Cada Domingo nuestro Emaús
Cada Domingo nuestro Emaús
Nuestra vida
Nuestra Salvación
No seáis insensatos
Escuchad al Dios Vivo cuando dice:
“¡Oh insensatos y tardos de corazón
Para creer todo lo que dijeron los profetas!
¿No era necesario que el Cristo padeciera
Eso y entrara así en su gloria?”
Por ello
Hermanos míos
Cada Domingo nuestro Emaús
Nuestra vida
Nuestra Salvación
Pan y Vino
Para caminar con sensatez
Por el Dios de la Vida.
Nuestra vida
Nuestra Salvación
No seáis insensatos
Escuchad al Dios Vivo cuando dice:
“¡Oh insensatos y tardos de corazón
Para creer todo lo que dijeron los profetas!
¿No era necesario que el Cristo padeciera
Eso y entrara así en su gloria?”
Por ello
Hermanos míos
Cada Domingo nuestro Emaús
Nuestra vida
Nuestra Salvación
Pan y Vino
Para caminar con sensatez
Por el Dios de la Vida.
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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Domingo III (A) de Pascua
Texto del Evangelio (Lc 24,13-35): Aquel mismo día, el domingo,
iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta
estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había
pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo
Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para
que no le conocieran.
Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais
andando?». Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado,
Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no
sabe las cosas que estos días han pasado en ella?». Él les dijo: «¿Qué
cosas?». Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta
poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo
nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le
crucificaron. Nosotros esperábamos que sería Él el que iba a librar a
Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que
esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han
sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su
cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de
ángeles, que decían que Él vivía. Fueron también algunos de los nuestros
al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a Él
no le vieron».
Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo
lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera
eso y entrara así en su gloria?». Y, empezando por Moisés y continuando
por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las
Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de
seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con
nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado».
Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la
mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo
iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él
desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo
nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos
explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, se volvieron a
Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con
ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha
aparecido a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado
en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.
«Aquel mismo día, el domingo»
Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós
(Barcelona, España)
Hoy comenzamos la proclamación del Evangelio con la expresión: «Aquel
mismo día, el domingo» (Lc 24,13). Sí, todavía domingo. Pascua —se ha
dicho— es como un gran domingo de cincuenta días. ¡Oh, si supiésemos la
importancia que tiene este día en la vida de los cristianos! «Hay
motivos para decir, como sugiere la homilía de un autor del siglo IV (el
Pseudo Eusebio de Alejandría), que el ‘día del Señor’ es el ‘señor de
los días’ (…). Ésta es, efectivamente, para los cristianos la “fiesta
primordial”» (San Juan Pablo II). El domingo, para nosotros, es como el
seno materno, cuna, celebración, hogar y también aliento misionero. ¡Oh,
si entreviéramos la luz y la poesía que lleva! Entonces afirmaríamos
como aquellos mártires de los primeros siglos: «No podemos vivir sin el
domingo».
Pero, cuando el día del Señor pierde relieve en nuestra existencia,
también se eclipsa el “Señor del día”, y nos volvemos tan pragmáticos y
“serios” que sólo damos crédito a nuestros proyectos y previsiones,
planes y estrategias; entonces, incluso la misma libertad con la que
Dios actúa, nos es motivo de escándalo y de alejamiento. Ignorando el
estupor nos cerramos a la manifestación más luminosa de la gloria de
Dios, y todo se convierte en un atardecer de decepción, preludio de una
noche interminable, donde la vida parece condenada a un perenne
insomnio.
Sin embargo, el Evangelio proclamado en medio de las asambleas
dominicales es siempre anuncio angélico de una claridad dirigida a
entendimientos y corazones tardos para creer (cf. Lc 24,25), y por esto
es suave, no explosivo, ya que —de otro modo— más que iluminar nos
cegaría. Es la Vida del Resucitado que el Espíritu nos comunica con la
Palabra y el Pan partido, respetando nuestro caminar hecho de pasos
cortos y no siempre bien dirigidos.
Cada domingo recordemos que Jesús «entró a quedarse con ellos» (Lc 24,29), con nosotros. ¿Lo has reconocido hoy, cristiano?
(http://evangeli.net/evangelio)
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