¡Oh!, Santas Perpetua y Felicidad; vosotras, sois las hijas
del Dios de la vida, y sus amadas santas. Aquellas mujeres
y jóvenes madres, que entregasteis vuestro corazón abierto
a Jesús, en tiempos de idolatría y paganismo. “Yo lo que más
le pedía a Dios era que nos concediera un gran valor para
ser capaces de sufrir y luchar por nuestra santa religión”.
“Desde que tuve a mi pequeñín junto a mí, ya aquello no
Me parecía una cárcel sino un palacio, y me sentía llena de
alegría. Y el niño también recobró su alegría y su vigor”.
“Y, yo que soy cristiana, no me puedo llamar pagana, ni de
ninguna otra religión, porque soy cristiana y lo quiero ser
para siempre”. Respondisteis a vuestro padre, Perpetua, que
os rogaba volveros pagana. Vuestros verdugos os decían:
“Ahora se queja por los dolores de dar a luz. ¿Y cuando le
lleguen los dolores del martirio qué hará? Y, respondisteis:
“Ahora soy débil porque la que sufre es mi pobre naturaleza.
Pero cuando llegue el martirio me acompañará la gracia de
Dios, que me llenará de fortaleza”. A los condenados a muerte
se les permitía hacer una “cena de despedida” y vosotras,
acompañadas de los demás mártires, hicisteis de la vuestra
una “Cena Eucarística”. Y, dos santos diáconos os llevaron
la santa comunión, y después de orar y animaros unos a otros
os abrazasteis y despedisteis con el beso de la paz. ¡Todos
animosos y alegres de entregar la vida y proclamar su fe
en Jesucristo! Y, de pronto vuestra hora os llegó, y envueltas
en una red, una furiosa vaca os corneó casi hasta morir y
saliendo airosas, dijisteis Perpetua: ¿Y dónde está esa tal
vaca que nos iba a cornear? Y, luego el impío pagano pueblo,
a gritos pidió que os cortaran vuestras cabezas. A vos,
Felicidad, os la cortaron; pero, el verdugo que os tenía
que mataros a vos, Perpetua, erró el golpe, y seguidamente
extendiendo vuestra cabeza, le indicasteis dónde os debía
de dar el machetazo. Así, vos, Perpetua, rica e instruida
y vos, Felicidad, humilde y sencilla sirvienta y, ambas
jóvenes esposas prefirieron renunciar a los goces de esta
vida y permaneciendo fieles a la religión de Jesucristo,
legaron al mundo su amor por Cristo, antes que vuestra traición.
Y, así, vuestras almas volaron al cielo, para coronadas
ser de luz, como premio justo a vuestro increible y gran amor;
¡oh!, Santas Perpetua y Felicidad, “vivas mártires de Cristo”.
del Dios de la vida, y sus amadas santas. Aquellas mujeres
y jóvenes madres, que entregasteis vuestro corazón abierto
a Jesús, en tiempos de idolatría y paganismo. “Yo lo que más
le pedía a Dios era que nos concediera un gran valor para
ser capaces de sufrir y luchar por nuestra santa religión”.
“Desde que tuve a mi pequeñín junto a mí, ya aquello no
Me parecía una cárcel sino un palacio, y me sentía llena de
alegría. Y el niño también recobró su alegría y su vigor”.
“Y, yo que soy cristiana, no me puedo llamar pagana, ni de
ninguna otra religión, porque soy cristiana y lo quiero ser
para siempre”. Respondisteis a vuestro padre, Perpetua, que
os rogaba volveros pagana. Vuestros verdugos os decían:
“Ahora se queja por los dolores de dar a luz. ¿Y cuando le
lleguen los dolores del martirio qué hará? Y, respondisteis:
“Ahora soy débil porque la que sufre es mi pobre naturaleza.
Pero cuando llegue el martirio me acompañará la gracia de
Dios, que me llenará de fortaleza”. A los condenados a muerte
se les permitía hacer una “cena de despedida” y vosotras,
acompañadas de los demás mártires, hicisteis de la vuestra
una “Cena Eucarística”. Y, dos santos diáconos os llevaron
la santa comunión, y después de orar y animaros unos a otros
os abrazasteis y despedisteis con el beso de la paz. ¡Todos
animosos y alegres de entregar la vida y proclamar su fe
en Jesucristo! Y, de pronto vuestra hora os llegó, y envueltas
en una red, una furiosa vaca os corneó casi hasta morir y
saliendo airosas, dijisteis Perpetua: ¿Y dónde está esa tal
vaca que nos iba a cornear? Y, luego el impío pagano pueblo,
a gritos pidió que os cortaran vuestras cabezas. A vos,
Felicidad, os la cortaron; pero, el verdugo que os tenía
que mataros a vos, Perpetua, erró el golpe, y seguidamente
extendiendo vuestra cabeza, le indicasteis dónde os debía
de dar el machetazo. Así, vos, Perpetua, rica e instruida
y vos, Felicidad, humilde y sencilla sirvienta y, ambas
jóvenes esposas prefirieron renunciar a los goces de esta
vida y permaneciendo fieles a la religión de Jesucristo,
legaron al mundo su amor por Cristo, antes que vuestra traición.
Y, así, vuestras almas volaron al cielo, para coronadas
ser de luz, como premio justo a vuestro increible y gran amor;
¡oh!, Santas Perpetua y Felicidad, “vivas mártires de Cristo”.
© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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7 de Marzo
Santas Perpetua y Felicidad
Mártires
(año 203)
Estas dos santas murieron martirizadas en Cartago (África) el 7 de marzo del año 203.
Perpetua era una joven madre, de 22 años, que tenía un niñito de
pocos meses. Pertenecía a una familia rica y muy estimada por toda la
población. Mientras estaba en prisión, por petición de sus compañeros
mártires, fue escribiendo el diario de todo lo que le iba sucediendo.
Felicidad era una esclava de Perpetua. Era también muy joven y en la
prisión dio a luz una niña, que después los cristianos se encargaron de
criar muy bien.
Las acompañaron en su martirio unos esclavos que fueron apresados
junto a ellas, y su catequista, el diácono Sáturo, que las había
instruido en la religión y las había preparado para el bautismo. A
Sáturo no lo habían apresado, pero él se presentó voluntariamente.
Los antiguos documentos que narran el martirio de estas dos santas,
eran inmensamente estimados en la antigüedad, y San Agustín dice que se
leían en las iglesias con gran provecho para los oyentes. Esos
documentos narran lo siguiente.
El año 202 el emperador Severo mandó que los que siguieran siendo
cristianos y no quisieran adorar a los falsos dioses tenían que morir.
Perpetua estaba celebrando una reunión religiosa en su casa de
Cartago cuando llegó la policía del emperador y la llevó prisionera,
junto con su esclava Felicidad y los esclavos Revocato, Saturnino y
Segundo.
Dice Perpetua en su diario: “Nos echaron a la cárcel y yo quedé
consternada porque nunca había estado en un sitio tan oscuro. El calor
era insoportable y estábamos demasiadas personas en un subterráneo muy
estrecho. Me parecía morir de calor y de asfixia y sufría por no poder
tener junto a mí al niño que era tan de pocos meses y que me necesitaba
mucho. Yo lo que más le pedía a Dios era que nos concediera un gran
valor para ser capaces de sufrir y luchar por nuestra santa religión”.
Afortunadamente al día siguiente llegaron dos diáconos católicos y
dieron dinero a los carceleros para que pasaran a los presos a otra
habitación menos sofocante y oscura que la anterior, y fueron llevados a
una sala a donde por lo menos entraba la luz del sol, y no quedaban tan
apretujados e incómodos. Y permitieron que le llevaran al niño a
Perpetua, el cual se estaba secando de pena y acabamiento. Ella dice en
su diario: “Desde que tuve a mi pequeñín junto a mí, ya aquello no me
parecía una cárcel sino un palacio, y me sentía llena de alegría. Y el
niño también recobró su alegría y su vigor”. Las tías y la abuelita se
encargaron después de su crianza y de su educación.
El jefe del gobierno de Cartago llamó a juicio a Perpetua y a sus
servidores. La noche anterior Perpetua tuvo una visión en la cual le fue
dicho que tendrían que subir por una escalera muy llena de
sufrimientos, pero que al final de tan dolorosa pendiente, estaba un
Paraíso Eterno que les esperaba.
Ella narró a sus compañeros la visión
que había tenido y todos se entusiasmaron y se propusieron permanecer
fieles en la fe hasta el fin.
Primero pasaron los esclavos y el díacono. Todos proclamaron ante las
autoridades que ellos eran cristianos y que preferían morir antes que
adorar a los falsos dioses.
Luego llamaron a Perpetua. El juez le rogaba que dejara la religión
de Cristo y que se pasara a la religión pagana y que así salvaría su
vida. Y le recordaba que ella era una mujer muy joven y de familia rica.
Pero Perpetua proclamó que estaba resuelta a ser fiel hasta la muerte, a
la religión de Cristo Jesús. Entonces llegó su padre (el único de la
familia que no era cristiano) y de rodillas le rogaba y le suplicaba que
no persistiera en llamarse cristiana. Que aceptara la religión del
emperador. Que lo hiciera por amor a su padre y a su hijito. Ella se
conmovía intensamente pero terminó diciéndole: ¿Padre, cómo se llama esa
vasija que hay ahí en frente? “Una bandeja”, respondió él.
Pues bien:
“A esa vasija hay que llamarla bandeja, y no pocillo ni cuchara, porque
es una bandeja. Y yo que soy cristiana, no me puedo llamar pagana, ni de
ninguna otra religión, porque soy cristiana y lo quiero ser para
siempre”.
Y añade el diario escrito por Perpetua: “Mi padre era el único de mi
familia que no se alegraba porque nosotros íbamos a ser mártires por
Cristo”.
El juez decretó que los tres hombres serían llevados al circo y allí
delante de la muchedumbre serían destrozados por las fieras el día de la
fiesta del emperador, y que las dos mujeres serían echadas amarradas
ante una vaca furiosa para que las destrozara. Pero había un
inconveniente: que Felicidad iba a ser madre, y la ley prohibía matar a
la que ya iba a dar a luz. Y ella sí deseaba ser martirizada por amor a
Cristo. Entonces los cristianos oraron con fe, y Felicidad dio a luz una
linda niña, la cual le fue confiada a cristianas fervorosas, y así ella
pudo sufrir el martirio. Un carcelero se burlaba diciéndole: “Ahora se
queja por los dolores de dar a luz. ¿Y cuando le lleguen los dolores del
martirio qué hará? Ella le respondió: “Ahora soy débil porque la que
sufre es mi pobre naturaleza. Pero cuando llegue el martirio me
acompañará la gracia de Dios, que me llenará de fortaleza”.
A los condenados a muerte se les permitía hacer una Cena de
Despedida. Perpetua y sus compañeros convirtieron su cena final en una
Cena Eucarística. Dos santos diáconos les llevaron la comunión, y
después de orar y de animarse unos a otros se abrazaron y se despidieron
con el beso de la paz. Todos estaban a cual de animosos, alegremente
dispuestos a entregar la vida por proclamar su fe en Jesucristo.
A los esclavos los echaron a las fieras que los destrozaron y ellos derramaron así valientemente su sangre por nuestra religión.
Antes de llevarlos a la plaza los soldados querían que los hombres
entraran vestidos de sacerdotes de los falsos dioses y las mujeres
vestidas de sacerdotisas de las diosas de los paganos. Pero Perpetua se
opuso fuertemente y ninguno quiso colocarse vestidos de religiones
falsas.
El diácono Sáturo había logrado convertir al cristianismo a uno de
los carceleros, llamado Pudente, y le dijo: “Para que veas que Cristo sí
es Dios, te anuncio que a mí me echarán a un oso feroz, y esa fiera no
me hará ningún daño”. Y así sucedió: lo amarraron y lo acercaron a la
jaula de un oso muy agresivo. El feroz animal no le quiso hacer ningún
daño, y en cambio sí le dio un tremendo mordisco al domador que trataba
de hacer que se lanzara contra el santo diácono. Entonces soltaron a un
leopardo y éste de una dentellada destrozó a Sáturo. Cuando el diácono
estaba moribundo, untó con su sangre un anillo y lo colocó en el dedo de
Pudente y este aceptó definitivamente volverse cristiano.
A Perpetua y Felicidad las envolvieron dentro de una malla y las
colocaron en la mitad de la plaza, y soltaron una vaca bravísima, la
cual las corneó sin misericordia. Perpetua únicamente se preocupaba por
irse arreglando los vestidos de manera que no diera escándalo a nadie
por parecer poco cubierta.
Y se arreglaba también los cabellos para no
aparecer despeinada como una llorona pagana. La gente emocionada al ver
la valentía de estas dos jóvenes madres, pidió que las sacaran por la
puerta por donde llevaban a los gladiadores victoriosos. Perpetua, como
volviendo de un éxtasis, preguntó: ¿Y dónde está esa tal vaca que nos
iba a cornear?
Pero luego ese pueblo cruel pidió que las volvieran a traer y que les
cortaran la cabeza allí delante de todos. Al saber esta noticia, las
dos jóvenes valientes se abrazaron emocionadas, y volvieron a la plaza. A
Felicidad le cortaron la cabeza de un machetazo, pero el verdugo que
tenía que matar a Perpetua estaba muy nervioso y equivocó el golpe. Ella
dio un grito de dolor, pero extendió bien su cabeza sobre el cepo y le
indicó al verdugo con la mano, el sitio preciso de su cuello donde debía
darle el machetazo. Así esta mujer valerosa hasta el último momento
demostró que si moría mártir era por su propia voluntad y con toda
generosidad.
Estas dos mujeres, la una rica e instruida y la otra humilde y
sencilla sirvienta, jóvenes esposas y madres, que en la flor de la vida
prefirieron renunciar a los goces de un hogar, con tal de permanecer
fieles a la religión de Jesucristo, ¿qué nos enseñarán a nosotros? Ellas
sacrificaron un medio siglo que les podía quedar de vida en esta tierra
y llevan más de 17 siglos gozando en el Paraíso eterno. ¿Qué renuncias
nos cuesta nuestra religión? ¿En verdad, ser amigos de Cristo nos cuesta
alguna renuncia? Cristo sabe pagar muy bien lo que hacemos y
renunciamos por El.
(http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Felicidad_y_Perpetua.htm)
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