¡Oh!, San Mauricio y compañeros mártires, vosotros,
sois los hijos del Dios de la vida y sus amados santos.
Aquellos que, rehusaron honores rendir a dioses falsos,
y, por el contrario, se abrazaron a la verdadera religión,
reafirmándoos de tal forma, que, todos manifestaron
que no podían al juramento prestado a Dios, desobedecer,
y, que, al emperador, obedecerían, siempre que, su fe,
no se lo impidiera. Y, así fue. La Legión Tebana, solo por
cristianos integrada, órdenes recibió de partir hacia Galia
para auxiliar a Maximiano, emperador, valientemente
combatiendo y luego, se rehusaron obedecer la orden
de perseguir a los cristianos, por lo que una parte diezmada
fue. Y, luego, al negarse por vez segunda, sus integrantes
restantes, fueron ejecutados en Agaunum, hoy, sede
de la abadía de Saint Maurice, en el cantón suizo de Valais.
Y, así, vuestras vidas santas ofrecisteis al filo de la espada,
dejándoos degollar como mansos corderos, con vos, a
la cabeza por la gloria de Cristo, y entre ellos, Exuperio,
Cándido y Víctor. Los restantes gloriosos nombres, inscritos
están en el libro de la vida, porque así, todos juntos a la vez,
la inmortalidad alcanzaron de la vida eterna, volando
sus preciosas almas, para, coronados ser con coronas
de luz eterna. “La santa legión de los mártires agaunenses,
mientras resistía a los adversarios, merced a la intervención
de San Mauricio, su general, alcanzó el premio de la
inmortalidad”. “He aquí cómo por la intervención de estos
santos se ha convertido Agauna en lugar sagrado que sirve
de salud a los presentes y defensa a los venideros”. Así,
vosotros mártires gozasteis de oficio con antífonas propias,
de gran belleza musical literaria. ¡Aleluya! ¡Aleluya!
¡oh!, San Mauricio y compañeros; “vivo amor por Cristo”.
© 2017 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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22 de septiembre
San Mauricio y Compañeros Mártires
(Fines del siglo III)
POR CANÓNIGO CASIMIRO SÁNCHEZ ALISEDA (+)
Diocleciano había asociado a su Imperio a Maximiano Hércules. Ambos,
feroces enemigos del nombre cristiano, decretaron la última y la más
terrible de las persecuciones. Maximiano hubo de acudir a las Galias
para reprimir un intento de sublevación de aquellos pueblos, y entre las
tropas que reunió se encontraba la legión Tebea, procedente de Egipto y
toda compuesta de cristianos. Al ir a incorporarse a su destino,
Mauricio, comandante de dicha legión, visita en Roma al papa Marcelo,
Llegados a Octadura, la actual Martigny en el Valais, junto a los
desfiladeros de los Alpes suizos, Maximiano ordena un sacrificio a los
dioses para impetrar su protección en la campaña que pensaba emprender.
Los componentes de la legión Tebea rehusan sacrificar, apartándose
del resto del ejército y yendo a acampar a Agauna, entre las montañas y
el Ródano, no lejos del lado oriental del lago Lemán. Maximiano monta en
cólera cuando conoce el motivo de la deserción, dando orden de que los
legionarios rebeldes sean diezmados y pasados a espada. Los
sobrevivientes se reafirman en su fe y se animan a sufrir todos los
tormentos antes que renegar de la verdadera religión.
Maximiano, cruel más que una bestia feroz, ordena diezmar por segunda
vez a los soldados cristianos. Mientras se lleva a cabo la orden
imperial, el resto de los tebanos se exhortan mutuamente a perseverar,
sostenidos por sus jefes: Mauricio, a quien el narrador llama
primicerius, o comandante en jefe de la legión, aunque en la
terminología castrense romana no designara tal nombre esa función;
Exuperio, campidoctor (término equivalente a lo que hoy llamaríamos un
oficial de menor graduación) y Cándido, senator militum, también
oficial. Encendidos con tales exhortaciones de sus jefes y oficiales,
los soldados envían una delegación a Maximiano para exponerle su
resolución.
Al describir tales incidentes, Euquero pone en las bocas de los
protagonistas largos discursos, a la manera de Tito Livio y los
historiadores clásicos. Los legionarios tebanos declaran que no pueden
faltar al juramento prestado a Dios. Que obedecerán al emperador siempre
que su fe no se lo impida, y que si determina hacerlos perecer,
renuncian a defenderse, como tampoco lo hicieran sus camaradas, cuya
suerte no temen seguir.
Viéndoles tan obstinados, Maximiano envía a sus tropas contra ellos,
que se dejan degollar como mansos corderos, Corren arroyos de sangre
como jamás se viera en las más cruentas batallas. Víctor, veterano
licenciado de otra legión, pasa casualmente por el lugar del suceso,
mientras los verdugos festejaban su crueldad. Inquiere la causa, y al
informarse lamenta no haber podido acompañar a sus hermanos en la fe.
Entonces los verdugos le sacrifican juntamente con los demás.
Según Euquero, toda la legión Tebea, compuesta de 6.600 soldados, fue
pasada por las armas, si bien de entre tantos mártires sólo se conoce
el nombre de Mauricio, Exuperio, Cándido y Víctor. “Los restantes
nombres, que nosotros ignoramos, están inscritos en el libro de la
vida.” De la lectura de la pasión se destaca un dato incontrovertible:
En el siglo V y aun en el IV se daba culto en Agauna a unos soldados
mártires, y esto representa un testimonio de la mayor importancia.
Las circunstancias del martirio aparecen ya menos claras, y el
sincronismo establecido por Euquero no concuerda con la historia general
que conocemos. Sitúa el suceso durante la gran persecución de
Maximiano, cuando ya la Galia estaba gobernada por Constancio Cloro, que
no aplicó los decretos persecutorios. Además, resulta improbable que
los soldados martirizados fuesen 6.600, pues ésta era la cifra teórica
de los hombres de una legión, que por aquellas fechas se reducía en la
práctica al millar de combatientes.
Sea lo que fuere de estos detalles, lo que no cabe dudar es que a
finales del siglo III ocurrió en Agauna un martirio colectivo de
soldados cristianos, hecatombe de la que existen casos parecidos, como
los cuarenta mártires de Sebaste. ¿Procedían aquellos soldados de la
Tebaida egipcia? Bien pudiera ser, aunque los legionarios tebanos no
estuvieran normalmente de guarnición en la región del Valais. No veamos
en ellos un puro simbolismo, como si hubieran sido calificados de
tebanos por ser la Tebaida la tierra clásica de santos y ermitaños del
primitivo cristianismo.
Acerca de los nombres de los oficiales que nos ha transmitido
Euquero, corresponden perfectamente a soldados de entonces, y no hay por
qué dudar de su autenticidad. Mauricio significa “negro” (moro),
Cándido, “blanco”; Exuperio, “levantado en alto “, y Víctor,
“victorioso”.
Ya en el siglo IX la fiesta de San Mauricio y de sus compañeros
mártires de la legión felix Agaunensis era celebrada en Roma y en toda
la cristiandad. Merece destacarse el hecho de que el ceremonial de la
coronación de los emperadores, compuesto hacia el siglo XI, determina
que el Papa corone al emperador en la basílica de San Pedro, en el altar
de San Mauricio, invocando su protección sobre el ejército “romano y
teutónico”.
Según refiere el citado Euquero, fue San Teodoro, obispo del Valais,
quien hizo exhumar los restos de los mártires tebanos, levantando en su
honor una pequeña basílica, de la cual se han encontrado huellas en
excavaciones efectuadas en el pasado siglo, corno también de otros
santuarios levantados en aquellos parajes.
El 22 de septiembre del 515 pronunció San Avito, obispo de Viena, una
homilía para la inauguración de la abadía de Agauna, fundada por el
piadoso rey Segismundo. El abad Alteo, pariente de Carlomagno, hizo
levantar una iglesia mayor a fines del siglo VIII, conservada cuando se
construyó otra nueva basílica en el siglo XI.
Los canónigos regulares se establecieron en Agauna el año 1128, y
allí han perdurado siempre. La actual abadía fue reconstruida en el
siglo XVII. Los mártires de la legión Tebea fueron venerados por todas
partes, y de ellos hay reliquias en infinidad de iglesias, como Viena
del Delfinado, San Cugat del Valles, El Escorial, catedral de Toledo,
etc. En Francia sesenta y dos municipios llevan el nombre de
Saint-Maurice.
Hasta las armas de este Santo fueron objeto de veneración. Carlos
Martel quiso servirse de la lanza de San Mauricio y de su morrión cuando
presentó batalla a los sarracenos en Poitiers. Los duques de Saboya, en
cuyo territorio está comprendido el lugar de su martirio, llevaron
siempre el anillo de este Santo como una de las más preciosas señales de
su soberanía.
También hay una orden militar, fundada en 1434 por Amadeo VIII,
primer duque de Saboya, que está encomendada a San Mauricio, gran
protector de esta casa. Carlos Manuel la fundió posteriormente con la
Orden de San Lázaro. La Orden del Toisón de Oro le tiene igualmente por
patrono, lo que explicaría la devoción que le profesaba Felipe II. Estos
mártires gozaron de oficio con antífonas propias, de gran belleza
musical literaria. He aquí algunas, aunque pierdan mucho color al ser
traducidas:
“La santa legión de los mártires agaunenses, mientras resistía a
los adversarios, merced a la intervención de San Mauricio, su general,
alcanzó el premio de la inmortalidad.”
“He aquí cómo por la intervención de estos santos se ha
convertido Agauna en lugar sagrado que sirve de salud a los presentes y
de defensa a los venideros.”
En efecto, parece que la historia ha confirmado el voto de la
liturgia, pues en la alta Edad Media la abadía de Agauna se hizo famosa
por la santidad de sus monjes.
(http://www.mercaba.org/SANTORAL/Vida/09/09-22_S_Mauricio.htm)
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