¡Oh!, Santa Martina, vos, sois la hija del Dios
de la vida, y su amada santa. San Urbano, Papa,
dijo de vos: “Martinae celebri plaudite nomini,
Cives Romulci, plaudite gloriae”. O sea, una
invitación para honraros a vos, en la santa vida
inmaculada, en la caridad ejemplar y en el valiente
testimonio que demostrasteis a Cristo con vuestro
martirio increíble. Por ello y por mucho, honrada
sois, pues, con vuestra vida ejemplar disteis
testimonio valiente de Jesús, Dios y Señor Nuestro.
Cuando os presentaron ante la estatua de Apolo,
en polvo la convertisteis y temblando la tierra,
muertos fueron todos sus sacerdotes. Y, luego con
el templo de Artemisa, lo mismo sucedió, pero,
vuestros verdugos, no cesaron nunca sus ultrajes,
y aún así, salisteis ilesa con la ayuda del Espíritu Santo.
Por ello quizás, de furia y rabia llenos decidieron
terminar con vos, cortándoos la cabeza, haciendo que
vuestra sangre regara las entrañas de la tierra, fertilizando
así, la santa Iglesia de Cristo, Dios y Señor Nuestro.
Pensaron aquellos impíos, que quitándoos la vida física,
también mataron vuestra alma, pero, como vos misma
sabéis, ella, voló rauda al cielo azul, para coronada ser
con corona de eterna de luz, como premio a vuestra
grande e increíble entrega de puro e incomparable amor y fe;
¡oh!, Santa Martina, “viva mártir, por el Dios Vivo del Amor”.
de la vida, y su amada santa. San Urbano, Papa,
dijo de vos: “Martinae celebri plaudite nomini,
Cives Romulci, plaudite gloriae”. O sea, una
invitación para honraros a vos, en la santa vida
inmaculada, en la caridad ejemplar y en el valiente
testimonio que demostrasteis a Cristo con vuestro
martirio increíble. Por ello y por mucho, honrada
sois, pues, con vuestra vida ejemplar disteis
testimonio valiente de Jesús, Dios y Señor Nuestro.
Cuando os presentaron ante la estatua de Apolo,
en polvo la convertisteis y temblando la tierra,
muertos fueron todos sus sacerdotes. Y, luego con
el templo de Artemisa, lo mismo sucedió, pero,
vuestros verdugos, no cesaron nunca sus ultrajes,
y aún así, salisteis ilesa con la ayuda del Espíritu Santo.
Por ello quizás, de furia y rabia llenos decidieron
terminar con vos, cortándoos la cabeza, haciendo que
vuestra sangre regara las entrañas de la tierra, fertilizando
así, la santa Iglesia de Cristo, Dios y Señor Nuestro.
Pensaron aquellos impíos, que quitándoos la vida física,
también mataron vuestra alma, pero, como vos misma
sabéis, ella, voló rauda al cielo azul, para coronada ser
con corona de eterna de luz, como premio a vuestra
grande e increíble entrega de puro e incomparable amor y fe;
¡oh!, Santa Martina, “viva mártir, por el Dios Vivo del Amor”.
© 2019 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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30 de Enero
Santa Martina
Virgen y mártir (+ 226)
Ramillete espiritual: Así alumbre vuestra luz delante de
los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a
vuestro Padre que está en los cielos. Mt. 5,16
La historia de esta joven santa comienza por su tumba, 1400 años
después de su martirio; es decir, cuando en 1634 el activísimo Urbano
VIII, empeñado en lo espiritual en la contrarreforma católica, y en lo
material en la restauración de famosas iglesias romanas, descubrió las
reliquias de la mártir, les propuso a los romanos la devoción a Santa
Martina y fijó la celebración para el 30 de enero. El mismo compuso el
elogio con el himno: “Martinae celebri plaudite nomini, Cives Romulci,
plaudite gloriae”, que era una invitación a honrar a la santa en la vida
inmaculada, en la caridad ejemplar y en el valiente testimonio que
demostró a Cristo con su martirio.
¿Quién era en realidad Santa Martina, que resurge de improviso y con
fuerza en la devoción popular, hasta el punto de ser considerada como
una de las patronas de Roma, después de tantos siglos de olvido? Son
pocas las noticias históricas. La más antigua es del siglo VI, cuando el
Papa Onorio le dedicó una iglesia en Roma. Quinientos años después, al
hacer excavaciones en esta iglesia, se encontraron efectivamente las
tumbas de tres mártires.
En el siglo VIII ya se celebraba la fiesta de la santa. No se sabe nada más, y por eso es necesario buscar noticias en una Passio legendaria. Según esta narración, Santa Martina era una diaconisa, hija de un noble romano. Debido a su abierta profesión de fe, la arrestaron y la llevaron al tribunal del emperador Alejandro Severo (222-235). Este príncipe semioriental, abierto a todas las curiosidades, hasta el punto de incluir a Cristo entre los dioses venerados en la familia imperial, fue muy tolerante con los cristianos y su gobierno marcó un fructuoso paréntesis de calma respecto de la Iglesia, que en ese tiempo logró una gran expansión misionera.
En el siglo VIII ya se celebraba la fiesta de la santa. No se sabe nada más, y por eso es necesario buscar noticias en una Passio legendaria. Según esta narración, Santa Martina era una diaconisa, hija de un noble romano. Debido a su abierta profesión de fe, la arrestaron y la llevaron al tribunal del emperador Alejandro Severo (222-235). Este príncipe semioriental, abierto a todas las curiosidades, hasta el punto de incluir a Cristo entre los dioses venerados en la familia imperial, fue muy tolerante con los cristianos y su gobierno marcó un fructuoso paréntesis de calma respecto de la Iglesia, que en ese tiempo logró una gran expansión misionera.
El autor de la Passio ignora todo esto, y hace más bien una lista de
las atroces torturas con que el emperador martirizó a la santa. Cuenta
que cuando Martina fue llevada ante la estatua de Apolo, la convirtió en
pedazos y ocasionó un terremoto que destruyó el templo y mató a los
sacerdotes del dios.
El prodigio se repitió con la estatua y el templo de Artemidas. Todo
esto hubiera debido hacer pensar a sus perseguidores; pero no, se
obstinaron más y sometieron a la jovencita a crueles tormentos, de los
que salió siempre ilesa. Entonces resolvieron cortarle la cabeza con una
espada, y su sangre corrió a fertilizar el terreno de la Iglesia
romana.
(http://www.magnificat.ca/cal/esp/01-30.htm)
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