¡Oh!; San Francisco de Asís, vos, sois el hijo del Dios de la vida y
su amado santo, que, la dicha tuvo, de en vida recibir los estigmas
de Nuestro Señor Jesucristo, y, declarado santo ser, por su amado
pueblo, mucho antes, de que el Papa, así lo hiciera. Y, después
del regalo de vuestra armadura, Dios, os mostró en sueños, otra,
para enfrentar a los enemigos del espíritu. “¿Por qué dedicarse a
servir a los jornaleros, en vez de consagrarse a servir al Jefe
Supremo de todos?”. Una voz, os dijo, y vos, comentabais: “Sí,
estoy enamorado y es de la novia más fiel y más pura y santificadora
que existe”. Sabía nadie, de qué, se trataba, pero, vos, sí. ¡Os habíais
enamorado de la pobreza o sea del mismo Cristo! Y, así, vendisteis
todos vuestros bienes y, a los pobres los disteis. Y, de aquél beso
al leproso, Dios, os dio una gran fuerza para vuestros instintos
dominar y poder sacrificaros, en favor de los demás. “Francisco,
tienes que reparar mi casa, porque está en ruinas”. Y, vos, creísteis
que Jesús, os mandaba arreglar las paredes de la iglesia. Y, así,
comenzó, vuestro caminar de gloria. “Hasta ahora he sido el hijo
de Pedro Bernardone. De hoy en adelante podré decir: Padre
Nuestro que estás en los cielos”. Dijisteis a vuestro padre, y con
Cristo os marchasteis. Fundasteis vuestra orden de los “Franciscanos”
y más tarde, con Clara, bella y santa de Asís, que se entusiasmó
por la vida de pobreza, oración y alegría de vuestros seguidores,
huyó de casa para monja hacerse, según vuestra sabia dirección,
fundando así, las “Damas Pobres” o “Clarisas”, cuyos conventos,
esparcidos están hoy en todo el mundo. La avecillas del campo,
os seguían todas felices y una cruz formaban, por donde predicabais
a diario. Y, de aquél regalo de Cristo, en vuestro cuerpo, a vos,
se os formaron las mismas santas heridas en las manos, en los pies
y en el costado. “El amor no es amado”. Decíais, para que, la gente
amara, a Jesucristo más. Os aventurasteis a viajar a Egipto, y, a
Tierra Santa, visitando los lugares Santos, donde Jesús nació, vivió,
murió y resucitó. Y, por ello, hasta hoy, son vuestros hermanos,
los que custodian por los tiempos de los tiempos y con devoción
viva, aquellos “vivos” lugares de la Tierra Santa. Vos, poeta como
erais, le cantabais himnos a todas las criaturas, a Dios alabando.
¡El sol, la luna, la tierra, las estrellas, el fuego, el viento, el agua,
flora y fauna, felices se sentían al escucharos! “Alabado sea mi
Señor por el hermano sol y la madre tierra, y por los que saben
perdonar”, cantabais. Y, cómo olvidar vuestro saludo: “Paz y bien”,
porque, con él, ganasteis de Dios la gloria, lleno de alegría, de paz
y de Su amor, que se hicieron visibles cada día y noche del ayer,
del hoy, y por siempre del mañana. Además, fuisteis vos, quien
dejó la costumbre de los “Pesebres de Navidad”, por vuestro amor,
fe y esperanza por el Dios de la vida. Y, el día que tanto habíais
ansiado, para ver el rostro de vuestro Creador, os llegó y acostado
en el duro suelo, cubierto con un hábito que os prestaron de limosna,
y pidiendo a vuestros seguidores que se amaran siempre, como
Cristo los amó, entregasteis vuestra santísima alma a Dios, para
coronada ser con corona de luz, como justo premio a vuestro amor;
¡oh!, San Francisco de Asís, “vivo Jesucristo, Dios y Señor Nuestro”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Oración Por La Paz
Oh, Señor, haz de mí un instrumento de Tu Paz .
Donde hay odio, que lleve yo el Amor.
Donde haya ofensa, que lleve yo el Perdón.
Donde haya discordia, que lleve yo la Unión.
Donde haya duda, que lleve yo la Fe.
Donde haya error, que lleve yo la Verdad.
Donde haya desesperación, que lleve yo la Alegría.
Donde haya tinieblas, que lleve yo la Luz.
Oh, Maestro, haced que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar;
Ser comprendido, sino comprender;
Ser amado, como amar.
Porque es dando, que se recibe;
Perdonando, que se es perdonado;
Muriendo, que se resucita a la Vida Eterna.
Amén.
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4 de Octubre
San Francisco de Asís
Fundador
Su Vida
Dicen que a San Francisco lo declaró santo el pueblo, antes de que el
Sumo Pontífice le concediera ese honor, y que si se hace una votación
entre los cristianos (aún entre los protestantes) todos están de acuerdo
en declarar que es un verdadero santo. Todos, aun los no católicos, lo
quieren y lo estiman.
Nació en Asís (Italia) en 1182. Su madre se llamaba Pica y fue
sumamente estimada por él durante toda su vida. Su padre era Pedro
Bernardone, un hombre muy admirador y amigo de Francia, por la cual le
puso el nombre de Francisco, que significa: “el pequeño francesito”.
Cuando joven a Francisco lo que le agradaba era asistir a fiestas,
paseos y reuniones con mucha música. Su padre tenía uno de los mejores
almacenes de ropa en la ciudad, y al muchacho le sobraba el dinero. Los
negocios y el estudio no le llamaban la atención. Pero tenía la cualidad
de no negar un favor o una ayuda a un pobre siempre que pudiera
hacerlo.
Tenía veinte años cuando hubo una guerra entre Asís y la ciudad de
Perugia. Francisco salió a combatir por su ciudad, y cayó prisionero de
los enemigos. La prisión duró un año, tiempo que él aprovechó para
meditar y pensar seriamente en la vida. Al salir de la prisión se
incorporó otra vez en el ejército de su ciudad, y se fue a combatir a
los enemigos. Se compró una armadura sumamente elegante y el mejor
caballo que encontró. Pero por el camino se le presentó un pobre militar
que no tenía con qué comprar armadura ni caballería, y Francisco,
conmovido, le regaló todo su lujoso equipo militar. Esa noche en sueños
sintió que le presentaban en cambio de lo que él había obsequiado, unas
armaduras mejores para enfrentarse a los enemigos del espíritu.
Francisco no llegó al campo de batalla porque se enfermó y en plena
enfermedad oyó que una voz del cielo le decía: “¿Por qué dedicarse a
servir a los jornaleros, en vez de consagrarse a servir al Jefe Supremo
de todos?”. Entonces se volvió a su ciudad, pero ya no a divertirse y
parrandear sino a meditar en serio acerca de su futuro. La gente al
verlo tan silencioso y meditabundo comentaba que Francisco probablemente
estaba enamorado. Él comentaba: “Sí, estoy enamorado y es de la novia
más fiel y más pura y santificadora que existe”. Los demás no sabían de
quién se trataba, pero él sí sabía muy bien que se estaba enamorando de
la pobreza, o sea de una manera de vivir que fuera lo más parecida
posible al modo totalmente pobre como vivió Jesús. Y se fue convenciendo
de que debía vender todos sus bienes y darlos a los pobres.
Paseando un día por el campo encontró a un leproso lleno de llagas y
sintió un gran asco hacia él. Pero sintió también una inspiración divina
que le decía que si no obramos contra nuestros instintos nunca seremos
santos. Entonces se acercó al leproso, y venciendo la espantosa
repugnancia que sentía, le besó las llagas. Desde que hizo ese acto
heroico logró conseguir de Dios una gran fuerza para dominar sus
instintos y poder sacrificarse siempre a favor de los demás. Desde aquel
día empezó a visitar a los enfermos en los hospitales y a los pobres. Y
les regalaba cuanto llevaba consigo.
Un día, rezando ante un crucifijo en la iglesia de San Damián, le
pareció oír que Cristo le decía tres veces: “Francisco, tienes que
reparar mi casa, porque está en ruinas”. Él creyó que Jesús le mandaba
arreglar las paredes de la iglesia de San Damián, que estaban muy
deterioradas, y se fue a su casa y vendió su caballo y una buena
cantidad de telas del almacén de su padre y le trajo dinero al Padre
Capellán de San Damián, pidiéndole que lo dejara quedarse allí
ayudándole a reparar esa construcción que estaba en ruinas. El sacerdote
le dijo que le aceptaba el quedarse allí, pero que el dinero no se lo
aceptaba (le tenía temor a la dura reacción que iba a tener su padre,
Pedro Bernardone) Francisco dejó el dinero en una ventana, y al saber
que su padre enfurecido venía a castigarlo, se escondió prudentemente.
Pedro Bernardone demandó a su hijo Francisco ante el obispo
declarando que lo desheredaba y que tenía que devolverle el dinero
conseguido con las telas que había vendido. El prelado devolvió el
dinero al airado papá, y Francisco, despojándose de su camisa, de su
saco y de su manto, los entregó a su padre diciéndole: “Hasta ahora he
sido el hijo de Pedro Bernardone. De hoy en adelante podré decir:
Padrenuestro que estás en los cielos”. El Sr. Obispo le regaló el
vestido de uno de sus trabajadores del campo: una sencilla túnica, de
tela ordinaria, amarrada en la cintura con un cordón. Francisco trazó
una cruz con tiza, sobre su nueva túnica, y con ésta vestirá y pasará el
resto de su vida. Ese será el hábito de sus religiosos después: el
vestido de un campesino pobre, de un sencillo obrero.
Se fué por los campos orando y cantando. Unos guerrilleros lo
encontraron y le dijeron: “¿Usted quién es? – Él respondió: – Yo soy el
heraldo o mensajero del gran Rey”. Los otros no entendieron qué les
quería decir con esto y en cambio de su respuesta le dieron una paliza.
Él siguió lo mismo de contento, cantando y rezando a Dios. Después
volvió a Asís a dedicarse a levantar y reconstruir la iglesita de San
Damián. Y para ello empezó a recorrer las calles pidiendo limosna. La
gente que antes lo había visto rico y elegante y ahora lo encontraba
pidiendo limosna y vestido tan pobremente, se burlaba de él. Pero
consiguió con qué reconstruir el pequeño templo.
La Porciúncula
Este nombre es queridísimo para los franciscanos de todo el mundo,
porque en la capilla llamada así fue donde Fracisco empezó su comunidad.
Porciúncula significa “pequeño terreno”. Era una finquita chiquita con
una capillita en ruinas. Estaba a 4 kilómetros de Asís. Los padres
Benedictinos le dieron permiso de irse a vivir allá, y a nuestro santo
le agradaba el sitio por lo pacífico y solitario y porque la capilla
estaba dedicada a la Sma. Virgen
En la misa de la fiesta del apóstol San Matías, el cielo le mostró lo
que esperaba de él. Y fue por medio del evangelio de ese día, que es el
programa que Cristo dio a sus apóstoles cuando los envió a predicar.
Dice así: “Vayan a proclamar que el Reino de los cielos está cerca. No
lleven dinero ni sandalias, ni doble vestido para cambiarse. Gratis han
recibido, den también gratuitamente”. Francisco tomó esto a la letra y
se propuso dedicarse al apostolado, pero en medio de la pobreza más
estricta. Cuenta San Buenaventura que se encontró con el santo un hombre
a quien un cáncer le había desfigurado horriblemente la cara. El otro
intentó arrodillarse a sus pies, pero Francisco se lo impidió y le dio
un beso en la cara, y el enfermo quedó instantáneamente curado. Y la
gente decía: “No se sabe qué admirar más, si el beso o el milagro”.
El primero que se le unió en su vida de apostolado fue Bernardo de
Quintavalle, un rico comerciante de Asís, el cual invitaba con
frecuencia a Francisco a su casa y por la noche se hacía el dormido y
veía que el santo se levantaba y empleaba muchas horas dedicado a la
oración repitiendo: “mi Dios y mi todo”. Le pidió que lo admitiera como
su discípulo, vendió todos sus bienes y los dio a los pobres y se fue a
acompañarlo a la Porciúncula. El segundo compañero fue Pedro de
Cattaneo, canónigo de la catedral de Asís. El tercero, fue Fray Gil,
célebre por su sencillez. Cuando ya Francisco tenía 12 compañeros se
fueron a Roma a pedirle al Papa que aprobara su comunidad. Viajaron a
pie, cantando y rezando, llenos de felicidad, y viviendo de las limosnas
que la gente les daba.
En Roma no querían aprobar esta comunidad porque les parecía
demasiado rígida en cuanto a pobreza, pero al fin un cardenal dijo: “No
les podemos prohibir que vivan como lo mandó Cristo en el evangelio”.
Recibieron la aprobación, y se volvieron a Asís a vivir en pobreza, en
oración, en santa alegría y gran fraternidad, junto a la iglesia de la
Porciúncula. Dicen que Inocencio III vio en sueños que la Iglesia de
Roma estaba a punto de derrumbarse y que aparecían dos hombres a ponerle
el hombro e impedir que se derrumbara. El uno era San Francisco,
fundador de los franciscanos, y el otro, Santo Domingo, fundador de los
dominicos. Desde entonces el Papa se propuso aprobar estas comunidades.
A Francisco lo atacaban a veces terribles tentaciones impuras. Para
vencer las pasiones de su cuerpo, tuvo alguna vez que revolcarse entre
espinas. Él podía repetir lo del santo antiguo: “trato duramente a mi
cuerpo, porque él trata muy duramente a mi alma”. Clara, una joven muy
santa de Asís, se entusiasmó por esa vida de pobreza, oración y santa
alegría que llevaban los seguidores de Francisco, y abandonando su
familia huyó a hacerse monja según su sabia dirección. Con santa Clara
fundó él las Damas Pobres o Clarisas, que tienen hoy conventos en todo
el mundo.
Francisco tenía la rara cualidad de hacerse querer de los animales.
Las golondrinas le seguían en bandadas y formaban una cruz, por encima
de donde él predicaba. Cuando estaba solo en el monte una mirla venía a
despertarlo con su canto cuando era la hora de la oración de la
medianoche. Pero si el santo estaba enfermo, el animalillo no lo
despertaba. Un conejito lo siguió por algún tiempo, con gran cariño.
Dicen que un lobo feroz le obedeció cuando el santo le pidió que dejara
de atacar a la gente.
Francisco se retiró por 40 días al Monte Alvernia a meditar, y tanto
pensó en las heridas de Cristo, que a él también se le formaron las
mismas heridas en las manos, en los pies y en el costado. Los seguidores
de San Francisco llegaron a ser tan numerosos, que en el año 1219, en
una reunión general llamado “El Capítulo de las esteras”, se reunieron
en Asís más de cinco mil franciscanos. Al santo le emocionaba mucho ver
que en todas partes aparecían vocaciones y que de las más diversas
regiones le pedían que les enviara sus discípulos tan fervorosos a que
predicaran. Él les insistía en que amaran muchísimo a Jesucristo y a la
Santa Iglesia Católica, y que vivieran con el mayor desprendimiento
posible hacia los bienes materiales, y no se cansaba de recomendarles
que cumplieran lo más exactamente posible todo lo que manda el santo
evangelio.
Francisco recorría campos y pueblos invitando a la gente a amar más a
Jesucristo, y repetía siempre: “El Amor no es amado”. Las gentes le
escuchaban con especial cariño y se admiraban de lo mucho que sus
palabras influían en los corazones para entusiasmarlos por Cristo y su
religión. Dispuso ir a Egipto a evangelizar al sultán y a los
mahometanos. Pero ni el jefe musulmán ni sus fanáticos seguidores
quisieron aceptar sus mensajes. Entonces se fue a Tierra Santa a visitar
en devota peregrinación los Santos Lugares donde Jesús nació, vivió y
murió: Belén, Nazaret, Jerusalén, etc. En recuerdo de esta piadosa
visita suya los franciscanos están encargados desde hace siglos de
custodiar los Santos Lugares de Tierra Santa. Por no cuidarse bien de
las calientísimas arenas del desierto de Egipto se enfermó de los ojos y
cuando murió estaba casi completamente ciego. Un sufrimiento más que el
Señor le permitía para que ganara más premios para el cielo.
San Francisco, que era un verdadero poeta y le encantaba recorrer los
campos cantando bellas canciones, compuso un himno a las criaturas, en
el cual alaba a Dios por el sol, y la luna, la tierra y las estrellas,
el fuego y el viento, el agua y la vegetación. “Alabado sea mi Señor por
el hermano sol y la madre tierra, y por los que saben perdonar”, etc.
Le agradaba mucho cantarlo y hacerlo aprender a los demás y poco antes
de morir hizo que sus amigos lo cantaran en su presencia. Su saludo era
“Paz y bien”.
Cuando sólo tenía 44 años sintió que le llegaba la hora de partir a
la eternidad. Dejaba fundada la comunidad de Franciscanos, y la de
hermanas Clarisas. Con esto contribuyó enormemente a enfervorizar la
Iglesia Católica y a extender la religión de Cristo por todos los países
del mundo. Los seguidores de San Francisco (Franciscanos, Capuchinos,
Clarisas, etc.) son el grupo religioso más numeroso que existe en la
Iglesia Católica. El 3 de octubre de 1226, acostado en el duro suelo,
cubierto con un hábito que le habían prestado de limosna, y pidiendo a
sus seguidores que se amen siempre como Cristo los ha amado, murió como
había vivido: lleno de alegría, de paz y de amor a Dios.
Cuando apenas habían transcurrido dos años después de su muerte, el
Sumo Pontífice lo declaró santo y en todos los países de la tierra se
venera y se admira a este hombre sencillo y bueno que pasó por el mundo
enseñando a amar la naturaleza y a vivir desprendido de los bienes
materiales y enamorados de nuestro buen Dios. Fue él quien popularizó la
costumbre de hacer pesebres para Navidad.
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