¡Oh!, Santa Catalina de Siena, vos, sois la hija del Dios
de la vida y su amada santa, que, por las “Hermanas de la
Penitencia”, de Santo Domingo, a Dios conocisteis en vos
misma y os esforzasteis en semejaros al Cristo del madero.
Teníais seis años cuando tuvisteis vuestra primera visión,
cuando al cruzar la calle, visteis al Señor rodeado de ángeles,
que os sonreía, impartiéndoos la bendición. Y, bastó ello,
para haceros amar a Dios, de extraordinaria manera. Luchasteis
a su tiempo a favor del Santo Padre, para que, a su trono
volviera y, con ello, la unidad de la Iglesia lograr. Al
significado de vuestro nombre, que es “pura y casta”, honor
le hicisteis, pues a lo largo de vuestra santa vida, así
permanecisteis. Cuando exhortabais al Papa, vos le decíais:
“¡Animo, virilmente, Padre! Que yo le digo que no hay que
temblar”. A un joven a muerte condenado en razón de su fe,
a quien hasta el mismo patíbulo, acompañasteis le dijisteis:
“¡A las bodas, dulce hermano mío! que pronto estarás en la
vida duradera”. Todo cuanto os impedía, crecer, lo vencíais
como el día aquél en que, ante un leproso os inclinasteis
y le besasteis sus llagas. Analfabeta, como erais, dictasteis
por increíble que parezca, vuestro libro “Diálogo de la
divina providencia”, hermosa síntesis de vuestras experiencias
místicas, que enseñan los caminos de la salvación eterna.
Vuestras trescientas setenta y cinco cartas, consideradas
son una obra teológica profunda, que alumbran el camino de
la Iglesia. Gran mística del siglo Catorce, Patrona de Roma
y de Italia, junto con San Francisco de Asís, fuisteis nombrada
además de protectora del Pontificado. Y, luego de que voló
al cielo, vuestra alma, Dios, os coronó con corona de luz
y eternidad, como premio justo, a vuestra entrega de amor y fe;
¡oh!, Santa Catalina de Siena, “pureza y castidad de Cristo”.
de la vida y su amada santa, que, por las “Hermanas de la
Penitencia”, de Santo Domingo, a Dios conocisteis en vos
misma y os esforzasteis en semejaros al Cristo del madero.
Teníais seis años cuando tuvisteis vuestra primera visión,
cuando al cruzar la calle, visteis al Señor rodeado de ángeles,
que os sonreía, impartiéndoos la bendición. Y, bastó ello,
para haceros amar a Dios, de extraordinaria manera. Luchasteis
a su tiempo a favor del Santo Padre, para que, a su trono
volviera y, con ello, la unidad de la Iglesia lograr. Al
significado de vuestro nombre, que es “pura y casta”, honor
le hicisteis, pues a lo largo de vuestra santa vida, así
permanecisteis. Cuando exhortabais al Papa, vos le decíais:
“¡Animo, virilmente, Padre! Que yo le digo que no hay que
temblar”. A un joven a muerte condenado en razón de su fe,
a quien hasta el mismo patíbulo, acompañasteis le dijisteis:
“¡A las bodas, dulce hermano mío! que pronto estarás en la
vida duradera”. Todo cuanto os impedía, crecer, lo vencíais
como el día aquél en que, ante un leproso os inclinasteis
y le besasteis sus llagas. Analfabeta, como erais, dictasteis
por increíble que parezca, vuestro libro “Diálogo de la
divina providencia”, hermosa síntesis de vuestras experiencias
místicas, que enseñan los caminos de la salvación eterna.
Vuestras trescientas setenta y cinco cartas, consideradas
son una obra teológica profunda, que alumbran el camino de
la Iglesia. Gran mística del siglo Catorce, Patrona de Roma
y de Italia, junto con San Francisco de Asís, fuisteis nombrada
además de protectora del Pontificado. Y, luego de que voló
al cielo, vuestra alma, Dios, os coronó con corona de luz
y eternidad, como premio justo, a vuestra entrega de amor y fe;
¡oh!, Santa Catalina de Siena, “pureza y castidad de Cristo”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
_____________________________________
_____________________________________
29 de Abril
Santa Catalina de Siena
Virgen y Doctora de la Iglesia
Santa Catalina de Siena
Virgen y Doctora de la Iglesia
Nacida en 1347, Catalina (nombre que significa “Pura”) era la menor
del prolífico hogar de Diego Benincasa. Allí crecía la niña en
entendimiento, virtud y santidad. A la edad de cinco o seis años tuvo la
primera visión, que la inclinó definitivamente a la vida virtuosa.
Cruzaba una calle con su hermano Esteban, cuando vio al Señor rodeado de
ángeles, que le sonreía, impartiéndole la bendición.
Su padre, tintorero de pieles, pensó casarla con un hombre rico. La
joven manifestó que se había prometido a Dios. Entonces, para hacerla
desistir de su propósito, se la sometió a los servicios mas humildes de
la casa. Pero ella caía frecuentemente en éxtasis y todo le era fácil de
sobrellevar.
Finalmente, derrotados por su paciencia, cedieron sus padres y se la
admitió en la tercera orden de Santo Domingo y siguió, por tanto, siendo
laica. Tenía dieciséis años. Sabía ayudar, curar, dar su tiempo y su
bondad a los huérfanos, a los menesterosos y a los enfermos a quienes
cuidó en las epidemias de la peste. En la terrible peste negra, conocida
en la historia con el nombre de “la gran mortandad”, pereció más de la
tercera parte de la población de Siena.
A su alrededor muchas personas se agrupaban para escucharla. Ya a los
veinticinco años de edad comienza su vida pública, como conciliadora de
la paz entre los soberanos y aconsejando a los príncipes. Por su
influjo, el papa Gregorio XI dejó la sede de Aviñon para retornar a
Roma. Este pontífice y Urbano VI se sirvieron de ella como embajadora en
cuestiones gravísimas; Catalina supo hacer las cosas con prudencia,
inteligencia y eficacia.
Aunque analfabeta, como gran parte de las mujeres y muchos hombres de
su tiempo, dictó un maravilloso libro titulado Diálogo de la divina
providencia, donde recoge las experiencias místicas por ella vividas y
donde se enseñan los caminos para hallar la salvación. Sus trescientas
setenta y cinco cartas son consideradas una obra clásica, de gran
profundidad teológica. Expresa los pensamientos con vigorosas y
originales imágenes. Se la considera una de las mujeres más ilustres de
la edad media, maestra también en el uso de la lengua Italiana.
Santa Catalina de Siena, quien murió a consecuencia de un ataque de
apoplejía, a la temprana edad de treinta y tres años, el 29 de abril de
1380, fue la gran mística del siglo XIV. El papa Pío II la canonizó en
1461. Sus restos reposan en la Iglesia de Santa María sopra Minerva en
Roma, donde se la venera como patrona de la ciudad; es además, patrona
de Italia y protectora del pontificado.
El papa Pablo VI, en 1970, la proclamó doctora de la Iglesia. Ella,
Santa Teresa de Avila y Santa Teresita de Lisieux son las tres únicas
mujeres que ostentan este título.
Otros Santos cuya fiesta se celebra hoy: Santos: Paulino, Severo,
obispos; Agapio, Secundino, Tíquico, Torpetes, Emiliano, mártires; Pedro
de Verona; Roberto (Bob, Boby), monje; Tértula, Antonia, vírgenes;
Hugo, abad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario