Día litúrgico: Domingo XXX (B) del tiempo ordinario
Ver 1ª Lectura y Salmo
Texto del Evangelio (Mc 10,46-52): En aquel tiempo,
cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran
muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba
sentado junto al camino. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se
puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!». Muchos le
increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de
David, ten compasión de mí!». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadle». Llaman
al ciego, diciéndole: «¡Ánimo, levántate! Te llama». Y él, arrojando su
manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús, dirigiéndose a él, le
dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que
vea!». Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». Y al instante,
recobró la vista y le seguía por el camino.
____________________________________«‘¿Qué quieres que te haga?’. El ciego le dijo: ‘Rabbuní, ¡que vea!’»
+ Rev. D. Pere CAMPANYÀ i Ribó (Barcelona, España)
Hoy, contemplamos a un hombre que, en su desgracia, encuentra la
verdadera felicidad gracias a Jesucristo. Se trata de una persona con
dos carencias: la falta de visión corporal y la imposibilidad de
trabajar para ganarse la vida, lo cual le obliga a mendigar. Necesita
ayuda y se sitúa junto al camino, a la salida de Jericó, por donde pasan
muchos viandantes.
Por suerte para él, en aquella ocasión es Jesús quien pasa,
acompañado de sus discípulos y otras personas. Sin duda, el ciego ha
oído hablar de Jesús; le habrían comentado que hacía prodigios y, al
saber que pasa cerca, empieza a gritar: «¡Hijo de David, ten compasión
de mí!» (Mc 10,47). Para los acompañantes del Maestro resultan molestos
los gritos del ciego, no piensan en la triste situación de aquel hombre,
son egoístas. Pero Jesús sí quiere responder al mendigo y hace que lo
llamen.
Inmediatamente, el ciego se halla ante el Hijo de David y
empieza el diálogo con una pregunta y una respuesta: «Jesús,
dirigiéndose a él, le dijo: ‘¿Qué quieres que te haga?’. El ciego le
dijo: ‘Rabbuní, ¡que vea!’» (Mc 10,51). Y Jesús le concede doble visión:
la física y la más importante, la fe que es la visión interior de Dios.
Dice san Clemente de Alejandría: «Pongamos fin al olvido de la verdad;
despojémonos de la ignorancia y de la oscuridad que, cual nube, ofuscan
nuestros ojos, y contemplemos al que es realmente Dios».
Frecuentemente nos quejamos y decimos: —No sé rezar. Tomemos ejemplo
entonces del ciego del Evangelio: Insiste en llamar a Jesús, y con tres
palabras le dice cuanto necesita. ¿Nos falta fe? Digámosle: —Señor,
aumenta mi fe. ¿Tenemos familiares o amigos que han dejado de practicar?
Oremos entonces así: —Señor Jesús, haz que vean. ¿Es tan importante la
fe? Si la comparamos con la visión física, ¿qué diremos? Es triste la
situación del ciego, pero mucho más lo es la del no creyente.
Digámosles: —El Maestro te llama, preséntale tu necesidad y Jesús te
responderá generosamente.
(http://evangeli.net/evangelio/dia/2018-10-28)
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