ángeles chocó con oposiciones tenaces. Sor Ana atendió asimismo, abnegada y heroicamente, a las víctimas de una peste que azotó Arequipa.


Tuvo altísima oración, esmerada perfección en las virtudes propias de la vida religiosa, serenidad y paciencia en los sufrimientos.


Falleció el 10 de enero de 1686 y fue Beatificada en Arequipa por Juan Pablo II en 1985.

(http://es.catholic.net/op/articulos/35810/ana-de-los-ngeles-monteagudo-beata.html)

09 enero, 2015

San Julián

 


Oh, San Julián, vos, sois el hijo del Dios
de la vida, y, su amado santo, y, que, a la
vida en común con vuestra novia, os negasteis,
porque Dios, os permitió ver en una visión
las maravilas que guarda Él, para quienes
puros se conservan. Y, vuestra novia aceptó,
y luego, al desierto marchasteis e hicisteis
casas de oración para Él. Desde entonces,
invitasteis e invitas hoy, a los jóvenes
seguidores vuestros en la pureza, a imitaros
en vuestra vida de continua cuaresma haciendo
ayuno, oración, abstinencia y meditación, los
días todos de vuestra santa vida. Y estalló
la persecución en Antioquía, y ordenaron
apresaros a vos, y a todos vuestros monjes,
y defendiendo con valor a Cristo, en pleno
martirio os negasteis a adorar falsos dioses
y así, entregasteis feliz vuestra santa vida
¿Dónde estaréis ahora? ¿Dónde? No hay otro
lugar donde buscaros que, en el mismo cielo,
coronado de luz, como premio a vuestro amor;
oh, San Julián; “mártir del amor y la luz”.


© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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9 de Enero
San Julián
Mártir
Año 304


Nació San Julián en la ciudad de Antioquía (en Siria), de una familia que se preocupó por darle una muy buena formación religiosa. Los papás querían que se casara con una joven muy virtuosa y de familia muy rica, pero Julián tuvo una visión en la cual vio algunos de los premios que Dios reserva para quienes conservan su virginidad y narró su visión a la novia. Y entonces los dos, de común acuerdo, hicieron voto de castidad o sea un juramento de conservarse siempre puros.

Los papás creían que ellos formarían un hogar, pero los novios se habían comprometido a conservar para siempre su virginidad. Y poco tiempo después murieron los padres de los dos jóvenes, y entonces Julián y su prometida se fueron cada uno a un desierto a orar, y a hacer penitencia y cada cual fundó un monasterio. Julián un monasterio para hombres y ella uno para mujeres.

Muchos hombres deseosos de conseguir la santidad se fueron a acompañar a Julián en su vida de religioso y lo nombraron superior. El los dirigió con especial cariño y con gran prudencia. Era el que más duro trabajaba, el que mayores favores hacía a todos y el más fervoroso en la oración. Y dedicaba muchas horas a la lectura de libros religiosos y a la meditación.

Su vida fue una continua Cuaresma, o sea un ayunar y guardar abstinencia y orar y meditar, todos los días, sin cansarse. A los súbditos nunca los reprendía con altanería ni con malos modos o delante de los demás, sino en privado, con frases amables, comprensivas y animadoras, que les demostraban el gran aprecio y amor que les tenía, y que llegaban al fondo del alma y obtenían verdaderas conversiones.

Los religiosos decían que Julián era muy exigente y duro para sí mismo, pero admirablemente comprensivo y amable para con los demás, y que gobernaba con tal prudencia y caridad a los monjes que éstos se sentían en aquél desierto más felices que si estuvieran en el más cómodo convento de la ciudad.

La persecución

Y sucedió que estalló en Antioquía la persecución contra los cristianos, y el gobernador Marciano ordenó apresar a Julián y a todos sus monjes. Centenares de cristianos fueron siendo quemados por proclamar su amor a Jesucristo, y cuando le llegó el turno a nuestro santo, se produjo el siguiente diálogo entre el perseguidor y Julián:

- Le ordenamos que adore la estatua de nuestro emperador.
- Yo no adoro sino única y exclusivamente al Dios del cielo.
- Su Dios y emperador es el Cesar de Roma.
- Mi jefe a quien adoro y obedezco es Nuestro Señor Jesucristo.
- ¿Cómo se le ocurre creer en uno que fue crucificado?
- Es que el crucificado ya resucitó y está sentado a la derecha de Dios Padre.
- ¿Te ríes de nuestros dioses y del emperador? Pues ahora que te atormenten te arrepentirás de haber procedido así.

- Dios ayuda a los que son sus amigos, y Cristo Jesús, que es muchísimo más importante y poderoso que el emperador, me dará las fuerzas y el valor para soportar los tormentos.

El perseguidor, viendo que con amenazas no lo conmueve, se propone cambiar de táctica y ofrecerle a Julián grandes premios si deja la santa religión:

- Tus padres eran personas muy importantes en esta ciudad. Si dejas de ser cristiano y adoras a nuestros dioses, te concederemos puestos de primera clase.

- Mis padres me están observando desde el cielo y se sienten muy contentos y muy honrados de que yo proclame mi fe en Cristo y derrame por El mi sangre.

Empiezan a darle a Julián terribles latigazos, con fuetes que tienen pedacitos de hierro en los extremos, pero uno de los verdugos al retirar rápidamente el fuete, es herido gravemente en un ojo por la punta de hierro del látigo. Julián oye el grito de dolor y llamando al verdugo le coloca sus manos sobre el ojo destrozado y se obtiene inmediatamente la curación.

Los verdugos le cortan la cabeza al santo, pero en ese momento el joven Celso, hijo del perseguidor Marciano, al ver con qué gran valentía y alegría ha ido a la muerte este amigo de Cristo, se declara él también seguidor de Jesús y se hace cristiano. Esta conversión fue considerada como un verdadero milagro espiritual obtenido por el martirio de Julián.

Y los amigos de Jesús queremos proclamar siempre y en todas partes nuestra fe, y preferir mil muertes y diez mil tormentos, antes que dejar nuestra santísima religión por irnos a religiones falsas que ni dan felicidad en esta vida ni consiguen salvación eterna.

San Julián: pídele a Cristo que nosotros logremos perseverar fieles a nuestra santa religión hasta la muerte.


08 enero, 2015

San Severino

 


Oh, San Severino, vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo, y, a quien, Él,
le proveyó de maravillosos dones: el de profecía
y el del buen consejo, que el Espíritu Santo,
para vos, administraba, por vuestra oración
constante y fe inmaculada. Y, Vos, a menudo
repetíais la bíblica palabra: “Para los que
hacen el bien, habrá gloria, honor y paz. Pero,
para los que hacen el mal, la tristeza y castigos
vendrán”. Y, anunciando que quienes dicen:
“He pecado y nada malo me ha pasado”, están
completamente equivocados, pues todo pecado,
trae del cielo, castigos”. Y, esto, a muchos
frenaba y les impedía seguir por la senda del
vicio y del mal. “El remedio es rezar, dar
limosnas a los pobres y hacer penitencia”.
Y, la gente os oía, reflexionaba y carne la
hacía. “No te dejará mi Señor Jesucristo
que pases del sitio donde está su santa cruz”.
Así, le hablasteis al Danubio, y el río os
obedeció y nunca más pasaron sus crecientes
de donde dejasteis la Cruz que vos pusisteis.
¡Qué maravilla vuestro obrar! ¡Qué talento!
¡Que profecías! ¡Qué amor! Partisteis de este
mundo, vuestra célebre frase pronunciando:
“Todo ser que tiene vida, alabe al Señor”.
Y, fue justo vuestro premio, pues, corona
de luz, recibisteis por vuestro grande amor;
oh, San Severino; “viva profecía del Dios vivo”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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8 de Enero
San Severino
Predicador

Murió el 9 de enero del año 482, pronunciado la última frase del último salmo de la S. Biblia (el 150): “Todo ser que tiene vida, alabe al Señor”.

Había nacido probablemente en Roma el año 410. Es patrono de Viena (Austria) y de Baviera (Alemania).

Su biografía la escribió su discípulo Eugipio. A nadie decía que era de Roma (la capital del mundo en ese entonces) ni que provenía de una familia noble y rica, pero su perfecto modo de hablar el latín y sus exquisitos modales y su trato finísmo lo decían.

San Severino tenía el don de profecía (anunciar el futuro) y el don de consejo, dos preciosos dones que el Espíritu Santo regala a quienes le rezan con mucha fe.

Se fue a misionar en las orillas del río Danubio en Austria y anunció a las gentes de la ciudad de Astura que si no dejaban sus vicios y no se dedicaban a rezar más y a hacer sacrificios, iban a sufrir un gran castigo. Nadie le hizo caso, y entonces él, declarando que no se hacía responsable de la mala voluntad de esas cabezas tan duras, se fue a la ciudad de Cumana. Pocos días después llegaron los terribles “Hunos”, bárbaros de Hungría, y destruyeron totalmente la ciudad de Astura, y mataron a casi todos sus habitantes.

En Cumana, el santo anunció que esa ciudad también iba a recibir castigos si la gente no se convertía. Al principio nadie le hacía caso, pero luego llegó un prófugo que había logrado huir de Astura y les dijo: “Nada de lo terrible que nos sucedió en mi ciudad habría sucedido si le hubiéramos hecho caso a los consejos de este santo. El quiso liberarnos, pero nosotros no quisimos dejarnos ayudar”. Entonces las gentes se fueron a los templos a orar y se cerraron las cantinas, y empezaron a portarse mejor y a hacer pequeños sacrificios, y cuando ya los bárbaros estaban llegando, un tremendo terremoto los hizo salir huyendo. Y no entraron a destruir la ciudad.

En Faviana, una ciudad que quedaba junto al Danubio, había mucha carestía porque la nieve no dejaba llegar barcos con comestibles. San Severino amenazó con castigos del cielo a los que habían guardado alimentos en gran cantidad, si no los repartían. Ellos le hicieron caso y los repartieron. Entonces el santo, acompañado de mucho pueblo, se puso a orar y el hielo del río Danubio se derritió y llegaron barcos con provisiones.

Su discípulo preferido, Bonoso, sufría mucho de un mal de ojos. San Severino curaba milagrosamente a muchos enfermos, pero a su discípulo no lo quiso curar, porque le decía: “Enfermo puedes llegar a ser santo. Pero si estás muy sano te vas a perder.” Y por 40 años sufrió Bonoso su enfermedad, pero llegó a buen grado de santidad.

El santo iba repitiendo por todas partes aquella frase de la S. Biblia: “Para los que hacen el bien, habrá gloria, honor y paz. Pero para los que hacen el mal, la tristeza y castigos vendrán” (Romanos 2). Y anunciaba que no es cierto lo que se imaginan muchos pecadores: “He pecado y nada malo me ha pasado”. Pues todo pecado trae castigos del cielo. Y esto detenía a muchos y les impedía seguir por el camino del vicio y del mal.

San Severino era muy inclinado por temperamento a vivir retirado rezando y por eso durante 30 años fue fundando monasterios, pero las inspiraciones del cielo le mandaban irse a las multitudes a predicar penitencia y conversión. Buscando pecadores para convertir recorría aquellas inmensas llanuras de Austria y Alemania, siempre descalzo, aunque estuviera andando sobre las más heladas nieves, sin comer nada jamás antes de que se ocultara el sol cada día; reuniendo multitudes para predicarles la penitencia y la necesidad de ayudar al pobre y sanando enfermos, despertando en sus oyentes una gran confianza en Dios y un serio temor a ofenderle; vistiendo siempre una túnica desgastada y vieja, pero venerado y respetado por cristianos y bárbaros, y por pobres y ricos, pues todos lo consideraban un verdadero santo.

Se encontró con Odoacro, un pequeño reyezuelo, y le dijo proféticamente: “Hoy te vistes simplemente con una piel sobre el hombro. Pronto repartirás entre los tuyos los lujos de la capital del mundo”. Y así sucedió. Odoacro con sus Hérulos conquistó Roma, y por cariño a San Severino respetó el cristianismo y lo apoyó.
Cuando Odoacro desde Roma le mandó ofrecer toda clase de regalos y de honores, el santo lo único que le pidió fue que respetara la religión y que a un pobre hombre que habían desterrado injustamente, le concediera la gracia de poder volver a su patria y a su familia. Así se hizo.

Giboldo, rey de los bárbaros alamanos, pensaba destruir la ciudad de Batavia, San Severino le rogó por la ciudad y el rey bárbaro le perdonó por el extraordinario aprecio que le tenía a la santidad de este hombre.

En otra ciudad predicó la necesidad de hacer penitencia. La gente dijo que en vez de enseñarles a hacer penitencia les ayudara a comerciar con otras ciudades. El les respondió: “¿Para qué comerciar, si esta ciudad se va a convertir en un desierto a causa de la maldad de sus habitantes?”. Y se alejó de la ciudad. Poco después llegaron los bárbaros y destruyeron la ciudad y mataron a mucha gente.

En Tulnman llegó una terrible plaga que destruía todos los cultivos. La gente acudió a San Severino, el cual les dijo: “El remedio es rezar, dar limosnas a los pobres y hacer penitencia”. Toda la gente se fue al templo a rezar con él. Menos un hacendado que se quedó en su campo por pereza de ir a rezar. A los tres días la plaga se había ido de todas las demás fincas, menos de la inca del haciendo perezoso, el cual vio devorada por plagas toda su cosecha de ese año.

En Kuntzing, ciudad a las orillas del Danubio, este río hacía grandes destrozos en sus inundaciones, y le hacía mucho daño al templo católico que estaba construido a la orilla de las aguas. San Severino llegó, colocó una gran cruz en la puerta de la Iglesia y dijo al Danubio: “No te dejará mi Señor Jesucristo que pases del sitio donde está su santa cruz”. El río obedeció siempre y ya nunca pasaron sus crecientes del lugar donde estaba la cruz puesta por el santo.

El 6 de enero del año 482, fiesta de la Epifanía, sintió que se iba a morir, llamó entonces a las autoridades civiles de la ciudad y les dijo: “Si quieren tener la bendición de Dios respeten mucho los derechos de los demás. Ayuden a los necesitados y esmérense por ayudar todo lo más posible a los monasterios y a los templos”. Y entonando el salmo 150 se murió, el 8 de enero.
A los seis años fueron a sacar sus restos y lo encontraron incorrupto, como si estuviera recién enterrado. Al levantarle los párpados vieron que sus bellos ojos azules brillaban como si apenas estuviera dormido.

Sus restos han sido venerados por muchos siglos, en Nápoles. En Austria todavía se conserva en uno de los conventos fundados por él, la celda donde el santo pasaba horas y horas rezando por la conversión de los pecadores y la paz del mundo.

Señor Jesús: que no nos suceda nunca ser castigados por la justicia Divina como aquellos pueblos que no quisieron escuchar la invitación de San Severino a convertirse. Recuérdanos la frase del libro santo: “Hoy si escucháis la voz de Dios no endurezcáis vuestro corazón” (Salmo 94). Que escuchemos siempre a los profetas que nos llaman a la conversión, y que dejando nuestra mala vida pasada, salvemos nuestra alma. Amén.

07 enero, 2015

San Raimundo de Peñafort

 

Oh, San Raimundo de Peñafort, vos, sois el hijo
del Dios de la vida y su amado santo, que, de Él,
“la eficacia de la palabra” recibisteis, y, con
ella, a propios y extraños conquistasteis, con
ardor de corazón, cuando os oían hablar en favor
de la doctrina de Nuestro Señor Jesucristo. Con
vuestra pluma, constancia dejasteis de cómo, los
antiguos respondían respecto de la fe, en vuestros
libros “Summa” y los “Decretales”, para saber qué
ordenaron y qué prohibieron los Pontífices, en
los concilios del tiempo antiguo. Con San Pedro
Nolasco, la Orden de los “Mercedarios”, fundasteis,
dedicada al rescate de los secuestrados cristianos
en manos de los musulmanes. Y, además convertisteis
miles de musulmanes a la doctrina de Vuestro Maestro.
¿Qué premio del Creador recibisteis, padre del “Buen 
Consejo”?: ¡Corona de luz! como justo premio amor;
oh, San Raimundo de Peñafort, “padre del consejo”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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7 de Enero
San Raimundo de Peñafort

Raimundo significa “Buen consejo”. Nació en Peñafort, cerca de Barcelona, España, en 1175. A los 20 años ya era profesor de filosofía en un colegio de Barcelona, y a los 30 años era profesor en la famosa Universidad de Bolonia (Italia), donde se había doctorado.

En 1222 entró en la Comunidad de Padres Dominicos cuando apenas hacía ocho meses que había muerto San Domingo de Guzmán, el fundador de esa Comunidad.

Pidió a sus superiores que le pusieran oficios duros y humillantes para hacer penitencia de sus pecados, especialmente de su orgullo. Pero los superiores le pusieron por oficio y tarea el dedicarse a coleccionar las respuestas que los sabios antiguos de la Iglesia daban a ciertas preguntas difíciles de los fieles, lo cual llamó “Casos de conciencia” y compuso entonces su famoso libro llamado “Summa” o resumen de respuestas difíciles en la confesión.

Raimundo obtuvo de Dios la “eficacia de la palabra”, o sea que su predicación lograra conmover a los oyentes y convertirlos. Y así recorrió ciudades y campos de Aragón, Castilla y Cataluña y los que lo acompañaban decían que parecía casi imposible que un predicador lograra tantas transformaciones con sus sermones.

Junto con San Pedro Nolasco, Raimundo fundó la Comunidad de los Padres Mercedarios, dedicada a rescatar a los cristianos secuestrados por los mahometanos o turcos.
En 1230 el Papa Gregorio IX llamó a Raimundo a Roma y entre otros cargos que le dio, lo nombró su confesor. Una de las penitencias que éste santo le puso al Sumo Pontífice fue que atendiera siempre muy bien las peticiones que le hicieran los pobres.

El Papa le encomendó que recogiera y publicara todos los decretos que habían dado los Pontífices y los Concilios. Después de tres años de trabajo publicó su famosísimo libro titulado “Decretales”, el cual han tenido que consultar después por varios siglos todos los que quieren saber que ordenaron o qué prohibieron los Pontífices y Concilios de la antigüedad.

El Pontífice lo nombró obispo, pero poco después el santo obtuvo que el Papa le aceptara la renuncia. Los religiosos de su Comunidad lo eligieron Superior General, pero a los dos años renunció. Se consideraba apto para predicar y escribir, pero no para mandar.

Los últimos 33 años de su vida los dedicó a convertir cristianos pecadores y a obtener que muchos musulmanes se pasaran al cristianismo. En una carta a su superior en 1256 le informa que ya ha logrado que 10,000 mahometanos se vuelvan cristianos.

Este santo murió cuando estaba por cumplir los 100 años, en 1275. Dos reyes asistieron a su entierro y en su sepulcro se obraron maravillosos milagros.

06 enero, 2015

Solemnidad de la Epifanía del Señor

 

¡Oh!, Sagrada Epifanía que en Oriente y en Occidente
celebrada eres y que, significáis “manifestación”,
pues Vos, Señor de los cielos y la tierra, os revelasteis
a los paganos en la persona de los tres reyes magos.
Con vos, tres misterios se celebran: la adoración de
los magos, el bautismo de Cristo por Juan el “Bautista”
y el primer milagro de Jesucristo. “Ya viene el Señor
del universo, en sus manos está la realeza, el poder
y el imperio”. El verdadero rey que contemplamos en
esta festividad es el pequeño Jesús, y que los magos
utilizar supieron su saber astronómico para al Salvador
descubrir. Así, oro, incienso y mirra, os ofrecieron
en honor a Vuestra realeza, Vuestra divinidad y Vuestra
humanidad. Melchor, Gaspar y Baltasar, sois los peregrinos
de la estrella y sacerdotes del Dios Altísimo, que,
con lo que estaba escrito, cumplieron y anticipasteis
nuestra participación en la gloria de la inmortalidad
de Cristo, manifestada en una naturaleza mortal. Sois
pues, los que representáis la fiesta de la esperanza
y que prolongáis la Navidad en los corazones nuestros,
porque, sólo Dios salva, y nadie más, en este mundo;
¡oh!, Sagrada Epifanía, fiesta de oriente y occidente.


© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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6 de Enero
Solemnidad de la Epifanía del Señor

Fiesta
 
Fuente: Archidiócesis de Madrid

Con los pastores pasó hace unos días un acontecimiento extraño que resultó bien. Cuidaban sus rebaños cumpliendo su rudo oficio cuando vieron una tan extraña como clara visión de ángeles que les decían cosas al principio incomprensibles y al poco rato comprobadas. Sí, allí, en un casuco, estaba el Niño del que se les habló, con su madre y un varón. Hicieron lo que pudieron en su tosquedad y carencia según mandaban las circunstancias. Como les habían asegurado que era la “Luz que iluminaba al pueblo que habitaba en sombras de muerte”, de lo que tenían dieron para ayudar y para quedar bien con aquella familia que al parecer era más pobre que ellos. No les costó trabajo aceptar el milagro que era tan claro. Lo dijeron los ángeles, pues… tenían razón.

Vinieron unos Reyes. Fueron los últimos en llegar a ver a aquel Niño y si se entretienen un poco más…, pues ¡que no lo encuentran! Viajaron mucho por los caminos del mundo. Venían desde muy lejos. Pasaron miedo, frío y calor. Hasta estuvieron perdidos pero, preguntando e inquiriendo, sacaron fruto de su investigación. Aquello fue un consuelo porque tuvieron susto de haber perdido el tiempo y tener que regresar a los comienzos con el fracaso en sus reales frentes. Pero no, sabían que aquella estrella era capaz de llevarles adonde estaba Dios. También las circunstancias mandaban y adoraron y ¡cómo no! ofrecieron dones al Niño-Creador.

Los dos son caminos, la fe y la razón. Uno es sencillo, basta con que hable Dios. El otro es costoso, búsqueda constante y sincera con peligros de equivocación. La Verdad está en su sitio. Sencillez es condición. Los pastores la aprehenden y los sabios la descubren. Entrambos la sirven y entrambos son de Dios.

Consulta también, Fiesta de la Epifanía

(http://es.catholic.net/op/articulos/31773/epifana-del-seor.html)