¡Oh! San Oscar Romero, vos, sois el hijo del Dios
de la Vida, su Mártir y amado santo que nacisteis
el Día de la Asunción de la Virgen María. Estudiasteis
en el Seminario Menor de San Miguel, con los padres
claretianos y jesuitas, siempre con la idea de entregar
vuestra vida al servicio de Dios y de vuestro pueblo.
En plena Guerra Mundial, os fuisteis para estudiar
a Roma y os ordenaron sacerdote a los veinticinco años.
Os hicisteis cargo de Anamorós, vuestra primera
parroquia, y luego en San Miguel, donde permanecisteis
otros veinte años. Fuisteis caritativo y entregado
y jamás aceptasteis obsequios alguno. Además os eligieron
Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador
y ocupasteis, también el de Secretariado Episcopal
de América Central. Vuestro lema de siempre: “Sentir
con la Iglesia”, lo hicisteis carne hasta el final de
vuestra vida en medio de la persecución a la Iglesia.
En vuestro ministerio Arzobispal, os convertisteis en
leonino protector de la dignidad de los seres humanos,
más de los desposeídos; denunciando la violencia,
y confrontando cara a cara al régimen de las tinieblas.
Vuestras homilías, eran citas de cada de cada domingo
y desde el púlpito iluminabais a la luz del Evangelio
la vida diaria y ofrecíais esperanza para el cambio.
Cuando pronunciasteis vuestra última homilía diciendo:
“en nombre de Dios y de este pueblo sufrido…les pido,
les ruego, les ordeno en nombre de Dios, cese la represión”.
Una cobarde bala, se abrió campo en medio de la
feligresía en el momento de recibir el Cuerpo de Nuestro
Señor Jesús. Y, así voló vuestra alma al cielo, para
coronada ser con corona de luz y eternidad. ¡Aleluya!
¡Oh!, San Oscar Romero “vivo mártir del Dios de la Vida y del Amor”.
de la Vida, su Mártir y amado santo que nacisteis
el Día de la Asunción de la Virgen María. Estudiasteis
en el Seminario Menor de San Miguel, con los padres
claretianos y jesuitas, siempre con la idea de entregar
vuestra vida al servicio de Dios y de vuestro pueblo.
En plena Guerra Mundial, os fuisteis para estudiar
a Roma y os ordenaron sacerdote a los veinticinco años.
Os hicisteis cargo de Anamorós, vuestra primera
parroquia, y luego en San Miguel, donde permanecisteis
otros veinte años. Fuisteis caritativo y entregado
y jamás aceptasteis obsequios alguno. Además os eligieron
Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador
y ocupasteis, también el de Secretariado Episcopal
de América Central. Vuestro lema de siempre: “Sentir
con la Iglesia”, lo hicisteis carne hasta el final de
vuestra vida en medio de la persecución a la Iglesia.
En vuestro ministerio Arzobispal, os convertisteis en
leonino protector de la dignidad de los seres humanos,
más de los desposeídos; denunciando la violencia,
y confrontando cara a cara al régimen de las tinieblas.
Vuestras homilías, eran citas de cada de cada domingo
y desde el púlpito iluminabais a la luz del Evangelio
la vida diaria y ofrecíais esperanza para el cambio.
Cuando pronunciasteis vuestra última homilía diciendo:
“en nombre de Dios y de este pueblo sufrido…les pido,
les ruego, les ordeno en nombre de Dios, cese la represión”.
Una cobarde bala, se abrió campo en medio de la
feligresía en el momento de recibir el Cuerpo de Nuestro
Señor Jesús. Y, así voló vuestra alma al cielo, para
coronada ser con corona de luz y eternidad. ¡Aleluya!
¡Oh!, San Oscar Romero “vivo mártir del Dios de la Vida y del Amor”.
© 2020 by Luis Ernesto Chacón Delgado
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24 de marzo
San Oscar Romero
Arzobispo y Mártir 24 de marzo
Por: Redacción |
Fuente: Oficina de la Causa de Canonizacion
Martirologio Romano: En San Salvador, República de El
Salvador, San Oscar Romero, Arzobispo y defensor de los pobres,
asesinado por odio a la fe († 1980).
Fecha de beatificación: 23 de mayo de 2015, durante el pontificado de S.S. Francisco.
Fecha de canonización: 14 de octubre de 2018 por el Papa Francisco
Breve Biografía
Oscar Arnulfo Romero nació en Ciudad Barrios, departamento de San
Miguel, República de El Salvador, el 15 de agosto de 1917, día de la
Asunción de la Virgen María. Su familia era humilde y con un tipo
modesto de vida. Desde pequeño, Oscar fue conocido por su carácter
tímido y reservado, su amor a lo sencillo y su interés por las
comunicaciones. A muy temprana edad sufrió una grave enfermedad que le
afectó notablemente en su salud.
En el transcurso de su infancia, en ocasión de una ordenación
sacerdotal a la que asistió, Oscar habló con el padre que acompañaba al
recién ordenado y le manifestó sus grandes deseos de hacerse sacerdote.
Su deseo se convirtió en una realidad, ingresó al Seminario Menor de San
Miguel y a pesar de las desaveniencias económicas que pasaba la familia
para mantenerlo en el seminario, Oscar avanzó en su idea de entregar su
vida al servicio de Dios y del pueblo.
Estudió con los padres Claretianos en el Seminario Menor de San
Miguel desde 1931 y posteriormente con los padres Jesuitas en el
Seminario San José de la Montaña hasta 1937. En el tiempo que estalló la
II Guerra Mundial, fue elegido para ir a estudiar a Roma y completar su
formación sacerdotal y seguramente su elección se debió a la integridad
espiritual e inteligencia académica manifestada en el seminario.
Fue ordenado sacerdote a la edad de 25 años en Roma, el 4 de abril de
1942. Continuó estudiando en Roma para completar su tesis de Teología
sobre los temas de ascética y mística, pero debido a la guerra, tuvo que
regresar a El Salvador y abandonar la tesis que estaba a punto de
concluir.
Regresó al país en agosto de 1943. Su primera parroquia fue Anamorós
en el departamento de La Unión. Pero poco tiempo después fue llamado a
San Miguel donde realizó su labor pastoral durante aproximadamente
veinte años.
El padre Romero era un sacerdote sumamente caritativo y entregado. No
aceptaba obsequios que no necesitara para su vida personal. Ejemplo de
ello fue la cómoda cama que un grupo de señoras le regaló en una
ocasión, la cual regaló y continuó ocupando la sencilla cama que tenía.
Dada su amplia labor sacerdotal fue elegido Secretario de la
Conferencia Episcopal de El Salvador y ocupó el mismo cargo en el
Secretariado Episcopal de América Central.
El 25 de abril de 1970, la Iglesia lo llamó a proseguir su camino
pastoral elevándolo al ministerio episcopal como Obispo Auxiliar de San
Salvador, que tenía al ilustre Mons. Luis Chávez y González como
Arzobispo y como Auxiliar a Mons. Arturo Rivera Damas. Con ellos
compartiría su desafío pastoral y en el día de su ordenación episcopal
dejaba claro el lema de toda su vida: “Sentir con la Iglesia”.
Esos años como Auxiliar fueron muy difíciles para Monseñor Romero. No
se adaptaba a algunas líneas pastorales que se impulsaban en la
Arquidiócesis y además lo aturdía el difícil ambiente que se respiraba
en la capital. También fue nombrado director del semanario Orientación, y
le dio al periódico un giro notablemente clerical. Este “giro” le fue
muy criticado por algunos sectores dentro de la misma Iglesia,
considerándolo un “periódico sin opinión”.
En El Salvador la situación de violencia avanzaba, con ello la
Iglesia se edificaba en contra de esa situación de dolor, por tal motivo
la persecución a la Iglesia en todos sus sentidos comenzó a cobrar
vida.
Luego de muchos conflictos en la Arquidiócesis, la sede vacante de la
Diócesis de Santiago de María fue su nuevo camino. El 15 de octubre de
1974 fue nombrado obispo de esa Diócesis y el 14 de diciembre tomó
posesión de la misma. Monseñor Romero se hizo cargo de la Diócesis más
joven de El Salvador en ese tiempo.
En junio de 1975 se produjo el suceso de “Las Tres Calles”, donde un
grupo de campesinos que regresaban de un acto litúrgico fue asesinado
sin compasión alguna, incluso a criaturas inocentes.
El informe oficial hablaba de supuestos subversivos que estaban
armados; las “armas” no eran más que las biblias que los campesinos
portaban bajos sus brazos. En ese momento, los sacerdotes de la
Diócesis, sobre todos los jóvenes, pidieron a Monseñor Romero que
hiciera una denuncia pública sobre el hecho y que acusara a las
autoridades militares del siniestro, Mons. Romero no había comprendido
que detrás de las autoridades civiles y militares, detrás del mismo
Presidente de la República, Arturo Armando Molina que era su amigo
personal, había una estructura de terror, que eliminaba de su paso a
todo lo que pareciera atentar los intereses de “la patria” que no eran
más que los intereses de los sectores pudientes de la nación. Mons.
Romero creía ilusamente en el Gobierno, éste era su grave error. Poco a
poco comenzó a enfrentarse a la dura realidad de la injusticia social.
Los amigos ricos que tenía eran los mismos que negaban un salario
justo a los campesinos; esto le empezó a incomodar, la situación de
miseria estaba llegando muy lejos como para quedarse esperando a una
solución de los demás. La situación se agudizó y las relaciones entre el
pueblo y el gobierno se fueron agrietando.
En medio de ese ambiente de injusticia, violencia y temor, Mons.
Romero fue nombrado Arzobispo de San Salvador el 3 de febrero de 1977 y
tomó posesión el 22 del mismo mes, en una ceremonia muy sencilla. Tenía
59 años de edad y su nombramiento fue para muchos una gran sorpresa, el
seguro candidato a la Arquidiócesis era el auxiliar por más de dieciocho
años en la misma, Mons. Arturo Rivera Damas: “la lógica de Dios
desconcierta a los hombres”.
El 12 de marzo de 1977, se dió la triste noticia del asesinato del
padre Rutilio Grande, un sacerdote amplio, consciente, activo y sobre
todo comprometido con la fe de su pueblo. La muerte de un amigo duele,
Rutilio fue un buen amigo para Monseñor Romero y su muerte le dolió
mucho: “un mártir dió vida a otro mártir”.
Su opción comenzó a dar frutos en la Arquidiócesis, el clero se unió
en torno al Arzobispo, los fieles sintieron el llamado y la protección
de una Iglesia que les pertenecía, la “fe” de los hombres se volvió en
el arma que desafiaría las cobardes armas del terror. La situación se
complicó cada vez más. Un nuevo fraude electoral impuso al general
Carlos Humberto Romero para la Presidencia. Una protesta generalizada se
dejó escuchar en todo el ambiente.
En el transcurso de su ministerio Arzobispal, Mons. Romero se
convirtió en un implacable protector de la dignidad de los seres
humanos, sobre todo de los más desposeídos; esto lo llevaba a emprender
una actitud de denuncia contra la violencia, y sobre todo a enfrentar
cara a cara a los regímenes del mal.
Sus homilías se convirtieron en una cita obligatoria de todo el país
cada domingo. Desde el púlpito iluminaba a la luz del Evangelio los
acontecimientos del país y ofrecía rayos de esperanza para cambiar esa
estructura de terror.
Los primeros conflictos de Monseñor Romero surgieron a raíz de las
marcadas oposiciones que su pastoral encontraba en los sectores
económicamente poderosos del país y unido a ellos, toda la estructura
gubernamental que alimentaba esa institucionalidad de la violencia en la
sociedad salvadoreña, sumado a ello, el descontento de las nacientes
organizaciones político-militares de izquierda, quienes fueron duramente
criticados por Mons. Romero en varias ocasiones por sus actitudes de
idolatrización y su empeño en conducir al país hacia una revolución.
A raíz de su actitud de denuncia, Mons. Romero comenzó a sufrir una
campaña extremadamente agobiante contra su ministerio arzobispal, su
opción pastoral y su personalidad misma, cotidianamente eran publicados
en los periódicos más importante, editoriales, campos pagados, anónimos,
etc., donde se insultaba, calumniaba, y más seriamente se amenazaba la
integridad física de Mons. Romero. La “Iglesia Perseguida en El
Salvador” se convirtió en signo de vida y martirio en el pueblo de Dios.
Este calvario que recorría la Iglesia ya había dejado rasgos en la
misma, luego del asesinato del padre Rutilio Grande, se sucedieron otros
asesinatos más. Fueron asesinados los sacerdotes Alfonso Navarro y su
amiguito Luisito Torres, luego fue asesinado el padre Ernesto Barrera,
posteriormente fue asesinado, en un centro de retiros, el padre Octavio
Ortiz y cuatro jóvenes más. Por último fueron asesinados los padres
Rafael Palacios y Alirio Napoleón Macias. La Iglesia sintió en carne
propia el odio irascible de la violencia que se había desatado en el
país.
Resultaba difícil entender en el ambiente salvadoreño que un hombre
tan sencillo y tan tímido como Mons. Romero se convirtiera en un
“implacable” defensor de la dignidad humana y que su imagen traspasara
las fronteras nacionales por el hecho de ser: “voz de los sin voz”.
Muchas de los sectores poderosos y algunos obispos y sacerdotes se
encargaron de manchar su nombre, incluso llegando hasta los oídos de las
autoridades de Roma. Mons. Romero sufrió mucho esta situación, le dolía
la indiferencia o la traición de alguna persona en contra de él. Ya a
finales de 1979 Monseñor Romero sabía el inminente peligro que acechaba
contra su vida y en muchas ocasiones hizo referencia de ello consciente
del temor humano, pero más consciente del temor a Dios a no obedecer la
voz que suplicaba interceder por aquellos que no tenían nada más que su
fe en Dios: los pobres.
Uno de los hechos que comprobó el inminente peligro que acechaba
sobre la vida de Mons. Romero fue el frustrado atentado dinamitero en la
Basílica del Sagrado Corazón de Jesús, en febrero de 1980, el cual
hubiera acabado con la vida de Monseñor Romero y de muchos fieles que se
encontraban en el recinto de dicha Basílica.
El domingo 23 de marzo de 1980 Mons. Romero pronunció su última
homilía, la cual fue considerada por algunos como su sentencia de muerte
debido a la dureza de su denuncia: “en nombre de Dios y de este pueblo
sufrido… les pido, les ruego, les ordeno en nombre de Dios, CESE LA
REPRESION”.
Ese 24 de marzo de 1980 Monseñor Oscar Arnulfo Romero Galdámez fue
asesinado de un certero disparo, aproximadamente a las 6:25 p.m.
mientras oficiaba la Eucaristía en la Capilla del Hospital La Divina
Providencia, exactamente al momento de preparar la mesa para recibir el
Cuerpo de Jesús. Fue enterrado el 30 de marzo y sus funerales fueron una
manifestación popular de compañía, sus queridos campesinos, las
viejecitas de los cantones, los obreros de la ciudad, algunas familias
adineradas que también lo querían, estaban frente a la catedral para
darle el último adiós, prometiéndole que nunca lo iban a olvidar.
Raramente el pueblo se reúne para darle el adiós a alguien, pero él era
su padre, quien los cuidaba, quien los quería, todos querían verlo por
última vez.
Tres años de fructífera labor arzobispal habían terminado, pero una
eternidad de fe, fortaleza y confianza en un hombre bueno como lo fue
Mons. Romero habían comenzado, el símbolo de la unidad de los pobres y
la defensa de la vida en medio de una situación de dolor había nacido.
En 1994 su sucesor en la archidiócesis de San Salvador, Mons Arturo
Rivera y Damas, inició su proceso de beatificación. En el año 2000 la
Congregación para la Doctrina de la Fe comenzó el estudio de todos los
discursos de Romero. En 2005 el postulador de la causa, el obispo
italiano Vincenzo Paglia, aseguró públicamente que “Romero no era un
obispo revolucionario, sino un hombre de la Iglesia, del Evangelio y de
los pobres”.
La mañana del 3 de febrero de 2015, S.S. el Papa Francisco recibió en
audiencia al cardenal Angelo Amato S.D.B, Prefecto de la Congregación
para las Causas de los Santos y autorizó a ese dicasterio a promulgar,
entre otros, el decreto de martirio del Siervo de Dios Oscar Arnulfo
Romero y Galdámez, arzobispo de San Salvador (El Salvador), reconociendo
así, de manera oficial que su asesinato fue por odio a la fe.
El 6 de marzo de 2018, el Santo Padre Francisco recibió en audiencia a
Su Eminencia Reverendísima el cardenal Angelo Amato, S.D.B., Prefecto
de la Congregación para las Causas de los Santos. Durante la audiencia,
el Sumo Pontífice autorizó a la Congregación a promulgar el decreto
relativo al milagro atribuido a la intercesión del Beato Oscar Romero,
por lo que tan sólo resta la celebración de la ceremonia de
canonización, misma que se celebrará, en fecha aún por determinar.
(http://es.catholic.net/op/articulos/55988/monsenor-oscar-romero.html#modal)
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