Oh, San Ignacio de Loyola, vos, sois
el hijo del Dios de la vida y, aunque
vuestra vida, entre la corte real y la milicia
transcurrió, defendisteis a Pamplona y
herido y en convalecencia plena, obró
luego la providencia divina, y en amante
de la teología os convertisteis.Y, os gustó
la lectura de piadosos libros, donde vos,
descubristeis, en la vida de Jesús, y la
de los Santos, vuestra vocación verdadera.
Interiores luchas os acosaron, entre los
piadosos deseos y los del mundo, hasta
que venciendo los primeros, os dedicasteis,
a un apostolado prístino, de fe lleno, en
el que, nuevamente, la providencia divina
hizo carne y os dirigió al Santuario de
Nuestra Señora de Montserrat y, haciendo
confesión general, dejasteis vuestras
ropas y vuestra espada, a sus pies santos
y, de pobreza, una vida comenzasteis, de
oración y penitencia llenas, dedicándoos
en cuerpo y alma, a amar a Dios, sobre
todas las cosas. Con vuestros escritos
y con vuestros discípulos, más tarde, y
con vos a la cabeza, la Compañía de Jesús
fundasteis y, con la cual intensamente
trabajasteis por la reforma de Nuestra
Santa Madre Iglesia. Para la posteridad
nos dejasteis, vuestro libro “Ejercicios
Espirituales”, preciosa joya, para domar
el alma y alejar los sentidos del mundo.
Vuestra obra, portentosa continúa hoy,
y poderosa se yergue y expande, por el orbe
de la tierra, tal y conforme lo había ya,
sentenciado Jesús Nuestro Señor. Y, vos,
que vuestra vida gastasteis hasta el fin,
entregasteis vuestra alma al cielo, para
recibir, justo premio, hecho corona de luz,
Santo Patrono de los ejercicios espirituales;
oh, San Ignacio de Loyola, “luz de Cristo”.
vuestra vida, entre la corte real y la milicia
transcurrió, defendisteis a Pamplona y
herido y en convalecencia plena, obró
luego la providencia divina, y en amante
de la teología os convertisteis.Y, os gustó
la lectura de piadosos libros, donde vos,
descubristeis, en la vida de Jesús, y la
de los Santos, vuestra vocación verdadera.
Interiores luchas os acosaron, entre los
piadosos deseos y los del mundo, hasta
que venciendo los primeros, os dedicasteis,
a un apostolado prístino, de fe lleno, en
el que, nuevamente, la providencia divina
hizo carne y os dirigió al Santuario de
Nuestra Señora de Montserrat y, haciendo
confesión general, dejasteis vuestras
ropas y vuestra espada, a sus pies santos
y, de pobreza, una vida comenzasteis, de
oración y penitencia llenas, dedicándoos
en cuerpo y alma, a amar a Dios, sobre
todas las cosas. Con vuestros escritos
y con vuestros discípulos, más tarde, y
con vos a la cabeza, la Compañía de Jesús
fundasteis y, con la cual intensamente
trabajasteis por la reforma de Nuestra
Santa Madre Iglesia. Para la posteridad
nos dejasteis, vuestro libro “Ejercicios
Espirituales”, preciosa joya, para domar
el alma y alejar los sentidos del mundo.
Vuestra obra, portentosa continúa hoy,
y poderosa se yergue y expande, por el orbe
de la tierra, tal y conforme lo había ya,
sentenciado Jesús Nuestro Señor. Y, vos,
que vuestra vida gastasteis hasta el fin,
entregasteis vuestra alma al cielo, para
recibir, justo premio, hecho corona de luz,
Santo Patrono de los ejercicios espirituales;
oh, San Ignacio de Loyola, “luz de Cristo”.
© 2012 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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31 de Julio
San Ignacio de Loyola
Fundador de los Jesuitas
Año 1556
San Ignacio: ruégale a Dios por todos los que como tí deseamos extender el Reino de Cristo, y hacer amar más a nuestro Divino Salvador.
“Todo para mayor Gloria de Dios” (San
Ignacio)
San Ignacio nació en 1491 en el castillo de
Loyola, en Guipúzcoa, norte de España, cerca de los montes Pirineos que están en
el límite con Francia. Su padre Bertrán De Loyola y su madre Marina Sáenz, de
familias muy distinguidas, tuvieron once hijos: ocho varones y tres mujeres.
El más joven de todos fue Ignacio. El nombre que le pusieron en el
bautismo fue Iñigo.
Entró a la carrera militar, pero en 1521,
a la edad de 30 años, siendo ya capitán, fue gravemente herido mientras defendía
el Castillo de Pamplona. Al ser herido su jefe, la guarnición del castillo
capituló ante el ejército francés. Los vencedores lo enviaron a su Castillo de
Loyola a que fuera tratado de su herida. Le hicieron tres operaciones en la
rodilla, dolorosísimas, y sin anestesia; pero no permitió que lo atasen ni que
nadie lo sostuviera. Durante las operaciones no prorrumpió ni una queja. Los
médicos se admiraban. Para que la pierna operada no le quedara más corta le
amarraron unas pesas al pie y así estuvo por semanas con el pie en alto,
soportando semejante peso. Sin embargo quedó cojo para toda la
vida.
A pesar de esto Ignacio tuvo durante toda su vida
un modo muy elegante y fino para tratar a toda clase de personas. Lo había
aprendido en la Corte en su niñez. Mientras estaba en convalecencia pidió que le
llevaran novelas de caballería, llenas de narraciones inventadas e imaginarias.
Pero su hermana le dijo que no tenía más libros que “La vida de Cristo”
y el “Año Cristiano”, o sea la historia del santo de cada día. Y le sucedió un
caso muy especial. Antes, mientras leía novelas y narraciones inventadas, en el
momento sentía satisfacción pero después quedaba con un sentimiento horrible de
tristeza y frustración . En cambio ahora al leer la vida de Cristo y las Vidas
de los santos sentía una alegría inmensa que le duraba por días y días. Esto lo
fue impresionando profundamente.
Y mientras leía las historias de los
grandes santos pensaba: “¿Y por qué no tratar de imitarlos? Si ellos pudieron
llegar a ese grado de espiritualidad, ¿por qué no lo voy a lograr yo? ¿Por qué
no tratar de ser como San Francisco, Santo Domingo, etc.? Estos hombres estaban
hechos del mismo barro que yo. ¿Por qué no esforzarme por llegar al grado que
ellos alcanzaron?”. Y después se iba a cumplir en él aquello que decía Jesús:
“Dichosos los que tienen un gran deseo de ser santos, porque su deseo se
cumplirá” (Mt. 5,6), y aquella sentencia de los psicólogos: “Cuidado con lo que
deseas, porque lo conseguirás”.
Mientras se proponía seriamente
convertirse, una noche se le apareció Nuestra Señora con su Hijo Santísimo. La
visión lo consoló inmensamente. Desde entonces se propuso no dedicarse a servir
a gobernantes de la tierra sino al Rey del cielo. Apenas terminó su
convalecencia se fue en peregrinación al famoso Santuario de la Virgen de
Monserrat. Allí tomó el serio propósito de dedicarse a hacer penitencia por sus
pecados. Cambió sus lujosos vestidos por los de un pordiosero, se
consagró a la Virgen Santísima e hizo confesión general de toda su
vida.
Y se fue a un pueblecito llamado Manresa, a 15
kilómetros de Monserrat a orar y hacer penitencia, allí estuvo un año. Cerca de
Manresa había una cueva y en ella se encerraba a dedicarse a la oración
y a la meditación. Allá se le ocurrió la idea de los Ejercicios Espiritales, que
tanto bien iban a hacer a la humanidad. Después de unos días en los cuales
sentía mucho gozo y consuelo en la oración, empezó a sentir aburrimiento y
cansancio por todo lo que fuera espiritual. A esta crisis de
desgano la llaman los sabios “la noche oscura del alma”. Es un estado
dificultoso que cada uno tiene que pasar para que se convenza de que los
consuelos que siente en la oración no se los merece, sino que son un regalo
gratuito de Dios.
Luego le llegó otra enfermedad espiritual
muy fastidiosa: los escrúpulos. O sea el imaginarse que todo es pecado. Esto
casi lo lleva a la desesperación. Pero iba anotando lo que le sucedía y lo que
sentía y estos datos le proporcionaron después mucha habildad para poder dirigir
espiritualmente a otros convertidos y según sus propias experiencias poderles
enseñar el camino de la santidad. Allí orando en Manresa adquirió lo
que se llama “Discreción de espíritus”, que consiste en saber determinar qué es
lo que le sucede a cada alma y cuáles son los consejos que más necesita, y saber
distinguir lo bueno de lo malo. A un amigo suyo le decía después: “En
una hora de oración en Manresa aprendí más a dirigir almas, que todo lo que
hubiera podido aprender asistiendo a universidades”.
En 1523 se fue en peregrinación a
Jerusalén, pidiendo limosna por el camino. Todavía era muy impulsivo y un día
casi ataca a espada a uno que hablaba mal de la religión. Por eso le aconsejaron
que no se quedara en Tierra Santa donde había muchos enemigos del catolicismo.
Después fue adquiriendo gran bondad y paciencia. A los 33 años empezó
como estudiante de colegio en Barcelona, España. Sus compañeros de estudio eran
mucho más jóvenes que él y se burlaban mucho. El toleraba todo con admirable
paciencia. De todo lo que estudiaba tomaba pretexto para elevar su alma a Dios y
adorarlo.
Después pasó a la Universidad de Alcalá.
Vestía muy pobremente y vivía de limosna. Reunía niños para enseñarles
religión; hacía reuniones de gente sencilla para tratar temas de espiritualidad,
y convertía pecadores hablandoles amablemente de lo importante que es salvar el
alma. Lo acusaron injustamente ante la autoridad religiosa y estuvo dos meses en
la cárcel. Después lo declararon inocente, pero había gente que lo
perseguía. El consideraba todos estos sufrimientos como un medio que Dios le
proporcionaba para que fuera pagando sus pecados. Y exclamaba: “No hay
en la ciudad tantas cárceles ni tantos tormentos como los que yo deseo sufrir
por amor a Jesucristo”.
Se fue a Paris a estudiar en su famosa
Universidad de La Sorbona. Allá formó un grupo con seis compañeros que
se han hecho famosos porque con ellos fundó la Compañía de Jesús. Ellos son:
Pedro Fabro, Francisco Javier, Laínez, Salnerón, Simón Rodríguez y Nicolás
Bobadilla. Recibieron doctorado en aquella universidad y daban muy buen ejemplo
a todos. Los siete hicieron votos o juramentos de ser puros, obedientes y
pobres, el día 15 de Agosto de 1534, fiesta de la Asunción de María. Se
comprometieron a estar siempre a las órdenes del Sumo Pontífice para que él los
emplease en lo que mejor le pareciera para la gloria de Dios.
Se fueron a Roma y el Papa Pablo III les recibió
muy bien y les dio permiso de ser ordenados sacerdotes. Ignacio, que se
había cambiado por ese nombre su nombre antiguo de Íñigo, esperó un año desde el
día de su ordenación hasta el día de la celebración de su primera misa, para
prepararse lo mejor posible a celebrarla con todo fervor. San Ignacio
se dedicó en Roma a predicar Ejercicios Espirituales y a catequizar al pueblo.
Sus compañeros se dedicaron a dictar clases en universidades y colegios y a dar
conferencias espirituales a toda clase de personas. Se propusieron como
principal oficio enseñar la religión a la gente.
En 1540 el Papa Pablo III aprobó su
comunidad llamada “Compañía de Jesús” o “Jesuitas”. El Superior General de la
nueva comunidad fue San Ignacio hasta su muerte. En Roma pasó todo el resto de
su vida. Era tanto el deseo que tenía de salvar almas que exclamaba: “Estaría
dispuesto a perder todo lo que tengo, y hasta que se acabara mi comunidad, con
tal de salvar el alma de un pecador”. Fundó casas de su
congregación en España y Portugal. Envió a San Francisco Javier a evangelizar el
Asia. De los jesuitas que envió a Inglaterra, 22 murieron martirizados por los
protestantes. Sus dos grandes amigos Laínez y Salmerón fueron famosos sabios que
dirigieron el Concilio de Trento. A San Pedro Canisio lo envió a Alemania y este
santo llegó a ser el más célebre catequista de aquél país. Recibió como
religioso jesuita a San Francisco de Borja que era rico político, gobernador, en
España. San Ignacio escribió más de 6 mil cartas dando consejos
espirituales.
El Colegio que San Ignacio fundó en Roma llegó a
ser modelo en el cual se inspiraron muchísimos colegios más y ahora se ha
convertido en la célebre Universidad Gregoriana. Los jesuitas fundados
por San Ignacio llegaron a ser los más sabios adversarios de los protestantes y
combatieron y detuvieron en todas partes al protestantismo. Les recomendaba que
tuvieran mansedumbre y gran respeto hacia el adversario pero que se presentaran
muy instruidos para combatirlos. El deseaba que el apóstol católico fuera muy
instruido.
El libro más famoso de San Ignacio se titula:
“Ejercicios Espirituales” y es lo mejor que se ha escrito acerca de como
hacer bien los santos ejercicios. En todo el mundo es leído y practicado este
maravilloso libro. Duró 15 años escribiéndolo. Su lema era: “Todo para mayor
gloria de Dios”. Y a ello dirigía todas sus acciones, palabras y
pensamientos: A que Dios fuera más conocido, más amado y mejor obedecido.
En los 15 años que San Ignacio dirigió a la Compañía de Jesús, esta pasó
de siete socios a más de mil. A todos y cada uno trataba de formarlos muy bien
espiritualmente.
Como casi cada año se enfermaba y después volvía
a obtener la curación, cuando le vino la última enfermedad nadie se imaginó que
se iba a morir, y murió subitamente el 31 de julio de 1556 a la edad de
65 años. En 1622 el Papa lo declaró Santo y después Pío XI lo declaró Patrono de
los Ejercicios Espirituales en todo el mundo. Su comunidad de Jesuitas es la más
numerosa en la Iglesia Católica.