¡Oh!, Santa Catalina Labouré, vos, sois la hija del Dios de la Vida,
su amada santa y a quien Nuestra Señora, se os apareció para
recomendaros que hicieseis la Medalla Milagrosa. Huérfana de
madre, os encomendasteis a María, para que os sirviera de madre,
y Ella, aceptó vuestra petición. Las labores de casa, os impidieron
leer y a escribir, pero a los catorce años, pedisteis a vuestro padre,
que os permitiera iros de religiosa a un convento pero él, no os
lo permitió. Vos, pedíais a Nuestro Señor que os concediera lo
que tanto deseabais: ser religiosa. Y una noche visteis en sueños
a un anciano sacerdote que os decía: “Un día me ayudarás a cuidar
a los enfermos”. De pronto a los veinte y cuatro años, lograsteis
que vuestro padre, os dejara visitar a vuestra hermana religiosa, y
al llegar a la sala del convento visteis allí el retrato de San Vicente
de Paúl y os disteis cuenta de que ese era el sacerdote que habíais
visto en sueños, y desde ese día os propusisteis ser hermana
vicentina, y fuisteis aceptada en la comunidad. Y, allí tuvisteis una
serie de apariciones En la primera, una noche en vuestro dormitorio,
un niño hermoso, os invitó a ir a la capilla, y os llevó ante la imagen
de la Virgen Santísima y Ella, os comunicó cosas que sucederían
en la Iglesia Católica y os recomendó que el mes de Mayo, fuera
celebrado con mayor fervor en honor de la Madre de Dios. Una
segunda noche, estando en la capilla, de pronto visteis que María,
se os aparecía resplandeciente y derramando de sus manos
hermosos rayos de luz hacia la tierra, y os encomendó que hicierais
una imagen de Nuestra Señora, tal y como se os había aparecido,
plasmándola en una medalla que tuviera por un lado sus iniciales y
una cruz, con esta frase “Oh María, sin pecado concebida, ruega
por nosotros que recurrimos a Ti”, prometiendo ayudas especiales
para quienes la llevasen y rezaren esa oración. Vos, contasteis a
vuestro confesor esta aparición, pero él no os creyó. Sin embargo
él, se dio cuenta de que erais muy santa, y se fue donde el Arzobispo,
quien dio permiso para que hicieran las medallas, y entonces,
empezaron los milagros. Las gentes con fe rezaban la oración “Oh
María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”.
Y, favores increíbles conseguían y todo el mundo comenzó a pedir
la medalla y a llevarla, incluso, el emperador de Francia y sus
empleados. Vos, le preguntasteis a María, el por qué de los rayos
luminosos que salen de sus manos, algunos quedan como cortados y
no caen en la tierra. Y, Ella os respondió: “Esos rayos que no caen
a la tierra representan los muchos favores y gracias que yo quisiera
conceder a las personas, pero se quedan sin ser concedidos porque
las gentes no los piden”.Y añadió:“Muchas gracias y ayudas celestiales
no se obtienen porque no se piden”. Vos, después de las apariciones
de la Santísima Virgen, vivisteis el resto de vuestros años como
una cenicienta escondida y desconocida de todos. El Padre Aladel,
vuestro confesor, publicó un librito narrando lo que la Virgen
Santísima había venido a decir y prometer, pero, sin revelar el
nombre de la monjita que había recibido estos mensajes, porque
vos, le habíais hecho prometer que no diría a quién se le había
aparecido. Y, así, mientras esta devoción se propagaba por todas
partes, vos, seguíais en el convento barriendo, lavando, cuidando
las gallinas y haciendo de enfermera, como la más humilde e
ignorada de todas las hermanitas, recibiendo a diario, maltratos y
humillaciones. Ocho meses antes de vuestra muerte, y fallecido
vuestro confesor, vos, le contasteis a vuestra nueva superiora
todas las apariciones, y así, se supo quién era la afortunada que
había visto y oído a la Virgen. Cuando voló vuestra alma al cielo,
todo el pueblo se volcó a vuestros funerales. Y, hoy, estáis toda
coronada de luz, como premio a vuestra entrega de amor y fe.
Pío Doce, Papa, os declaró santa y con ello, confirmó, lo que vos,
contasteis sobre la Santísima Virgen. ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡Oh!,Santa Catalina Labouré, “viva hija obediente de Jesús y María”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
____________________________________
28 de Noviembre
Santa Catalina Labouré
Religiosa
Año 1876
“Oh María sin pecado concebida: Ruega por nosotros que recurrimos a Ti”.
Esta fue la santa que tuvo el honor de que la Sma. Virgen se le apareciera para recomendarle que hiciera la Medalla Milagrosa.
Nació en Francia, de una familia campesina, en 1806. Al quedar huérfana de madre a los 8 años le encomendó a la Sma. Virgen que le sirviera de madre, y la Madre de Dios le aceptó su petición.
Como su hermana mayor se fue de monja vicentina, Catalina tuvo que quedarse al frente de los trabajos de la cocina y del lavadero en la casa de su padre, y por esto no pudo aprender a leer ni a escribir.
A los 14 años pidió a su papá que le permitiera irse de religiosa a un convento pero él, que la necesitaba para atender los muchos oficios de la casa, no se lo permitió. Ella le pedía a Nuestro Señor que le concediera lo que tanto deseaba: ser religiosa. Y una noche vio en sueños a un anciano sacerdote que le decía: “Un día me ayudarás a cuidar a los enfermos”. La imagen de ese sacerdote se le quedó grabada para siempre en la memoria.
Al fin, a los 24 años, logró que su padre la dejara ir a visitar a la hermana religiosa, y al llegar a la sala del convento vio allí el retrato de San Vicente de Paúl y se dió cuenta de que ese era el sacerdote que había visto en sueños y que la había invitado a ayudarle a cuidar enfermos. Desde ese día se propuso ser hermana vicentina, y tanto insistió que al fin fue aceptada en la comunidad.
Siendo Catalina una joven monjita, tuvo unas apariciones que la han hecho célebre en toda la Iglesia. En la primera, una noche estando en el dormitorio sintió que un hermoso niño la invitaba a ir a la capilla. Lo siguió hasta allá y él la llevó ante la imagen de la Virgen Santísima. Nuestra Señora le comunicó esa noche varias cosas futuras que iban a suceder en la Iglesia Católica y le recomendó que el mes de Mayo fuera celebrado con mayor fervor en honor de la Madre de Dios. Catalina creyó siempre que el niño que la había guiado era su ángel de la guarda.
Pero la aparición más famosa fue la del 27 de noviembre de 1830. Estando por la noche en la capilla, de pronto vio que la Sma. Virgen se le aparecía totalmente resplandeciente, derramando de sus manos hermosos rayos de luz hacia la tierra. Y le encomendó que hiciera una imagen de Nuestra Señora así como se le había aparecido y que mandara hacer una medalla que tuviera por un lado las iniciales de la Virgen MA, y una cruz, con esta frase “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”. Y le prometió ayudas muy especiales para quienes lleven esta medalla y recen esa oración.
Catalina le contó a su confesor esta aparición, pero él no le creyó. Sin embargo el sacerdote empezó a darse cuenta de que esta monjita era sumamente santa, y se fue donde el Sr. Arzobispo a consultarle el caso. El Sr. Arzobispo le dio permiso para que hicieran las medallas, y entonces empezaron los milagros.
Las gentes empezaron a darse cuenta de que los que llevaban la medalla con devoción y rezaban la oración “Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”, conseguían favores formidables, y todo el mundo comenzó a pedir la medalla y a llevarla. Hasta el emperador de Francia la llevaba y sus altos empleados también.
En París había un masón muy alejado de la religión. La hija de este hombre obtuvo que él aceptara colocarse al cuello la Medalla de la Virgen Milagrosa, y al poco tiempo el masón pidió que lo visitara un sacerdote, renunció a sus errores masónicos y terminó sus días como creyente católico.
Catalina le preguntó a la Sma. Virgen por qué de los rayos luminosos que salen de sus manos, algunos quedan como cortados y no caen en la tierra. Ella le respondió: “Esos rayos que no caen a la tierra representan los muchos favores y gracias que yo quisiera conceder a las personas, pero se quedan sin ser concedidos porque las gentes no los piden”. Y añadió: “Muchas gracias y ayudas celestiales no se obtienen porque no se piden”.
Después de las apariciones de la Sma. Virgen, la joven Catalina vivió el resto de sus años como una cenicienta escondida y desconocida de todos. Muchísimas personas fueron informadas de las apariciones y mensajes que la Virgen Milagrosa hizo en 1830. Ya en 1836 se habían repartido más de 130,000 medallas. El Padre Aladel, confesor de la santa, publicó un librito narrando lo que la Virgen Santísima había venido a decir y prometer, pero sin revelar el nombre de la monjita que había recibido estos mensajes, porque ella le había hecho prometer que no diría a quién se le había aparecido. Y así mientras esta devoción se propagaba por todas partes, Catalina seguía en el convento barriendo, lavando, cuidando las gallinas y haciendo de enfermera, como la más humilde e ignorada de todas las hermanitas, y recibiendo frecuentemente maltratos y humillaciones.
En 1842 sucedió un caso que hizo mucho más popular la Medalla Milagrosa y sucedió de la siguiente manera: el rico judío Ratisbona, fue hospedado muy amablemente por una familia católica en Roma, la cual como único pago de sus muchas atenciones, le pidió que llevara por un tiempo al cuello la medalla de la Virgen Milagrosa. Él aceptó esto como un detalle de cariño hacia sus amigos, y se fue a visitar como turista el templo, y allí de pronto frente a un altar de Nuestra Señora vio que se le aparecía la Virgen Santísima y le sonreía. Con esto le bastó para convertirse al catolicismo y dedicar todo el resto de su vida a propagar la religión católica y la devoción a la Madre de Dios. Esta admirable conversión fue conocida y admirada en todo el mundo y contribuyó a que miles y miles de personas empezaran a llevar también la Medalla de Nuestra Señora (lo que consigue favores de Dios no es la medalla, que es un metal muerto, sino nuestra fe y la demostración de cariño que le hacemos a la Virgen Santa, llevando su sagrada imagen).
Desde 1830, fecha de las apariciones, hasta 1876, fecha de su muerte, Catalina estuvo en el convento sin que nadie se le ocurriera que ella era a la que se le había aparecido la Virgen María para recomendarle la Medalla Milagrosa. En los últimos años obtuvo que se pusiera una imagen de la Virgen Milagrosa en el sitio donde se le había aparecido (y al verla, aunque es una imagen hermosa, ella exclamó: “Oh, la Virgencita es muchísimo más hermosa que esta imagen”).
Al fin, ocho meses antes de su muerte, fallecido ya su antiguo confesor, Catalina le contó a su nueva superiora todas las apariciones con todo detalle y se supo quién era la afortunada que había visto y oído a la Virgen. Por eso cuando ella murió, todo el pueblo se volcó a sus funerales (quien se humilla será enaltecido).
Poco tiempo después de la muerte de Catalina, fue llevado un niño de 11 años, inválido de nacimiento, y al acercarlo al sepulcro de la santa, quedó instantáneamente curado. En 1947 el santo Padre Pío XII declaró santa a Catalina Labouré, y con esa declaración quedó también confirmado que lo que ella contó acerca de las apariciones de la Virgen sí era Verdad.
su amada santa y a quien Nuestra Señora, se os apareció para
recomendaros que hicieseis la Medalla Milagrosa. Huérfana de
madre, os encomendasteis a María, para que os sirviera de madre,
y Ella, aceptó vuestra petición. Las labores de casa, os impidieron
leer y a escribir, pero a los catorce años, pedisteis a vuestro padre,
que os permitiera iros de religiosa a un convento pero él, no os
lo permitió. Vos, pedíais a Nuestro Señor que os concediera lo
que tanto deseabais: ser religiosa. Y una noche visteis en sueños
a un anciano sacerdote que os decía: “Un día me ayudarás a cuidar
a los enfermos”. De pronto a los veinte y cuatro años, lograsteis
que vuestro padre, os dejara visitar a vuestra hermana religiosa, y
al llegar a la sala del convento visteis allí el retrato de San Vicente
de Paúl y os disteis cuenta de que ese era el sacerdote que habíais
visto en sueños, y desde ese día os propusisteis ser hermana
vicentina, y fuisteis aceptada en la comunidad. Y, allí tuvisteis una
serie de apariciones En la primera, una noche en vuestro dormitorio,
un niño hermoso, os invitó a ir a la capilla, y os llevó ante la imagen
de la Virgen Santísima y Ella, os comunicó cosas que sucederían
en la Iglesia Católica y os recomendó que el mes de Mayo, fuera
celebrado con mayor fervor en honor de la Madre de Dios. Una
segunda noche, estando en la capilla, de pronto visteis que María,
se os aparecía resplandeciente y derramando de sus manos
hermosos rayos de luz hacia la tierra, y os encomendó que hicierais
una imagen de Nuestra Señora, tal y como se os había aparecido,
plasmándola en una medalla que tuviera por un lado sus iniciales y
una cruz, con esta frase “Oh María, sin pecado concebida, ruega
por nosotros que recurrimos a Ti”, prometiendo ayudas especiales
para quienes la llevasen y rezaren esa oración. Vos, contasteis a
vuestro confesor esta aparición, pero él no os creyó. Sin embargo
él, se dio cuenta de que erais muy santa, y se fue donde el Arzobispo,
quien dio permiso para que hicieran las medallas, y entonces,
empezaron los milagros. Las gentes con fe rezaban la oración “Oh
María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”.
Y, favores increíbles conseguían y todo el mundo comenzó a pedir
la medalla y a llevarla, incluso, el emperador de Francia y sus
empleados. Vos, le preguntasteis a María, el por qué de los rayos
luminosos que salen de sus manos, algunos quedan como cortados y
no caen en la tierra. Y, Ella os respondió: “Esos rayos que no caen
a la tierra representan los muchos favores y gracias que yo quisiera
conceder a las personas, pero se quedan sin ser concedidos porque
las gentes no los piden”.Y añadió:“Muchas gracias y ayudas celestiales
no se obtienen porque no se piden”. Vos, después de las apariciones
de la Santísima Virgen, vivisteis el resto de vuestros años como
una cenicienta escondida y desconocida de todos. El Padre Aladel,
vuestro confesor, publicó un librito narrando lo que la Virgen
Santísima había venido a decir y prometer, pero, sin revelar el
nombre de la monjita que había recibido estos mensajes, porque
vos, le habíais hecho prometer que no diría a quién se le había
aparecido. Y, así, mientras esta devoción se propagaba por todas
partes, vos, seguíais en el convento barriendo, lavando, cuidando
las gallinas y haciendo de enfermera, como la más humilde e
ignorada de todas las hermanitas, recibiendo a diario, maltratos y
humillaciones. Ocho meses antes de vuestra muerte, y fallecido
vuestro confesor, vos, le contasteis a vuestra nueva superiora
todas las apariciones, y así, se supo quién era la afortunada que
había visto y oído a la Virgen. Cuando voló vuestra alma al cielo,
todo el pueblo se volcó a vuestros funerales. Y, hoy, estáis toda
coronada de luz, como premio a vuestra entrega de amor y fe.
Pío Doce, Papa, os declaró santa y con ello, confirmó, lo que vos,
contasteis sobre la Santísima Virgen. ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡Oh!,Santa Catalina Labouré, “viva hija obediente de Jesús y María”.
© 2016 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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28 de Noviembre
Santa Catalina Labouré
Religiosa
Año 1876
“Oh María sin pecado concebida: Ruega por nosotros que recurrimos a Ti”.
Esta fue la santa que tuvo el honor de que la Sma. Virgen se le apareciera para recomendarle que hiciera la Medalla Milagrosa.
Nació en Francia, de una familia campesina, en 1806. Al quedar huérfana de madre a los 8 años le encomendó a la Sma. Virgen que le sirviera de madre, y la Madre de Dios le aceptó su petición.
Como su hermana mayor se fue de monja vicentina, Catalina tuvo que quedarse al frente de los trabajos de la cocina y del lavadero en la casa de su padre, y por esto no pudo aprender a leer ni a escribir.
A los 14 años pidió a su papá que le permitiera irse de religiosa a un convento pero él, que la necesitaba para atender los muchos oficios de la casa, no se lo permitió. Ella le pedía a Nuestro Señor que le concediera lo que tanto deseaba: ser religiosa. Y una noche vio en sueños a un anciano sacerdote que le decía: “Un día me ayudarás a cuidar a los enfermos”. La imagen de ese sacerdote se le quedó grabada para siempre en la memoria.
Al fin, a los 24 años, logró que su padre la dejara ir a visitar a la hermana religiosa, y al llegar a la sala del convento vio allí el retrato de San Vicente de Paúl y se dió cuenta de que ese era el sacerdote que había visto en sueños y que la había invitado a ayudarle a cuidar enfermos. Desde ese día se propuso ser hermana vicentina, y tanto insistió que al fin fue aceptada en la comunidad.
Siendo Catalina una joven monjita, tuvo unas apariciones que la han hecho célebre en toda la Iglesia. En la primera, una noche estando en el dormitorio sintió que un hermoso niño la invitaba a ir a la capilla. Lo siguió hasta allá y él la llevó ante la imagen de la Virgen Santísima. Nuestra Señora le comunicó esa noche varias cosas futuras que iban a suceder en la Iglesia Católica y le recomendó que el mes de Mayo fuera celebrado con mayor fervor en honor de la Madre de Dios. Catalina creyó siempre que el niño que la había guiado era su ángel de la guarda.
Pero la aparición más famosa fue la del 27 de noviembre de 1830. Estando por la noche en la capilla, de pronto vio que la Sma. Virgen se le aparecía totalmente resplandeciente, derramando de sus manos hermosos rayos de luz hacia la tierra. Y le encomendó que hiciera una imagen de Nuestra Señora así como se le había aparecido y que mandara hacer una medalla que tuviera por un lado las iniciales de la Virgen MA, y una cruz, con esta frase “Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”. Y le prometió ayudas muy especiales para quienes lleven esta medalla y recen esa oración.
Catalina le contó a su confesor esta aparición, pero él no le creyó. Sin embargo el sacerdote empezó a darse cuenta de que esta monjita era sumamente santa, y se fue donde el Sr. Arzobispo a consultarle el caso. El Sr. Arzobispo le dio permiso para que hicieran las medallas, y entonces empezaron los milagros.
Las gentes empezaron a darse cuenta de que los que llevaban la medalla con devoción y rezaban la oración “Oh María sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a Ti”, conseguían favores formidables, y todo el mundo comenzó a pedir la medalla y a llevarla. Hasta el emperador de Francia la llevaba y sus altos empleados también.
En París había un masón muy alejado de la religión. La hija de este hombre obtuvo que él aceptara colocarse al cuello la Medalla de la Virgen Milagrosa, y al poco tiempo el masón pidió que lo visitara un sacerdote, renunció a sus errores masónicos y terminó sus días como creyente católico.
Catalina le preguntó a la Sma. Virgen por qué de los rayos luminosos que salen de sus manos, algunos quedan como cortados y no caen en la tierra. Ella le respondió: “Esos rayos que no caen a la tierra representan los muchos favores y gracias que yo quisiera conceder a las personas, pero se quedan sin ser concedidos porque las gentes no los piden”. Y añadió: “Muchas gracias y ayudas celestiales no se obtienen porque no se piden”.
Después de las apariciones de la Sma. Virgen, la joven Catalina vivió el resto de sus años como una cenicienta escondida y desconocida de todos. Muchísimas personas fueron informadas de las apariciones y mensajes que la Virgen Milagrosa hizo en 1830. Ya en 1836 se habían repartido más de 130,000 medallas. El Padre Aladel, confesor de la santa, publicó un librito narrando lo que la Virgen Santísima había venido a decir y prometer, pero sin revelar el nombre de la monjita que había recibido estos mensajes, porque ella le había hecho prometer que no diría a quién se le había aparecido. Y así mientras esta devoción se propagaba por todas partes, Catalina seguía en el convento barriendo, lavando, cuidando las gallinas y haciendo de enfermera, como la más humilde e ignorada de todas las hermanitas, y recibiendo frecuentemente maltratos y humillaciones.
En 1842 sucedió un caso que hizo mucho más popular la Medalla Milagrosa y sucedió de la siguiente manera: el rico judío Ratisbona, fue hospedado muy amablemente por una familia católica en Roma, la cual como único pago de sus muchas atenciones, le pidió que llevara por un tiempo al cuello la medalla de la Virgen Milagrosa. Él aceptó esto como un detalle de cariño hacia sus amigos, y se fue a visitar como turista el templo, y allí de pronto frente a un altar de Nuestra Señora vio que se le aparecía la Virgen Santísima y le sonreía. Con esto le bastó para convertirse al catolicismo y dedicar todo el resto de su vida a propagar la religión católica y la devoción a la Madre de Dios. Esta admirable conversión fue conocida y admirada en todo el mundo y contribuyó a que miles y miles de personas empezaran a llevar también la Medalla de Nuestra Señora (lo que consigue favores de Dios no es la medalla, que es un metal muerto, sino nuestra fe y la demostración de cariño que le hacemos a la Virgen Santa, llevando su sagrada imagen).
Desde 1830, fecha de las apariciones, hasta 1876, fecha de su muerte, Catalina estuvo en el convento sin que nadie se le ocurriera que ella era a la que se le había aparecido la Virgen María para recomendarle la Medalla Milagrosa. En los últimos años obtuvo que se pusiera una imagen de la Virgen Milagrosa en el sitio donde se le había aparecido (y al verla, aunque es una imagen hermosa, ella exclamó: “Oh, la Virgencita es muchísimo más hermosa que esta imagen”).
Al fin, ocho meses antes de su muerte, fallecido ya su antiguo confesor, Catalina le contó a su nueva superiora todas las apariciones con todo detalle y se supo quién era la afortunada que había visto y oído a la Virgen. Por eso cuando ella murió, todo el pueblo se volcó a sus funerales (quien se humilla será enaltecido).
Poco tiempo después de la muerte de Catalina, fue llevado un niño de 11 años, inválido de nacimiento, y al acercarlo al sepulcro de la santa, quedó instantáneamente curado. En 1947 el santo Padre Pío XII declaró santa a Catalina Labouré, y con esa declaración quedó también confirmado que lo que ella contó acerca de las apariciones de la Virgen sí era Verdad.
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