¡Oh!, Santo Domingo de Guzmán; vos, sois el hijo del Dios
de la vida, su amado santo y el asceta de Cristo, Señor
y Dios Nuestro, porque, con vuestra vida, vuestro amor y
entrega, os negasteis a vos mismo, para, en los más pobres
y desvalidos de vuestro tiempo crecer. Y, de aquél abrazo
con Francisco y sus estigmas, huellas de amor dejasteis:
“No puede ser que Cristo sufra hambre en los pobres, mientras
yo guarde en mi casa algo con lo cual podía socorrerlos”,
a menudo decíais vos. Vuestras armas para convertir: la
oración, la paciencia, la penitencia y horas incontables
para instruir a los ignorantes en religión eran. A vuestros
detractores os decíais: “Inútil es, tratar de convertir
a la gente con la violencia. La oración hace más efecto
que todas las armas guerreras. No crean que los oyentes
se van a conmover y a volver mejores por que nos ven muy
vestidos elegantemente. En cambio con la humildad sí se
ganan los corazones”. ¿Cuál pues, sería vuestro destino
final? Sólo uno: el mismo cielo, porque lo ganasteis.
“Que todos los ángeles y santos salgan a recibiros”.
Decían vuestros compañeros. Y, vos, moribundo añadíais:
“¡Qué hermoso, qué hermoso!”. Y, volasteis para recibir,
premio: corona de luz. “Consagrado al Señor” eternamente,
y, santo fundador de los Padres Dominicos, que alumbran
los rincones del orbe de nuestra tierra. ¡San Francisco
y Santo Domingo!¡ Santo Domingo y San Francisco! Dos
santos en uno, para el reino eterno del Dios de la vida;
¡oh!, Santo Domingo de Guzmán, “consagrado al Dios vivo”.
de la vida, su amado santo y el asceta de Cristo, Señor
y Dios Nuestro, porque, con vuestra vida, vuestro amor y
entrega, os negasteis a vos mismo, para, en los más pobres
y desvalidos de vuestro tiempo crecer. Y, de aquél abrazo
con Francisco y sus estigmas, huellas de amor dejasteis:
“No puede ser que Cristo sufra hambre en los pobres, mientras
yo guarde en mi casa algo con lo cual podía socorrerlos”,
a menudo decíais vos. Vuestras armas para convertir: la
oración, la paciencia, la penitencia y horas incontables
para instruir a los ignorantes en religión eran. A vuestros
detractores os decíais: “Inútil es, tratar de convertir
a la gente con la violencia. La oración hace más efecto
que todas las armas guerreras. No crean que los oyentes
se van a conmover y a volver mejores por que nos ven muy
vestidos elegantemente. En cambio con la humildad sí se
ganan los corazones”. ¿Cuál pues, sería vuestro destino
final? Sólo uno: el mismo cielo, porque lo ganasteis.
“Que todos los ángeles y santos salgan a recibiros”.
Decían vuestros compañeros. Y, vos, moribundo añadíais:
“¡Qué hermoso, qué hermoso!”. Y, volasteis para recibir,
premio: corona de luz. “Consagrado al Señor” eternamente,
y, santo fundador de los Padres Dominicos, que alumbran
los rincones del orbe de nuestra tierra. ¡San Francisco
y Santo Domingo!¡ Santo Domingo y San Francisco! Dos
santos en uno, para el reino eterno del Dios de la vida;
¡oh!, Santo Domingo de Guzmán, “consagrado al Dios vivo”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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8 de Agosto
Santo Domingo de Guzmán
Fundador de los Padres Dominicos
Año 1221
Santo Domingo de Guzmán
Fundador de los Padres Dominicos
Año 1221
Domingo significa: “Consagrado al Señor”.
El fundador de los Padres Dominicos, que son ahora 6,800 en 680 casas
en el mundo, nació en Caleruega, España, en 1171. Su madre, Juana de
Aza, era una mujer admirable en virtudes y ha sido declarada Beata. Lo
educó en la más estricta formación religiosa.
A los 14 años se fue a vivir con un tío sacerdote en Palencia en cuya
casa trabajaba y estudiaba. La gente decía que en edad era un jovencito
pero que en seriedad parecía un anciano. Su goce especial era leer
libros religiosos, y hacer caridad a los pobres. Por aquel tiempo vino
por la región una gran hambre y las gentes suplicaban alguna ayuda para
sobrevivir. Domingo repartió en su casa todo lo que tenía y hasta el
mobiliario. Luego, cuando ya no le quedaba nada más con qué ayudar a los
hambrientos, vendió lo que más amaba y apreciaba, sus libros (que en
ese tiempo eran copiados a mano y costosísimos y muy difíciles de
conseguir) y con el precio de la venta ayudó a los menesterosos. A
quienes lo criticaban por este desprendimiento, les decía: “No puede ser
que Cristo sufra hambre en los pobres, mientras yo guarde en mi casa
algo con lo cual podía socorrerlos”.
En un viaje que hizo, acompañando a su obispo por el sur de Francia,
se dio cuenta de que los herejes habían invadido regiones enteras y
estaban haciendo un gran mal a las almas. Y el método que los misioneros
católicos estaban empleando era totalmente inadecuado. Los predicadores
llegaban en carruajes elegantes, con ayudantes y secretarios, y se
hospedaban en los mejores hoteles, y su vida no era ciertamente un
modelo de la mejor santidad. Y así de esa manera las conversiones de
herejes que conseguían, eran mínimas. Domingo se propuso un modo de
misionar totalmente diferente.
Vio que a las gentes les impresionaba que el misionero fuera pobre
como el pueblo. Que viviera una vida de verdadero buen ejemplo en todo. Y
que se dedicara con todas sus energías a enseñarles la verdadera
religión. Se consiguió un grupo de compañeros y con una vida de total
pobreza, y con una santidad de conducta impresionante, empezaron a
evangelizar con grandes éxitos apostólicos.
Sus armas para convertir eran la oración, la paciencia, la
penitencia, y muchas horas dedicadas a instruir a los ignorantes en
religión. Cuando algunos católicos trataron de acabar con los herejes
por medio de las armas, o de atemorizarlos para que se convirtieran, les
dijo: “Es inútil tratar de convertir a la gente con la violencia. La
oración hace más efecto que todas las armas guerreras. No crean que los
oyentes se van a conmover y a volver mejores por que nos ven muy
elegantemente vestidos. En cambio con la humildad sí se ganan los
corazones”.
Domingo llevaba ya diez años predicando al sur de Francia y
convirtiendo herejes y enfervorizando católicos, y a su alrededor había
reunido un grupo de predicadores que él mismo había ido organizando e
instruyendo de la mejor manera posible. Entonces pensó en formar con
ellos una comunidad de religiosos, y acompañado de su obispo consultó al
Sumo Pontífice Inocencio III. Al principio el Pontífice estaba dudoso
de si conceder o no el permiso para fundar la nueva comunidad religiosa.
Pero dicen que en un sueño vio que el edificio de la Iglesia estaba
ladeándose y con peligro de venirse abajo y que llegaban dos hombres,
Santo Domingo y San Francisco, y le ponían el hombro y lo volvían a
levantar. Después de esa visión ya el Papa no tuvo dudas en que sí debía
aprobar las ideas de nuestro santo.
Y cuentan las antiguas tradiciones que Santo Domingo vio en sueños
que la ira de Dios iba a enviar castigos sobre el mundo, pero que la
Virgen Santísima señalaba a dos hombres que con sus obras iban a
interceder ante Dios y lo calmaban. El uno era Domingo y el otro era un
desconocido, vestido casi como un pordiosero. Y al día siguiente estando
orando en el templo vio llegar al que vestía como un mendigo, y era
nada menos que San Francisco de Asís. Nuestro santo lo abrazó y le dijo:
“Los dos tenemos que trabajar muy unidos, para conseguir el Reino de
Dios”. Y desde hace siglos ha existido la bella costumbre de que cada
año, el día de la fiesta de San Francisco, los Padres dominicos van a
los conventos de los franciscanos y celebran con ellos muy
fraternalmente la fiesta, y el día de la fiesta de Santo Domingo, los
padres franciscanos van a los conventos de los dominicos y hacen juntos
una alegre celebración de buenos hermanos.
En agosto de 1216 fundó Santo Domingo su Comunidad de predicadores,
con 16 compañeros que lo querían y le obedecían como al mejor de los
padres. Ocho eran franceses, siete españoles y uno inglés. Los preparó
de la mejor manera que le fue posible y los envió a predicar, y la nueva
comunidad tuvo una bendición de Dios tan grande que a los pocos años ya
los conventos de los dominicos eran más de setenta, y se hicieron
famosos en las grandes universidades, especialmente en la de París y en
la de Bolonia.
El gran fundador le dio a sus religiosos unas normas que les han hecho un bien inmenso por muchos siglos. Por ejemplo estas:
*Primero contemplar, y después enseñar. O sea: antes dedicar mucho
tiempo y muchos esfuerzos a estudiar y meditar las enseñanzas de
Jesucristo y de su Iglesia, y después sí dedicarse a predicar con todo
el entusiasmo posible.
*Predicar siempre y en todas partes. Santo Domingo quiere que el
oficio principalísimo de sus religiosos sea predicar, catequizar, tratar
de propagar las enseñanzas católicas por todos los medios posibles. Y
él mismo daba el ejemplo: donde quiera que llegaba empleaba la mayor
parte de su tiempo en predicar y enseñar catecismo.
La experiencia le había demostrado que las almas se ganan con la
caridad. Por eso todos los días pedía a Nuestro Señor la gracia de
crecer en el amor hacia Dios y en la caridad hacia los demás y tener un
gran deseo de salvar almas. Esto mismo recomendaba a sus discípulos que
pidieran a Dios constantemente.
Los santos han dominado su cuerpo con unas mortificaciones que en
muchos casos son más para admirar que para imitar. Recordemos algunas de
las que hacía este hombre de Dios.
Cada año hacía varias cuaresmas, o sea, pasaba varias temporadas de a
40 días ayunando a pan y agua. Siempre dormía sobre duras tablas.
Caminaba descalzo por caminos irisados de piedras y por senderos
cubiertos de nieve. No se colocaba nada en la cabeza ni para defenderse
del sol, ni para guarecerse contra los aguaceros.
Soportaba los más terribles insultos sin responder ni una sola palabra.
Cuando llegaban de un viaje empapados por los terribles aguaceros
mientras los demás se iban junto al fuego a calentarse un poco, el santo
se iba al templo a rezar.
Un día en que por venganza los enemigos los hicieron caminar
descalzos por un camino con demasiadas piedrecitas afiladas, el santo
exclamaba: “la próxima predicación tendrá grandes frutos, porque los
hemos ganado con estos sufrimientos”. Y así sucedió en verdad.
Sufría de muchas enfermedades, pero sin embargo seguía predicando y enseñando catecismo sin cansarse ni demostrar desánimo.
Era el hombre de la alegría, y del buen humor. La gente lo veía
siempre con rostro alegre, gozoso y amable. Sus compañeros decían: “De
día nadie más comunicativo y alegre. De noche, nadie más dedicado a la
oración y a la meditación”. Pasaba noches enteras en oración. Era de
pocas palabras cuando se hablaba de temas mundanos, pero cuando había
que hablar de Nuestro Señor y de temas religiosos entonces sí que
charlaba con verdadero entusiasmo.
Sus libros favoritos eran el Evangelio de San Mateo y las Cartas de
San Pablo. Siempre los llevaba consigo para leerlos día por día y
prácticamente se los sabía de memoria. A sus discípulos les recomendaba
que no pasaran ningún día sin leer alguna página del Nuevo Testamento o
del Antiguo.
Los que trataron con él afirmaban que estaban seguros de que este
santo conservó siempre la inocencia bautismal y que no cometió jamás un
pecado grave. Totalmente desgastado de tanto trabajar y sacrificarse por
el Reino de Dios a principios de agosto del año 1221 se sintió falto de
fuerzas, estando en Bolonia, la ciudad donde había vivido sus últimos
años. Tuvieron que prestarle un colchón porque no tenía. Y el 6 de
agosto de 1221, mientras le rezaban las oraciones por los agonizantes
cuando le decían: “Que todos los ángeles y santos salgan a recibirte”,
dijo: “¡Qué hermoso, qué hermoso!” y expiró.
A los 13 años de haber muerto, el Sumo Pontífice lo declaró santo y
exclamó al proclamar el decreto de su canonización: “De la santidad de
este hombre estoy tan seguro, como de la santidad de San Pedro y San
Pablo”.
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