Oh, San Modesto de Tréveris, vos, sois
el hijo del Dios de la vida y el mismo que
hicisteis honor al significado de vuestro
nombre: “Modesto”, ya que, en él, llevabais
inserta la templanza, cara y escasa virtud
de hallar y conseguir en cualquier tiempo.
Vos, os preocupabais por la mies de Cristo,
a quienes, trasmitíais vuestras virtudes,
en cada sermón y en cada ofrenda, a pesar
de que, invadido y asolado estabais por
reyezuelos corruptos, soportando el desorden,
el desaliento, el dolor que generaban los
muertos en vuestra grey y la inhumana
indigencia, en medio de la abundancia,
del vicio, el desarreglo y el libertinaje.
Pero, vos, todo lo transformasteis, con valor,
esfuerzo, paciencia y arduo trabajo, refugiándoos
en el secreto de los santos y santas: “la
oración”, llorando los pecados de vuestro
pueblo y ayunando, para que, la ira de Dios,
se aplacase, predicando desde el púlpito y
en la calle, ayudando a los pobres y desposeídos.
Y, así, de pronto, como respuesta venida
del cielo, lo casi imposible, se hizo posible,
y un increíble cambio se obró entre vuestros
fieles, hasta el día aquél, en que, cumplida
vuestra tarea, voló al cielo, vuestra alma,
para coronada ser de eternidad, como premio
justo a vuestra entrega de amor y modestia;
oh, San Modesto de Tréveris, “modestia y luz ”.
el hijo del Dios de la vida y el mismo que
hicisteis honor al significado de vuestro
nombre: “Modesto”, ya que, en él, llevabais
inserta la templanza, cara y escasa virtud
de hallar y conseguir en cualquier tiempo.
Vos, os preocupabais por la mies de Cristo,
a quienes, trasmitíais vuestras virtudes,
en cada sermón y en cada ofrenda, a pesar
de que, invadido y asolado estabais por
reyezuelos corruptos, soportando el desorden,
el desaliento, el dolor que generaban los
muertos en vuestra grey y la inhumana
indigencia, en medio de la abundancia,
del vicio, el desarreglo y el libertinaje.
Pero, vos, todo lo transformasteis, con valor,
esfuerzo, paciencia y arduo trabajo, refugiándoos
en el secreto de los santos y santas: “la
oración”, llorando los pecados de vuestro
pueblo y ayunando, para que, la ira de Dios,
se aplacase, predicando desde el púlpito y
en la calle, ayudando a los pobres y desposeídos.
Y, así, de pronto, como respuesta venida
del cielo, lo casi imposible, se hizo posible,
y un increíble cambio se obró entre vuestros
fieles, hasta el día aquél, en que, cumplida
vuestra tarea, voló al cielo, vuestra alma,
para coronada ser de eternidad, como premio
justo a vuestra entrega de amor y modestia;
oh, San Modesto de Tréveris, “modestia y luz ”.
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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24 de Febrero
San Modesto de Tréveris
Obispo
San Modesto de Tréveris
Obispo
Su apelativo bien pronunciado indica al poseedor de una virtud altamente costosa de conseguir y dice mucho con relación a la templanza que ayuda al perfecto dominio de sí. Buen servicio hizo esta virtud al santo que la llevó en su nombre.
El pastor de Tréveris trabaja y se desvive por los fieles de Jesucristo, allá por el siglo V. Lo presentan los escritos narradores de su vida adornado con todas las virtudes que debe llevar consigo un obispo.
Al leer el relato, uno va comprobando que, con modalidades diversas, el hombre continúa siendo el mismo a lo largo de la historia. No cambia en su esencia, no son distintos sus vicios y ni siquiera se puede decir que no sea un indigente de los mismos remedios ayer que hoy. Precisamente en el orden de la sobrenatural, las necesidades corren parejas por el mismo sendero, las virtudes a adquirir son siempre las mismas y los medios disponibles son idénticos. Fueron inventados hace mucho tiempo y el hombre ha cambiado poco y siempre por fuera.
Modesto es un buen obispo que se encuentra con un pueblo invadido y su población asolada por los reyes francos Merboco y Quildeberto. A su gente le pasa lo que suele suceder como consecuencia del desastre de las guerras. Soportan todas las consecuencias del desorden, del desaliento, del dolor de los muertos y de la indigencia. Están descaminados los usos y costumbres de los cristianos; abunda el vicio, el desarreglo y libertinaje. Para colmo de males, si la comunidad cristiana está deshecha, el estado en que se encuentra el clero es aún más deplorable. En su mayor parte, están desviados, sumidos en el error y algunos nadan en la corrupción.
El obispo está al borde del desaliento; lleno de dolor y con el alma encogida por lo que ve y oye. Es muy difícil poner de nuevo en tal desierto la semilla del Evangelio. Humanamente la tarea se presenta con dificultades que parecen insuperables.
Reacciona haciendo cada día más suyo el camino que bien sabía habían tomado con éxito los santos. Se refugia en la oración; allí gime en la presencia de Dios, pidiendo y suplicando que aplaque su ira. Apoya el ruego con generosa penitencia; llora los pecados de su pueblo y ayuna. Sí, son muchas las horas pasadas con el Señor como confidente y recordándole que, al fin y al cabo, las almas son suyas.
No deja otros medios que están a su alcance y que forman parte del ministerio. También predica. Va poco a poco en una labor lenta; comienza a visitar las casas y a conocer en directo a su gente. Sobre todo, los pobres se benefician primeramente de su generosidad. En esas conversaciones de hogar instruye, anima, da ejemplo y empuja en el caminar.
Lo que parecía imposible se realiza. Hay un cambio entre los fieles que supo ganar con paciencia y amabilidad. Ahora es el pueblo quien busca a su obispo porque quiere gustar más de los misterios de la fe. Ya estuvieron sobrado tiempo siendo rudos, ignorantes y groseros.
Murió -y la gente decía que era un santo el que se iba- el 24 de febrero del año 486.
El relato reafirma juntamente la pequeñez del hombre -el de ayer y el de hoy-y su grandeza.
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