¡Oh!, Santa Lidia, vos, sois la hija del Dios
de la vida y su mada santa. Vuestra familia
la primera fue en convertirse al cristianismo
y ser bautizada. Vos, erais una comerciante
de púrpuras muy rica, que usó su fortuna con
sabiduría compartiéndolas con los necesitados
y con quienes trabajaban con vos, entendiendo
que, el valor real de la riqueza reside en la
forma en que la usas, no en cuánto tienes.
A vos, os llevó a la gloria de vuestro triunfo
personal, el encuentro con el apóstol San Pablo
y el evangelista San Lucas, pues, por la prédica
de ellos, vos, os convertisteis. También los
invitasteis a que vivieran en vuestra casa,
mientras duró vuestra predicación en aquél lugar.
Por ello y vuestro amor, hecho obra, el cielo
ganasteis y coronada estáis, con corona de luz,
como justo premio a vuestra entrega de amor;
¡oh!, santa Lidia, “amor, esperanza y luz”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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3 de Agosto
Santa Lidia
Era natural de Tiatira, ciudad de Ásia, pero vivía en Filipos
(Macedonia). Su familia fue la primera en Europa en convertirse al
cristianismo y ser bautizada. Lidia era una comerciante de púrpuras. Eso
podría no significar mucho para nosotros hoy en día, pero en el siglo
primero eso significaba que era una mujer muy rica. Dado que el tinte de
la púrpura se extraía con muchas dificultades de cierto molusco, sólo
una elite podía permitirse tener telas teñidas de ese color. Una
mercader que vendiera ese tinte tan extremadamente costoso era rica, se
mirase como se mirase. No hay indicaciones de que Lidia abandonara su
negocio tras convertirse al cristianismo. Pero hay muchas pruebas de que
utilizó su fortuna sabiamente, compartiéndolas con los necesitados y
con quienes trabajaban con ella.
Entendió que el valor real de la
riqueza reside en el modo en que la usas, no en cuánto tienes.
Se sabe que llegó en un barco de los de entonces de la Grecia de Asia
y se instaló en Filipos. La razón no fue otra que ser un buen puerto en
el mar Egeo, ya que era muy conocido en aquellos años por su magnífico
comercio en tejidos y en púrpura. Pero no fue la abundancia de piezas,
ni la facilidad de transporte lo que a Lydia le engrandeció y le
devolvió aún más la alegría que llevaba en su corazón de joven guapa.
Lo que verdaderamente le llevó a la gloria de su triunfo personal fue
el encuentro con el apóstol San Pablo y el evangelista San Lucas, y por
la predicación de ellos se convirtió esta mujer. Tanta fue la amistad
que les unió que ella misma los invitó a que vivieran en su casa
mientras que duró su predicación en aquella ciudad.
(http://www.familiario.com/santoral/Lidia.htm)
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