¡Oh!, San Onofre, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
su santo y amado ermitaño. Y, que, gracias al Abad San
Panufcio, quien, moribundo os encontró, nadie sabría de vos.
Morabais en una cueva, donde siglos atrás, los faraones
reinaron, tributo rindiendo a falsarios dioses. Pero, como
vos, creatura del Dios vivo, la soledad amabais, en ella,
perseguíais cada día elevaros de manera interior y sobre
todo, espiritualmente, meta que, en verdad alcanzasteis,
antes de entregar vuestra alma al Dios eterno. Vos, os
dedicabais a la constante oración y, luego de ella, a
consejos dar entre vuestros hermanos, compartiendo vuestra
personal experiencia, dejando que, el alma rebose solo del
Amor de Dios, y así, al saber de Él, a amarlo se dedicasen,
alcanzando por la gracia, la curación, la salud y la eterna
salvación. Se os representa como un santo de largas barbas,
envuelto en vuestros propios cabellos, donde a veces estáis
en el desierto y a vuestro lado aparecen: la regla de San
Antonio Abad, el cráneo y la cruz que presidían vuestras
meditaciones, la palmera de cuyos dátiles os alimentabais y
una alforja, simbolizando el alimento que nunca os faltó.
Hoy, vuestro estilo de vida, lo estiman “pérdida de tiempo”
algunos hombres, pues, las veleidades y la vida mundana
prevalecen en sus vidas. Pero, Dios, que os vio, no quedó
duda en Él, porque, os premió con justicia, con corona
de eterna luz, como justo premio por vuestro increíble amor;
¡oh!, San Onofre, “viva y constante oración al Dios Vivo”.
© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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su santo y amado ermitaño. Y, que, gracias al Abad San
Panufcio, quien, moribundo os encontró, nadie sabría de vos.
Morabais en una cueva, donde siglos atrás, los faraones
reinaron, tributo rindiendo a falsarios dioses. Pero, como
vos, creatura del Dios vivo, la soledad amabais, en ella,
perseguíais cada día elevaros de manera interior y sobre
todo, espiritualmente, meta que, en verdad alcanzasteis,
antes de entregar vuestra alma al Dios eterno. Vos, os
dedicabais a la constante oración y, luego de ella, a
consejos dar entre vuestros hermanos, compartiendo vuestra
personal experiencia, dejando que, el alma rebose solo del
Amor de Dios, y así, al saber de Él, a amarlo se dedicasen,
alcanzando por la gracia, la curación, la salud y la eterna
salvación. Se os representa como un santo de largas barbas,
envuelto en vuestros propios cabellos, donde a veces estáis
en el desierto y a vuestro lado aparecen: la regla de San
Antonio Abad, el cráneo y la cruz que presidían vuestras
meditaciones, la palmera de cuyos dátiles os alimentabais y
una alforja, simbolizando el alimento que nunca os faltó.
Hoy, vuestro estilo de vida, lo estiman “pérdida de tiempo”
algunos hombres, pues, las veleidades y la vida mundana
prevalecen en sus vidas. Pero, Dios, que os vio, no quedó
duda en Él, porque, os premió con justicia, con corona
de eterna luz, como justo premio por vuestro increíble amor;
¡oh!, San Onofre, “viva y constante oración al Dios Vivo”.
© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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12 de Junio
San Onofre
Ermitaño
Si no lo hubiera encontrado el abad san Panufcio, ya moribundo, y no
hubiera escrito su vida es seguro que no conoceríamos a este personaje
originalísimo. Es un ermitaño, morador de una cueva del desierto egipcio
de la Tebaida.
Allí mismo donde la civilización faraónica había florecido siglos
antes, ahora, en las primeras centurias del cristianismo, los monjes
pueblan el despoblado y viven en solitario su intensa experiencia
interior y espiritual.
A nuestra sociedad lo profundo le sabe a raro y los compromisos
definitivos o las decisiones comprometedoras de por vida no están de
moda. Onofre, sin embargo, nos ofrece un testimonio admirable de
profundidad interior capaz de abarcar todo su paso por la tierra.
Se dedicó a la oración y, después de orar, a dar buen consejo a quien
se lo requería. ¿Nada más? Y… nada menos: dejar que el alma rebose amor
de Dios para que otros puedan descubrirlo y amarlo; dejarse afectar
desde el centro de la propia personalidad por la Gracia y contagiarla a
otros como la gran curación, la gran salud, la gran salvación.
Si en la Iglesia no existieran estos absolutos testimonios del Absoluto, todo sería aún más relativo de lo que es.
Se le representa como un santo provecto de luengas barbas y envuelto
en sus propios cabellos. También puede aparecer situado en el desierto,
en ocasiones al lado de él aparecen: la regla de San Antonio Abad, el
cráneo y la cruz que presidían sus meditaciones, la palmera de cuyos
dátiles se alimentaba e incluso una alforja (símbolo de las raciones que
nunca le faltaron).
¡Estaríamos buenos!
Gracias, san Onofre, por liberarnos de relativismos estériles con tu testimonio.
(http://es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=373)
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