Día litúrgico: Domingo XIII (A) del tiempo ordinario (Ver 1ª Lectura y Salmo)
Texto del Evangelio (Mt 10,37-42): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus Apóstoles: «El
que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que
ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. El que no
toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su
vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.
»Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa».
»Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado. Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de justo recibirá. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa».
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«El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. Quien a vosotros recibe, a mí me recibe»
P. Antoni POU OSB Monje de Montserrat
(Montserrat, Barcelona, España)
(Montserrat, Barcelona, España)
Hoy, al escuchar de boca de Jesús: «El que ama a su padre o a su
madre más que a mí, no es digno de mí…» (Mt 10,37) quedamos
desconcertados. Ahora bien, al profundizar un poco más, nos damos cuenta
de la lección que el Señor quiere transmitirnos: para el cristiano, el
único absoluto es Dios y su Reino. Cada cual debe descubrir su vocación
—posiblemente esta es la tarea más delicada de todas— y seguirla
fielmente. Si un cristiano o cristiana tienen vocación matrimonial,
deben ver que llevar a cabo su vocación consiste en amar a su familia
tal como Cristo ama a la Iglesia.
La vocación a la vida religiosa o al sacerdocio pide no anteponer los vínculos familiares a los de la fe, si con ello no faltamos a los requisitos básicos de la caridad cristiana. Los vínculos familiares no pueden esclavizar y ahogar la vocación a la que somos llamados. Detrás de la palabra “amor” puede esconderse un deseo posesivo del otro que le quita libertad para desarrollar su vida humana y cristiana; o el miedo a salir del nido familiar y enfrentarse a las exigencias de la vida y de la llamada de Jesús a seguirlo. Es esta deformación del amor la que Jesús nos pide transformar en un amor gratuito y generoso, porque, como dice san Agustín: «Cristo ha venido a transformar el amor».
La vocación a la vida religiosa o al sacerdocio pide no anteponer los vínculos familiares a los de la fe, si con ello no faltamos a los requisitos básicos de la caridad cristiana. Los vínculos familiares no pueden esclavizar y ahogar la vocación a la que somos llamados. Detrás de la palabra “amor” puede esconderse un deseo posesivo del otro que le quita libertad para desarrollar su vida humana y cristiana; o el miedo a salir del nido familiar y enfrentarse a las exigencias de la vida y de la llamada de Jesús a seguirlo. Es esta deformación del amor la que Jesús nos pide transformar en un amor gratuito y generoso, porque, como dice san Agustín: «Cristo ha venido a transformar el amor».
El amor y la acogida siempre serán el núcleo de la vida cristiana,
hacia todos y, sobre todo, hacia los miembros de nuestra familia, porque
habitualmente son los más cercanos y constituyen también el “prójimo”
que Jesús nos pide amar. En la acogida a los demás está siempre la
acogida a Cristo: «Quien a vosotros recibe, a mí me recibe» (Mt 11,40).
Debemos ver, pues, a Cristo en aquellos a quien servimos, y reconocer
igualmente a Cristo servidor en quienes nos sirven.
(http://evangeli.net/evangelio/dia/2020-06-28)
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