Oh, Santa Inés; vos, sois la hija del Dios
de la vida y su amada santa, aquella mujer,
escogida por Él, para, su Esposa haceros.
Y, vos, llena de sublime amor por Cristo,
dijisteis a vuestro pretendiente: “He sido
solicitada por otro Amante. Yo amo a Cristo.
Seré la esposa de Aquel cuya Madre es Virgen;
lo amaré y seguiré siendo casta”. Y, así os
lo hicisteis, hasta la entrega de vuestra
joven y preciosa vida. Levantasteis vuestras
puras manos, hacia Jesucristo orando, y desde
el fondo de la hoguera de vuestro martirio,
el signo de la Cruz hicisteis, en señal de Cristo
victorioso. Presentasteis vuestras manos y
frágil cuello, ante las argollas del frío
hierro. Llanto de todos, menos el vuestro.
Y, al Divino Padre, el alma entregasteis.
¡Oh, insensata juventud, aprended de Inés,
que, poseyéndolo todo, al mundo despreció,
y atándose al madero de la vida, que es Cristo
corona de luz eterna recibió, como premio
a vuestra entrega de amor y fe. Gracias a vos,
en vuestra fiesta, los corderos se bendicen,
con cuya lana los «palios” se tejen. Mártir
de la virginidad y Patrona de las jóvenes
puras. Vuestro martirio y pureza alumbren
a las juventudes de todo el orbe de la tierra;
oh, Santa Inés, “mártir y pureza de Dios”.
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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21 de Enero
Santa Inés
Mártir
San Ambrosio en una de sus homilías habló de Santa Inés como un personaje muy conocido de las gentes de aquel tiempo. Recuerda que su nombre viene de Agnus, y significa «pura”.
Y añade el santo: «Se refiere que ella tenía sólo trece años cuando fue martirizada. Y notemos el poder de la fe que consigue hacer mártires valientes en tan tierna edad. Casi no había sitio en tan pequeño cuerpo para tantas heridas. Se mostró valientísima ante las más ensangrentadas manos de los verdugos y no se desanimó cuando oyó arrastrar con estrépito las pesadas cadenas. Ofreció su cuello a la espada del soldado furioso. Llevada contra su voluntad ante el altar de los ídolos, levantó sus manos puras hacia Jesucristo orando, y desde el fondo de la hoguera hizo el signo de la cruz, señal de la victoria de Jesucristo. Presentó sus manos y su cuello ante las argollas de hierro, pero era tan pequeña que aquellos hierros no lograban atarla. Todos lloraban menos ella. Las gentes admiraban la generosidad con la cual brindaba al Señor una vida que apenas estaba empezando a vivir.
Estaban todos asombrados de que a tan corta edad pudiera ser ya tan valerosa mártir en honor de la Divinidad. Cuántas amenazas empleó el tirano para persuadirla. Cuántos halagos para alejarla de su religión. Mas ella respondía: La esposa injuria a su esposo si acepta el amor de otros pretendientes. Únicamente será mi esposo el que primero me eligió, Jesucristo. ¿Por qué tardas tanto verdugo? Perezca este cuerpo que no quiero sea de ojos que no deseo complacer. Llegado el momento del martirio. Reza. Inclina la cabeza. Hubierais visto temblar el verdugo lleno de miedo, como si fuera él quien estuviera condenado a muerte. Su mano tiembla. Palidece ante el horror que va a ejecutar, en tanto que la jovencita mira sin temor la llegada de su propia muerte. H aquí dos triunfos a un mismo tiempo para una misma niña: la pureza y el martirio”.
Era de la noble familia romana Clodia. Nació cerca del año 290. Recibió muy buena educación cristiana y se consagró a Cristo con voto de virginidad.
Volviendo un día del colegio, la niña se encontró con el hijo del alcalde de Roma, el cual se enamoró de ella y le prometió grandes regalos a cambio de la promesa de matrimonio. Ella respondió: «He sido solicitada por otro Amante. Yo amo a Cristo. Seré la esposa de Aquel cuya Madre es Virgen; lo amaré y seguiré siendo casta”.
El hijo recurre a su padre, el alcalde. Este la hace apresar. La amenazan con las llamas si no reniega de su religión pero no teme a las llamas. Entonces la condenan a morir degollada. Sus padres recogen el cadáver. La sepultan en el sepulcro paterno. Pocos días después su hermana Emerenciana cae martirizada a pedradas por estar rezando junto al sepulcro.
«Con mínimas fuerzas superó grandes peligros”, dice San Dámaso en su epitafio. Todos los historiadores coinciden en proclamarla mártir de la virginidad. Es patrona de las jóvenes que desean conservar la pureza. Cada año, el 21 de enero, día de Santa Inés, se bendicen los corderos con cuya lana se tejen los «palios”, o sea el distintivo de los arzobispos.
En este tiempo de materialismo sea ella un modelo de castidad para la juventud. La liturgia la presenta como modelo de los éxitos que logra alcanzar una persona cuando tiene una gran fe. La fe en Dios y en la eternidad lleva al heroísmo.
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