Domingo 11 (B) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mc 4,26-34): En
aquel tiempo, Jesús decía a la gente: «El Reino de Dios es como un
hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o
de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el
fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo
abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le
mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Decía también: «¿Con
qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es
como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más
pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez
sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas
tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les anunciaba
la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no
les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba
todo en privado.
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«El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra» Fr. Faust BAILO (Toronto, Canadá)
Hoy, Jesús nos ofrece dos imágenes de gran intensidad espiritual: la
parábola del crecimiento de la semilla y la parábola del grano de
mostaza. Son imágenes de la vida ordinaria que resultaban familiares a
los hombres y mujeres que le escuchan, acostumbrados como estaban a
sembrar, regar y cosechar. Jesús utiliza algo que les era conocido —la
agricultura— para ilustrarles sobre algo que no les era tan conocido: el
Reino de Dios.
Efectivamente, el Señor les revela algo de su
reino espiritual. En la primera parábola les dice: «El Reino de Dios es
como un hombre que echa el grano en la tierra» (Mc 4,26). E introduce la
segunda diciendo: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios (…)? Es como
un grano de mostaza» (Mc 4,30).
La mayor parte de nosotros
tenemos ya poco en común con los hombres y mujeres del tiempo de Jesús
y, sin embargo, estas parábolas siguen resonando en nuestras mentes
modernas, porque detrás del sembrar la semilla, del regar y cosechar,
intuimos lo que Jesús nos está diciendo: Dios ha injertado algo divino
en nuestros corazones humanos.
¿Qué es el Reino de Dios? «Es
Jesús mismo», nos recuerda Benedicto XVI. Y nuestra alma «es el lugar
esencial donde se encuentra el Reino de Dios». ¡Dios quiere vivir y
crecer en nuestro interior! Busquemos la sabiduría de Dios y obedezcamos
sus insinuaciones interiores; si lo hacemos, entonces nuestra vida
adquirirá una fuerza e intensidad difíciles de imaginar.
Si
correspondemos pacientemente a su gracia, su vida divina crecerá en
nuestra alma como la semilla crece en el campo, tal como el místico
medieval Meister Eckhart expresó bellamente: «La semilla de Dios está en
nosotros. Si el agricultor es inteligente y trabajador, crecerá para
ser Dios, cuya semilla es; sus frutos serán de la naturaleza de Dios. La
semilla de la pera se vuelve árbol de pera; la semilla de la nuez,
árbol de nuez; la semilla de Dios se vuelve Dios».
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