Oh, Santa Luisa de Marillac, vos, sois
la hija del Dios de la vida, y que, os
entregasteis a sus brazos, muy niña,
pero, Él mismo os reservó para sí, según
sus designios. Cuando viuda quedasteis,
dijisteis: “Ya he servido bastante tiempo
al mundo, ahora me dedicaré totalmente
a servir a Dios”. San Francisco de Sales y
San Vicente de Paúl, vuestros guías eran,
para Paúl, siendo vos, fiel y perfecta
discípula y servidora, tanto que, dirigíais
los grupos de caridad, y os esforzabais en
nuevas socias conseguir. Junto a vos y cuatro
jóvenes hicisteis votos de pobreza, castidad
y obediencia, fundando las Hermanas
Vicentinas, Hijas de la Caridad y fue San
Vicente, quien os hizo vuestras reglas:
“Por monasterio tendrán las casas de los
enfermos. Por habitación una pieza arrendada.
Por claustro tendrán las calles donde hay
pobres que socorrer. Su límite de acción
será la obediencia. Puerta y muro de defensa
será el temor de ofender a Dios. El velo protector
será la modestia o castidad”. Vos, reuníais
a los pordioseros y los poníais a trabajar.
Las mujeres a hilar y a coser y los hombres
a hacer diversas obras manuales y, poco a
poco, transformando los fuisteis, en gente
útil a la sociedad. Más allá estaban también
los enfermos mentales, y en base a buena
alimentación, medicinas y en especial de
mucho amor, lograbais su recuperación.
Vuestros escritos maravillosos, colman los
anaqueles del espíritu, pues llenos están
de consejos prácticos y provechosos.
“Usted se va adelante hacia la eternidad.
Pero yo la seguiré muy pronto, y nos
volveremos a ver en el cielo”. Os escribió
San Vicente Paúl. Y así sucedió. Voló vuestra
alma al cielo y coronada fue, con corona
de luz, que jamás nunca se marchitará;
Santa Patrona de los Asistentes Sociales;
oh, Santa Luisa de Marillac; “caridad pura”.
© 2012 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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15 de Marzo
Santa Luisa de Marillac
Fundadora de las Hermanas Vicentinas(año 1660)
Nació en Francia el 12 de Agosto de 1591. Huérfana a los 14 años,
sintió un fuerte deseo de hacerse religiosa, pero por su delicada salud, y su
débil constitución no fue admitida. Un sacerdote le dijo:
“Probablemente, Nuestro Señor te ha destinado a formar un
hogar”. Se casó entonces con Antonio Le Grass, secretario de la
reina de Francia, María de Médicis.
Dicen sus biógrafos: “Luisa fue un modelo de esposa. Con su bondad y
amabilidad logró transformar a su esposo que era duro y violento, y hasta obtuvo
que en su casa todos rezaran en común las oraciones de cada día.
Dios le concedió un hijo, al cuál amó de tal manera que San Vicente
le escribió diciéndole: “Jamás he visto una madre tan madre como
usted”.
Y en otra carta le dice el santo: “Que felicidad nos debe traer el
pensar que somos hijos de Dios. Pues Nuestro Señor nos ama con afecto muchísimo
más grande que el que Usted le tiene a su hijo. Y eso que yo no he visto en
ninguna otra madre un amor tan grande por el propio hijo, como el que Usted
tiene hacia el suyo”.
A los 34 años queda viuda y entonces decide hacerse religiosa. “Ya he
servido bastante tiempo al mundo, ahora me dedicaré totalmente a servir a
Dios”. Claro está que en la vida “mundana” que había tenido se
había comportado tan sumamente bien que los que la conocieron están de acuerdo
en afirmar que lo más probable es que ella no cometió ni siquiera un solo pecado
mortal en toda su vida.
Esta santa mujer tuvo la dicha inmensa de tener como directores
espirituales a dos santos muy famosos y extraordinariamente guías de almas: San
Francisco de Sales y San Vicente de Paúl. Con San Francisco de Sales
tuvo frecuentes conversaciones espirituales en París en 1618 (tres años antes de
la muerte del santo) y con San Vicente de Paúl trabajó por treinta años, siendo
su más fiel y perfecta discípula y servidora.
San Vicente de Paúl había fundado grupos de mujeres que se dedicaban a ayudar
a los pobres, atender a los enfermos e instruir a los ignorantes. Estos grupos
de caridad existían en los numerosos sitios en donde San Vicente había predicado
misiones, pero sucedía que cuando el santo se alejaba los grupos disminuían su
fervor y su entusiasmo. Se necesitaba alguien que los coordinara y los
animara. Y esa persona providencial iba a ser Santa Luisa de
Marillac.
Cuando Luisa se ofreció para coordinar y dirigir los grupos de caridad, el
santo se entusiasmó y le escribió diciendo: “Vaya en nombre del Señor.
Que Dios la acompañe. Que El sea su fuerza en el trabajo y su consuelo en las
dificultades”.
En aquellos tiempos los viajes eran muy penosos y peligrosos. Los caminos
eran largos, las comidas malas, y los alojamientos incómodos. La santa tenía una
constitución muy débil, pero San Vicente exclamaba: “Su salud es poca,
sus tribulaciones son muchas y su actividad es infatigable. Pero sólo Dios sabe
la fuerza de ánimo y de voluntad que esta mujer tiene”.
Dicen sus biógrafos que Luisa recorría el país visitando las
asociaciones de caridad y que levaba siempre gran cantidad de ropas y medicinas
para regalar y que casi todo lo compraba con dinero que ella misma por sus
propios esfuerzos había conseguido.
Apenas llegaba al lugar, reunía a las mujeres de la asociación de la caridad,
les recordaba los deberes y virtudes que debían cumplir quienes formaban parte
de aquella asociación, las entusiasmaba con sus recomendaciones y se esforzaba
por conseguir nuevas socias. Ella misma visitaba a los enfermos e
instruía a los ignorantes y repartía ayuda a los pobres, y esto lo hacía con tal
entusiasmo y tan grande bondad, que cuando marchaba de ahí, quedaba todo
renovado y rejuvenecido.
La familia Marillac, que ocupaba altos puestos en el gobierno, cayó en
desgracia del rey Luis Trece y uno fue condenado a muerte y otros fueron a la
cárcel. Luisa, aunque sufría mucho a causa de esto, no permitía que nadie
hablara mal en su presencia contra el rey, y su primer ministro Richelieu que
tanto los habían hecho padecer.
En 1633, el 25 de marzo, las primeras cuatro jóvenes hacen votos de
pobreza, castidad y obediencia, bajo la dirección de Luisa, Así nació la más
grande comunidad femenina que existe, las Hermanas Vicentinas, Hijas de la
Caridad.
San Vicente les hizo este reglamento: “Por monasterio tendrán las
casas de los enfermos. Por habitación una pieza arrendada. Por claustro tendrán
las calles donde hay pobres que socorrer. Su límite de acción será la
obediencia. Puerta y muro de defensa será el temor de ofender a Dios. El velo
protector será la modestia o castidad”.
En aquellos años de 1633, Francia estaba pasando por una situación
dificilísima de guerras, miseria, ignorancia y abandono. Fue entonces cuando
guiadas por el incansable San Vicente de Paúl, las Hijas de la Caridad
se dedicaron a colaborar en todos los frentes posibles, para socorrer a los más
necesitados.
Santa Luisa consiguió una casa grande y allí reunía a los pordioseros y los
ponía a trabajar. Las mujeres a hilar y a coser y los hombres a hacer
diversas obras manuales. Así los fue transformando en personas útiles a la
sociedad. La alegría y el trabajo reinaban en aquel inmenso asilo ocupado por la
mayoría de los mendigos de París. Y las Vicentinas los atendían con
exquisita caridad.
Consiguió otra casa y allí recogía a los locos o enfermos mentales, y a base
de una buena alimentación y de medicinas y de mucho cariño, con sus religiosas
los atendía esmeradísimamente, y lograba en muchísimos casos su
recuperación.
En 1655, el Arzobispado de París le concede la aprobación a la Nueva
Comunidad. Y San Vicente reúne a sus religiosas y les dice: “De hoy en
adelante llevarán siempre el nombre de Hijas de la Caridad. Conserven este
título que es el más hermoso que puedan tener”.
De Santa Luisa se puede decir lo que Fray Luis de León dijo acerca de Santa
Teresa: “Para conocer cómo era su personalidad, basta conocer cómo
fueron las religiosas que ella formó y las obras que escribió“. Las
religiosas formadas por Luisa fueron personas dedicadas con cuerpo y alma y por
toda la vida a las obras de la caridad y de apostolado. Y sus escritos
causan asombro al considerar de dónde sacó tiempo para escribir centenares de
cartas con consejos muy prácticos y provechosos, y para resumir las numerosas
conferencias que dictaba San Vicente, copiarlas y hacerlas circular, y para
hacer extractos de las meditaciones y de los Retiros Espirituales que predicaba
el Santo, y formar así tres volúmenes de 1,500 páginas. Y todo esto en medio de
una actividad asombrosa en favor de los enfermos, mendigos e
ignorantes.
Trece años antes de que ella muriera, dijo San Vicente: “La hermana
Luisa, por su debilidad y agotamiento debería haber muerto hace diez años. Al
verla, parece que hubiera salido de una tumba: tan débil está su cuerpo y tan
pálido su rostro. Pero sin embargo, trabaja y trabaja sin dejarse vencer por el
cansancio”.
San Vicente no pudo asistir a su santa discípula en la hora de la muerte
porque el se hallaba también muy enfermo pero le escribió una nota diciéndole:
“Usted se va adelante hacia la eternidad. Pero yo la seguiré muy pronto,
y nos volveremos a ver en el cielo”. Y así sucedió.
El 15 de Marzo de 1660, después de sufrir una dolorosa enfermedad y
la gangrena de un brazo murió santamente, dejando fundada y muy extendida la más
grande comunidad de religiosas. (San Vicente murió el 27 de Septiembre de ese
mismo año).
Las 33,000 religiosas vicentinas o hijas de la Caridad tienen más de
3,300 casas en el mundo. En la casa donde está sepultada su fundadora, en París,
allí mismo sucedieron las apariciones de la Virgen de la Medalla Milagrosa a la
vicentina Santa Catalina Labouré. Las religiosas fundadas por Santa Luisa se
dedican exclusivamente a obras de caridad.
El Papa Pío XI declaró santa a Luisa de Merillac en 1934, y el Sumo
Pontífice Juan XXIII la declaró Patrona de los Asistentes Sociales.
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