Oh, San Antonio
María Zaccaría;
vos, sois el hijo
del Dios de lavida, que, tiempo poco vivisteis,
pero, obrasteis, como si vivido
hubierais larga vida y, como médico
que erais, os dedicasteis a, no sólo
curar cuerpos, sino, sobretodo almas,
salvándolas del infierno eterno.
La comunidad de las “Angelicales”
hermanas y la de los “Clérigos de
San Pablo”, fundasteis, para, entre
los pecadores predicar, y conversos
volverlos. Vos, un amor inmenso
sentíais por la Eucaristía Sagrada,
y propagasteis por todo el mundo
la devoción de las “Cuarenta Horas”,
para, como es debido honrarla y
junto a ella, la pasión y muerte
de Nuestro Señor Jesucristo, que
también os conmovía. Y, cada viernes,
sonar hacíais, las campanas, en su
recuerdo a las tres de la tarde.
A San Pablo leer, os emocionaba
y de quien predicabais luego en
el púlpito. Al hereje e impío Lutero,
enfrentasteis y las bases sentasteis
para el Concilio de Trento. Y, así,
de haber luego gastado vuestra vida
corta, voló vuestra alma al cielo,
para recibir corona de luz eterna;
oh, San Antonio María Zaccaría, “luz”.
© 2012 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Julio
5
San Antonio
María ZaccariaSacerdote y fundador
Año 1539.
En este sacerdote que murió muy joven, sí que
se cumplió aquella frase del Libro de la Sabiduría en la S. Biblia “Vivió muy
poco tiempo, pero hizo obras como si hubiera tenido una vida muy larga”. Nació
en Cremona, Italia, en 1502. Quedó huérfano de padre cuando tenia muy pocos
años. Su madre, viuda a los 18 años, renunció a nuevos matrimonios que se le
ofrecían con tal de dedicarse totalmente a la educación de su hijito y los
resultados que obtuvo fueron admirables.
Estudió medicina en la Universidad de Padua, y
allí supo cuidarse muy bien para huir de las juergas universitarias y así
conservar la santa virtud de la castidad. Desde joven renunció a los vestidos
elegantes y costosos, y vistió siempre como la gente pobre, y el dinero que
ahorraba con esto, lo repartía entre los más necesitados.
A los 22 años se graduó de médico y su gran
deseo era dedicarse totalmente a atender a las gentes más pobres, la mayor parte
de las veces gratuitamente, y aprovechar su profesión para ayudarles también a
sus pacientes a salvar el alma y ganarse el cielo. Pero unos años después, sus
directores espirituales le aconsejaron que hiciera también los estudios
sacerdotales, y así logró ordenarse de sacerdote. Así fue doblemente médico: de
los cuerpos y de las almas.
Antonio María tuvo siempre desde muy pequeño un
inmenso amor por los pobres. Ya en la escuela, volvía a veces a casa sin saco,
porque lo había regalado a algún pobrecito que había encontrado por ahí
tiritando de frío. Durante sus años de profesional y sacerdote, todo lo que
consigue lo reparte entre los más necesitados. Se trasladó a Milán (la ciudad de
mayor número de habitantes en Italia) porque en esa gran ciudad tenía más
posibilidades de extender su apostolado a muchas gentes. Y allí, por medio de la
hermana Luisa Torelli fundó la comunidad de las hermanas llamadas “Angelicales”
(nombre que les pusieron porque su convento se llamaba de “Los Santos Angeles”).
El fin de esta comunidad era preservar a las jovencitas que estaban en peligro
de caer en vicios, y redimir y volver al buen camino a las que ya habían caído.
Estas hermanas le ayudaron muchísimo a nuestro santo en todos sus
apostolados.
Luego con otros compañeros fundó la Comunidad
llamada “Clérigos de San Pablo” los cuales, por vivir en un convento llamado de
San Bernabé, fueron llamados por la gente “Los Padres Bernabitas”. Esta
congregación tenía por fin predicar para convertir a los pecadores, extender por
todas partes la devoción a la Pasión y muerte de Cristo, y a su santa Cruz. Y
esforzarse lo más posible por tratar de obtener la renovación de la vida
espiritual y piadosa entre el pueblo, que estaba muy decaida y relajada. Estos
religiosos hicieron tanto bien en la ciudad y sus alrededores que unos años mas
tarde, San Carlos, gran arzobispo de Milán, dirá de ellos: “Son la ayuda más
formidable que he encontrado en mi arquidiócesis”.
San Antonio María sentía un gran cariño por la
Sagrada Eucaristía, donde está Cristo presente en la Santa Hostia, con su
Cuerpo, Sangre, alma y divinidad. Por eso propagó por todas partes la devoción
de las Cuarenta Horas, que consiste en dedicar tres días cada año, en cada
templo, a honrar solemnemente a la Sma. Eucaristía con rezos, cantos y otros
actos solemnes de culto.
Otra de sus grandes devociones era la pasión y
muerte de Cristo. Cada viernes, a las tres de la tarde hacía sonar las campanas,
para recordar a la gente que a esa hora había muerto Nuestro Señor. Siempre
llevaba una imagen de Jesús crucificado, y se esmeraba por hacer que sus oyentes
meditaran en los sufrimientos de Jesús en su Pasión y Muerte, porque esto
aumenta mucho el amor hacia el Redentor. Y una tercera devoción que lo acompaño
en sus años de sacerdocio fue un enorme entusiasmo por las Cartas de San Pablo.
Su lectura lo emocionaba hasta el extremo, y de ellas predicaba, y a sus
discípulos les insistía en que leyeran tan preciosas cartas frecuentemente, y
que meditaran en sus importantísimas enseñanzas. A él le sucedió lo que le ha
pasado a miles y millones de creyentes en el mundo entero, que al leer las
Cartas de San Pablo han descubierto en ellas unos mensajes celestiales tan
interesantes que quedan entusiasmados para siempre por su lectura y
meditación.
A nuestro santo le correspondió vivir en los
tiempos difíciles en los que en Alemania el falso reformador Lutero proclamaba
una falsa reforma en la religión, y en Roma y España, San Ignacio y sus jesuitas
empezaban a trabajar por conseguir una verdadera reforma de la Iglesia, y
muchísimos católicos sentían un intenso deseo de que empezara una era de mayor
fervor y menos frialdad y maldad. San Antonio María fue uno de los que con su
enorme apostolado preparó la gran Reforma de la Iglesia Católica que iba a traer
el Concilio de Trento.
Siendo aún muy joven, sintió que de tanto
trabajar por el apostolado, le faltaban las fuerzas. Se fue a casa de su santa
madre, y en sus brazos murió el 5 de julio de 1539. Tenía apenas 37 años, pero
había hecho labores apostólicas como si hubiera trabajado por tres docenas de
años más. El Papa León XIII lo declaró santo en 1897. Y nosotros le pedimos a
San Antonio Zaccaría, que pida mucho al buen Dios para que la Iglesia Católica
se renueve día por día y no vaya a caer nunca en la relajación y que no se
enfríe nunca en el santo fervor que Nuestro Señor quiere de cada uno de los
creyentes.
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