Por: Ramón Rabre Jordá | Fuente: Tus preguntas sobre los Santos
Santo Tradicional – No incluido en el actual Martirologio Romano
Martirologio Romano: Los Santos Mártires Manuel, Sabel e
Ismael, en Calcedonia; los cuales yendo por embajadores del rey de
Persia para tratar de paces con Juliano Apóstata, quiso éste obligarlos a
que adorasen los ídolos; pero rehusando ellos obedecer, y manteniéndose
constantes en confesar a Jesucristo, fueron degollados († 362)
Breve Biografía
Es común dar por supuesto que con la paz concedida a la Iglesia por
el emperador Constantino en 313 por el Edicto de Milán terminaron las
persecuciones del Imperio Romano contra los cristianos, pero esto
supondría olvidarse de Juliano el Apóstata, que si ha pasado a la
historia con ese apodo es porque a pesar de haber sido educado en la fe
cristiana, optó por volver al culto de los antiguos dioses del Imperio,
lo que implicó nuevas víctimas, entre las que se encuentran San Manuel,
al que no podemos separar de sus hermanos y compañeros San Sabel y San
Ismael.
Los autores del “Acta Sanctorum”, conocidos como los Bolandistas, por
haber sido el jesuita P. Juan Boland (+ 1665) el iniciador de la
ingente obra de recopilar con espíritu crítico toda la documentación
auténtica relativa a los santos, dedican siete páginas, en el tomo III
de Junio, a recoger el texto griego y la versión latina de unas Actas de
estos mártires según un manuscrito conservado en la Biblioteca
Vaticana. Aunque parece ser que estas Actas son tardías, son sin embargo
la fuente más importante de que disponemos sobre estos mártires y por
ello la que sigue el clásico Año Cristiano del jesuita Juan Croisset
Manuel, Sabel e Ismael eran tres hermanos persas; aunque su padre era
pagano, su madre, cristiana, los educó en la fe de Jesucristo con la
ayuda de un presbítero. Aparte de sus virtudes cristianas y su sólida
formación, poco más sabemos de su vida; únicamente, los suponemos
cercanos a la corte de su soberano, al que las Actas dan el nombre de
Baltano.
El texto del Martirologio que hemos citado anteriormente ya nos
describe su misión: tratar de mediar ante el emperador Juliano para
lograr la paz en la guerra que sostenía con los persas. Sin embargo, su
misión se vio truncada por la negativa de ellos a participar en los
sacrificios paganos que les exigía el emperador. Los tres hermanos
trataron de hacer ver la distinción entre su misión diplomática y sus
convicciones personales, pero el soberano, olvidándose de las
inmunidades debidas a los embajadores, mandó ponerlos en prisión.
Continúan las Actas (y de ello se hace eco Croisset) refiriéndonos
los reproches del Emperador a los santos, tildándolos de necios, y la
respuesta de éstos que no dudan en despreciar a Juliano por poner su
confianza en unos mudos ídolos de piedra. Tras ello, vienen los azotes
por parte de los verdugos y que, colgados de un leño les rasgasen los
costados y les clavasen clavos en los talones, que son acompañados por
las súplicas confiadas de los mártires a Aquél que padeció en la Cruz
para salvar al género humano. A las amenazas siguieron las lisonjas,
hechas por separado a los dos hermanos menores y al mayor, que todos
rechazaron categóricamente, por lo que fueron objeto nuevamente del
suplicio del fuego en los costados. Seguidamente, el tirano mandó clavar
a Manuel un clavo en la cabeza y otros dos en los hombros y que fuera
llevado, amarrado junto a sus hermanos, al lugar donde finalmente serían
decapitados. Era el lunes 17 de junio de 362.
Terminan las Actas señalando que la intención del perseguidor era
quemar los cuerpos sagrados de los mártires para privar a los cristianos
de sus reliquias, pero que se produjo un hecho prodigioso que provocó
la conversión de muchos paganos: Se abrió la tierra acogiendo en su seno
los restos venerados, siendo así preservados de su destrucción y
posibilitando que después la comunidad cristiana los recogiera y
sepultara reverentemente. Posteriormente, en tiempos del Emperador
Teodosio, se edificaría una Iglesia en su honor en dicho lugar. Juliano
el Apóstata murió en la guerra contra los persas y es tradición que sus
últimas palabras, en referencia a Jesucristo, fueron: “Venciste,
Galileo”.
Aunque sea común representar juntos a los tres hermanos mártires, en
ocasiones encontramos sólo a Manuel; en estos casos lo identificamos por
aparecer con los tres clavos a los que antes nos hemos referido, en la
cabeza y los hombros (o más bien el pecho); algo se ha difundido su
figura especialmente en Portugal por haber llevado su nombre el rey
Manuel I (1469-1521).
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