30 abril, 2015

San Pío V, Papa

 

¡Oh!, San Pío Quinto, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
su amado santo y Papa y el mismo que, a los ejércitos
vencedores de Lepanto, felicitasteis diciendo: “No fueron
las técnicas, no fueron las armas, las que nos consiguieron
la victoria. Fue la intercesión de la Santísima Virgen María,
Madre de Dios”. Significa vuestro nombre: “el piadoso”
o el que cumple sus deberes con Dios, y vos, lo hicisteis
de manera brillante. Y, dominico ya, fuisteis de novicios
Maestro, de conventos Superior, y claro, Santo Padre. Vos,
viajando por doquier, alertasteis sobre los errores de los
protestantes, y opusisteis resistencia a su avance, con el
costo, de perder vuestra vida. Erais, bondadoso y generoso,
con los creyentes, pero, con los herejes, uso, hicisteis
de vuestras dotes oratorias, confundiéndolos y haciéndolos
tornarse a la casa de Dios. San Carlos Borromeo, os defendió
para elegido ser Papa, y fue así. Vos, dabais la impresión
de ser monje, antes que Papa, pues vuestro modo de vivir,
de rezar, de comer y de mortificaros, así lo evidenciaba.
Vuestro claustro romano, recuerda que teníais tres devociones:
La Eucaristía, el Rosario, y la Santísima Virgen, la más
grande. Los hospitales visitabais y las casas de Pobres. Vos,
la custodia llevabais, con los ojos fijos en la Santa Hostia.
Nuevo Misal publicasteis y nueva edición de “La Liturgia
de Las Horas”, más el “Catecismo Universal”. La enseñanza
de las doctrinas de Santo Tomás de Aquino, preconizasteis
en los seminarios. A cuenta vuestra, una armada organizasteis
contra los turcos y venciéndolos, con Cervantes, aquél que
escribió “El Quijote”, del lado vuestro, vos, mismo dijisteis
aquella mañana: “Dediquémonos a darle gracias a Dios y a
la Virgen Santísima, porque hemos conseguido la victoria”. Y,
así, cumplida vuestra misión y gastada vuestra vida en buena
lid, premio justo recibisteis, ser coronado con corona de luz
como justo premio a vuestra entrega incríeble de amor y fe;
¡oh!, San Pío V, “María, Auxiliadora, ruega por nosotros”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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30 de Abril
San Pío V
Sumo Pontífice
(1572)

Es interesante el mensaje que el Pontífice envió felicitando a los ejércitos vencedores. Dice así: “No fueron las técnicas, no fueron las armas, las que nos consiguieron la victoria. Fue la intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Dios”.

Oración

En este tiempo de tanta proliferación de protestantismo por todas partes, que este valiente defensor de la Iglesia ruegue por nosotros. “Si tu haces algo por la Virgen María, la Virgen hará mucho por ti”.

Historia

Pío significa: el piadoso que cumple bien sus deberes con Dios. Se llama Quinto, porque antes de él hubo otros cuatro Pontífices que llevaron el nombre de Pío. Nació en un pueblo llamado Bosco, en Italia, en 1504. Sus padres eran muy piadosos pero muy pobres. Aunque era un niño muy inteligente, sin embargo hasta los 14 años tuvo que dedicarse a cuidad ovejas en el campo, porque los papás no tenían con qué costearle estudios. Pero la vida retirada en la soledad del campo le sirvió mucho para dedicarse a la piedad y a la meditación, y la gran pobreza de la familia le fue muy útil para adquirir gran fortaleza para soportar los sufrimientos de la vida.

Más tarde será también Pastor de toda la Iglesia. Una familia rica notó que su hijo Antonio se comportaba mejor desde que era amigo de nuestro santo, y entonces dispuso costearle los estudios para que acompañaran a Antonio y le ayudara a ser mejor. Y así pudo ir a estudiar con los Padres Dominicos y llegar a ser religiosos de esa comunidad. Nunca olvidará el futuro Pontífice este gran favor de tan generosa familia. En la comunidad le fueron dando cargos de muchos importancia: Maestro de novicios, Superior de varios conventos. Y muy pronto el Sumo Padre, el Papa, lo nombró obispo. Tenía especiales cualidades para gobernar.

Como el protestantismo estaba invadiendo todas las regiones y amenazaba con quitarle la verdadera fe a muchísimos católicos, el Papa nombró a nuestro santo como encargado de la asociación que en Italia defendía a la verdadera religión. Y él, viajando casi siempre a pie y con gran pobreza, fue visitando pueblos y ciudades, previniendo a los católicos contra los errores de los evangélicos y luteranos, y oponiéndose fuertemente a todos los que querían atacar nuestra religión. Muchas veces estuvo en peligro de ser asesinado, pero nunca se dejaba vencer por el temor. Con los de buena voluntad era sumamente bondadoso y generoso, pero para con los herejes demostraba su gran ciencia y sus dotes oratorias y los iba confundiendo y alejando, en los sitios a donde llegaba.

El Papa, para premiarles sus valiosos servicios y para tenerlo cerca de él como colaborador en Roma, lo nombró Cardenal y encargado de dirigir toda la lucha en la Iglesia Católica en defensa de la fe y contra los errores de los protestantes.

Al morir el Papa Pío IV, San Carlos Borromeo les dijo a los demás cardenales que el candidato más apropiado para ser elegido Papa era este santo cardenal. Y lo eligieron y tomó el nombre de Pío Quinto. Antes se llamaba Antonio Chislieri.

Antes se acostumbraba que al posesionarse del cargo un nuevo Pontífice, se diera un gran banquete a los embajadores y a los jefes políticos y militares de Roma. Pío Quinto ordenó que todo lo que se iba a gastar en ese banquete, se empleará en darles ayudas a los pobres y en llevar remedios para los enfermos más necesitados de los hospitales.

Cuando recién posesionado, iba en procesión por Roma, vio en una calle al antiguo amigo Antonio, aquel cuyos papás le habían costeado a él los estudios y lo llamó y lo nombró gobernador del Castillo Santángelo, que era el cuartel del Papa. La gente se admiró al saber que el nuevo Pontífice había sido un niño muy pobre y comentaban que había llegado al más alto cargo en la Iglesia, siendo de una de las familias más pobres del país.

Pío Quinto parecía un verdadero monje en su modo de vivir, de rezar y de mortificarse. Comía muy poco. Pasaba muchas horas rezando. Tenía tres devociones preferidas La Eucaristía (celebraba la Misa con gran fervor y pasaba largos ratos de rodillas ante el Santo Sacramento) El Rosario, que recomendaba a todos los que podía. Y la Santísima Virgen por la cual sentía una gran devoción y mucha confianza y de quién obtuvo maravillosos favores.

Las gentes comentaban admiradas: “- Este sí que era el Papa que la gente necesitaba”. Lo primero que ordenó fue que todo obispo y que todo párroco debía vivir en el sitio para donde habían sido nombrados (Porque había la dañosa costumbre de que se iban a vivir a las ciudades y descuidaban la diócesis o la parroquia para la cual los habían nombrado). Prohibió la pornografía. Hizo perseguir y poner presos a los centenares de bandoleros que atracaban a la gente en los alrededores de Roma. Visitaba frecuentemente hospitales y casas de pobres para ayudar a los necesitados. Puso tal orden en Roma que los enemigos le decían que él quería convertir a Roma en un monasterio, pero los amigos proclamaban que en 300 años no había habido un Papa tan santo como él.

Las gentes obedecían sus leyes porque le profesaban una gran veneración. En las procesiones con el Santísimo Sacramento los fieles se admiraban al verlo llevar la custodia, con los ojos fijos en la Santa Hostia, y recorriendo a pie las calles de Roma con gran piedad y devoción. Parecía estar viendo a Nuestro Señor.
Publicó un Nuevo Misal y una nueva edición de La Liturgia de Las Horas, o sea los 150 Salmos que los sacerdotes deben rezar. Publicó también un Catecismo Universal. Dio gran importancia a la enseñanza de las doctrinas de Santo Tomás de Aquino en los seminarios, porque por no haber aprendido esas enseñanzas muchos sacerdotes se habían vuelto protestantes.

Aunque era flaco, calvo, de barba muy blanca y bastante pálido las gentes comentaban: “El Papa tiene energías para diez años y planes de reformas para mil años más”.

Los mahometanos amenazaban con invadir a toda Europa y acabar con la Religión Católica. Venían desde Turquía destruyendo a sangre y fuego todas las poblaciones católicas que encontraban. Y anunciaron que convertirían la Basílica de San Pedro en pesebrera para sus caballos. Ningún rey se atrevía a salir a combatirlos.

Pío Quinto con la energía y el valor que el caracterizaban, impulsó y buscó insistentemente la ayuda de los jefes más importantes de Europa. Por su cuenta organizó una gran armada con barcos dotados de lo mejor que en aquel tiempo se podía desear para una batalla. Obtuvo que la república de Venecia le enviara todos sus barcos de guerra y que el rey de España Felipe II le colaborase con todas sus naves de combate. Y así organizó una gran flota para ir a detener a los turcos que venían a tratar de destruir la religión de Cristo. Y con su bendición los envió a combatir en defensa de la religión.

Puso como condición para estar seguros de obtener de Dios la victoria, que todos los combatientes deberían ir bien confesados y habiendo comulgado. Hizo llegar una gran cantidad de frailes capuchinos, franciscanos y dominicos para confesar a los marineros y antes de zarpar, todos oyeron misa y comulgaron. Mientras ellos iban a combatir en las aguas del mar, el Papa y las gentes piadosas de Roma recorrían las calles, descalzos, rezando el rosario para pedir la victoria.

Los mahometanos los esperaban en el mar lejano con 60 barcos grandes de guerra, 220 barcos medianos, 750 cañones, 34,000 soldados especializados, 13,000 marineros y 43,000 esclavos que iban remando. El ejército del Papa estaba dirigido por don Juan de Austria (hermano del rey de España). Los católicos eran muy inferiores en número a los mahometanos. Los dos ejércitos se encontraron en el golfo de Lepanto, cerca de Grecia.

El Papa Pío Quinto oraba por largos ratos con los brazos en cruz, pidiendo a Dios la victoria de los cristianos. Los jefes de la armada católica hicieron que todos sus soldados rezaran el rosario antes de empezar la batalla. Era el 7 de octubre de 1571 a mediodía. Todos combatían con admirable valor, pero el viento soplaba en dirección contraria a las naves católicas y por eso había que emplear muchas fuerzas remando. Y he aquí que de un momento a otro, misteriosamente el viento cambió de dirección y entonces los católicos, soltando los remos se lanzaron todos al ataque. Uno de esos soldados católicos era Miguel de Cervantes. El que escribió El Quijote.

Don Juan de Austria con los suyos atacó la nave capitana de los mahometanos donde estaba su supremo Almirante, Alí, le dieron muerte a éste e inmediatamente los demás empezaron a retroceder espantados. En pocas horas, quedaron prisioneros 10,000 mahometanos. De sus barcos fueron hundidos 111 y 117 quedaron en poder de los vencedores. 12,000 esclavos que estaban remando en poder de los turcos quedaron libres.

En aquel tiempo las noticias duraban mucho en llegar y Lepanto quedaba muy lejos de Roma. Pero Pío Quinto que estaba tratando asuntos con unos cardenales, de pronto se asomó a la ventana, miró hacia el cielo, y les dijo emocionado: “Dediquémonos a darle gracias a Dios y a la Virgen Santísima, porque hemos conseguido la victoria”. Varios días después llegó desde el lejano Golfo de Lepanto, la noticia del enorme triunfo. El Papa en acción de gracias mandó que cada año se celebre el 7 de octubre la fiesta de Nuestra Señora del Rosario y que en las letanías se colocara esta oración “María, Auxilio de los cristianos, ruega por nosotros” (propagador del título de Auxiliadora fue este Pontífice nacido en un pueblecito llamado Bosco. Más tarde un sacerdote llamado San Juan Bosco, será el propagandista de la devoción a María Auxiliadora).

Pío V murió el 1 de mayo de 1572 a los 68 años de edad y fue declarado santo por el Papa Clemente XI en 1712.

29 abril, 2015

Santa Catalina de Siena

 

 ¡Oh!, Santa Catalina de Siena, vos, sois la hija del Dios
de la vida y su amada santa, que, por las “Hermanas de la
Penitencia”, de Santo Domingo, a Dios conocisteis en vos
misma y os esforzasteis en semejaros al Cristo del madero.
Teníais seis años cuando tuvisteis vuestra primera visión,
cuando al cruzar la calle, visteis al Señor rodeado de ángeles,
que os sonreía, impartiéndoos la bendición. Y, bastó ello,
para haceros amar a Dios, de extraordinaria manera. Luchasteis
a su tiempo a favor del Santo Padre, para que, a su trono
volviera y, con ello, la unidad de la Iglesia lograr. Al
significado de vuestro nombre, que es “pura y casta”, honor
le hicisteis, pues a lo largo de vuestra santa vida, así
permanecisteis. Cuando exhortabais al Papa, vos le decíais:
“¡Animo, virilmente, Padre! Que yo le digo que no hay que
temblar”. A un joven a muerte condenado en razón de su fe,
a quien hasta el mismo patíbulo, acompañasteis le dijisteis:
“¡A las bodas, dulce hermano mío! que pronto estarás en la
vida duradera”. Todo cuanto os impedía, crecer, lo vencíais
como el día aquél en que, ante un leproso os inclinasteis
y le besasteis sus llagas. Analfabeta, como erais, dictasteis
por increíble que parezca, vuestro libro “Diálogo de la
divina providencia”, hermosa síntesis de vuestras experiencias
místicas, que enseñan los caminos de la salvación eterna.
Vuestras trescientas setenta y cinco cartas, consideradas
son una obra teológica profunda, que alumbran el camino de
la Iglesia. Gran mística del siglo Catorce, Patrona de Roma
y de Italia, junto con San Francisco de Asís, fuisteis nombrada
además de protectora del Pontificado. Y, luego de que voló
al cielo, vuestra alma, Dios, os coronó con corona de luz
y eternidad, como premio justo, a vuestra entrega de amor y fe;
¡oh!, Santa Catalina de Siena, “pureza y castidad de Cristo”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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29 de Abril
Santa Catalina de Siena
Virgen y Doctora de la Iglesia

Nacida en 1347, Catalina (nombre que significa “Pura”) era la menor del prolífico hogar de Diego Benincasa. Allí crecía la niña en entendimiento, virtud y santidad. A la edad de cinco o seis años tuvo la primera visión, que la inclinó definitivamente a la vida virtuosa. Cruzaba una calle con su hermano Esteban, cuando vio al Señor rodeado de ángeles, que le sonreía, impartiéndole la bendición.

Su padre, tintorero de pieles, pensó casarla con un hombre rico. La joven manifestó que se había prometido a Dios. Entonces, para hacerla desistir de su propósito, se la sometió a los servicios mas humildes de la casa. Pero ella caía frecuentemente en éxtasis y todo le era fácil de sobrellevar.

Finalmente, derrotados por su paciencia, cedieron sus padres y se la admitió en la tercera orden de Santo Domingo y siguió, por tanto, siendo laica. Tenía dieciséis años. Sabía ayudar, curar, dar su tiempo y su bondad a los huérfanos, a los menesterosos y a los enfermos a quienes cuidó en las epidemias de la peste. En la terrible peste negra, conocida en la historia con el nombre de “la gran mortandad”, pereció más de la tercera parte de la población de Siena.

A su alrededor muchas personas se agrupaban para escucharla. Ya a los veinticinco años de edad comienza su vida pública, como conciliadora de la paz entre los soberanos y aconsejando a los príncipes. Por su influjo, el papa Gregorio XI dejó la sede de Aviñon para retornar a Roma. Este pontífice y Urbano VI se sirvieron de ella como embajadora en cuestiones gravísimas; Catalina supo hacer las cosas con prudencia, inteligencia y eficacia.

Aunque analfabeta, como gran parte de las mujeres y muchos hombres de su tiempo, dictó un maravilloso libro titulado Diálogo de la divina providencia, donde recoge las experiencias místicas por ella vividas y donde se enseñan los caminos para hallar la salvación. Sus trescientas setenta y cinco cartas son consideradas una obra clásica, de gran profundidad teológica. Expresa los pensamientos con vigorosas y originales imágenes. Se la considera una de las mujeres más ilustres de la edad media, maestra también en el uso de la lengua Italiana.

Santa Catalina de Siena, quien murió a consecuencia de un ataque de apoplejía, a la temprana edad de treinta y tres años, el 29 de abril de 1380, fue la gran mística del siglo XIV. El papa Pío II la canonizó en 1461. Sus restos reposan en la Iglesia de Santa María sopra Minerva en Roma, donde se la venera como patrona de la ciudad; es además, patrona de Italia y protectora del pontificado.

El papa Pablo VI, en 1970, la proclamó doctora de la Iglesia. Ella, Santa Teresa de Avila y Santa Teresita de Lisieux son las tres únicas mujeres que ostentan este título.

Otros Santos cuya fiesta se celebra hoy: Santos: Paulino, Severo, obispos; Agapio, Secundino, Tíquico, Torpetes, Emiliano, mártires; Pedro de Verona; Roberto (Bob, Boby), monje; Tértula, Antonia, vírgenes; Hugo, abad.

28 abril, 2015

San Luis María de Monfort

 


¡Oh!, San Luis María de Monfort; vos sois, el hijo del Dios
de la vida, su amado santo, de multitudes predicador y hábil
conversor. Aquél, al que ni las piedras del camino podían
resistirse y del pecado quedaban también libres. A vos, que
de Jesús y María os hicisteis su grande y fiel amigo, devoción
y constantes rezos y oración, unida a vuestro Rosario Santo,
en defensa del maligno, ofrecisteis Toda vuestra santa vida.
Padre de los pobres, defensor de los huérfanos y, reconciliador
de los pecadores. “¿Aman a Nuestro Señor? ¿Y por qué no lo
aman más? ¿Ofenden al buen Dios? ¿Y porqué ofenderlo si es tan
santo?” Preguntabais vos, a las gentes de vuestro tiempo que
os escuchaban y os seguían donde vos ibais. “Ha nacido en mí
una confianza sin límites en Nuestro Señor y en su Madre
Santísima”. Decíais, pues miedo no teníais para ingresar a las
cantinas, a los sitios de juego, ni a los lugares de perdición,
pues allí, resuelto ibais, a almas, al diablo quitarle, pues
llevabais con vos, a vuestros amados y fieles defensores: Jesús
y María. Más tarde a Roma, fuisteis a pie y de limosna y a Dios
rogando la eficacia de la palabra, obteniéndola al instante
y de tal forma, que al oíros hasta las piedras se convertían.
Clemente XI Papa, os dio el título de “Misionero Apostólico”,
con permiso de predicar por todas partes. En cada pueblo, en
cada caserío y estancia donde predicabais dejabais una Cruz,
como señal de vuestro paso, además de haber enseñado amor por
los sacramentos y el rezo del Santo Rosario, la frecuente
confesión y comunión y una gran devoción a Nuestra Señora.
“Donde la Madre de Dios llega, no hay diablo que se resista”,
decíais vos. Y, como huella de vuestro amor, dejasteis en este
mundo las Comunidades religiosas de los Padres Monfortianos
o la “Compañía de María” y la de las “Hermanas de la Sabiduría”.
Alguien en vuestra tumba escribió lo que vos significasteis
en vida: “¿Qué miras, caminante? Una antorcha apagada, un
hombre a quien el fuego del amor consumió, y que se hizo todo
para todos, Luis María Grignon Monfort. ¿Preguntas por su
vida? No hay ninguna más íntegra, ¿Su penitencia indagas?
Ninguna más austera. ¿Investigas su celo? Ninguno más ardiente.
¿Y su piedad Mariana? Ninguno a San Bernardo más cercano.
Sacerdote de Cristo, a Cristo reprodujo en su conducta, y
enseñó en sus palabras. Infatigable, tan sólo en el sepulcro
descansó, fue padre de los pobres, defensor de los huérfanos,
y reconciliador de los pecadores. Su gloriosa muerte fue
semejante a su vida. Como vivió, murió. Maduro para Dios,
voló al cielo a los 43 años de edad”. ¡Luz y gloria para vos!;
Vuestro libro: “Tratado de la verdadera devoción a la Virgen
María”, por el mundo todo se ha expandido y Juan Pablo II
como lema tomó una frase que vos repetíais: “Soy todo tuyo
Oh María, y todo cuanto tengo, tuyo es”. ¡Qué maravilla!
¡Oh!, San Luis María de Monfort; “Vivo Cristo de amor y fe”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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28 de Abril
San Luis María Grignon de Monfort
Fundador
(1716)

“A quien Dios quiere hacer muy santo, lo hace muy devoto de la Virgen María”.
San Luis María Grignon de Monfort

El libro de San Luis, Tratado de la verdadera devoción a la Virgen María, se ha propagado por todo el mundo con enorme provecho para sus lectores. El Papa Juan Pablo II tomó como lema una frase que repetía mucho este gran santo:

“Soy todo tuyo Oh María, y todo cuanto tengo, tuyo es”.

Su Vida

Es el fundador de los padres Monfortianos y de las Hermanas de la Sabiduría. Nació en Monfort, Francia, en 1673. Era el mayor de una familia de ocho hijos. Desde muy joven fue un gran devoto de la Santísima Virgen. A los 12 años ya la gente lo veía pasar largos ratos arrodillado ante la estatua de la Madre de Dios. Antes de ir al colegio por la mañana y al salir de clase por la tarde, iba a arrodillarse ante la imagen de Nuestra Señora y allí se quedaba como extasiado. Cuando salía del templo después de haber estado rezando a la Reina Celestial, sus ojos le brillaban con un fulgor especial.

Luis no se contentaba con rezar. Su caridad era muy práctica. Un día al ver que uno de sus compañeros asistía a clase con unos harapos muy humillantes, hizo una colecta entre sus compañeros para conseguirle un vestido y se fue donde el sastre y le dijo: “Mire, señor: los alumnos hemos reunido un dinero para comprarle un vestido de paño a nuestro compañero, pero no nos alcanza para el costo total. ¿Quiere usted completar lo que falta?”. El sastre aceptó y le hizo un hermoso traje al joven pobre.

El papá de Luis María era sumamente colérico, un hombre muy violento. Los psicólogos dicen que si Monfort no hubiera sido tan extraordinariamente devoto de la Virgen María, habría sido un hombre colérico, déspota y arrogante porque era el temperamento que había heredado de su propio padre. Pero nada suaviza tanto la aspereza masculina como la bondad y la amabilidad de una mujer santa. Y esto fue lo que salvó el temperamento de Luis. Cuando su padre estallaba en arrebatos de mal humor, el joven se refugiaba en sitios solitarios y allí rezaba a la Virgen amable, a la Madre del Señor. Y esto lo hará durante toda su vida. En sus 43 años de vida, cuando sea incomprendido, perseguido, insultado con el mayor desprecio, encontrará siempre la paz orando a la Reina Celestial, confiando en su auxilio poderoso y desahogando en su corazón de Madre, las penas que invaden su corazón de hijo.

Con grandes sacrificios logró conseguir con qué ir a estudiar al más famoso seminario de Francia, el seminario de San Suplicio en París. Allí sobresalió como un seminarista totalmente mariano. Sentía enorme gozo en mantener siempre adornado de flores el altar de la Santísima Virgen.

Luis Grignon de Monfort será un gran peregrino durante su vida de sacerdote. Pero cuando él era seminarista concedían un viaje especial a un Santuario de la Virgen a los que sobresalieran en piedad y estudio. Y Luis se ganó ese premio. Se fue en peregrinación al Santuario de la Virgen en Chartres. Y al llegar allí permaneció ocho horas seguidas rezando de rodillas, sin moverse. ¿Cómo podía pasar tanto tiempo rezando así de inmóvil? Es que él no iba como algunos de nosotros a rezar como un mendigo que pide que se le atienda rapidito para poder alejarse. El iba a charlar con sus dos grandes amigos, Jesús y María. Y con ellos las horas parecen minutos.

Su primera Misa quiso celebrarla en un altar de la Virgen, y durante muchos años la Catedral de Nuestra Señora de París fue su templo preferido y su refugio.

Monfort dedicó todas sus grandes cualidades de predicador y de conductor de multitudes a predicar misiones para convertir pecadores. Grandes multitudes lo seguían de un pueblo a otro, después de cada misión, rezando y cantando. Se daba cuenta de que el canto echa fuera muchos malos humores y enciende el fervor. Decía que una misión sin canto era como un cuerpo sin alma. El mismo componía la letra de muchas canciones a Nuestro Señor y a la Virgen María y hacía cantar a las multitudes. Llegaba a los sitios más impensados y preguntaba a las gentes: “¿Aman a Nuestro Señor? ¿Y por qué no lo aman más? ¿Ofenden al buen Dios? ¿Y porqué ofenderlo si es tan santo?”.

Era todo fuego para predicar. Donde Montfort llegaba, el pecado tenía que salir corriendo. Pero no era él quien conseguía las conversiones. Era la Virgen María a quien invocaba constantemente. Ella rogaba a Jesús y Jesús cambiaba los corazones. Después de unos Retiros dejó escrito: “Ha nacido en mí una confianza sin límites en Nuestro Señor y en su Madre Santísima”. No tenía miedo ni a las cantinas, ni a los sitios de juego, ni a los lugares de perdición. Allí se iba resuelto a tratar de quitarse almas al diablo. Y viajaba confiado porque no iba nunca solo. Consigo llevaba el crucifijo y la imagen de la Virgen, y Jesús y María se comportaban con él como formidables defensores.

A pie y de limosna se fue hasta Roma, pidiendo a Dios la eficacia de la palabra, y la obtuvo de tal manera que al oír sus sermones se convertían hasta los más endurecidos pecadores. El Papa Clemente XI lo recibió muy amablemente y le concedió el título de “Misionero Apostólico”, con permiso de predicar por todas partes.

En cada pueblo o vereda donde predicaba procuraba dejar una cruz, construida en sitio que fuera visible para los caminantes y dejaba en todos un gran amor por los sacramentos y por el rezo del Santo Rosario. Esto no se lo perdonaban los herejes jansenistas que decían que no había que recibir casi nunca los sacramentos porque no somos dignos de recibirlos. Y con esta teoría tan dañosa enfriaban mucho la fe y la devoción. Y como Luis Monfort decía todo lo contrario y se esforzaba por propagar la frecuente confesión y comunión y una gran devoción a Nuestra Señora, lo perseguían por todas partes. Pero él recordaba muy bien aquellas frases de Jesús: “El discípulo no es más que su maestro. Si a Mí me han perseguido y me han inventado tantas cosas, así os tratarán a vosotros”. Y nuestro santo se alegraba porque con las persecuciones se hacía más semejante al Divino Maestro.

Antes de ir a regiones peligrosas o a sitios donde mucho se pecaba, rezaba con fervor a la Sma. Virgen, y adelante que “donde la Madre de Dios llega, no hay diablo que se resista”. Las personas que habían sido víctimas de la perdición se quedaban admiradas de la manera tan franca como les hablaba este hombre de Dios. Y la Virgen María se encargaba de conseguir la eficacia para sus predicaciones.
San Luis de Monfort fundó unas Comunidades religiosas que han hecho inmenso bien en las almas. Los Padres Monfortianos (a cuya comunidad le puso por nombre “Compañía de María”) y las Hermanas de la Sabiduría.

Murió San Luis el 28 de abril de 1716, a la edad de 43 años, agotado de tanto trabajar y predicar.

Oración

San Luis Grignon de Monfort, ruega a la Virgen Santísima que nos envíe muchos apóstoles que, como tú, se dediquen a hacer y a amar más y más a Jesús.
Sobre la tumba de San Luis de Monfort dice:

"¿Qué miras, caminante? Una antorcha apagada, un hombre a quien el fuego del amor consumió, y que se hizo todo para todos, Luis María Grignon Monfort.
¿Preguntas por su vida? No hay ninguna más íntegra, ¿Su penitencia indagas? Ninguna más austera. ¿Investigas su celo? Ninguno más ardiente. ¿Y su piedad Mariana? Ninguno a San Bernardo más cercano.
Sacerdote de Cristo, a Cristo reprodujo en su conducta, y enseñó en sus palabras. Infatigable, tan sólo en el sepulcro descansó, fue padre de los pobres, defensor de los huérfanos, y reconciliador de los pecadores.
Su gloriosa muerte fue semejante a su vida. Como vivió, murió. Maduro para Dios, voló al cielo a los 43 años de edad."

27 abril, 2015

Santo Toribio de Mogrovejo

 

¡Oh!; Santo Toribio de Mogrovejo; vos, sois el hijo
del Dios de la vida y su Arzobispo y amado santo,
que abrazando la Cruz de Cristo en el continente viejo;
vuestro corazón lo extendisteis a la morena América. Y,
como si San Pablo, hecho espíritu en vos, viviese, de
palmo a palmo la recorristeis, expandiendo la palabra
del Dios vivo entre la gente de vuestro tiempo. Los
historiadores, con justa razón dicen que vos, fuisteis
uno de los regalos valiosos que España envió a América.
Las gentes os llamaban el “nuevo” San Ambrosio, y el Papa
Benedicto XIV, dijo que vos, os parecíais a San Carlos
Borromeo, el famoso Arzobispo de Milán. Y, sabéis vos,
que no habrá dicha más grande, que, la que Dios os
concedió al confirmar en la fe de Nuestro Señor Jesús;
a los que hoy, hechos santos ya, como vos, la gloria
de los cielos comparten como Santa Rosa de Lima, San
Francisco Solano y San Martín de Porres, llamado “el
santo de la escoba”. Tres veces visitasteis vuestra
arquidiócesis, recorriéndola a pie, en mula, pasando
del calor al frío, la vida gastándoos por el Dios
eterno. Los preferidos de vuestras visitas, los indios
y los negros, y dentro de ellos, los enfermos, los
pobres e ignorantes. “De gozo se llenó mi corazón
cuando escuché una voz: iremos a la Casa del Señor.
Que alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del
Señor”. “En tus manos encomiendo mi espíritu”. Fueron
vuestras últimas palabras. Y, ¿qué premio podríais
tener vos, si vuestra tarea, hecha fue tan perfecta?
Sin duda, alguna, ¡la vida eterna y la corona de luz!,
como premio justo a vuestra entrega increíble de amor;
¡Oh!; Santo Toribio de Mogrovejo, “espíritu de Pablo”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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23 de Marzo
Santo Toribio de Mogrovejo
Arzobispo de Lima
(año 1606)

 
(Fuente: 27 de Abril Santo Toribio de Mogrovejo pag. 139 “Les doy una buena noticia”/
Ed. Paulinas Ciclo B 2015)

Nació en Mayorga, España, en 1538. Los datos acerca de este Arzobispo, personaje excepcional en la historia de Sur América, producen asombro y maravilla.

Los historiadores dicen que Santo Toribio fue uno de los regalos más valiosos que España le envió a América. Las gentes lo llamaban un nuevo San Ambrosio, y el Papa Benedicto XIV dijo de él que era sumamente parecido en sus actuaciones a San Carlos Borromeo, el famoso Arzobispo de Milán.

Toribio era graduado en derecho, y había sido nombrado Presidente del Tribunal de Granada (España) cuando el emperador Felipe II al conocer sus grandes cualidades le propuso al Sumo Pontífice para que lo nombrara Arzobispo de Lima. Roma aceptó y envió en nombramiento, pero Toribio tenía mucho temor a aceptar. Después de tres meses de dudas y vacilaciones aceptó.

El Arzobispo que lo iba a ordenar de sacerdote le propuso darle todas las órdenes menores en un solo día, pero él prefirió que le fueran confiriendo una orden cada semana, para así irse preparando debidamente a recibirlas.

En 1581 llegó Toribio a Lima como Arzobispo. Su arquidiócesis tenía dominio sobre Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela, Bolivia, Chile y parte de Argentina. Medía cinco mil kilómetros de longitud, y en ella había toda clase de climas y altitudes. Abarcaba más de seis millones de kilómetros cuadrados.
Al llegar a Lima Santo Toribio tenía 42 años y se dedicó con todas sus energías a lograr el progreso espiritual de sus súbditos. La ciudad estaba en una grave situación de decadencia espiritual. Los conquistadores cometían muchos abusos y los sacerdotes no se atrevían a corregirlos. Muchos para excusarse del mal que estaban haciendo, decían que esa era la costumbre. El arzobispo les respondió que Cristo es verdad y no costumbre. Y empezó a atacar fuertemente todos los vicios y escándalos. A los pecadores públicos los reprendía fuertemente, aunque estuvieran en altísimos puestos.

Las medidas enérgica que tomó contra los abusos que se cometían, le atrajeron muchos persecuciones y atroces calumnias. El callaba y ofrecía todo por amor a Dios, exclamando, “Al único que es necesario siempre tener contento es a Nuestro Señor”.

Tres veces visitó completamente su inmensa arquidiócesis de Lima. En la primera vez gastó siete años recorriéndola. En la segunda vez duró cinco años y en la tercera empleó cuatro años. La mayor parte del recorrido era a pie. A veces en mula, por caminos casi intransitables, pasando de climas terriblemente fríos a climas ardientes. Eran viajes para destruir la salud del más fuerte. Muchísimas noches tuvo que pasar a la intemperie o en ranchos miserabilísmos, durmiendo en el puro suelo. Los preferidos de sus visitas eran los indios y los negros, especialmente los más pobres, los más ignorantes y los enfermos.

Logró la conversión de un enorme número de indios. Cuando iba de visita pastoral viajaba siempre rezando. Al llegar a cualquier sitio su primera visita era al templo. Reunía a los indios y les hablaba por horas y horas en el idioma de ellos que se había preocupado por aprender muy bien. Aunque en la mayor parte de los sitios que visitaba no había ni siquiera las más elementales comodidades, en cada pueblo se quedaba varios días instruyendo a los nativos, bautizando y confirmando.

Celebraba la misa con gran fervor, y varias veces vieron los acompañantes que mientras rezaba se le llenaba el rostro de resplandores.

Santo Toribio recorrió unos 40,000 kilómetros visitando y ayudando a sus fieles. Pasó por caminos jamás transitados, llegando hasta tribus que nunca habían visto un hombre blanco.

Al final de su vida envió una relación al rey contándole que había administrado el sacramento de la confirmación a más de 800,000 personas.

Una vez una tribu muy guerrera salió a su encuentro en son de batalla, pero al ver al arzobispo tan venerable y tan amable cayeron todos de rodillas ante él y le atendieron con gran respeto las enseñanzas que les daba.

Santo Toribio se propuso reunir a los sacerdotes y obispos de América en Sínodos o reuniones generales para dar leyes acerca del comportamiento que deben tener los católicos. Cada dos años reunía a todo el clero de la diócesis para un Sínodo y cada siete años a los de las diócesis vecinas. Y en estas reuniones se daban leyes severas y a diferencia de otras veces en que se hacían leyes pero no se cumplían, en los Sínodos dirigidos por Santo Toribio, las leyes se hacían y se cumplían, porque él estaba siempre vigilante para hacerlas cumplir.

Nuestro santo era un gran trabajador. Desde muy de madrugada ya estaba levantado y repetía frecuentemente: “Nuestro gran tesoro es el momento presente. Tenemos que aprovecharlo para ganarnos con él la vida eterna. El Señor Dios nos tomará estricta cuenta del modo como hemos empleado nuestro tiempo”.

Fundó el primer seminario de América. Insistió y obtuvo que los religiosos aceptaran parroquias en sitios supremamente pobres. Casi duplicó el número de parroquias o centros de evangelización en su arquidiócesis. Cuando él llegó había 150 y cuando murió ya existían 250 parroquias en su territorio.
Su generosidad lo llevaba a repartir a los pobres todo lo que poseía. Un día al regalarle sus camisas a un necesitado le recomendó: “Váyase rapidito, no sea que llegue mi hermana y no permita que Ud. se lleve la ropa que tengo para cambiarme”.

Cuando llegó una terrible epidemia gastó sus bienes en socorrer a los enfermos, y él mismo recorrió las calles acompañado de una gran multitud llevando en sus manos un gran crucifijo y rezándole con los ojos fijos en la cruz, pidiendo a Dios misericordia y salud para todos.

El 23 de marzo de 1606, un Jueves Santo, murió en una capillita de los indios, en una lejana región, donde estaba predicando y confirmando a los indígenas.

Estaba a 440 kilómetros de Lima. Cuando se sintió enfermo prometió a sus acompañantes que le daría un premio al primero que le trajera la noticia de que ya se iba a morir. Y repetía aquellas palabras de San Pablo: “Deseo verme libre de las ataduras de este cuerpo y quedar en libertad para ir a encontrarme con Jesucristo”.

Ya moribundo pidió a los que rodeaban su lecho que entonaran el salmo que dice: “De gozo se llenó mi corazón cuando escuché una voz: iremos a la Casa del Señor. Que alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor”.

Las últimas palabras que dijo antes de morir fueron las del salmo 30: “En tus manos encomiendo mi espíritu”.

Su cuerpo, cuando fue llevado a Lima, un año después de su muerte, todavía se hallaba incorrupto, como si estuviera recién muerto.

Después de su muerte se consiguieron muchos milagros por su intercesión. Santo Toribio tuvo el gusto de administrarle el sacramento de la confirmación a tres santos: Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano y San Martín de Porres.

El Papa Benedicto XIII lo declaró santo en 1726.

Y toda América del Sur espera que este gran santo e infatigable apóstol, quizás el más grande obispo que ha vivido en este continente, siga rogando para que nuestra santa religión se mantenga fervorosa y creciente en todos estos países.

26 abril, 2015

Santos Cleto y Marcelino, Papas y Mártires

 

¡Oh!, Santos Cleto y Marcelino, vosotros, sois
los hijos del Dios de la vida, sus amados santos
y mártires, que, cada quien en su tiempo, lo mejor
disteis de vuestras ejemplares vidas y, cuando
el momento de la prueba os llegó, y frente a
los herejes e impíos de vuestro tiempo, os
negasteis con valor y fe, a tributar homenaje
alguno a falsos dioses, persistiendo en ello,
y, así, seguisteis las huellas de vuestro Maestro
Cristo Jesús, Dios y Señor Nuestro. Luchasteis
contra los donatistas, enemigos de la fe católica
y de los Papas, y de la calumnia contra vos,
Marcelino, diciendo que vos, erais un prevaricador,
padeciendo martirio por esta causa, cosa falsa
como Dios, sabe. Hasta hoy, existe una capilla
con vuestro nombre, como prueba muda, de vuestro
ejemplo y virtud, y alcanzasteis la eternidad
conjuntamente que los cristianos Claudio, Cirino y
Antonino, por confesar vuestra fe y condenado
luego a la pena capital. Así, y luego de haber
gastado en buena lid vuestras vidas, entregasteis
vuestras almas al cielo, para coronadas ser de luz
y eternidad, como premio a vuestra entrega de amor;
¡Oh!, Santos Cleto y Marcelino,”camino, verdad y vida”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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26 de abril
Santos Cleto (Anacleto)
y Marcelino (Marcelo)
Papas y mártires
(† 90, 304)

El Martirologio y el Breviario romano han unido en un mismo día la conmemoración de estos dos papas y mártires, considerándoles como pontífices distintos de otros dos, Anacleto y Marcelo, que llevan un nombre casi parecido y cuya semejanza ha servido de tema de discusión a los entendidos en la historia de la Iglesia.

De los antiguos catálogos de los papas, los más antiguos, como el de San Ireneo (siglo III), Eusebio (siglo IV), San Epifanio, San Jerónimo y San Agustín, hacen de Cleto y Anacleto un solo personaje, que, siguiendo a San Lino en el Pontificado, viene a ser con ello el tercero de los papas. Más tarde, en el Catálogo Liberiano (siglo IV) y en el Líber Pontificalis (siglo VI), se hace ya distinción entre estos dos nombres, dándose a Cleto el tercer lugar y el quinto a Anacleto en la sucesión del Príncipe de los Apóstoles. Esta separación se debió, tal vez, en época posterior a escrúpulos de exactitud, suposición confirmada por los recientes estudios llevados a cabo por el alemán Er. Caspar sobre la vida de los primeros papas.

De aquí que, siguiendo la opinión más extendida entre los críticos modernos, también nosotros tomaremos el nombre de Cleto por el de Anacleto, identificando con ello, y en ambos nombres, al tercer papa que sucedió a San Lino en la silla de San Pedro.

Algo parecido ocurre a su vez con el papa San Marcelino, ya que, según unos documentos, a San Cayo le siguen dos pontífices distintos llamados Marcelino y Marcelo, mientras, según otros, tal vez la mayoría, solamente le siguió uno, que es el papa que estudiamos, San Marcelino.

No se trata, por tanto, de probar la existencia o no existencia de este Santo, que es admitida por todos, sino de ver si de nuevo nos hallamos ante un solo papa o bien ante dos.

Como es sabido, entre los romanos los nombres de Marcelo, Marcelino o Marceliano vienen a ser uno mismo, tomado con diversas variantes. De una inscripción del siglo IV deducimos con toda claridad que, a fines de este siglo y principios del siguiente, hubo un papa que llevaba por nombre Marcelino, aunque para designarle se usaran a veces los otros de Marcelo y Marceliano.

Solamente los catálogos posteriores (el Liberiano y el Liber Pontificalis) empiezan a confundirles y a señalar dos papas independientes. Hoy, sin embargo, como en el caso de Cleto y Anacleto, todos se inclinan a admitir la existencia de un solo Marcelino, que en el año 296 sucede a San Cayo en la cátedra de San Pedro.

San Cleto o Anacleto nace, según los documentos aludidos, en Atenas, y ya de muy joven es convertido a la fe cristiana por el mismo San Pedro, quien pronto le ordena de diácono y poco más tarde de presbítero. Tal vez seguirá al apóstol en su correrías evangélicas, hasta que llega a Roma, donde forma parte, desde el primer momento, de aquel grupo de selectos o colaboradores que tenía San Pedro en la ciudad de los Césares. No es de extrañar que a ellos —a Lino, su sucesor; a Anacleto y a Clemente— les confiara de vez en cuando el gobierno de la Iglesia romana, mientras él iba recorriendo las distintas cristiandades.

Por el año 76, y habiendo muerto el sucesor de San Pedro, San Lino, es escogido Anacleto por la comunidad de fieles para sucederle en la cátedra, empezando con ello su pontificado, que había de extenderse hasta el año 88, según unos, o hasta el 90, según otros, Duros tiempos le toca vivir, cuando a los trabajos de consolidación de las primeras cristiandades se iban uniendo las fatigas de la persecución, que no hacía mucho se había desencadenado. Anacleto, como buen pastor, vigila y ora con los perseguidos, a quienes reúne en las catacumbas para celebrar los divinos oficios. El mismo, como posteriormente haría San Dámaso, decora las tumbas de los apóstoles, y especialmente la de San Pedro, que había sido enterrado en la colina del Vaticano. En ella hace construir una especie de túmulo o “memoria” que sirviera para señalar a las generaciones futuras el lugar exacto de la tumba del primer papa.

Nuestro Santo aparece, por otra parte, como un Pontífice de la Iglesia romana y universal, con ciertos decretos llenos de interés, usando en sus cartas el saludo, que habían de adoptar sus sucesores, de “Salud y bendición apostólica”, y, como casi todos los primeros pastores de la Iglesia, iba a manifestar con su vida la doctrina de Cristo que predicaba.

Por este tiempo había sucedido en el Imperio el emperador Domiciano (81-86), que al fin de su vida, y echando abajo la templanza característica de su familia, los Flavios, iba a distinguirse como uno de los perseguidores más cruentos de los cristianos. Que en su reinado padeciera el martirio San Anacleto es indudable, aunque no nos queden noticias precisas del modo y la fecha en que lo sufrió. La Iglesia, sin embargo, le ha concedido siempre el título de mártir, habida cuenta de los trabajos que tuvo que padecer. Fue enterrado en la misma colina del Vaticano, junto al sepulcro de San Pedro, a quien tan de cerca había seguido en su vida.

La Iglesia romana celebra también la fiesta de San Marcelino el 26 de abril y, aunque siempre se ha creído que su muerte tuvo lugar el 24 de octubre del año 304, parece probable que padeciera martirio en esta fecha del 26 de abril del mismo año, cuatro días precisamente después de la publicación del cuarto edicto de persecución decretado por Diocleciano. Este emperador, llevado por un falso concepto de la grandeza del Imperio, que exigía acabar con toda la raza de cristianos, empieza su persecución general en el año 303, en Oriente, y pronto la extiende a todas las provincias del Imperio y a la misma Roma. Regía entonces los destinos de la Iglesia San Marcelino, que había sucedido a San Cayo el 30 de junio del año 296. Su gobierno iba a durar ocho años y se iba a caracterizar por una serie de luchas, tanto interiores como exteriores. De una parte agobiaban a los cristianos los diversos decretos de persecución, el último de los cuales obligaba a todos los súbditos del emperador a que sacrificasen y ofreciesen públicos sacrificios a los dioses.

En Roma se desencadena una terrible persecución, que abarca tanto a las jerarquías como al simple pueblo, ya fueran mujeres o niños. Algunos ceden, y éste era el peligro interior de la Iglesia, ante tanto miedo y fatiga, y fueron numerosos los que llegaron a ofrecer, siquiera fuera como símbolo meramente externo, el incienso ante el altar de los dioses paganos.

Todo ello dio origen a que se formara en la Iglesia un grupo de los llamados “lapsos”, que aparentemente aparecían como, apóstatas, si bien estuvieran siempre dispuestos a entrar de nuevo en el seno de la Iglesia. Ante el problema de recibirlos de nuevo o no, surgen dos trayectorias marcadamente definidas. De una parte están los intransigentes, los eternos fariseos, que negaban el perdón con el pretexto de no contaminarse con los caídos.

De otra parte, y ésta fue la posición de San Marcelino, a ejemplo del Buen Pastor del Evangelio, están los que trataban de dulcificar la posición de los que habían sacrificado, recibiéndoles de nuevo a la gracia de la penitencia. Por esta conducta es acusado el Papa de favorecer la herejía y, aún más, se inventa la leyenda de que él mismo había llegado a ofrecer incienso a los dioses para escapar libre de la persecución.

En seguida la secta de los donatistas, que en este tiempo empieza a luchar encarnizadamente contra la fe católica y contra los pontífices de Roma, propala la calumnia de que también San Marcelino había prevaricado, aunque después, arrepintiéndose, se hubiera declarado cristiano ante el tribunal, padeciendo martirio por esta causa.

La leyenda, como tantas otras, fue admitida más tarde hasta por el mismo Liber Pontificalis, y ampliada la inverosimilitud, con la circunstancia de que San Marcelino se había presentado nada menos que delante de 300 obispos en el sínodo de Sinuessa, para escuchar de sus labios su propia sentencia.

El lapsus de San Marcelino ha sido siempre desmentido, ya sea por el silencio de los escritores contemporáneos y sucesivos, ya por el fundamento de falsedad en que se apoyan los que lo afirman, y más que todo por la fama de santidad que había gozado siempre este papa entre los cristianos de los primeros siglos.

Los peregrinos visitaban y veneraban su tumba, y el mismo San Agustín escribía en su tiempo que los donatistas acusaron a Marcelino y a sus presbíteros Melquíades, Marcelo y Silvestre, como mera propaganda en su odio a Roma.

Respecto de las actas del sínodo de Sinuessa, está suficientemente probado que fueron falsificadas en los principios del siglo VI, en tiempos del papa Símaco, cuando el rey visigodo Teodorico, con el fin de que otro sínodo pudiera juzgar legítimamente a este papa, y como no hubiera precedentes anteriores, hace amañar unas actas falsificadas, trayendo a colación lo que los donatistas habían propalado del lapso” del papa San Marcelino.

En cuanto al Liber Pontificalis (c. a. 530), es sabido que en este caso toma sus noticias precisamente de las actas falsificadas del sínodo de Sinuessa.

Los hechos, sin embargo, fueron de otra manera. Ante el edicto general, San Marcelino, que había regido sabiamente la Iglesia, agrandando las catacumbas para dar mejor cabida a los cristianos —aún existe en la de San Calixto una capilla llamada de San Marcelino— esforzando a todos con su ejemplo y su virtud, no dudó, cuando le llegó el momento, en dar también su sangre por Cristo. Llevado ante el tribunal, juntamente con los cristianos Claudio, Cirino y Antonino, confiesa abiertamente su fe y es condenado en seguida a la pena capital. Decapitado, su cuerpo permanece veinticinco días sin sepultura, hasta que, por fin, le encuentra el presbítero Marcelo y, reunida la comunidad, es sepultado con toda piedad en el cementerio de Priscila, junto a la vía Salaria, donde todavía se conserva.

Como supremo mentís a la difamación que habían extendido sobre su vida los herejes, fueron diseñados sobre su tumba los tres jóvenes hebreos que, como el santo mártir, se negaron también a rendir adoración a los ídolos delante de la estatua del rey asirio, Nabucodonosor.

(Francisco Martín Hernández)

25 abril, 2015

San Marcos Evangelista

 


¡Oh!, San Marcos Evangelista, vos sois el hijo del Dios
de la vida, su amado santo y el intérprete que a Pedro
traducía y primo de Bernabé. Nunca oisteis a Jesús
predicar, pero conocisteis a sus discípulos, sin llegar
a ser uno de ellos. Acompañasteis a Pablo y Bernabé,
a Chipre y Perges, de donde vovisteis sin causa alguna.
Bernabé, quiso llevaros nuevamente, pero Pablo, no lo
quiso. Vos, seguisteis a Bernabé una vez más hasta
Chipre, pero cosas de Dios, vos aparecisteis junto a
Pablo en Roma. Fuisteis también, discípulo de Pedro,
pues él, os llamaba “hijo” suyo en su primera carta.
Vuestro evangelio, parecido tiene al libro de los Hechos
de los Apóstoles, y la segunda carta a Timoteo os
señala como compañero suyo. Vos, fundasteis la Iglesia
de Alejandría, y nada sabemos de vuestros últimos años
y tampoco del lugar de vuestra muerte. Vuestro Evangelio
posee un espíritu observador y ágil. Sólo vos, resaltais
el verdor de la hierba sobre la que Jesús hizo sentar
a la muchedumbre, antes de multiplicar los panes y los
peces. Vuestro escrito, profundidad posee y demuestra
singular valía teológica, pues vos, presentais a Jesús
siendo recibido con alegría por la gente, pero también
decepción ocasiona de la masa por sus reivindicaciones
y narra, cuando el Señor se retira de Galilea, para
dedicarse a la instrucción de sus discípulos, quienes
por boca de Pedro confiesan la divinidad de su Maestro,
y que más tarde, es humillado por la maldad y la ignorancia
de los hombres que él había venido a rescatar y luego
exaltado es por Dios, como ha de serlo todo el que a él
de corazón se le una y lo siga en el camino. Hoy, lucís
corona de luz, como premio a vuestra entrega de amor;
¡oh!, San Marcos Eangelista, “Palabras de eternidad y luz”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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25 de Abril
San Marcos
Evangelista

Según tradición eclesiástica, Marcos, llamado también Juan Marcos o simplemente Juan, es el autor de un evangelio y el intérprete que traducía a Pedro en sus predicaciones frente a auditorios de habla griega.Era hijo de una cierta María, cuya casa de Jerusalén estaba abierta a la primitiva comunidad Cristiana. Primo de Bernabé, probablemente fuera como él de estirpe sacerdotal.

Afirma por una parte la tradición que Marcos nunca habría oído personalmente la predicación del Señor, pero por otra muchos han querido descubrirlo en aquel muchacho que huyó desnudo en el huerto de Getsemaní, episodio que sólo el evangelio a él atribuido refiere. Tal vez haya conocido al grupo de seguidores sin llegar a ser propiamente discípulo.

Al comenzar la expansión del evangelio, Pablo y Bernabé salieron de Jerusalén hacia Antioquía llevando con ellos a Marcos; éste los acompañó en sus primeras empresas misionales, a Chipre y Perges, de donde regresó por causas desconocidas.

Bernabé, deseoso de llevar nuevamente a Marcos con ellos cuando el apóstol planeaba su segundo viaje, encontró la oposición de Pablo, que partió solo. Marcos siguió, pues, a Bernabé una vez más hasta Chipre. Sin embargo, Marcos reaparece junto a Pablo en Roma, pero es creencia que fue más bien discípulo de Pedro, quien confirma esta suposición al llamarlo “hijo” suyo en su primera carta. El evangelio que se le atribuye, además, sigue muy de cerca el esquema de los discursos de Pedro que nos ha conservado el libro de los Hechos de los Apóstoles.

Nada sabemos de su existencia posterior. La segunda carta a Timoteo lo señala entre los compañeros de este discípulo de Pablo; conforme a un dato que recoge el historiador Eusebio de Cesarea (a comienzos del siglo IV), la Iglesia de Alejandría lo habría tenido por fundador. Sus últimos años y el lugar de su muerte nos son desconocidos.

El breve relato que lleva su nombre descubre un espíritu observador y ágil. Sólo Marcos, por ejemplo, destaca el verdor de la hierba sobre la que Jesús hizo sentar a la muchedumbre hambrienta antes de multiplicar los panes y los pescados por primera vez.

Las grandes líneas de su evangelio, en tanto, trasuntan una profunda credibilidad histórica y demuestran singular valor teológico. Marcos comienza por presentar a Jesús bien recibido por la gente, pero pronto su humilde mesianismo, tan alejado de las reivindicatorias expectativas populares de los judíos, ocasiona la decepción de la masa; apagado el entusiasmo primerizo, el Señor se retira de Galilea para dedicarse de lleno a la instrucción de los discípulos, quienes por boca de Pedro confiesan la divinidad de su Maestro. A partir de este reconocimiento de Cesarea, todo el relato se orienta a Jerusalén; en la ciudad santa, finalmente, la oposición crece y culmina en el juicio inicuo y la pasión, que alcanza su victoriosa respuesta cuando Cristo abandona su tumba, de acuerdo con lo que había profetizado de si mismo.

El secreto mesiánico, del que Marcos hace un tema central, da así todo su fruto: Jesús, siervo humillado por la maldad y la ignorancia de los hombres que él había venido a rescatar, es exaltado por Dios, como ha de serlo todo el que a él se una de corazón y lo siga en el camino, el único que permite comprender esa “Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios” que Marcos nos ha trasmitido en un lenguaje popular, muchas veces incorrecto en la forma, pero vivaz y lleno de encanto.

24 abril, 2015

San Fidel de Sigmaringa

 

 ¡Oh!, San Fidel de Sigmaringa; vos, sois el hijo del Dios
de la vida y su amado santo. Amigo del derecho, a los pobres
y desvalidos os disteis en su defensa y también de su fe.
Con hábito de Capuchino, batalla total disteis contra las
herejías de vuestro tiempo. Os gustaba repetir la famosa
frase de San Bernardo: “Sería una vergüenza que habiendo
sido coronado de espinas mi Capitán Jesucristo, en cambio
yo que soy su soldado, viviera entre comodidades y sin hacer
sacrificios”. Y, así, como grano de trigo que cae para fruto
dar; a los impíos os dijisteis con fe y valor: “Para predicar
he venido, la verdadera fe, y no, para aceptar creencias
falsas. Jamás a la fe renunciaré de mis antepasados católicos”.
“Presiento que voy a ser asesinado, pero si me matan, aceptaré
con alegría la muerte por amor a Jesucristo y la consideraré
como una enorme gracia y una preferencia de Nuestro Señor”.
“Ustedes verán lo que hacen. Yo me pongo en manos de Dios y
bajo la protección de la Virgen Santísima. Pero piensen bien
lo que van a hacer, no sea que después tengan que arrepentirse
muy amargamente”. Dijisteis, antes de que vuestra alma, a
la eternidad partiese. La gente que os amó, escrito dejó en
frases lo que vida fuisteis: “¡Santo es Fidel, y fue abogado!,
Obra del poder Divino. Mucho le costó ser capuchino y morir
después martirizado”. Hoy, vuestra alma en el cielo está,
coronada de luz, como justo premio a vuestra entrega de amor;
¡oh!, San Fidel de Sigmaringa, “fidelidad por Cristo Jesús”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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24 de Abril
San Fidel de Sigmaringa
Mártir
Año 1622

Fidel significa: el que es fiel. El que es digno de fe. 

Nació en Sigmaringa, Alemania, en 1577. Tenía una inteligencia muy vivaz y fue enviado a estudiar a la Universidad de Friburgo, donde obtuvo doctorado en ambos derechos, y luego llegó a ser profesor muy estimado de filosofía y letras. Durante seis años fue encargado de la educación de varios jóvenes de las familias principales de Suabia (Alemania), a los cuales llevó por varios países de Europa para que conocieran la cultura y el modo de ser de las diversas naciones. Sus alumnos se quedaban admirados del continuo buen ejemplo de su profesor en el cual no podían encontrar ni una palabra ni un acto que no fueran de buen ejemplo. Lo que los otros gastaban en cucherías él lo gastaba en dar limosnas.

Como abogado, Fidel se dedicó a defender gratuitamente a los pobres que no tenían con qué costearse un defensor. Su generosidad era tan grande que la gente lo llamaba “El abogado de los pobres”. Ya desde muy joven renunciaba a conseguir y estrenar trajes nuevos y el dinero que con eso ahorraba lo repartía entre las gentes más necesitadas. Jamás en su vida de estudiante ni en sus años de profesional tomó licor, ni nadie lo vio en reuniones mundanas o que ofrecieran peligro para la virtud. Sus compañeros de abogacía se admiraban de que este sabio doctor nunca empleaba palabras ofensivas en los pleitos que sostenía (y sus contrarios sí las usaban y muy terribles).

Un día el abogado contrario a un pleito, le ofreció en secreto una gran cantidad de dinero, con tal de que arreglaran los dos en privado y se le diera la victoria al rico que había cometido la injusticia. Fidel se quedó aterrado al constatar lo fácil que es para un abogado el prestarse a trampas y vender su alma a Satanás por unas monedas como lo hizo Judas. Y dispuso dejar la abogacía y entrar de religioso capuchino. Tenía 35 años.

Dividió sus importantes riquezas en dos partes: la mitad la repartió a los pobres, y la otra mitad la dio al Sr. Obispo para que hiciera un fondo para costear los estudios a seminaristas pobres. Con razón le pusieron después esta leyenda debajo de su retrato:

¡Santo es Fidel, y fue abogado!,
Obra del poder Divino.
Mucho le costó ser capuchino
y morir después martirizado.

Habiendo sido tan rico y tan lleno de comodidades se fue a vivir como el más humilde y pobre fraile capuchino. Le pedía constantemente a Dios que lo librara de la tibieza (ese vicio que lo hace a uno vivir sin fervor, ni frío ni caliente, descuidado en sus deberes religiosos y flojo para hacer obras buenas) y le suplicaba a Nuestro Señor que no lo dejara perder el tiempo en inutilidades y que lo empleara hasta lo máximo en propagar el Reino de Dios. Le gustaba repetir la famosa frase de San Bernardo: “Sería una vergüenza que habiendo sido coronado de espinas mi Capitán Jesucristo, en cambio yo que soy su soldado, viviera entre comodidades y sin hacer sacrificios”.

En Friburgo consiguió la conversión de muchos protestantes. Y la gente se quedó admirada cuando llegó la peste del cólera, pues se dedicaba de día y de noche a asistir gratuitamente a todos los enfermos que podía. Su austeridad o dominio de sí mismo, era impresionante. Su fervor en la oración y en la Santa Misa conmovían a los que lo acompañaban. Las gentes veían en su persona a una superioridad interior que les impresionaba. Su predicación conseguía grandes frutos porque era sencilla, clara, fácil, práctica, suave y amable, pero acompañada por la unción o fuerza de conmover que proviene de quien antes de predicar reza mucho por sus oyentes y después de la predicación sigue orando por ellos. Era tal el atractivo de sus sermones que hasta los mismos herejes iban a escucharlo. Pero este atractivo fue el que llenó de envidia y rabia a sus opositores y los llevó a escogerlo a él, entre todos los compañeros de misión, para martirizarlo.

Hay algo que a los santos les falla de manera impresionante, es la “prudencia simplemente humana”, ese andar haciendo cálculos para no excederse en desgastarse por el Reino de Dios. Los santos no se miden. Ellos se enamoran de Cristo y de su religión y no andan dedicándose a darse a cuenta gotas, sino que se entregan totalmente a la misión que Dios les ha confiado. Y esto le sucedió a Fidel. Cada poco le llegaban tarjetas como esta: “Recuerde que está predicando en tierras donde hay muchos protestantes, evangélicos, calvinistas y demás herejes. No hable tan claro en favor de la religión católica, si es que quiere seguir comiendo tranquilamente su sopa entre nosotros”.

Pero él seguía incansable enseñando el Catecismo Católico y previniendo a sus oyentes contra el peligro de las sectas de evangélicos y demás protestantes. Tenía que prevenir a sus ovejas contra los lobos que acaban con las devociones católicas.

Al saber en Roma los grandes éxitos del padre Fidel que con sus predicaciones convertía a tantos protestantes, lo nombraron jefe de un grupo de misioneros que tenían que ir a predicar en Suiza, nido terrible de protestantes calvinistas. Lo enviaba la Sagrada Congregación para la Propagación de la fe.

En la ceremonia con la cual lo despedían solemnemente al empezar su viaje hacia Suiza, Fidel dijo en un sermón: “Presiento que voy a ser asesinado, pero si me matan, aceptaré con alegría la muerte por amor a Jesucristo y la consideraré como una enorme gracia y una preferencia de Nuestro Señor”.

Pocos días antes de ser martirizado, al escribir una carta a su lejano superior, terminaba así su escrito: “Su amigo Fidel que muy pronto será pasto de gusanos”.

Al llegar a Suiza empezó a oír rumores de que se planeaba asesinarlo porque los protestantes tenían gran temor de que muchos de sus adeptos se pasaran al catolicismo al oírlo predicar. Al escuchar estas noticias se preparó para la muerte pasando varias noches en oración ante el Santísimo Sacramento, y dedicando varias horas del día a orar, arrodillado ante un crucifijo. La santidad de su vida lo tenía ya bien preparado para ser martirizado.

El domingo 24 de abril, se levantó muy temprano, se confesó y después de rezar varios salmos se fue al templo de Seewis, donde un numeroso grupo de protestantes se había reunido con el pretexto de que querían escucharlo, pero con el fin de acabar con él. Al subir al sitio del predicador, encontró allí un papel que decía: “Este será su último sermón. Hoy predicará por última vez”. Se armó de valor y empezó entusiasta su predicación. El tema de su sermón fue esta frase de San Pablo: “Una sola fe, un solo Señor, un solo bautismo” (EF. 4,5) y explicó brillantemente cómo la verdadera fe es la que enseñan los católicos, y el único Señor es Jesucristo y que no hay varios bautismos como enseñan los protestantes que mandan rebautizar a la gente. Aquellos herejes temblaban de furia en su interior, y uno de los oyentes le disparó un tiro, pero equivocó la puntería. Fidel bajó del sitio desde donde predicaba y sintiendo que le llegaba el fin, se arrodilló por unos momentos ante una imagen de la Sma. Virgen. Quedó como en éxtasis por unos minutos, y luego salió por una pequeña puerta por la sacristía detrás del templo.

Los herejes lo siguieron a través del pueblo gritándole: “Renuncie a lo que dijo hoy en el sermón o lo matamos”. El les respondió valientemente: “He venido para predicar la verdadera fe, y no para aceptar falsas creencias. Jamás renunciaré a la fe de mis antepasados católicos.” Aquel grupo de herejes, dirigidos por un pastor protestante, le gritaba: “O acepta nuestras ideas o lo matamos”. El les contestó: “Ustedes verán lo que hacen. Yo me pongo en manos de Dios y bajo la protección de la Virgen Santísima. Pero piensen bien lo que van a hacer, no sea que después tengan que arrepentirse muy amargamente”. Entonces lo atacaron con palos y machetes y lo derribaron por el suelo, entre un charco de sangre. Poco antes de morir alcanzó a decir: “Padre, perdónalos”. Era el 24 de abril del año 1622.

Dios demostró la santidad de su mártir, obrando maravillosos milagros junto a su sepulcro. Y el primer milagro fue que aquel pastor protestante que acompañaba a los asaltantes, se convirtió al catolicismo y dejó sus errores.

El Papa Benedicto XIV lo declaró santo en 1746.

Petición

San Fidel mártir; te encomendamos nuestros países tan plagados de ideas ajenas al Evangelio que le van quitando la devoción a nuestra gente y la van llevando al indiferentismo y a la herejía. Haz que a ejemplo tuyo se levanten por todas partes apóstoles Católicos valerosos y santos que prevengan al pueblo y no lo dejen caer en las garras de lobos que asaltan al verdadero rebaño del Señor.

Si el grano de trigo cae a tierra y muere, produce mucho fruto. (Jesucristo).

23 abril, 2015

San Jorge

 


¡Oh!, San Jorge, bendito, vos, sois el hijo del Dios
de la vida, y su amado santo, y aquél que, al dragón
vencisteis, y, luego de éxtasis lleno, a Jesucristo
entre las multitudes aclamasteis, animándolas de corazón
a cristianos ser. Diocleciano, emperador, enterado,
enfureció y mandó que todos adorasen a sus falsarios
dioses, prohibiendo a Jesucristo adorar. Y, vos, por
negaros, obligado fuisteis a aquella traición, pero,
os negasteis y os ratificasteis como seguidor fiel
de Cristo Jesús, Dios y Señor Nuestro. Y, así y todo,
ellos os llevaron en frente de sus falsarias estatuas
albergando que os arrepentiríais, y tan solo ante
vuestra presencia, aquellas cayeron y se despedazaron.
Y, bastó ello y condenado al martirio y la muerte
fuisteis por el infame emperador. Entonces, vuestra
alma, a Dios os encomendasteis, diciendo: “Señor, en
tus manos encomiendo mi alma”. ¿Mataron vuestro cuerpo?
Sí, pero, no, vuestra alma, que, presta, a la Celeste
Patria marchó, para cubriros, con corona de luz, como
premio a vuestro grande amor y entrega de vida y fe;
Patrono Santo de Inglaterra y de los Boys Scouts;
¡Oh!; San Jorge, “agricultor del amor, fe, valor y luz”.

© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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23 de Abril
San Jorge
Mártir (303)

Que Dios nos conceda valor como a San Jorge para luchar contra el dragón infernal y vencerlo y no permitirle que nos esclavice con sus tentaciones.

Los que siembran entre pesares, cosechan entre cantares. (S. Biblia Salmos).
Jorge significa: el agricultor.

Biografía

Nacido en Lydda, Palestina, la tierra de Jesús, era hijo de un agricultor muy estimado. Entró al ejército y llegó a ser capitán. Se hizo famoso porque al llegar a una ciudad de Oriente se encontró con que un terrible caimán (o dragón o tiburón) devoraba a mucha gente y nadie se atrevía a acercársele. San Jorge lo atacó valientemente y acabó con tan feroz animal. Y reuniendo a todos los vecinos que estaban llenos de admiración y de emoción, les habló muy hermosamente de Jesucristo y obtuvo que muchos de ellos se hicieran cristianos.

Pero el emperador Diocleciano mandó que todos tenían que adorar ídolos o dioses falsos y prohibió adorar a Jesucristo. El capitán Jorge declaró que él nunca dejaría de adorar a Cristo y que jamás adoraría ídolos. Entonces el emperador declaró pena de muerte contra él. De paso para el sitio del martirio lo llevaron al templo de los ídolos para ver si los adoraba, pero en su presencia varias de esas estatuas cayeron derribadas por el suelo y se despedazaron.

A Jorge lo martirizaron y mientras lo azotaban, él se acordaba de los azotes que le dieron a Jesús, y no abría la boca, y sufría todo por Nuestro Señor sin gritar ni llorar. Muchos al verlo exclamaban: “Es valiente. En verdad que vale la pena ser seguidor de Cristo”. Cuando lo iban a matar decía: “Señor, en tus manos encomiendo mi alma”. El siempre rezaba y Dios siempre lo escuchaba. Al oír la noticia de que ya le iban a cortar la cabeza se puso muy contento, porque él tenía muchos deseos de ir al cielo a estar junto a Nuestro Señor Jesucristo.

San Jorge mártir es el Patrono de Inglaterra y de los Boys Scouts.

Su culto alcanzó gran celebridad desde muy antiguos tiempos en la Iglesia. La Iglesia de Oriente lo llama “El gran mártir”.

En tiempos de Las Cruzadas, el rey Ricardo Corazón de León se convenció en Tierra Santa de que San Jorge tenía un gran poder de intercesión en favor de los que lo invocaban y llevó su devoción a Europa, especialmente a Inglaterra.