BENEDICTO XVI
ÁNGELUS
Domingo 17 de enero de 2010
ÁNGELUS
Domingo 17 de enero de 2010
Queridos hermanos y hermanas
En el domingo de hoy se celebra la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado. La presencia de la Iglesia al lado de estas personas ha sido constante en el tiempo, alcanzando objetivos singulares a principios del siglo pasado: baste pensar en las figuras del obispo beato Giovanni Battista Scalabrini y de santa Francesca Cabrini. En el mensaje enviado para la ocasión he llamado la atención sobre los migrantes y refugiados menores de edad.
Jesucristo, que de recién nacido vivió la dramática experiencia del refugiado a causa de las amenazas de Herodes, enseña a sus discípulos a acoger a los niños con gran respeto y amor. También el niño, de hecho, sea cual sea su nacionalidad o el color de su piel, debe ser considerado ante todo y siempre como persona, imagen de Dios, que promover y tutelar contra todo tipo de marginación y explotación.
En particular, es necesario poner todo cuidado para que los menores que se encuentran viviendo en un país extranjero tengan garantías a nivel legislativo, y sean sobre todo acompañados en los innumerables problemas que deben afrontar. Mientras animo vivamente a las comunidades cristianas y a los organismos que trabajan en el servicio a los menores migrantes y refugiados, exhorto a todos a mantener viva la sensibilidad educativa y cultural hacia ellos, según el auténtico espíritu evangélico.
Hoy por la tarde, casi 24 años después de la histórica Visita del Venerable Juan Pablo II, me dirigiré a la gran Sinagoga de Roma, llamada Templo Mayor, para encontrar a la Comunidad judía de la ciudad y abrir una ulterior etapa en el camino de concordia y amistad entre católicos y judíos. De hecho, a pesar de los problemas y las dificultades, entre los creyentes de las dos religiones se respira un clima de gran respeto y de diálogo, atestiguando cuánto han madurado las relaciones, y el empeño común de valorar lo que nos une: la fe en el único Dios, ante todo, pero también la tutela de la vida y de la familia, la aspiración a la justicia social y a la paz.
Recuerdo, finalmente, que mañana se abrirá la tradicional Semana de oración por la unidad de los cristianos. Cada año, ésta constituye, para cuantos creen en Cristo, un tiempo propicio para reavivar el espíritu ecuménico, para encontrarse, conocerse, rezar y reflexionar juntos. El tema bíblico, tomado del evangelio de san Lucas, recoge las palabras de Jesucristo resucitado a los Apóstoles: “Vosotros seréis testigos de todo esto” (Lc 24,48). Nuestro anuncio del Evangelio de Cristo será tanto más creíble y eficaz cuanto más estemos unidos en su amor, como verdaderos hermanos. Invito por tanto a las parroquias, a las comunidades religiosas, a las asociaciones y a los movimientos eclesiales a rezar incesantemente, de modo particular durante las celebraciones eucarísticas, por la plena unidad de los cristianos.
Confiamos estas tres intenciones – nuestros hermanos Migrantes y Refugiados, el diálogo religioso con los judíos y la unidad de los cristianos – a la maternal intercesión de María Santísima, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia.
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