¡Oh!, Espíritu Santo, del Dios de la Vida
Siete dones para los hombres de la tierra:
Bendito Espíritu de Sabiduría:
¡ayudadme a buscar a Dios!
Bendito Espíritu de Entendimiento:
¡iluminad mi mente para conocer y amar las verdades de la fe!
Bendito Espíritu de Consejo:
¡iluminad y guiadme en todos mis caminos¡
Bendito Espíritu de Fortaleza:
¡vigorizad mi alma en tiempo de prueba y adversidad!
Bendito Espíritu de Ciencia:
¡ayudadme a distinguir entre el bien y el mal!
Bendito Espíritu de Piedad:
¡tomad posesión de mi corazón!
Bendito Espíritu de Santo Temor:
¡penetrad mi ser para recordar Vuestra presencia!
¡Venid hermanos y no tengais miedo!
¡Dejad que os arropen!
¡Oh!, Espíritu Santo, del Dios de la Vida.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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15 de Mayo Domingo Solemnidad de Pentecostés
VATICANO, 15 May. 16 / 04:34 am (ACI).- En la Basílica de San Pedro
del Vaticano, el Papa Francisco presidió la Santa Misa de la Fiesta de
Pentecostés, en la que -50 días después de Pascua- se celebra el envío
del Espíritu Santo.
En su homilía, el Pontífice habló recordó que todo hombre es hijo de
Dios, y dijo: “El Espíritu es dado por el Padre y nos conduce al Padre.
Toda la obra de la salvación es una obra que regenera, en la cual la
paternidad de Dios, mediante el don del Hijo y del Espíritu, nos libra
de la orfandad en la que hemos caído”.
A continuación, la homilía completa del Papa:
La misión de Jesús, culminada con el don del Espíritu Santo,
tenía esta finalidad esencial: restablecer nuestra relación con el
Padre, destruida por el pecado; apartarnos de la condición de huérfanos y
restituirnos a la de hijos.
El apóstol Pablo, escribiendo a los cristianos de Roma, dice:
«Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de
Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el
temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba,
Padre!» (Rm 8,14-15). He aquí la relación reestablecida: la paternidad
de Dios se reaviva en nosotros a través de la obra redentora de Cristo y
del don del Espíritu Santo.
El Espíritu es dado por el Padre y nos conduce al Padre. Toda la
obra de la salvación es una obra que regenera, en la cual la paternidad
de Dios, mediante el don del Hijo y del Espíritu, nos libra de la
orfandad en la que hemos caído. También en nuestro tiempo se constatan
diferentes signos de nuestra condición de huérfanos: Esa soledad
interior que percibimos incluso en medio de la muchedumbre, y que a
veces puede llegar a ser tristeza existencial; esa supuesta
independencia de Dios, que se ve acompañada por una cierta nostalgia de
su cercanía; ese difuso analfabetismo espiritual por el que nos sentimos
incapaces de rezar; esa dificultad para experimentar verdadera y
realmente la vida eterna, como plenitud de comunión que germina aquí y
que florece después de la muerte; esa dificultad para reconocer al otro
como hermano, en cuanto hijo del mismo Padre; y así otros signos
semejantes.
A todo esto se opone la condición de hijos, que es nuestra
vocación originaria, aquello para lo que estamos hechos, nuestro «ADN»
más profundo que, sin embargo, fue destruido y se necesitó el sacrificio
del Hijo Unigénito para que fuese restablecido. Del inmenso don de
amor, como la muerte de Jesús en la cruz, ha brotado para toda la
humanidad la efusión del Espíritu Santo, como una inmensa cascada de
gracia. Quien se sumerge con fe en este misterio de regeneración renace a
la plenitud de la vida filial.
«No os dejaré huérfanos». Hoy, fiesta de Pentecostés, estas
palabras de Jesús nos hacen pensar también en la presencia maternal de
María en el cenáculo. La Madre de Jesús está en medio de la comunidad de
los discípulos, reunida en oración: es memoria viva del Hijo e
invocación viva del Espíritu Santo. Es la Madre de la Iglesia. A su
intercesión confiamos de manera particular a todos los cristianos, a las
familias y las comunidades, que en este momento tienen más necesidad de
la fuerza del Espíritu Paráclito, Defensor y Consolador, Espíritu de
verdad, de libertad y de paz.
Como afirma también san Pablo, el Espíritu hace que nosotros
pertenezcamos a Cristo: «El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de
Cristo» (Rm 8,9). Y para consolidar nuestra relación de pertenencia al
Señor Jesús, el Espíritu nos hace entrar en una nueva dinámica de
fraternidad. Por medio del Hermano universal, Jesús, podemos
relacionarnos con los demás de un modo nuevo, no como huérfanos, sino
como hijos del mismo Padre bueno y misericordioso. Y esto hace que todo
cambie.
Podemos mirarnos como hermanos, y nuestras diferencias harán que
se multiplique la alegría y la admiración de pertenecer a esta única
paternidad y fraternidad.
(https://www.aciprensa.com/noticias/texto-completo-homilia-papa-francisco-en-la-santa-misa-de-pentecostes-16906/)
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Oración
Te pedimos, Dios todopoderoso, nos concedas agradar al Espíritu Santo con nuestras oraciones de tal modo que podamos con su gracia vernos libres de tentaciones y merezcamos obtener el perdón de los pecados. Por Jesucristo nuestro Señor. Amen
Ven, Espíritu Santo
Oh, Espíritu Santo, ven,
Danos el ansiado bien
De Tu lumbre celestial;
Padre del pobre clemente,
De eternos dones la fuente,
Luz para todo mortal.
Supremo consolador,
Huésped del alma, dulzor,
Refrigerio en los rigores,
Dulce tregua en la fatiga,
Templanza que ardor mitiga,
Consuelo en nuestros dolores.
Luz sacrosanta del mundo,
Abraza lo mas profundo
Del corazón de tus fieles;
Sin tu bella claridad,
Sólo existiría maldad,
Y serían los hombres crueles.
Limpia toda sordidez,
Fructifica la aridez,
Sana lo que se halla herido,
Doblega la vanidad,
Enardece la frialdad,
Torna recto lo torcido.
Bríndales la concesión
De tu septiforme don
A la grey que en Ti confía,
Úngelos con la virtud,
Dales éxito y salud,
Y perdurable alegría.
Amén. ¡Aleluya!
R. Y renovarás la faz de la tierra.
Oremos
¡Oh Dios! Tu has instruido los corazones de tus fieles
enviándoles la luz de tu Espíritu Santo. Concédenos, por el mismo
Espíritu, valorar rectamente las cosas y disfrutar siempre de su ayuda.
Por Cristo Nuestro Señor. R. Amen
Oración corta al Espíritu Santo
Sopla sobre mí, Espíritu Santo, para que todos mis pensamientos
sean santos. Actúa en mi, Espíritu Santo, para que también mi trabajo
sea santo. Induce mi corazón, Espíritu Santo, para que ame solamente a
aquello que es santo. Fortaléceme, Espíritu Santo, para defender todo lo
que es santo. Guárdame, Espíritu Santo, para que yo siempre sea santo.
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