05 febrero, 2014

Santa Agueda

 
Oh, Santa Agueda, sois vos, la hija
del Dios de la vida y su amada santa.
La predilecta de Nuestro Señor Jesucristo,
aquella que, amándoos de tal forma,
las propuestas de la mundana vida rechazó,
hasta la entrega de la propia vida,
en cruel y cruento martirio, Salmos
elevando al cielo. Cuando curada fuisteis,
por el mismo Pedro, os preguntó el tirano:
¿Quién os ha curado? Vos, respondisteis:
“He sido curada por el poder de Jesucristo”.
Y, lleno de rabia el impío verdugo os gritó:
¿Cómo os atrevéis a nombrar a Cristo,
si eso está prohibido? Y vos, volvisteis
a responder: “Yo no puedo dejar de hablar
de Aquél a quien más fuertemente amo
en mi corazón”. Entonces os tiraron sobre
llamas y brasas ardientes. Y, vos, mientras
os quemabais decíais: “Oh Señor, Creador
mío: gracias porque desde la cuna me has
protegido siempre. Gracias porque me has
apartado del amor a lo mundano y de lo que
es malo y dañoso. Gracias por la paciencia
que me has concedido para sufrir. Recibe
ahora en tus brazos mi alma”. Y, os escuchó
Dios, y os recibió en sus amadísimos brazos
y a la vez os premió, con corona de luz,
como premio a vuestra entrega amor y fe;
oh, Santa Agueda; “luz de bondad y virtud”.


© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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5 de Febrero
Santa Agueda
Virgen y Mártir
(año 251)
 
Santa Agueda, vírgen y mártir (Año 251).  Agueda significa “la buena”, “la virtuosa”.
 
Un himno latino sumamente antiguo canta así: “Oh Agueda: tu corazón era tan fuerte que logró aguantar que el pecho fuera destrozado a machetazos y tu intercesión es tan poderosa, que los que te invocan cuando huyen al estallar el volcán Etna, se logran librar del fuego y de la lava ardiente, y los que te rezan, logran apagar el fuego de la concupiscencia.”.
 
Agueda nació en Catania, Sicilia, al sur de Italia, hacia el año 230.Como Santa Inés, Santa Cecilia y Santa Lucía, decidió conservarse siempre pura y virgen, por amor a Dios. En tiempos de la persecución del tirano emperador Decio, el gobernador Quinciano se propone enamorar a Agueda, pero ella le declara que se ha consagrado a Cristo.
 
Para hacerle perder la fe y la pureza el gobernador la hace llevar a una casa de mujeres de mala vida y estarse allá un mes, pero nada ni nadie logra hacerla quebrantar el juramento de virginidad y de pureza que le ha hecho a Dios. Allí, en esta peligrosa situación, Agueda repetía las palabras del Salmo 16: “Señor Dios: defiéndeme como a las pupilas de tus ojos. A la sombra de tus alas escóndeme de los malvados que me atacan, de los enemigos mortales que asaltan”.
 
El gobernador le manda destrozar el pecho a machetazos y azotarla cruelmente. Pero esa noche se le aparece el apóstol San Pedro y la anima a sufrir por Cristo y la cura de sus heridas.
 
Al encontrarla curada al día siguiente, el tirano le pregunta: ¿Quién te ha curado? Ella responde: “He sido curada por el poder de Jesucristo”. El malvado le grita: ¿Cómo te atreves a nombrar a Cristo, si eso está prohibido? Y la joven le responde: “Yo no puedo dejar de hablar de Aquél a quien más fuertemente amo en mi corazón”.
 
Entonces el perseguidor la mandó echar sobre llamas y brasas ardientes, y ella mientras se quemaba iba diciendo en su oración: “Oh Señor, Creador mío: gracias porque desde la cuna me has protegido siempre. Gracias porque me has apartado del amor a lo mundano y de lo que es malo y dañoso. Gracias por la paciencia que me has concedido para sufrir. Recibe ahora en tus brazos mi alma”. Y diciendo esto expiró. Era el 5 de febrero del año 251.
 
Desde los antiguos siglos los cristianos le han tenido una gran devoción a Santa Agueda y muchísimos y muchísimas le han rezado con fe para obtener que ella les consiga el don de lograr dominar el fuego de la propia concupiscencia o inclinación a la sensualidad.
 
Propósito
 
Digámosle a Dios: “Señor, aquí están todas mis concupiscencias y malas inclinaciones. Mi vida se puede convertir fácilmente en un desorden. Toma en tus manos estas mis malas inclinaciones y cálmalas y cúralas, tu que curaste las heridas de tu sierva Agueda y le diste fortaleza para resistir al fuego. Creo que el poder y la bondad de mi Dios podrán obtener lo que mis pobres fuerzas no han logrado. Dios puede mejorar radicalmente mi personalidad”.
 
¿Cuántas veces pondré en manos de Dios mis concupiscencias y malas inclinaciones para que El las cure y las calme? ¿Cuántas veces cada día?
 

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