Oh, Santa Rosa de Lima, vos, sois la hija del Dios
de la vida, su amada santa y, que, cierto día,
entregada vos, a los pobres y enfermos, a vuestra
madre le respondisteis: “Cuando servimos a los
pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No
debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo,
porque en ellos servimos a Jesús”. Vuestra vida,
de piedad y de virtud, halló conforte cuando
vestisteis el hábito de la Orden de Santo Domingo.
En la penitencia, la mística y la contemplación,
grande camino hicisteis. Por modelo de santidad a
Santa Catalina de Siena, tomasteis, muy a pesar
de la oposición y de las burlas de vuestros padres
y amigos. De vuestro corazón, desterrasteis todo
rasgo de amor propio, y aplastasteis así, el orgullo,
mediante la humildad, la obediencia y la abnegación
de la voluntad propia. Desobedecisteis jamás a
vuestros padres y, en silencio, la incomprensión
sufristeis. Días enteros en el huerto. Trabajabais,
y cosíais en ayuda de vuestra familia. Luchasteis
contra las propuestas de matrimonio a cada nada,
y entonces, votos de virginidad hicisteis, a Dios,
a quien os habíais consagrado desde siempre, tanto
que llevabais sobre la cabeza, corona de espinas,
por amor a Él. Y, cuando de Él, hablabais, cambiaba
vuestro tono de voz, y vuestro rostro, se inflamaba
reflejando el sentimiento de vuestra alma y vuestro
corazón, y era más, cuando os hallabais en presencia
del Santísimo Sacramento y cuando estabais en plena
comunión con Dios. Permitió Él, que sufrieses mucho,
y que, vuestros amigos os persiguieran y vuestra
alma, sumida se vio entonces, en desolación espiritual,
que el maligno aprovechaba, para molestaros cada vez,
con tentaciones violentas. “Oíd pueblos, oíd, todo género
de gentes: de parte de Cristo y con palabras tomadas
de su misma boca, yo os aviso: Que no se adquiere gracia
sin padecer aflicciones; hay necesidad de trabajos y
más trabajos, para conseguir la participación íntima
de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de
Dios y la perfecta hermosura del alma”. Escribisteis
así, alguna vez. Y, vos, que habíais padecido tanto
a lo largo de vuestra santa vida, en vuestros últimos
momentos de vida, así, dijiteis: “Señor, auméntame
los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida
tu amor”. Y, Dios os escuchó y voló vuestra alma al
cielo, para coronada ser con corona de luz, como premio
a vuestra increíble entrega de amor, fe y esperanza.
Santa Patrona de las Américas, el Perú y las Filipinas;
Oh, Santa Rosa de Lima, “rosa amorosa del Dios de la vida”.
de la vida, su amada santa y, que, cierto día,
entregada vos, a los pobres y enfermos, a vuestra
madre le respondisteis: “Cuando servimos a los
pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No
debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo,
porque en ellos servimos a Jesús”. Vuestra vida,
de piedad y de virtud, halló conforte cuando
vestisteis el hábito de la Orden de Santo Domingo.
En la penitencia, la mística y la contemplación,
grande camino hicisteis. Por modelo de santidad a
Santa Catalina de Siena, tomasteis, muy a pesar
de la oposición y de las burlas de vuestros padres
y amigos. De vuestro corazón, desterrasteis todo
rasgo de amor propio, y aplastasteis así, el orgullo,
mediante la humildad, la obediencia y la abnegación
de la voluntad propia. Desobedecisteis jamás a
vuestros padres y, en silencio, la incomprensión
sufristeis. Días enteros en el huerto. Trabajabais,
y cosíais en ayuda de vuestra familia. Luchasteis
contra las propuestas de matrimonio a cada nada,
y entonces, votos de virginidad hicisteis, a Dios,
a quien os habíais consagrado desde siempre, tanto
que llevabais sobre la cabeza, corona de espinas,
por amor a Él. Y, cuando de Él, hablabais, cambiaba
vuestro tono de voz, y vuestro rostro, se inflamaba
reflejando el sentimiento de vuestra alma y vuestro
corazón, y era más, cuando os hallabais en presencia
del Santísimo Sacramento y cuando estabais en plena
comunión con Dios. Permitió Él, que sufrieses mucho,
y que, vuestros amigos os persiguieran y vuestra
alma, sumida se vio entonces, en desolación espiritual,
que el maligno aprovechaba, para molestaros cada vez,
con tentaciones violentas. “Oíd pueblos, oíd, todo género
de gentes: de parte de Cristo y con palabras tomadas
de su misma boca, yo os aviso: Que no se adquiere gracia
sin padecer aflicciones; hay necesidad de trabajos y
más trabajos, para conseguir la participación íntima
de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de
Dios y la perfecta hermosura del alma”. Escribisteis
así, alguna vez. Y, vos, que habíais padecido tanto
a lo largo de vuestra santa vida, en vuestros últimos
momentos de vida, así, dijiteis: “Señor, auméntame
los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida
tu amor”. Y, Dios os escuchó y voló vuestra alma al
cielo, para coronada ser con corona de luz, como premio
a vuestra increíble entrega de amor, fe y esperanza.
Santa Patrona de las Américas, el Perú y las Filipinas;
Oh, Santa Rosa de Lima, “rosa amorosa del Dios de la vida”.
© 2014 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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30 de agosto
Santa Rosa de Lima
“Rosa de Santa María”
Patrona de América,
el Perú y las Filipinas
Santa Rosa de Lima
“Rosa de Santa María”
Patrona de América,
el Perú y las Filipinas
El día en que su madre le reprendió por atender en la casa a pobres y
enfermos, Santa Rosa de Lima le contestó: “Cuando servimos a los pobres
y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a
nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Jesús”.-(Catecismo de la
Iglesia Católica, 2449).
Nació en Lima (Perú) el año 1586; cuando vivía en su casa, se dedicó
ya a una vida de piedad y de virtud, y, cuando vistió el hábito de la
tercera Orden de santo Domingo, hizo grandes progresos en el camino de
la penitencia y de la contemplación mística. Murió el día 24 de agosto
del año 1617.
Biografía
Rosa de Lima, la primera santa americana canonizada, nació de
ascendencia española en la capital del Perú en 1586. Sus humildes padres
son Gaspar de Flores y María de Oliva. Aunque la niña fue bautizada con
el nombre de Isabel, se la llamaba comúnmente Rosa y ése fue el único
nombre que le impuso en la Confirmación el arzobispo de Lima, Santo
Toribio. Rosa tomó a Santa Catalina de Siena por modelo, a pesar de la
oposición y las burlas de sus padres y amigos. En cierta ocasión, su
madre le coronó con una guirnalda de flores para lucirla ante algunas
visitas y Rosa se clavó una de las horquillas de la guirnalda en la
cabeza, con la intención de hacer penitencia por aquella vanidad, de
suerte que tuvo después bastante dificultad en quitársela. Como las
gentes alababan frecuentemente su belleza, Rosa solía restregarse la
piel con pimienta para desfigurarse y no ser ocasión de tentaciones para
nadie.
Una dama le hizo un día ciertos cumplimientos acerca de la suavidad
de la piel de sus manos y de la finura de sus dedos; inmediatamente la
santa se talló las manos con barro, a consecuencia de lo cual no pudo
vestirse por sí misma en un mes. Estas y otras austeridades aún más
sorprendentes la prepararon a la lucha contra los peligros exteriores y
contra sus propios sentidos. Pero Rosa sabía muy bien que todo ello
sería inútil si no desterraba de su corazón todo amor propio, cuya
fuente es el orgullo, pues esa pasión es capaz de esconderse aun en la
oración y el ayuno. Así pues, se dedicó a atacar el amor propio mediante
la humildad, la obediencia y la abnegación de la voluntad propia.
Aunque era capaz de oponerse a sus padres por una causa justa, jamás
los desobedeció ni se apartó de la más escrupulosa obediencia y
paciencia en las dificultades y contradicciones. Rosa tuvo que sufrir
enormemente por parte de quienes no la comprendían. El padre de Rosa
fracasó en la explotación de una mina, y la familia se vio en
circunstancias económicas difíciles. Rosa trabajaba el día entero en el
huerto, cosía una parte de la noche y en esa forma ayudaba al
sostenimiento de la familia. La santa estaba contenta con su suerte y
jamás hubiese intentado cambiarla, si sus padres no hubiesen querido
inducirla a casarse. Rosa luchó contra ellos diez años e hizo voto de
virginidad para confirmar su resolución de vivir consagrada al Señor.
Al cabo de esos años, ingresó en la tercera orden de Santo Domingo,
imitando así a Santa Catalina de Siena. A partir de entonces, se recluyó
prácticamente en una cabaña que había construido en el huerto. Llevaba
sobre la cabeza una cinta de plata, cuyo interior era lleno de puntas
sirviendo así como una corona de espinas. Su amor de Dios era tan
ardiente que, cuando hablaba de El, cambiaba el tono de su voz y su
rostro se encendía como un reflejo del sentimiento que embargaba su
alma. Ese fenómeno se manifestaba, sobre todo, cuando la santa se
hallaba en presencia del Santísimo Sacramento o cuando en la comunión
unía su corazón a la Fuente del Amor.
Extraordinarias pruebas y gracias
Dios concedió a su sierva gracias extraordinarias, pero también
permitió que sufriese durante quince años la persecución de sus amigos y
conocidos, en tanto que su alma se veía sumida en la más profunda
desolación espiritual. El demonio la molestaba con violentas
tentaciones. El único consejo que supieron darle aquellos a quienes
consultó fue que comiese y durmiese más. Más tarde, una comisión de
sacerdotes y médicos examinó a la santa y dictaminó que sus experiencias
eran realmente sobrenaturales.
Rosa pasó los tres últimos años de su vida en la casa de Don Gonzalo
de Massa, un empleado del gobierno, cuya esposa le tenía particular
cariño. Durante la penosa y larga enfermedad que precedió a su muerte,
la oración de la joven era: “Señor, auméntame los sufrimientos, pero
auméntame en la misma medida tu amor”. Dios la llamó a Sí el 24 de
agosto de 1617, a los treinta y un años de edad. El capítulo, el senado y
otros dignatarios de la ciudad se turnaron para transportar su cuerpo
al sepulcro.
El Papa Clemente X la canonizó en 1671
Aunque no todos pueden imitar algunas de sus prácticas ascéticas,
ciertamente nos reta a todos a entregarnos con mas pasión al amado,
Jesucristo. Es esa pasión de amor la que nos debe mover a vivir nuestra
santidad abrazando nuestra vocación con todo el corazón, ya sea en el
mundo, en el desierto o en el claustro.
De los escritos de santa Rosa de Lima
“El salvador levantó la voz y dijo, con incomparable majestad:
“¡Conozcan todos que la gracia sigue a la tribulación. Sepan que sin el peso de las aflicciones no se llega al colmo de la gracia. Comprendan que, conforme al acrecentamiento de los trabajos, se aumenta juntamente la medida de los carismas. Que nadie se engañe: esta es la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz no hay camino por donde se pueda subir al cielo!”.
“¡Conozcan todos que la gracia sigue a la tribulación. Sepan que sin el peso de las aflicciones no se llega al colmo de la gracia. Comprendan que, conforme al acrecentamiento de los trabajos, se aumenta juntamente la medida de los carismas. Que nadie se engañe: esta es la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz no hay camino por donde se pueda subir al cielo!”.
“Oídas estas palabras, me sobrevino un impetu poderoso de ponerme en
medio de la plaza para gritar con grandes clamores, diciendo a todas las
personas, de cualquier edad, sexo, estado y condición que fuesen: “Oíd
pueblos, oíd, todo género de gentes: de parte de Cristo y con palabras
tomadas de su misma boca, yo os aviso: Que no se adquiere gracia sin
padecer aflicciones; hay necesidad de trabajos y más trabajos, para
conseguir la participación íntima de la divina naturaleza, la gloria de
los hijos de Dios y la perfecta hermosura del alma.”
“Este mismo estímulo me impulsaba impetuosamente a predicar la
hermosura de la divina gracia, me angustiaba y me hacía sudar y anhelar.
Me parecía que ya no podía el alma detenerse en la cárcel del cuerpo,
sino que se había de romper la prisión y, libre y sola, con más agilidad
se había de ir por el mundo, dando voces:
“¡Oh, si conociesen los mortales qué gran cosa es la gracia, qué
hermosa, qué noble, qué preciosa, cuántas riquezas esconde en sí,
cuántos tesoros, cuántos júbilos y delicias! Sin duda emplearían toda su
diligencia, afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían
todos por el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en
vez de aventuras, por conseguir el tesoro último de la constancia en el
sufrimiento. Nadie se quejaría de la cruz ni de los trabajos que le caen
en suerte, si conocieran las balanzas donde se pesan para repartirlos
entre los hombres.”
Butler, Vida de los Santos
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