Oh, San Andrés Avelino; vos, sois
el hijo del Dios de la vida y su amado
santo, y, fuisteis, porque quiso Dios
el mismo letrado, que, al leer en el
Libro Santo, la frase: “La boca que
miente, mata el alma”, suficiente
para abandonarlo todo. Así, supisteis
que, volveríais jamás a ser como antes
y por ello os entregasteis, con pasión y
amor, a abrazar la Cruz de Cristo, atrás
dejando fama, posición y dinero, para
vestir el uniforme de sacerdote y con
él, deslumbrasteis a propios y extraños,
usando vuestra palabra, por donde
fuerais, maravillas y milagros haciendo.
Había dicho Nuestro Señor Jesucristo:
“Quien renuncie a algo importante por
amor a mí, recibirá cien veces más”. Y,
claro, vos, lo recibisteis. Hoy, gozáis de
las alegrías del cielo, coronado de luz,
como premio justo que vos, ganasteis;
oh San Andrés Avelino; “luz y esperanza”.
© 2012 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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19 de Noviembre
San Andrés Avelino
Año 1608
Que Dios que es tan bueno y tan generoso, nos envíe muchos predicadores que como San Andrés Avelino conviertan a los pecadores que asistan a sus sermones.
San Andrés Avelino
Año 1608
Que Dios que es tan bueno y tan generoso, nos envíe muchos predicadores que como San Andrés Avelino conviertan a los pecadores que asistan a sus sermones.
Quien renuncie a algo importante por amor a mí, recibirá cien veces más (Jesucristo).
El hecho más conocido de este santo es que siendo un abogado de fama, un día en un pleito dijo una mentira, pero luego leyó en la S. Biblia la frase que dice: “La boca que miente, mata el alma”, y se asustó tanto que dejó la abogacía y se dedicó al sacerdocio, a predicar y salvar almas.
San Andrés Avelino nació en Nápoles (Italia) en 1521. Entró a la comunidad de Padres Teatinos y allí dio tales muestras de sabiduría, que fue nombrado maestro de novicios y superior.
San Carlos Borromeo, que era Arzobispo de Milán, quedó tan admirado de las cualidades de ciencia y de santidad de San Andrés que pidió a los superiores de esa comunidad que se lo enviaran a Milán, y lo obtuvo, consiguiendo con ello un gran progreso para su ciudad, porque las predicaciones de Avelino convertían muchos pecadores.
Había un convento muy relajado y San Carlos envió al Padre Andrés a tratar de reformarlo. Lo amenazaron de muerte si se atrevía a entrar allá, pero fue valiente y acabó con todos los abusos. En la ciudad de Piacenza su predicación produjo un cambio tan grande en las costumbres, que los cantineros y dueños de casas de juegos se quejaron ante el gobernador porque se les había acabado la clientela. El gobernador llamó al santo para que le diera explicaciones y este le habló tan hermosamente acerca de lo importante que es evitar el pecado y salvar el alma, que desde ese día la esposa del gobernante lo escogió como director espiritual.
En su ciudad de Nápoles su predicación convertía miles de pecadores, y él acompañaba sus palabras con admirables milagros y sanaciones. San Andrés Avelino murió a la edad de 80 años en noviembre de 1608, y murió en el preciso momento en el que empezaba la santa misa. Al hacer la señal de la cruz para comenzar la celebración, cayó muerto de un ataque de apoplejía.
Acudieron grandes multitudes a visitarlo en su ataúd, y durante 72 horas su cadáver echó sangre cada vez que le hicieron alguna pequeña cortada. Esa sangre la recogieron en frascos, y cuatro años después empezó a hervir, en el aniversario e su muerte.
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