Domingo I (B) de Adviento: Texto del Evangelio (Mc 13,33-37): En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento. Al igual que un hombre que se ausenta deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele; velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!».
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«A todos lo digo: ¡Velad!» Mons. Josep Àngel SAIZ i Meneses Obispo de Terrassa (Barcelona, España)
Hoy iniciamos con toda la Iglesia un nuevo Año Litúrgico con el
primer domingo de Adviento. Tiempo de esperanza, tiempo en el cual se
renueva en nuestros corazones el recuerdo de la primera venida del
Señor, en humildad y ocultación, y se renueva el anhelo del retorno de
Cristo en gloria y majestad.
Este domingo de Adviento está
profundamente marcado por una llamada a la vigilancia. San Marcos
incluye hasta tres veces en las palabras de Jesús el mandamiento de
“velar”. Y la tercera vez lo hace con una cierta solemnidad: «Lo que a
vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!» (Mc 13,37). No es sólo una
recomendación ascética, sino una llamada a vivir como hijos de la luz y
del día.
Esta llamada está dirigida no solamente a sus
discípulos, sino a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, como
una exhortación que nos recuerda que la vida no tiene sólo una dimensión
terrenal, sino que está proyectada hacia un “más allá”. El ser humano,
creado a imagen y semejanza de Dios, dotado de libertad y
responsabilidad, capaz de amar, tendrá que rendir cuentas de su vida, de
cómo ha desarrollado las capacidades y talentos que de Dios ha
recibido; si los ha guardado egoístamente, o si los ha hecho fructificar
para la gloria de Dios y al servicio de los hermanos.
La
disposición fundamental que hemos de vivir y la virtud que hemos de
ejercitar es la esperanza. El Adviento es, por excelencia, el tiempo de
esperanza, y la Iglesia entera está llamada a vivir en la esperanza y a
llegar a ser un signo de esperanza para el mundo. Nos preparamos para
conmemorar la Navidad, el inicio de su venida: la Encarnación, el
Nacimiento, su paso por la tierra. Pero Jesús no nos ha dejado nunca;
permanece con nosotros de diversas maneras hasta la consumación de los
siglos. Por esto, «¡con Jesucristo siempre nace y renace la alegría!»
(Papa Francisco).
«Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento» Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, en este primer domingo de Adviento, la Iglesia comienza a
recorrer un nuevo año litúrgico. Entramos, por tanto, en unos días de
especial expectación, renovación y preparación.
Jesús advierte
que ignoramos «cuándo será el momento» (Mc 13,33). Sí, en esta vida hay
un momento decisivo. ¿Cuándo será? No lo sabemos. El Señor ni tan sólo
quiso revelar el momento en que se habría de producir el final del
mundo.
En fin, todo eso nos conduce hacia una actitud de
expectación y de concienciación: «No sea que llegue (…) y os encuentre
dormidos» (Mc 13,36). El tiempo en esta vida es tiempo para la entrega,
para la maduración de nuestra capacidad de amar; no es un tiempo para el
entretenimiento. Es un tiempo de “noviazgo” como preparación para el
tiempo de las “bodas” en el más allá en comunión con Dios y con todos
los santos.
Pero la vida es un constante comenzar y recomenzar.
El hecho es que pasamos por muchos momentos decisivos: quizá cada día,
cada hora y cada minuto han de convertirse en un tiempo decisivo. Muchos
o pocos, pero —en definitiva— días, horas y minutos: es ahí, en el
momento concreto, donde nos espera el Señor. «En la vida nuestra, en la
vida de los cristianos, la conversión primera —este momento único, que
cada uno recuerda y en el cual uno hizo claramente aquello que el Señor
nos pide— es importante; pero todavía son más importantes, y más
difíciles, las sucesivas conversiones» (San Josemaría).
En este
tiempo litúrgico nos preparamos para celebrar el gran “advenimiento”: la
venida de Nuestro Amo. “Navidad”, “Nativitas”: ¡ojalá que cada jornada
de nuestra existencia sea un “nacimiento” a la vida de amor! Quizá
resulte que hacer de nuestra vida una permanente “Navidad” sea la mejor
manera de no dormir. ¡Nuestra Madre Santa María vela por nosotros!
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