Día litúrgico: Domingo X (B) del tiempo ordinario Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mc 3,20-35): En
aquel tiempo, Jesús volvió a casa y se aglomeró otra vez la muchedumbre
de modo que no podían comer. Se enteraron sus parientes y fueron a
hacerse cargo de Él, pues decían: «Está fuera de sí».
Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
«Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa
los demonios». Entonces Jesús, llamándoles junto a sí, les decía en
parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está
dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está
dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se
ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha
llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear
su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa.
Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los
pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que
blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien,
será reo de pecado eterno». Es que decían: «Está poseído por un espíritu
inmundo».
Y llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose
fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le
dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te
buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y
mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor,
dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de
Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».
_____________________________________«¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás?»
Fr. Salomon BADATANA (Wau, Sudán del Sur)
Hoy, el Evangelio nos invita a comparar dos enemigos
irreconciliables: Jesús y el espíritu del mal. El Evangelio afirma: «Los
escribas que habían bajado de Jerusalén decían: ‘Está poseído por
Beelzebul’» (Mc 3,22). Este versículo nos ayuda a comprender la
inquietud de los miembros de la familia de Jesús, que fueron para
llevárselo a casa. En efecto, tal como podemos observar, Jesús no es
acusado porque ha roto la Ley, o las costumbres judías, o el Sábado. Ni
tampoco se le denuncia por blasfemar. ¡Él es acusado de estar poseído
por el príncipe de los demonios! Tengamos en cuenta que ésta es una de
las primeras acusaciones dirigidas hacia Jesús, antes de que le acusaran
por quebrantar la Ley Judía.
Pero el hecho interesante es la respuesta que Jesús les dio: «¿Cómo
puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí
mismo, ese reino no puede subsistir (…). Nadie puede entrar en la casa
del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte» (Mc
3,23-24.27). Esto muestra que Jesús rechaza completamente la idea de que
Él está actuando para Satanás. Por este motivo, Él empieza a exponer la
parábola de la casa del hombre fuerte. De una u otra manera, esta
parábola parece apuntar directamente a la misión de Jesús. Y esta misión
muestra el Reino de Dios “atando” al hombre fuerte, Satanás, a través
de la salvación realizada por Jesús.
En efecto, la expulsión de los espíritus malignos nos demuestra que
Él es más fuerte que Satanás. El Papa Francisco, en una audiencia
general, afirmó: «En nuestro entorno, basta con abrir un periódico y
vemos que la presencia del mal existe, que el Diablo actúa. Pero
quisiera decir en voz alta: ¡Dios es más fuerte! Vosotros, ¿creéis esto:
que Dios es más fuerte?».
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«El que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca»
Rev. D. Vicenç GUINOT i Gómez (Sant Feliu de Llobregat, España)
Hoy, al leer el Evangelio del día, uno no sale de su asombro
—“alucina”, como se dice en el lenguaje de la calle—. «Los escribas que
habían bajado de Jerusalén» ven la compasión de Jesús por las gentes y
su poder que obra en favor de los oprimidos, y —a pesar de todo— le
dicen que «está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los
demonios expulsa los demonios» (Mc 3,22). Realmente uno queda
sorprendido de hasta dónde pueden llegar la ceguera y la malicia
humanas, en este caso de unos letrados. Tienen delante la Bondad en
persona, Jesús, el humilde de corazón, el único Inocente y no se
enteran. Se supone que ellos son los entendidos, los que conocen las
cosas de Dios para ayudar al pueblo, y resulta que no sólo no lo
reconocen sino que lo acusan de diabólico.
Con este panorama es como para darse media vuelta y decir: «¡Ahí os
quedáis!». Pero el Señor sufre con paciencia ese juicio temerario sobre
su persona. Como afirmó san Juan Pablo II, Él «es un testimonio
insuperable de amor paciente y de humilde mansedumbre». Su
condescendencia sin límites le lleva, incluso, a tratar de remover sus
corazones argumentándoles con parábolas y consideraciones razonables.
Aunque, al final, advierte con su autoridad divina que esa cerrazón de
corazón, que es rebeldía ante el Espíritu Santo, quedará sin perdón (cf.
Mc 3,29). Y no porque Dios no quiera perdonar, sino porque para ser
perdonado, primero, uno ha de reconocer su pecado.
Como anunció el Maestro, es larga la lista de discípulos que también
han sufrido la incomprensión cuando obraban con toda la buena intención.
Pensemos, por ejemplo, en santa Teresa de Jesús cuando intentaba llevar
a más perfección a sus hermanas.
No nos extrañe, por tanto, si en nuestro caminar aparecen esas
contradicciones. Serán indicio de que vamos por buen camino. Recemos por
esas personas y pidamos al Señor que nos dé aguante.
(http://evangeli.net/evangelio/dia/2018-06-10)
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