Oh, San Saturnino; vos, sois el hijo
del Dios de la vida y su amado
santo. Vos, pastoreasteis a vuestra
cristiana mies, y con ella, os
negasteis a incienso quemar a los
falsos dioses, sufriendo cruel
martirio. Fue grande vuestro amor
a Cristo, tanto que, vuestro martirio
culto se hizo en el interior de las
Galias, en la ribera mediterránea
y pasó también los Pirineos, hacia
España, donde los peregrinos, en
veneran vuestras reliquias. Dice
de vos el Martirologio Romano:
“En Tolosa, en tiempo de Decio,
San Saturnino, obispo, fue detenido
por los paganos en el Capitolio
de esta villa y arrojado desde lo
alto de las gradas. Así, rota su
cabeza, esparcido el cerebro, magullado
el cuerpo, entregó su digna alma
a Cristo”. Y, en otra versión dice,
que atado fuisteis con cuerdas a
un toro que estaba dispuesto a ser
sacrificado y que, os arrastró, hasta
muerto dejaros y destrozado, pero,
dos cristianas valientes, recogen
vuestro cuerpo y os entierran cerca
de la ruta de Aquitania. Así, pues,
con valor y presteza sublimes, os
despojasteis de esta vida, alcanzando
la gloria de vuestro Maestro, Cristo
Jesús, Dios y Señor Nuestro, quien
os coronó, de luz y gloria eterna;
oh, San Saturnino, "amor, fe y valor".
© 2012 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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29 de Noviembre
San Saturnino de TolosaObispo y Mártir
La ciudad de Toulouse, en el Languedoc francés, muestra con orgullo su magnífica e impresionante catedral —joya del románico— de Saint-Sernin. Tiene cinco naves, vasto crucero y un coro deambulatorio con capillas radiadas.
San Saturnino —nuestro conocido y tantas veces cantado Sanserenín de las canciones y juegos infantiles— fue el primer obispo de esta parte de la Iglesia.
No se conoce nada anterior a su muerte. Todo lo que nos ha llegado es producto del deseo de ejemplarizar rellenando con la imaginación y la fantasía lo que la historia no es capaz de decir. A partir de unos relatos probables se suman otros y otros más que lo van adornando como descendiente de familia romana — el nombre es diminutivo del dios romano Saturno— culta, adinerada, noble e incluso regia hasta llegar a las afirmaciones de Cesareo de Arlés que, nada respetuoso con la cronología, lo presenta candorosamente como oriundo de Oriente, uno más de los discípulos del Señor, bautizado por Juan Bautista, presente en la última Cena y en Pentecostés. Ciertamente es el comienzo de la literatura legendaria.
Lo que consta es que la figura está enmarcada en el siglo III, en tiempos de la dominación romana, después de haberse publicado, en el año 250, los edictos persecutorios de Decio, cuando la zona geográfica de Tolosa cuenta con una pequeña comunidad cristiana pastoreada por el obispo Saturnino que por no caer en idolatría, quemando incienso a los dioses, sufre el martirio de una manera suficientemente cruel para que el hecho trascienda los límites locales y la figura del mártir comience a recibir culto en el interior de las Galias, en la ribera mediterránea y pase también los Pirineos hacia España.
En tiempos posteriores, facilita la extensión de esta devoción el hecho de que el reino visigodo se prolongue hasta España lo que conlleva el transporte de datos culturales; también el peregrinaje desde toda Europa a la tumba el Apóstol Santiago en Compostela hace que los andariegos regresen expandiendo hacia el continente la devoción saturniniana, al ser Tolosa un punto de referencia clásico en las peregrinaciones, y con ello los peregrinos entran en contacto con las reliquias del mártir.
El martirologio romano hace su relación escueta en estos términos: “En Tolosa, en tiempo de Decio, San Saturnino, obispo, fue detenido por los paganos en el Capitolio de esta villa y arrojado desde lo alto de las gradas. Así, rota su cabeza, esparcido el cerebro, magullado el cuerpo, entregó su digna alma a Cristo”.
Los relatos siguientes lo presentan atado con cuerdas a un toro que estaba dispuesto para ser sacrificado y que lo arrastra hasta dejarlo muerto y destrozado. Dos valientes cristianas —Les Saintes-Puelles— recogen su cuerpo y lo entierran cerca de la ruta de Aquitania.
El obispo Hilario hizo construir sobre la tumba de su antecesor una pequeña basílica que reformó san Exuperio en el siglo V y que destruyeron los sarracenos en el 711. Edificada lentamente durante el siglo XI, la consagró el papa Urbano II el año 1096 para que, en el 1258, el obispo Raimundo de Falgar depositara en su coro los restos de san Saturnino.
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