¡Oh!, San Bartolomé, vos, sois el hijo del Dios de la vida,
su Apóstol y amado santo. Vos, tuvisteis el encuentro que os
cambió la vida, cuando por vez primera a Jesús, conocisteis.
Y, Jesús, dijo de vos, así: “Ahí tienen a un israelita
de verdad, en quien no hay engaño”. Y, vos, le dijisteis:
“¿Desde cuándo me conoces?” Y, Jesús os dijo: “antes de que
Felipe te llamara, cuando tú estabas allá debajo del árbol,
yo te vi”. Y, vos, le respondisteis: “Maestro, Tú eres el Hijo
de Dios, Tú eres el Rey de Israel”. Y, así, con vuestros
otros once amigos, testigo fuisteis de los milagros de Jesús,
oísteis sus sublimes enseñanzas y recibiendo el Espíritu
Santo, con Él, marchasteis a la India y a Armenia, convirtiendo
muchas gentes. Un día cualquiera, el mal, tomó cuerpo y
os martirizó quitándoos vuestra piel y luego cortándoos
vuestra cabeza. Pero vos, sabías que la santidad no es hacer
milagros, ni hacer hazañas, sino, la vida dedicar a Dios,
amar a Cristo, su evangelio propagar, y el bien a cada
instante procurar con alegría y amor. Y, como pago de ello,
vuestra alma, coronada está en el cielo de eterna luz,
como muy justo premio a vuestra entrega de amor y fe,
Patrono de los fabricantes de libros y los carniceros;
¡oh!, San Bartolomé, “vivo amor por el Dios de la Vida”.
su Apóstol y amado santo. Vos, tuvisteis el encuentro que os
cambió la vida, cuando por vez primera a Jesús, conocisteis.
Y, Jesús, dijo de vos, así: “Ahí tienen a un israelita
de verdad, en quien no hay engaño”. Y, vos, le dijisteis:
“¿Desde cuándo me conoces?” Y, Jesús os dijo: “antes de que
Felipe te llamara, cuando tú estabas allá debajo del árbol,
yo te vi”. Y, vos, le respondisteis: “Maestro, Tú eres el Hijo
de Dios, Tú eres el Rey de Israel”. Y, así, con vuestros
otros once amigos, testigo fuisteis de los milagros de Jesús,
oísteis sus sublimes enseñanzas y recibiendo el Espíritu
Santo, con Él, marchasteis a la India y a Armenia, convirtiendo
muchas gentes. Un día cualquiera, el mal, tomó cuerpo y
os martirizó quitándoos vuestra piel y luego cortándoos
vuestra cabeza. Pero vos, sabías que la santidad no es hacer
milagros, ni hacer hazañas, sino, la vida dedicar a Dios,
amar a Cristo, su evangelio propagar, y el bien a cada
instante procurar con alegría y amor. Y, como pago de ello,
vuestra alma, coronada está en el cielo de eterna luz,
como muy justo premio a vuestra entrega de amor y fe,
Patrono de los fabricantes de libros y los carniceros;
¡oh!, San Bartolomé, “vivo amor por el Dios de la Vida”.
© 2018 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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24 de agosto
San Bartolomé, Apóstol
(Siglo I)
Oración
Oh, Dios omnipotente y eterno, que hiciste este día tan venerable día
con la festividad de tu Apóstol San Bartolomé, concede a tu Iglesia
amar lo que el creyó, y predicar lo que él enseñó. Por Nuestro Señor
Jesucristo. Amén.
A este santo (que fue uno de los doce apóstoles de Jesús)
lo pintaban los antiguos con la piel en sus brazos como quien lleva un
abrigo, porque la tradición cuenta que su martirio consistió en que le
arrancaron la piel de su cuerpo, estando él aún vivo.
Parece que Bartolomé es un sobrenombre o segundo nombre que le fue
añadido a su antiguo nombre que era Natanael (que significa “regalo de
Dios”). Muchos autores creen que el personaje que el evangelista San
Juan llama Natanael, es el mismo que otros evangelistas llaman
Bartolomé. Porque San Mateo, San Lucas y San Marcos cuando nombran al
apóstol Felipe, le colocan como compañero de Felipe a Natanael.
El encuentro más grande de su vida
El día en que Natanael o Bartolomé se encontró por primera vez a
Jesús fue para toda su vida una fecha memorable, totalmente inolvidable.
El evangelio de San Juan la narra de la siguiente manera: “Jesús se
encontró a Felipe y le dijo: “Sígueme”. Felipe se encontró a Natanael y
le dijo: “Hemos encontrado a aquél a quien anunciaron Moisés y los
profetas. Es Jesús de Nazaret”. Natanael le respondió: ” ¿Es que de
Nazaret puede salir algo bueno?” Felipe le dijo: “Ven y verás”. Vio
Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: “Ahí tienen a un israelita
de verdad, en quien no hay engaño” Natanael le preguntó: “¿Desde cuando
me conoces?” Le respondió Jesús: “antes de que Felipe te llamara, cuando
tú estabas allá debajo del árbol, yo te vi”. Le respondió Natanael:
“Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel”. Jesús le
contestó: “Por haber dicho que te vi debajo del árbol, ¿crees? Te
aseguró que verás a los ángeles del cielo bajar y subir alrededor del
Hijo del Hombre.” (Jn. 1,43 ).
Felipe, lo primero que hizo al experimentar el enorme gozo de ser
discípulo de Jesús fue ir a invitar a un gran amigo a que se hiciera
también seguidor de tan excelente maestro. Era una antorcha que encendía
a otra antorcha. Pero nuestro santo al oír que Jesús era de Nazaret
(aunque no era de ese pueblo sino de Belén, pero la gente creía que
había nacido allí) se extrañó, porque aquél era uno de los más pequeños e
ignorados pueblecitos del país, que ni siquiera aparecía en los mapas.
Felipe no le discutió a su pregunta pesimista sino solamente le hizo una
propuesta: “¡Ven y verás que gran profeta es!”
Una revelación que lo convenció
Y tan pronto como Jesús vio que nuestro santo se le acercaba, dijo de
él un elogio que cualquiera de nosotros envidiaría: “Este si que es un
verdadero israelita, en el cual no hay engaño”. El joven discípulo se
admira y le pregunta desde cuándo lo conoce , y el Divino Maestro le
añade algo que le va a conmover: “Allá, debajo de un árbol estabas
pensando qué sería de tu vida futura. Pensabas: ¿Qué querrá Dios que yo
sea y que yo haga? Cuando estabas allá en esos pensamientos, yo te
estaba observando y viendo lo que pensabas”. Aquélla revelación lo
impresionó profundamente y lo convenció de que este sí era un verdadero
profeta y un gran amigo de Dios y emocionado exclamó: “¡Maestro, Tú eres
el hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel! ¡Maravillosa proclamación!
Probablemente estaba meditando muy seriamente allá abajo del árbol y
pidiéndole a Dios que le iluminara lo que debía de hacer en el futuro, y
ahora viene Jesús a decirle que El leyó sus pensamientos. Esto lo
convenció de que se hallaba ante un verdadero profeta, un hombre de Dios
que hasta leía los pensamientos. Y el Redentor le añadió una noticia
muy halagadora. Los israelitas se sabían de memoria la historia de su
antepasado Jacob, el cuál una noche, desterrado de su casa, se durmió
junto a un árbol y vio una escalera que unía la tierra con el cielo y
montones de ángeles que bajaban y subían por esa escalera misteriosa.
Jesús explica a su nuevo amigo que un día verá a esos mismos ángeles
rodear al Hijo del Hombre, a ese salvador del mundo, y acompañarlo, al
subir glorioso a las alturas.
Desde entonces nuestro santo fue un discípulo incondicional de este
enviado de Dios, Cristo Jesús que tenía poderes y sabiduría del todo
sobrenaturales. Con los otros 11 apóstoles presenció los admirables
milagros de Jesús, oyó sus sublimes enseñanzas y recibió el Espíritu
Santo en forma de lenguas de fuego.
El libro muy antiguo, y muy venerado, llamado el Martirologio Romano,
resume así la vida posterior del santo de hoy: “San Bartolomé predicó
el evangelio en la India. Después pasó a Armenia y allí convirtió a
muchas gentes. Los enemigos de nuestra religión lo martirizaron
quitándole la piel, y después le cortaron la cabeza”.
Para San Bartolomé, como para nosotros, la santidad no se basa en
hacer milagros, ni en deslumbrar a otros con hazañas extraordinarias,
sino en dedicar la vida a amar a Dios, a hacer conocer y amar mas a
Jesucristo, y a propagar su santa religión, y en tener una constante
caridad con los demás y tratar de hacer a todos el mayor bien posible.
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