¡Oh!; Santa Isabel de Hungría; vos, sois la
hija del Dios
de la vida, y su amada santa. Y, aquella
mujer, que,
habiendo vestido de realeza, renunciar
preferisteis a
todos vuestros honores y bienes materiales,
y luego,
votos de pobreza hicisteis a imitación de
Cristo, San
Francisco y Santa Clara de Asís,
consagrándoos al servicio
de los más pobres y débiles, como humilde,
santa y
fervorosa sierva franciscana. “¿Jesús en la
Cruz despojado
de todo y coronado de espinas, y yo con
corona de oro y
vestidos lujosos?”. Os preguntasteis aquella
vez que
entrasteis en el Templo, para nunca más
vestiros de lujo,
en la casa de Dios. Cambiasteis vuestros
vestidos
de princesa por un hábito de hermana
franciscana y
vuestros cuatro años últimos de vuestra os
dedicasteis
a atender a los pobres y enfermos del
hospital que habíais
fundado. Además, os propusisteis y lo
hicisteis, recorrer
calles y campos, limosnas pidiendo para
vuestros pobres.
Vivíais en una humilde choza junto al
hospital y os pasabais
tejiendo y pescando para obtener dinero, con
qué
compararles medicinas a los enfermos. Poco
antes de
morir, un hermano lego os suplicó interceder
por su brazo
roto, y él, os dijo: “¿Señora, Usted que
siempre ha vestido
trajes tan pobres, por qué ahora está tan
hermosamente
vestida?”. Y vos, contestasteis sonriente:
“Es que voy
para la gloria. Acabo de morir para la
tierra. Estire su
brazo que ya ha quedado curado”. Y, el
hombre, quedó
sano. Hoy, vos, estáis coronada toda de luz,
como justo
premio a vuestra entrega de amor. Os rogamos
pues,
que, en mérito de vuestra santa vida,
intercedáis ante
Jesús, Dios y Señor Nuestro, para que colme
nuestro
mundo de santas mujeres, que sirvan al Dios
Trino,
Señor de la vida y de la luz, en los pobres,
los débiles,
los menesterosos y en los más descreídos del
mundo.
Santa Patrona de todos los pobres y débiles
del mundo;
¡Oh!; Santa Isabel, “vivo amor y pobreza de
Cristo Jesús”.
© 2015 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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17 de noviembre
Santa Isabel de Hungría
Viuda (1207- 1231)
“Que el Señor nos conceda como a su buena Isabel, el don de un gran desprendimiento para dedicar nuestra vida y nuestros bienes a ayudar a los más necesitados.”
Su Vida
Isabel, a los 15 años fue dada en matrimonio por su padre el Rey de
Hungría al príncipe Luis VI de Turingia, el matrimonio tuvo tres hijos.
Se amaban tan intensamente que ella llegó a exclamar un día: “Dios mío,
si a mi esposo lo amo tantísimo, ¿Cuánto más debiera amarte a Ti?”. Su
esposo aceptaba de buen modo las santas exageraciones que Isabel tenía
en repartir a los pobres cuanto encontraba en la casa. Él respondía a
los que criticaban: “Cuanto más demos nosotros a los pobres, más nos
dará Dios a nosotros”.
Cuando apenas de veinte años y con su hijo menor recién nacido, su
esposo, un cruzado, murió en un viaje a defender Tierra Santa. Isabel
casi se desespera al oír la noticia, pero luego se resignó y aceptó la
voluntad de Dios. Rechazó varias ofertas de matrimonio y se decidió
entonces a vivir en la pobreza y dedicarse al servicio de los más pobres
y desamparados.
El sucesor de su marido la desterró del castillo y tuvo que huir con
sus tres hijos, desprovistos de toda ayuda material. Ella, que cada día
daba de comer a 900 pobres en el castillo, ahora no tenía quién le diera
para el desayuno. Pero confiaba totalmente en Dios y sabía que nunca la
abandonaría, ni a sus hijos. Finalmente algunos familiares la
recibieron en su casa, y más tarde el Rey de Hungría consiguió que le
devolvieran los bienes que le pertenecían como viuda, y con ellos
construyó un gran hospital para pobres, y ayudó a muchas familias
necesitadas.
Un Viernes Santo, después de las ceremonia, cuando ya habían
desvestido los altares en la iglesia, se arrodilló ante uno y delante de
varios religiosos hizo voto de renuncia de todos sus bienes y voto de
pobreza, como San Francisco de Asís, y consagró su vida al servicio de
los más pobres y desampardos. Cambió sus vestidos de princesa por un
simple hábito de hermana franciscana, de tela burda y ordinaria, y los
últimos cuatro años de su vida (de los 20 hasta los 24 años) se dedicó a
atender a los pobres enfermos del hospital que había fundado. Se
propuso recorrer calles y campos pidiendo limosna para sus pobres, y
vestía como las mujeres más pobres del campo. Vivía en una humilde choza
junto al hospital. Tejía y hasta pescaba, con tal de obtener con qué
compararles medicinas a los enfermos.
Tenía un director espiritual que para ayudarla en su camino a la
santidad, la trataba duramente. Ella exclamaba: “Dios mío, si a este
sacerdote le tengo tanto temor, ¿cuánto más te debería temer a Ti, si
desobedezco tus mandamientos?”
Un día, cuando todavía era princesa, fue al templo vestida con los
más exquisitos lujos, pero al ver una imagen de Jesús crucificado pensó:
“¿Jesús en la Cruz despojado de todo y coronado de espinas, y yo con
corona de oro y vestidos lujosos?”. Nunca más volvió con vestidos
lujosos al templo de Dios.
Una vez se encontró un leproso abandonado en el camino, y no teniendo
otro sitio en dónde colocarlo por el momento, lo acostó en la cama de
su marido que estaba ausente. Llegó este inesperadamente y le contaron
el caso. Se fue furioso a regañarla, pero al llegar a la habitación, vio
en su cama, no el leproso sino un hermoso crucifijo ensangrentado.
Recordó entonces que Jesús premia nuestros actos de caridad para con los
pobres como hechos a Él mismo.
El pueblo la llamaba “la mamacita buena”
Uno sacerdotes de aquella época escribió: “Afirmo delante de Dios que
raramente he visto una mujer de una actividad tan intensa, unida a una
vida de oración y de contemplación tan elevada”. Algunos religiosos
franciscanos que la dirigían en su vida de total pobreza, afirman que
varias veces, cuando ella regresaba de sus horas de oración, la vieron
rodeada de resplandores y que sus ojos brillaban como luces muy
resplandecientes.
El mismo emperador Federico II afirmó: “La venerable Isabel, tan
amada de Dios, iluminó las tinieblas de este mundo como una estrella
luminosa en la noche oscura”.
Cuando apenas cumplía 24 años, el 17 de noviembre del año 1231, pasó
de esta vida a la eternidad. A sus funerales asistieron el emperador
Federico II y una multitud tan grande formada por gentes de diversos
países y de todas las clases sociales, que los asistentes decían que no
se había visto ni quizá se volvería a ver en Alemania un entierro tan
concurrido y fervoroso como el de Isabel de Hungría, la patrona de los
pobres.
El mismo día de la muerte de la santa, a un hermano lego se le
destrozó un brazo en un accidente y estaba en cama sufriendo terribles
dolores. De pronto vio a parecer a Isabel en su habitación, vestida con
trajes hermosísimos. Él dijo: “¿Señora, Usted que siempre ha vestido
trajes tan pobres, por qué ahora tan hermosamente vestida?”. Y ella
sonriente le dijo: “Es que voy para la gloria. Acabo de morir para la
tierra. Estire su brazo que ya ha quedado curado”. El paciente estiró el
brazo que tenía totalmente destrozado, y la curación fue completa e
instantánea.
Dos días después de su entierro, llegó al sepulcro de la santa un
monje cisterciense el cual desde hacía varios años sufría un terrible
dolor al corazón y ningún médico había logrado aliviarle de su dolencia.
Se arrodilló por un buen rato a rezar junto a la tumba de la santa, y
de un momento a otro quedó completamente curado de su dolor y de su
enfermedad.
Estos milagros y muchos más, movieron al Sumo Pontífice a declararla
santa, cuando apenas habían pasado cuatro años de su muerte. Santa
Isabel de Hungría es patrona de la Arquidiócesis de Bogotá.
Una Historia
No faltó quien acusó a la princesa ante el propio duque de estar
dilapidando los caudales públicos y dejar exhaustos los graneros y
almacenes. El margrave Luis, quería a su esposa con delirio, pero no
pudo resistir, sin duda, el acoso de sus intendentes y les pidió una
prueba de su acusación.
– Espera un poco -le dijeron- y verás salir a la señora con la
faltriquera llena. Efectivamente, poco tuvo que esperar el duque para
ver a su mujer que salía, como a hurtadillas, de palacio cerrando
cautelosamente la puerta. Violentamente la detuvo y la preguntó con
dureza:
– ¿Qué llevas en la falda?
– Nada…, son rosas -contestó Isabel tratando de disculparse, sin recordar que estaba en pleno invierno-.
Y, al extender el delantal, rosas eran y no mendrugos de pan lo que
Isabel llevaba, porque el Señor quiso salir fiador de la palabra de su
sierva.
Oración
Oh Dios misericordioso, alumbra los corazones de tus fieles; y
por las súplicas gloriosas de Santa Isabel, haz que despreciemos las
prosperidades mundanales, y gocemos siempre de la celestial consolación.
Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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