¡Oh!, San Beda, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
su amado santo, Presbítero y amado Doctor, que, desde
pequeño encontrasteis en “La luz del mundo”, Cristo
Jesús, la pasión de vuestra vida toda, dedicándoos,
con fervor a meditar y compartir las Escrituras Sagradas,
y vuestro canto en la Iglesia. Vos, hacíais lo que más
os gustaba: aprender, enseñar y escribir. Burke, de vos,
dijo que: “erais padre de la erudición inglesa”, pues,
en vuestra pluma, brilló la filosofía, la cronología,
la aritmética, la gramática, la astronomía, la música y
la Teología, en grado sumo, el ejemplo de San Isidro,
siguiendo, de sencilla manera y sin complicaciones.
Se os presenta como uno de los padres de la cultura
inglesa, influyendo, por medio de la escuela de York y
la escuela carolingia, sobre toda la cultura europea.
Vuestra “Historia Eclesiástica Gentis Anglorum”, os
mereció, para ser proclamado en el sínodo de Aquisgrana,
“venerabilis et modernis temporibus doctor admirabilis”.
A vos, os gustaba definiros como: “historicus verax”, o
“historiador veraz”, porque prestasteis grande servicio
a la verdad. Terminasteis vuestra gigante obra histórica
con esta reverente oración: “Te pido, Jesús mío, que me
concediste saborear con delicia las palabras de tu
sabiduría, concederme por tu misericordia llegar un
día a ti, fuente de sabiduría, y contemplar tu rostro”.
“Ahora sostenme la cabeza y haz que pueda dirigir los
ojos hacia el lugar santo donde he rezado, porque siento
que me invade una gran dulzura” “He vivido bastante y
Dios ha dispuesto bien de mi vida”. Vuestras últimas
palabras fueron, mientras el monje escribano sostenía
vuestra cabeza, luego de haber dictado la última página
de vuestro Comentario a san Juan. Y, terminado ello, voló
vuestra alma al cielo, para coronada ser, con corona
de luz, como premio justo a vuestra entrega de amor y fe;
¡Oh!, San Beda, “vivo y venerable santo de Cristo Jesús”.
© 2016 Luis Ernesto Chacón Delgado.
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25 de Mayo
San Beda “el Venerable”
Presbítero y Doctor de la Iglesia
Martirologio Romano: San Beda el Venerable, presbítero y
doctor de la Iglesia, el cual, servidor de Cristo desde la edad de ocho
años, pasó todo el tiempo de su vida en el monasterio de Wearmouth, en
Northumbria, en Inglaterra. Se dedicó con fervor en meditar y exponer
las Escrituras, y entre la observancia de la disciplina regular y la
solicitud cotidiana de cantar en la iglesia, sus delicias fueron siempre
estudiar, o enseñar, o escribir (735).
Etimológicamente: Beda = Aquel que es un buen guerrero, es de origen germánico.
El nombre de Beda o Baeda en lengua sajona quiere decir oración. San
Beda, “padre de la erudición inglesa” como lo definió el historiador
Burke, murió a los 63 años en la abadía de Jarrow, en Inglaterra,
después de haber dictado la última página de un libro suyo y de haber
rezado el Gloria Patri. Era la víspera de la Ascensión, el 25 de mayo
del 735. Cuando sintió que se acercaba la muerte, dijo: “He vivido
bastante y Dios ha dispuesto bien de mi vida”.
Beda nació en el año 672 de una modesta familia obrera de Newcastle y
recibió su formación en dos monasterios benedictinos de Wearmouth y
Jarrow, en donde fue ordenado a los 22 años.
Las dos más grandes satisfacciones de su vida las condensó él mismo
en tres verbos: aprender, enseñar, escribir. La mayor parse de su obra
de escritor tiene su origen y finalidad en la enseñanza. Escribió sobre
filosofía, cronología, aritmética, gramática, astronomía, música,
siguiendo el ejemplo de san Isidro. Pero san Beda es ante todo un
teólogo, de estilo sencillo, accesible a todos.
Se le presenta como uno de los padres de toda la cultura posterior,
influyendo, por medio de la escuela de York y la escuela carolingia,
sobre toda la cultura europea. Entre los monumentos insignes de la
historiografía queda su Historia eclesiástica gentis Anglorum, que le
mereció ser proclamado en el sínodo de Aquisgrana, en el 836,
“venerabilis et modernis temporibus doctor admirabilis”. Le gustaba
definirse “historicus verax”, historiador veraz, consciente de haber
prestado un servicio a la verdad.
Terminó su voluminosa obra histórica con esta oración: “Te pido,
Jesús mío, que me concediste saborear con delicia las palabras de tu
sabiduría, concederme por tu misericordia llegar un día a ti, fuente de
sabiduría, y contemplar tu rostro”. El Papa Gregorio II lo había llamado
a Roma, pero Beda le suplicó que lo dejara en la laboriosa soledad del
monasterio de Jarrow, del que se alejó sólo por pocos meses, para poner
las bases de la escuela de York, de la que después salió el célebre
Alcuino, maestro de la corte carolingia y fundador del primer estudio
parisiense.
Después de haber dictado la última página de su Comentario a san
Juan, le dijo al monje escribano: “ahora sostenme la cabeza y haz que
pueda dirigir los ojos hacia el lugar santo donde he rezado, porque
siento que me invade una gran dulzura”. Fueron sus últimas palabras.
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