¡Oh!, San Carlos Lwanga y mártires compañeros, vosotros
sois los hijos del Dios de la vida y, sus amados santos,
que, instruidos en la verdad de los evangelios y el temor
a Dios, os convertisteis en vivo ejemplo y germen de la
fe y la cristiandad del África y del mundo, sobre todo,
en los jóvenes del tiempo vuestro y del nuestro, porque,
con vuestra vida, defendisteis el “Templo del Espíritu
Santo”, -vuestros santos cuerpos-, negándoos a que, fuera
mancillado por el tirano y depravado reyezuelo Muanga,
quien os reunió y os preguntó: “¿Siguen decididos a seguir
siendo cristianos?”. Y, vosotros respondisteis en coro:
“Cristianos hasta la muerte”. Entonces el depravado rey
montado en cólera e ira, os mandó matar, envolviéndoos
en esteras de juncos secos y un inmenso montón de leña
seca, y, colocándoos allí os prendió fuego. Y, de entre
las llamas, vuestras voces aclamando a Cristo salían y
a Dios cantaban, hasta el último aliento de ellas. Y, es
verdad de que, con vuestros cuerpos acabó, pero jamás
nunca, con las almas vuestras, que felices se tornaron a
la Casa del Padre, quien os la dio, y, a donde coronados
fuisteis con coronas de luz, como premio, a vuestro amor.
Vuestros verdugos, acabaron conforme su vida ilícita fue:
Katikiro fue fusilado y echado a los perros en una revolución,
y Muanga fue derrotado por sus enemigos y desterrado a
sus años terminar en una isla solitaria. Y, vosotros, con vos
a la cabeza, declarados santos. “La sangre de los mártires
derramada produce nuevos cristianos” ¡Aleleuya! ¡Aleleuya!
¡oh!, San Carlos Luanga y compañeros “vivos mártires de la fe”.
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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3 de Junio
San Carlos Lwanga y los mártires de Uganda
Año 1886
Santos mártires de Uganda
Os encomendamos a los jóvenes de nuestro tiempo para que sepan defender valientemente su pureza contra todos los corruptores, y para que nunca jamás se dejen robar por nadie su fe católica.
San Carlos Lwanga y los mártires de Uganda
Año 1886
Santos mártires de Uganda
Os encomendamos a los jóvenes de nuestro tiempo para que sepan defender valientemente su pureza contra todos los corruptores, y para que nunca jamás se dejen robar por nadie su fe católica.
Uganda es un país del Africa. Los padres Blancos del Cardenal
Lavigerie empezaron a misionar ese país y pronto hubo muchos negros
convertidos al catolicismo y esta religión les transformó muy
notablemente su modo de pensar y obrar.
Y sucedió que el jefe de esa nación, llamado Muanga, tenía el vicio
de la homosexualidad. Y cuando el jefe del personal de mensajeros del
palacio José Makasa, se convirtió al catolicismo le hizo saber al jefe
que la Biblia condena y prohibe totalmente la homosexualidad y que la
llama una “aberración”, o sea algo abominable, que va contra la Ley
Divina y que es totalmente impropio de la persona humana. Y que el Libro
Sagrado dice que “la homosexualidad es un pecado merecedor de la
muerte” ( Levítico 18 ) y “algo que va contra la naturaleza (Rom. 1,26) y
que los que lo cometen no poseerán el Reino de Dios (1 Cor. 6,10). Esto
indignó tanto al reyezuelo, que ordenó asesinar a José Makasa el 15 de
noviembre de 1885, y así este llegó a ser el primero de los 26 mártires
de Uganda. (Ahora se llama San José Makasa). Otra de las causas del
asesinato de José fue haber reprendido al rey por el asesinato del dos
misioneros.
Al saber esta terrible noticia, los demás católicos que trabajaban en
el palacio real como mensajeros o empleados, en vez de acobardarse, se
animaron más fuertemente a preferir morir antes que ofender a Dios.
La segunda víctima fue un pequeño mensajero llamado Denis. El jefe
Muanga quiso irrespetar a un jovencito llamado Muafa, pero este le dijo
que su cuerpo era un templo del Espíritu Santo, y que él se haría
respetar costara lo que costara. Averiguó el rey quién le había enseñado
al niño estas doctrinas y le dijeron que era otro de los mensajeros,
Denis, ¡y le dio muerte! Así este jovencito llegó a ser el segundo
mártir San Denis. (Antes de darle muerte, el rey le preguntó: “¿eres
cristiano?” y el niño respondió: “Sí, soy cristiano y lo seré hasta la
muerte”).
Mientras tanto allá en un salón del palacio, el nuevo jefe de los
mensajeros, Carlos Luanga (que había reemplazado a San José Makasa)
reunía a todos los jóvenes y les recordaba lo que enseña San Pablo en la
S. Biblia, que “los que cometen el pecado de homosexualidad tendrán un
castigo inevitable por su extravío” ( Rom. 1,18 ) y les recordaba que
“homosexualidad es la tendencia a cometer acciones impuras con personas
del propio sexo”, y que eso no es amor de caridad que busca el bien de
la otra persona, sino que es un “amor de concupiscencia” por el afecto
que se siente hacia personas bien parecidas del propio sexo, y que lo
que busca es satisfacer sus propios apetitos e inclinaciones anormales
hacia las cualidades físicas del otro. Y les narraba cómo las ciudades
de Sodoma y Gomorra fueron destruidas por una lluvia de fuego por
cometer ese pecado, y cómo la Biblia anuncia tremendos castigos para los
que lo cometen. Carlos terminaba sus charlas recordando aquellas
palabras de Jesús: “Al que se declare a mí favor aquí, yo me declararé a
su favor en el cielo”.
Con estas instrucciones de Carlos Luanga, ya todos los jovencitos
mensajeros y empleados del palacio real de Uganda quedaron resueltos a
perder su vida antes que renunciar a las creencias católicas o perder la
pureza de su alma con un pecado de homosexualidad. Y ahora iba a llegar
el desenlace fatal y sangriento.
El reyezuelo tenía como primer ministro al terrible brujo Katikiro,
el cual estaba disgustadísimo porque los que se volvían cristianos
católicos, ya no se dejaban engañar por sus brujerías. Y entonces se
propuso convencer al rey de que debía hacer morir a todos los que se
declararon cristianos.
El cruel Muanga reunió a todos sus mensajeros y empleados y les dijo:
“De hoy en adelante queda totalmente prohibido ser cristiano, aquí en
mi reino. Los que dejen de rezar al Dios se los cristianos, y dejen de
practicar esa religión, quedarán libres. Los que quieran seguir siendo
cristianos irán a la cárcel y a la muerte”. Y luego les dio una orden
mortal: – Los que quieran seguir siendo cristianos darán un paso hacia
adelante”.
Inmediatamente Carlos Luanga, jefe de todos los empleados y
mensajeros del palacio, dio el paso hacia adelante. Lo siguió el más
pequeño de los mensajeros, que se llamaba Kisito. Y enseguida 22 jóvenes
más dieron el paso decisivo. Inmediatamente entre golpes y
humillaciones fueron llevados todos a prisión.
El Padre misionero no había alcanzado a bautizar a algunos de ellos, y
entonces estos jóvenes valientes viendo que su muerte estaba ya muy
próxima pidieron a Carlos que los bautizara. Y allí en la oscuridad de
la prisión Carlos Luanga bautizó a los que aún no estaban bautizados, y
se prepararon todos para su paso a la eternidad feliz, que ya estaba muy
cerca.
El reyezuelo los volvió a reunir y les preguntó: “¿Siguen decididos a
seguir siendo cristianos?”. Y ellos respondieron a coro: “Cristianos
hasta la muerte”. Entonces por orden del cruel ministro Katikiro fueron
llevados prisioneros a 60 kilómetros de distancia por el camino, y allí
mismo fueron asesinados por los guardias.
Después de haberlos tenido siete días en prisión en esas lejanías, en
medio de los más atroces sufrimientos, mientras reunían la leña para el
holocaustos el 3 de junio del año 1886, día de la Ascensión, los
envolvieron en esteras de juncos muy secos, y haciendo un inmenso montón
de leña seca los colocaron allí y les prendieron fuego. Entre las
llamas salían sus voces aclamando a Cristo y cantando a Dios, hasta el
último aliento de su vida.
Por el camino se llevaron los verdugos a dos mártires más, ya mayores
de edad. El uno por haber convertido y bautizado a unos niños (San
Matías Kurumba) y el otro por haber logrado que su esposa se hiciera
cristiana (San Andrés Kawa). Ellos se unieron a los otros mártires (de
los cuales 17 eran jóvenes mensajeros) y en total murieron en aquel año
26 mártires católicos por defender su fe y su castidad.
El cruel Katikiro fue fusilado y echado a los perros unos años
después en una revolución. El reyezuelo Muanga fue derrotado por sus
enemigos y desterrado a terminar sus años en una isla solitaria. Y los
26 mártires de Uganda, con Carlos Luanga a la cabeza, fueron declarados
santos por el Papa Pablo VI, y ahora en Uganda hay un millón de
católicos: “La sangre de los mártires, produce nuevos cristianos”.
(http://www.ewtn.com/SPANISH/Saints/Carlos%20Luanga_6_3.htm)
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